Mío Cid
Campeador
“Muerte del Cid”
Vicente Huidobro
(Chile, 1929)
He ahí al Cid Campeador
postrado en su lecho de enfermo. Ese monumento de dinamismo y de energía, el
hombre del movimiento y de la acción, inerme, lánguido, sintiendo la muerte que
se acerca a marchas forzadas a su corazón.
Él que tantas veces la burló a
grandes saltos en los campos de batalla, el que ofrecía sonriente su pecho a
todos los peligros, helo ahí, pobre espectro doliente y resignado.
Estaba en el pináculo de su
apogeo, amo de una gran ciudad y un vasto y rico reino, adorado de los suyos,
temido del enemigo, casando a sus hijas con príncipes, nombrando obispos, fundando
catedrales, cambiando gobernadores, destronando reyes y recibiendo homenajes de
todos los horizontes de la tierra, y de pronto cae de la cima de su gloria al
lecho de la agonía.
[…]
Foto: Raúl Sagredo |
Es una mañana del mes de julio
de 1099. Tiene cincuenta y nueve años de edad. Doblan lentas las campanas al
fondo de los siglos.
Una algarabía de pájaros que
estaba cantando sus proezas se detiene de golpe en sus himnos.
La tierra de Valencia aroma de
frutas y flores el continente. El sistema planetario siente un escalofrío que
le corre por las espaldas y se lleva un dedo a los labios. El siglo once se
detiene un momento al borde del abismo, siente un síncope que repercute en toda
la relojería astral. El Tiempo guarda un minuto de reposo y de silencio.
La Leyenda vuelve a entrar en
un limbo opaco y frío, la Historia es un despojo en playas de tiniebla.
Murió Rodrigo Díaz de Vivar,
murió Mío Cid Campeador.
Foto: Raúl Sagredo |
Una angustia enorme se difunde
por la atmósfera terrestre, una pesadez desolada cae sobre los hombres, una
pesadez de eternidad.
No habrá más historias de
hazañas y de proezas para pasar de labio en labio, para hacer saltar las
imaginaciones desbocadas entre espacios de estrellas, para agrandar los ojos y
cuajarlos de piedras milagrosas.
Durante largos años el Cid fue
España, España fue el Cid. Durante largos años en el Cid se absorbe toda la
nación, toda la raza. Su savia, sus esperanzas, sus pensamientos, sus latidos, su
sangre, su historia, su leyenda, sus himnos van a desembocar en el Campeador.
Ruy Díaz de Vivar es el gran
río de mil afluentes.
Mío Cid inunda a España. La
inunda y la fertiliza.
[...]
Destinado desde el principio
del mundo a ser la encarnación y el punto culminante de su raza, encima de la
Epopeya de la Reconquista, desde don Pelayo hasta los Reyes Católicos, él brilla
y prima en pleno cenit. Y cuando la última lágrima de Boabdil cae y se condensa
sobre la historia, él aparece de pie dentro de esa lágrima, revestido de todas
sus armaduras. Por él esa lágrima se solidifica y se convierte en joya de los
siglos.
Mío Cid es la tempestad alzada
de la venganza de una raza, es la espada de un pueblo, la espada de un conjunto
informe que quiere realizarse. Una espada en marcha que atraviesa las edades
oscuras, como un relámpago.
Yo me lanzo en su busca con el
corazón encendido y la pluma en la mano a través de los tiempos que nos
separan, y nos encontramos en la noche de la eternidad: Padre nuestro, que
estás en los cielos, recibe el poema de la admiración.
Murió el Cid, se acabó el
interés apasionado de la existencia. Es tan aplastante la idea del fin de la
sublime aventura, que el mundo no puede creer en su muerte. Sin embargo,
tendréis que acostumbraros a la idea.
Murió el Cid. ¿Oís lo que
digo? Murió el Cid Campeador. Se hace el vacío en el vacío, se hace el caos en
el caos. Se me rompe la pluma.
[...]
Se oye el ruido de una lágrima
que resbala por el infinito. Después un silencio profundo se hace sobre la
creación.
[…] Ha sonado el momento de
cumplir las últimas órdenes de Mío Cid. Sus servidores le embalsaman, le
arreglan el rostro, le peinan los cabellos y la barba. No parece muerto. […]
Lo colocan en su silla de
montar; una tabla sostiene su cuerpo por las espaldas, otra por el pecho,
manteniéndole recto sobre la silla.
Han pasado tres días de la
muerte del Cid y sus huestes se preparan a la batalla. Alvar Fáñez hace tocar
las campanas llamando al combate. Se reúnen los soldados y entonces los
capitanes montan al Cid sobre Babieca y lo colocan al frente de la tropa.
El cadáver va cabalgando como
si fuera vivo. Lleva en la mano derecha su espada Tizona […]. Los ojos de
Babieca brillan llenos de extrañas decisiones.
Avanzando silenciosamente
salen de la ciudad. […]
Los moros al verlos se
preparan al combate y redoblan sus tambores.
Esto que oye Babieca, y como
si su amo le hubiera picado las espuelas, pega una carrera loca y se lanza
sobre el enemigo. Detrás de él se lanzan Alvar Fáñez y todos los caballeros.
El cadáver se mete por todas
partes con un empuje ultraterrestre. Babieca avanza, avanza, atropellando el
mundo, partiendo las llanuras, sembrando el pánico en las filas enemigas. […]
Muchas horas dura la batalla.
El espectro del Campeador acomete sin tregua, y a su sola presencia un secreto
terror paraliza a sus contrarios, que luego empiezan a huir por todas partes, gritando:
Mío Cid... Mío Cid... viene
más terrible que nunca. Mío Cid... Mío Cid...
En medio del tumulto, Babieca
atropella y sigue corriendo incontenible, desbocado.
Mirad. Mirad y arrodillaos: el
último milagro del héroe. El enemigo está en derrota, los moros en desbandada,
se apartan y se echan al suelo ante el caballo apocalíptico que pasa. […]
En vano tratan de seguirlo sus
caballeros; el potro se aleja cada vez más de ellos y se pierde en la
distancia. Salta en un gran salto el horizonte y sigue corriendo desbocado. […]
El caballo y el caballero históricos son ahora un caballero y un caballo
legendarios, un monumento que corre a través de los campos de la poesía, a
través de la atmósfera de la imaginación. Corre, corre, corre; su última
carrera épica y mortal.
Corre sobre este mundo y luego
salta todos los límites y sigue corriendo por el aire. Durante un momento su
carrera en los espacios hace un eclipse total de sol. Resuenan en la eternidad
los cascos de Babieca. […]
Se hace la oscuridad, se hace
el silencio y allá saltando mundos, el potro desbocado y el caballero muerto
cruzan el universo como un celaje, atraviesan las puertas del Paraíso en una visión
vertiginosa y van a estrellarse en el trono de Dios.
Éste es el fin del Cid
Campeador, el verdadero fin de Mío Cid Rodrigo Díaz de Vivar. Es mentira que su
cuerpo reposa en Burgos.
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