jueves, 7 de mayo de 2015

BURGOS. Catedral. Tumba de El Cid



Mío Cid Campeador
“Muerte del Cid”
Vicente Huidobro
(Chile, 1929)


He ahí al Cid Campeador postrado en su lecho de enfermo. Ese monumento de dinamismo y de energía, el hombre del movimiento y de la acción, inerme, lánguido, sintiendo la muerte que se acerca a marchas forzadas a su corazón.
Él que tantas veces la burló a grandes saltos en los campos de batalla, el que ofrecía sonriente su pecho a todos los peligros, helo ahí, pobre espectro doliente y resignado.
Estaba en el pináculo de su apogeo, amo de una gran ciudad y un vasto y rico reino, adorado de los suyos, temido del enemigo, casando a sus hijas con príncipes, nombrando obispos, fundando catedrales, cambiando gobernadores, destronando reyes y recibiendo homenajes de todos los horizontes de la tierra, y de pronto cae de la cima de su gloria al lecho de la agonía.
[…]

Foto: Raúl Sagredo

Es una mañana del mes de julio de 1099. Tiene cincuenta y nueve años de edad. Doblan lentas las campanas al fondo de los siglos.
Una algarabía de pájaros que estaba cantando sus proezas se detiene de golpe en sus himnos.
La tierra de Valencia aroma de frutas y flores el continente. El sistema planetario siente un escalofrío que le corre por las espaldas y se lleva un dedo a los labios. El siglo once se detiene un momento al borde del abismo, siente un síncope que repercute en toda la relojería astral. El Tiempo guarda un minuto de reposo y de silencio.
La Leyenda vuelve a entrar en un limbo opaco y frío, la Historia es un despojo en playas de tiniebla.
Murió Rodrigo Díaz de Vivar, murió Mío Cid Campeador.

Foto: Raúl Sagredo

Una angustia enorme se difunde por la atmósfera terrestre, una pesadez desolada cae sobre los hombres, una pesadez de eternidad.
No habrá más historias de hazañas y de proezas para pasar de labio en labio, para hacer saltar las imaginaciones desbocadas entre espacios de estrellas, para agrandar los ojos y cuajarlos de piedras milagrosas.
Durante largos años el Cid fue España, España fue el Cid. Durante largos años en el Cid se absorbe toda la nación, toda la raza. Su savia, sus esperanzas, sus pensamientos, sus latidos, su sangre, su historia, su leyenda, sus himnos van a desembocar en el Campeador.
Ruy Díaz de Vivar es el gran río de mil afluentes.
Mío Cid inunda a España. La inunda y la fertiliza.
[...]
Destinado desde el principio del mundo a ser la encarnación y el punto culminante de su raza, encima de la Epopeya de la Reconquista, desde don Pelayo hasta los Reyes Católicos, él brilla y prima en pleno cenit. Y cuando la última lágrima de Boabdil cae y se condensa sobre la historia, él aparece de pie dentro de esa lágrima, revestido de todas sus armaduras. Por él esa lágrima se solidifica y se convierte en joya de los siglos.
Mío Cid es la tempestad alzada de la venganza de una raza, es la espada de un pueblo, la espada de un conjunto informe que quiere realizarse. Una espada en marcha que atraviesa las edades oscuras, como un relámpago.


Yo me lanzo en su busca con el corazón encendido y la pluma en la mano a través de los tiempos que nos separan, y nos encontramos en la noche de la eternidad: Padre nuestro, que estás en los cielos, recibe el poema de la admiración.
Murió el Cid, se acabó el interés apasionado de la existencia. Es tan aplastante la idea del fin de la sublime aventura, que el mundo no puede creer en su muerte. Sin embargo, tendréis que acostumbraros a la idea.
Murió el Cid. ¿Oís lo que digo? Murió el Cid Campeador. Se hace el vacío en el vacío, se hace el caos en el caos. Se me rompe la pluma.
[...]
Se oye el ruido de una lágrima que resbala por el infinito. Después un silencio profundo se hace sobre la creación.


[…] Ha sonado el momento de cumplir las últimas órdenes de Mío Cid. Sus servidores le embalsaman, le arreglan el rostro, le peinan los cabellos y la barba. No parece muerto. […]
Lo colocan en su silla de montar; una tabla sostiene su cuerpo por las espaldas, otra por el pecho, manteniéndole recto sobre la silla.
Han pasado tres días de la muerte del Cid y sus huestes se preparan a la batalla. Alvar Fáñez hace tocar las campanas llamando al combate. Se reúnen los soldados y entonces los capitanes montan al Cid sobre Babieca y lo colocan al frente de la tropa.


El cadáver va cabalgando como si fuera vivo. Lleva en la mano derecha su espada Tizona […]. Los ojos de Babieca brillan llenos de extrañas decisiones.
Avanzando silenciosamente salen de la ciudad. […]
Los moros al verlos se preparan al combate y redoblan sus tambores.
Esto que oye Babieca, y como si su amo le hubiera picado las espuelas, pega una carrera loca y se lanza sobre el enemigo. Detrás de él se lanzan Alvar Fáñez y todos los caballeros.
El cadáver se mete por todas partes con un empuje ultraterrestre. Babieca avanza, avanza, atropellando el mundo, partiendo las llanuras, sembrando el pánico en las filas enemigas. […]
Muchas horas dura la batalla. El espectro del Campeador acomete sin tregua, y a su sola presencia un secreto terror paraliza a sus contrarios, que luego empiezan a huir por todas partes, gritando:
Mío Cid... Mío Cid... viene más terrible que nunca. Mío Cid... Mío Cid...


En medio del tumulto, Babieca atropella y sigue corriendo incontenible, desbocado.
Mirad. Mirad y arrodillaos: el último milagro del héroe. El enemigo está en derrota, los moros en desbandada, se apartan y se echan al suelo ante el caballo apocalíptico que pasa. […]
En vano tratan de seguirlo sus caballeros; el potro se aleja cada vez más de ellos y se pierde en la distancia. Salta en un gran salto el horizonte y sigue corriendo desbocado. […] El caballo y el caballero históricos son ahora un caballero y un caballo legendarios, un monumento que corre a través de los campos de la poesía, a través de la atmósfera de la imaginación. Corre, corre, corre; su última carrera épica y mortal.
Corre sobre este mundo y luego salta todos los límites y sigue corriendo por el aire. Durante un momento su carrera en los espacios hace un eclipse total de sol. Resuenan en la eternidad los cascos de Babieca. […]
Se hace la oscuridad, se hace el silencio y allá saltando mundos, el potro desbocado y el caballero muerto cruzan el universo como un celaje, atraviesan las puertas del Paraíso en una visión vertiginosa y van a estrellarse en el trono de Dios.



Éste es el fin del Cid Campeador, el verdadero fin de Mío Cid Rodrigo Díaz de Vivar. Es mentira que su cuerpo reposa en Burgos.

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