Han ocurrido tantas cosas en esta ciudad,
han pasado por aquí tantos pueblos,
tantas culturas, tantos personajes,
que resulta difícil recordar que, antes,
estuvieron aquí los romanos.
No queda mucho de ellos.
O quizás queda todo,
porque, debajo de cada edificio, de cada calle,
de cada vacío,
hay un trozo de la antigua Toletum.
Muchas de aquellas piedras se utilizaron
para construir sobre lo construido.
En cada rincón queda un fantasma de aquel primer
pasado:
Los escasos restos de unas termas;
antiguas construcciones ocultas en sótanos de
viviendas privadas;
trozos de gruesos muros de sillar;
la evocación apenas de un acueducto…
***
Los carpetanos fueron un pueblo íbero que ocupaba
parte del actual territorio castellano-manchego,
la Carpetania:
Toledo, Alcalá de Henares, Consuegra, Segóbriga
y un lugar llamado Laminio, aún no localizado.
En el año 192 antes de Cristo,
un gran ejército romano,
al mando del procónsul Marco Fulvio Nobilior,
se enfrentó, en un campo de batalla cercano al
Cerro del Bú,
a los carpetanos ayudados por los vetones del
Norte
(el término “carpetovetónico” ha pasado a indicar
lo intrínsecamente español).
La zona fue conquistada por Nobilior.
Toletum, “lugar en alto”, fue el nombre que los
romanos dieron
al emplazamiento situado frente al Bú,
en donde se instalaron.
La ocupación romana se mantuvo
hasta la conquista de la ciudad por los alanos
en el año 411 después de Cristo.
La ciudad constituyó el centro estratégico de la
meseta,
confluencia de varias calzadas.
Los romanos impulsaron su desarrollo urbanístico,
realizando en ella todo tipo de infraestructuras.
Se construyeron villas decoradas con mosaicos
polícromos,
una necrópolis (a la altura de la Avenida de la
Reconquista),
complejos destinados a usos lúdicos,
como el circo o el anfiteatro.
Toletum se convirtió pues en una ciudad de cierta
envergadura,
con dos áreas diferenciadas,
la político-administrativa y religiosa, en el
interior de la muralla,
y la lúdica, fuera del recinto amurallado.
***
Como quiera que los romanos siempre consideraron
que el agua del Tajo era amarga y no adecuada
para el consumo,
una de las grandes obras que emprendieron
fue un acueducto que abasteciera la ciudad con
agua de la sierra.
Además de por el motivo de la calidad del agua,
quizás los romanos optaron por este sistema de
suministro
porque, para el transporte del agua,
dominaban mucho mejor la técnica del traslado
horizontal
que la de la elevación
(que sí dominaban los árabes, con sus azudes y
norias):
Abastecerse del Tajo, que corría al pie de la
ciudad,
requería superar un alto desnivel.
La estructura se iniciaba en Mazarambroz,
cerca de los Montes de Toledo,
donde los romanos construyeron la presa de
Alcantarilla
(que se ha conservado)
para recoger las aguas de los arroyos Guajaraz y
San Martín.
La canalización discurría a lo largo de casi 40
kilómetros,
salvando las dificultades orográficas
a veces enterrándose, a veces elevándose.
Para evitar que en el descenso hacia el valle del
Tajo
el agua alcanzase velocidades excesivas,
los ingenieros romanos construyeron torres
acuarias,
depósitos intermedios que iban frenando la
corriente.
Estas torres están aún en pie en el paraje de La
Sisla
(conocidas como “hornos del vidrio”).
Para salvar la hoz del Tajo, llegar al peñón de
Toletum
y dar servicio a la ciudad,
los romanos levantaron un acueducto.
A lo largo del siglo XX
se han efectuado diversas reconstrucciones
hipotéticas:
La de Rey Pastor.
La de Ortiz Dou.
La de Fernández Casado y Smith
(que propusieron un sistema de acueducto-sifón
basado en el principio de vasos comunicantes).
Incluso en este último caso,
el acueducto de Toledo debería ser más alto que
el de Segovia
(unos 50 metros frente a los 34 del de Segovia).
El agua circularía en el sifón por tuberías de
plomo o cerámica
para soportar la presión.
El acueducto estuvo en pie unos 1000 años.
Fue destruido por los almorávides
en un intento de recuperar Toledo
tras la reconquista de ésta por Alfonso VI.
Los árabes dejaron la ciudad sin suministro.
Durante mucho tiempo serán los azacanes o aguadores
quienes se encargarán, con sus mulos,
de proporcionar agua a Toledo,
convirtiéndose en un poderoso gremio.
En el siglo XVI, el Emperador Carlos
encargará a Juanelo Turriano la construcción de
un artificio
para elevar el agua del Tajo.
De la compleja obra de ingeniería construida por
los romanos
se conservan en la ciudad muy escasos restos:
Apenas los arranques de sus apoyos en ambas
orillas del Tajo,
los estribos de las grandes arcadas que salvaban
el cañón del río,
estribos de mortero,
desprovistos ahora del recubrimiento de sillería
de piedra,
sujetos a la roca del tajo
entre el Alcázar y la Academia de Infantería,
a la altura del puente nuevo de Alcántara
(construido hacia 1930),
a apenas 150 metros del artificio de Juanelo
(construido en el siglo XVI),
y cerca del puente viejo de Alcántara
(que, también de origen romano,
fue destruido en el siglo IX y reconstruido por
los árabes,
manteniéndose el arco central de época romana).
Se conservan también, frente al Museo de Santa
Cruz,
unos arcos y un muro
que pudieron haber formado parte del sistema de
canalización.
***
El suministro se proporcionaba mediante
conducciones
que recorrían la ciudad.
Se conservan restos relacionados
con el sistema de traída, almacenamiento y
evacuación de aguas:
conductos, depósitos y salidas de cloacas.
También, unas termas, ubicadas en el centro de la
ciudad.
Se han encontrado testimonios de esta
infraestructura hidráulica
en diferentes localizaciones,
todos ellos distribuidores de la red de
abastecimiento de agua.
En los sótanos de los números 19 y 21 de la calle
Nuncio Viejo
y del número 1 de la calle Navarro Ledesma
hay unas bóvedas, restos de canalizaciones,
comunicadas con dos de los vestigios romanos de
mayor importancia:
las termas de la plaza Amador de los Ríos
y las cisternas de la calle Alfonso X.
Los depósitos de agua de la calle de Alfonso X, 1
están situados bajo el edificio de la Delegación
de Hacienda.
Los descubrió en 1918 el arquitecto de la
Delegación,
en un espacio que se utilizaba como trastero.
El complejo está formado por cuatro galerías
abovedadas.
Formarían parte de la red de suministro
que, en este caso, llevaba el agua a las Termas:
la galería central continúa en la conducción que
hay bajo éstas.
***
Las termas de la plaza de Amador de los Ríos
fueron descubiertas en 1986.
El material empleado en ellas (mármol) y sus
grandes dimensiones
hacen pensar que se trataba de unos baños
públicos.
Pasado el tiempo, el edificio se arruinó
y sus materiales fueron reutilizados para otras
construcciones,
de las que también quedan trazas:
un silo medieval, unos aljibes del siglo XVI,
unos pilares que soportan la estructura del
inmueble actual,
levantado en el siglo XX.
En el año 2002, el Consorcio de la Ciudad de Toledo
decidió recuperar estos vestigios.
Tras los trabajos de restauración,
se adecuó el espacio para ubicar en él
la Oficina de Información del Consorcio.
***
Los romanos construyeron también un sistema de
cloacas
que llevaban las aguas residuales a las afueras.
Se conserva una de las salidas del alcantarillado,
muy cerca de la Puerta del Sol.
***
Otros muchos vestigios, pese a estar dados por
desaparecidos,
puede que se encuentren en el subsuelo de la
urbe,
tales como el teatro (ubicado en el solar
inmediato al circo,
que actualmente ocupa un colegio),
el anfiteatro (bajo el actual barrio de
Covachuelas),
numerosas calzadas (como la recientemente
encontrada
a 7 metros de profundidad bajo el jardín de la
Mezquita del Cristo)...
La mayor parte de las construcciones fueron
derruidas
para aprovechar sus sillares en nuevas
edificaciones,
pero bajo la ciudad, sin duda, perviven las
trazas
de la primitiva Toletum.
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