ALFONSO DE LA CERDA, “EL
DESHEREDADO”
Nació en 1270,
hijo mayor de Fernando de la Cerda y de Blanca de Francia.
Fue aspirante a la corona castellana durante los reinados
de Sancho IV, Fernando IV y Alfonso XI de Castilla.
Cuando murió su padre Fernando en 1275,
su abuela la reina Violante de Aragón llevó a Alfonso a Aragón
junto con su recién nacido hermano Fernando de la Cerda.
Allí fue criado durante trece años en la fortaleza de Játiva,
como virtual prisionero del rey Pedro III de Aragón.
Su abuelo Alfonso X de Castilla lo había designado su sucesor.
En su testamento establecía la división de los reinos
entre sus herederos:
Sancho heredaría Castilla
y Alfonso, hijo del fallecido Fernando, heredaría León.
Don Sancho no respetó ese testamento.
A la muerte del Rey Sabio en 1284 (Alfonso tenía entonces 14 años)
el trono fue usurpado por Sancho (tío de Alfonso),
que reinaría como Sancho IV de Castilla.
En 1288 Alfonso III de Aragón liberó a Alfonso de la Cerda
y en Jaca lo proclamó rey de Castilla y de León.
Sin embargo, Alfonso no pudo recuperar el trono.
En 1290 el infante casó con Mahalda de Brienne-Eu (Narbona).
En 1295 falleció Sancho IV.
Aprovechando la minoría de edad de su hijo Fernando IV,
el nuevo rey aragonés, Jaime II, trató de sacar beneficio.
El pretexto fue apoyar a Alfonso de la Cerda
en base a que el matrimonio de Sancho IV y María de Molina
no contaba con la dispensa de la Iglesia.
En 1296 logró una coalición con Alfonso de la Cerda
y con el infante Juan, hijo de Alfonso X,
por la que Juan recibiría el reino de León, Alfonso sería rey de
Castilla
y Jaime II obtendría el reino de Murcia.
Se unieron a la coalición algunos nobles castellanos
partidarios de Alfonso de la Cerda, como Juan Núñez de Lara,
que esperaba recuperar el señorío de Albarracín.
Ese mismo año dos ejércitos aragoneses invadieron Castilla:
Uno, encabezado por Jaime II, entró en Murcia,
y el otro, dirigido por el infante Pedro de Aragón y don Alfonso,
penetró en Castilla.
Éstos, en San Esteban de Gormaz,
se reunieron con las tropas del infante Juan.
De allí se dirigieron a León, donde Juan fue proclamado rey de León
y desde allí fueron a Sahagún,
donde Alfonso fue proclamado rey de Castilla.
Sin embargo, una epidemia de peste
causó estragos entre ocupantes y les obligó a retirarse a Aragón.
Alfonso permaneció en Castilla, estableciendo su corte en Almazán.
El rey Dionisio I de Portugal había invadido Castilla
para reunirse con el infante Juan y don Juan Núñez de Lara
y poner sitio a Valladolid,
donde se encontraban la reina María de Molina y Fernando IV.
Pero en 1297 el portugués se retiró y llegó a un acuerdo con la reina.
Ello posibilitó que ésta contraatacara al infante Juan,
que controlaba el territorio leonés.
En 1301 María de Molina consiguió que el papa legitimase
a los hijos que había tenido con el difunto rey Sancho IV,
lo cual debilitaba la causa de Alfonso de la Cerda.
Ese mismo año se declaró la mayoría de edad de Fernando IV.
El infante Juan y don Juan Núñez de Lara maniobraron
para ganarse la voluntad del nuevo rey
y obtuvieron los puestos principales en la Corte,
en detrimento de los colaboradores de María de Molina,
quienes se incorporaron al bando del infante de la Cerda.
Pero ya ni Castilla ni Aragón ni Portugal deseaban la guerra.
Alfonso de la Cerda, ya sin apoyos diplomáticos ni militares,
tuvo que avenirse a un acuerdo.
En 1304 don Alfonso renunciaba a sus aspiraciones,
dejó de emplear las armas reales y el sello de Castilla
y se integró en la alta nobleza castellana.
Posteriormente se estableció en Francia,
donde el rey Carlos IV le nombró barón de Lunel,
municipio del Languedoc.
En 1312 moría Fernando IV
y heredaba el trono su hijo Alfonso XI, que sólo tenía 1 año.
Don Alfonso aprovechó para tratar de revitalizar su causa en Francia
y hacer valer sus derechos al trono,
pero no encontró apoyos.
Desengañado, en 1331 regresó a Castilla,
renunció a sus pretensiones, rindió homenaje a Alfonso
y en 1332 participó en la coronación del nuevo rey.
El infante de la Cerda falleció en 1333 en Piedrahíta
y recibió sepultura en el monasterio de Las Huelgas.
El sarcófago está decorado con castillos y leones y flores de lis.
En la actualidad se encuentra exento,
en el centro de la nave de Santa Catalina;
en el pasado estuvo situado delante del de su padre,
lo que evitó que, durante la invasión napoleónica,
éste fuera saqueado por las tropas francesas.
Cuando en el siglo XX se examinó el interior de los sepulcros,
Gómez-Moreno describió así el cadáver momificado de don Alfonso:
«La momia tiene bigote y barba poco crecidos,
y una cuerda entrelazada ciñe una de sus pantorrillas».
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