jueves, 30 de mayo de 2013

TOLEDO. Iglesia de San Román




A mediados del siglo VI
los visigodos establecieron su capital en Toledo,
y en ella se mantuvieron
hasta la invasión de los musulmanes en el año 711.


El reino hispano-visigodo se prolongó durante siglo y medio,
a lo largo del cual se sucedieron en el trono 33 reyes,
muchos de los cuales murieron de forma violenta
a manos de facciones rivales.


Los visigodos estuvieron en España durante más de dos siglos,
pero es muy poco lo que se conserva de ellos,
destruida casi la totalidad de sus edificaciones por los árabes.


En 1085 Alfonso VI el Bravo sitió y tomó Toledo.
Tras esta importante victoria,
el monarca adoptó los títulos de “victoriosissimo rege in Toleto”
y de “imperator totius Hispaniae”.
Se presentaba así como heredero
de los derechos dinásticos del reino visigodo,
que siempre reivindicaron los reyes de León.


***


La iglesia de San Román (Sancto Romano) se encuentra
en la plaza del mismo nombre,
en el punto más elevado del casco toledano.


Quizás los primeros pobladores utilizaran el enclave
como puesto militar.


La iglesia se construyó en el siglo XII
en el lugar donde antes hubo una mezquita
y antes una basílica visigótica
y antes un templo romano.


De la iglesia visigoda quedan algunos capiteles
sobre los que se alzaron los arcos califales.


En San Román se coronó a Alfonso VIII en 1166.
En esa época el clero de San Román
era el más numeroso de todas las parroquias.
Fue consagrada oficialmente en 1221
por el arzobispo Rodrigo Ximénez de Rada.


***


San Román fue construida en estilo mozárabe-mudéjar.


La torre está asentada sobre el antiguo alminar.
Fue exenta hasta el siglo XVI.
Tiene escaleras de madera en el último tramo,
lo que permitiría cortarlas en caso de necesidad defensiva.


En la nave de la epístola hay una pequeña puerta, hoy cegada,
que daría acceso al claustro,
después integrado en el adosado convento de San Pedro Mártir,
de construcción posterior,
y al que pertenece la portada que da a la plaza.


En la iglesia abundan los enterramientos y epitafios
de personas importantes.
La primera inhumación data de 1245;
con el tiempo el subsuelo del templo
se convirtió en un gran cementerio.
En la cripta hay centenares de momias, que fueron descubiertas
durante las obras de restauración de los años 60 del siglo XX.


En las naves, finas ventanas lobuladas con celosías
tamizan y endulzan la luz.


Hermosas arquerías de herradura de estilo califal
apoyan sobre columnas visigodas y romanas.


Frescos del siglo XIII cubren paredes y arcos.
Son las pinturas románicas conservadas más al Sur de Occidente.


***


Son pinturas con fuertes influencias orientales,
bizantinas en su colorido y diseño
y musulmanas en su inspiración.


Se aúnan en ellas los temas cristianos
con motivos geométricos y vegetales
propios de la decoración islámica;
hay inscripciones en latín y en árabe cúfico,
como reflejando una simbiosis
entre los ritos litúrgicos mozárabe y romano.


Las pinturas que enmarcan las estructuras arquitectónicas
son de clara procedencia árabe.
Hay dibujos califales en las dovelas de los arcos,
triángulos y cintas anudadas de época almohade y taifa.
En torno a los vanos, roleos con palmas y pájaros.


La parte superior de la nave central está recorrida
por un festón a modo de cimacio
con una inscripción en latín: el psalmo CIII de la Biblia Vulgata:
"...QVI PONIS... CENSUM...
QVI ANBVL... SVPER : VENTO...
FACIS ANGEL... S : SPIRI... ET MIN...".
("...QUI PONIS NUBEM ASCENSUM TUUM
QUI AMBULAS SUPER PINNAS VENTORUM
QUI FACIS ANGELOS TUOS
SPIRITUS ET MINISTROS...":
...LAS NUBES TE SIRVEN DE CARRUAJE
Y AVANZAS EN ALAS DEL VIENTO.
USAS COMO MENSAJEROS A LOS VIENTOS,
Y A LOS RELÁMPAGOS COMO MINISTROS...)


Los trazos islámicos, como los atauriques,
la bicromía de las dovelas de los arcos,
y las inscripciones arábigas en las ventanas
serían los más tempranos,
como lo demuestra el que algunas de las escenas figuradas
no sólo se acomodan a estas decoraciones
sino que, en algunos espacios, se sobreponen.


En cuanto a las pinturas figurativas,
parece que trabajaron en ellas dos escuelas o talleres.


Hay una abundante representación de ángeles,
similares a los de las miniaturas de las Biblias mozárabes,
como los del presbiterio,
con vestiduras blancas y las alas desplegadas sobre fondo rojo.


Cuatro heraldos -uno a cada lado de dos Sibilas-
hacen sonar sus olifantes.


El ciclo pictórico no se conserva en su totalidad,
por lo que resulta difícil precisar el programa iconográfico.



Las más arcaicas, y las mejor conservadas,
son las figuras frontales, rígidas, hieráticas y alargadas,
con una anatomía muy esquematizada bajo los ropajes
y presencia solemne;
el tamaño de cada figura
está en función de su rango jerárquico,
de la categoría del personaje en cada escena.


En los intradoses de los arcos, hay parejas de santos y obispos
a los que se representa bendiciendo o con báculo y libro,
y los obispos de la Sede Primada, con dalmática y mitra.
En las enjutas de los arcos, parejas de profetas
con el rollo desplegado
y filacterias en las que se leen sus nombres,
pudiéndose identificar
a Ezequiel, Daniel, Joel, Jonás, Zacarías y Abacuc;
santos como Esteban y Lorenzo,
fundadores de órdenes religiosas, Benito y Bernardo,
y doctores de la Iglesia, Leandro de Sevilla y Ambrosio de Milán.
En el muro, a los pies de la iglesia,
los dos profetas mayores, Isaías y Jeremías,
también con filacterias en las que se inscriben sus nombres latinos.


En la escena central, dos árboles
dan cobertura a personajes nimbados,
que parecen dialogar entre ellos y que podrían ser los Apóstoles:
doce figuras con túnicas de colores, sentadas en tronos;
los seis personajes sentados bajo el árbol de la derecha
llevan barba y sujetan con una mano un libro cada uno,
levantando otra mano en señal de aceptación;
los seis sentados bajo el árbol de la izquierda
van afeitados, sujetan con ambas manos el libro
y bajan la mirada como signo de obediencia;
en la parte inferior, otros doce personajes,
de menor tamaño, con manto blanco y sentados,
permanecen en idéntica postura de acatamiento;
quizá sean los doce profetas menores.


Delante, también en dos áreas,
en la parte superior se representa a los evangelistas
como figuras aladas sentadas en atriles,
y en la inferior hay obispos con báculos y mitras,
de pie y con gesto de bendecir.



Las pinturas de factura distinta son más naturalistas,
con más movimiento:


A los pies de la nave central, varias escenas:


El Paraíso: Eva y un Dios Padre imberbe y con nimbo
y la inscripción “Edem” (Edén).


La Resurrección de los muertos:
Tres ángeles tocan trompetas
mientras los sepulcros se abren para dejar salir a los resucitados,
que empujan las losas;
esos resucitados son hombres y mujeres, reyes y clérigos,
la totalidad de los seres humanos,
sin distinción de sexo o condición social.


A los pies de la nave del Evangelio,
la lucha de San Miguel con el dragón.


Al lado de la puerta hay un gigantesco San Cristóbal,
imagen frecuente en el interior de los templos,
asociada a dos creencias:
una que decía que el que entrase a la iglesia y rezase al santo,
ese día no moriría,
y otra que afirmaba que el santo
sostendría la estructura del edificio.



La demolición de la capilla mayor
para su reconstrucción, en el siglo XVI,
supuso la destrucción de parte de los murales,
por lo que la iconografía ha quedado incompleta.


***


En el siglo XV la iglesia entró en decadencia, llegando a convertirse
en lugar de paso hacia el nuevo convento de San Pedro Mártir
que empezó a construirse en 1407.
Pronto la torre de San Román
comenzó a ser utilizada por los dominicos.


Sin embargo, en 1502 en el testamento de don Hernando Niño
se ordenaba la fundación de una capellanía
en la capilla mayor de la iglesia.
Su hija convirtió la capilla en mausoleo familiar
y promovió la remodelación de la misma
y la ornamentación general de la iglesia
con nuevos retablos.


Se añadió a la capilla mayor
una gran cúpula plateresca diseñada por Alonso de Covarrubias
y poco después un retablo barroco de Diego de Velasco.


En el interior había, así, dos tipos de iglesia:
A los pies, tres naves mudéjares separadas por arcos de herradura
sobre los que se adosan columnas con elementos visigodos.
En el presbiterio y el ábside, las reformas de Covarrubias,
y el retablo de Diego de Velasco para el altar mayor.


En el siglo XVII se cegó la arquería superior
y se encalaron las paredes.
Las pinturas románicas fueron cubiertas y olvidadas.


En 1919 la parroquia fue suprimida
y su feligresía y sus tesoros artísticos
pasaron a la cercana de Santa Leocadia.


Una estampa de Jenaro Pérez Villaamil, de 1842,
recoge una imagen del templo antes de su desmantelamiento.


En 1921 una porción de los frescos,
ocultos bajo varios revocos,
fue redescubierta accidentalmente, detrás del órgano.


En 1940 se restauró la iglesia,
recuperándose en lo posible la totalidad de los murales.


Entre 1967 y 1970 las obras para ubicar allí
el Museo de los Concilios y la Cultura Visigoda
permitieron recuperar algún otro elemento
y se suprimieron algunos añadidos exteriores.


En 1979 fueron demolidos los depósitos de agua
que se habían construido frente a la iglesia
y se generó la plaza hoy ocupada por una estatua de Garcilaso.


***


El arzobispado de Toledo cedió el edificio
para la instalación del Museo Visigótico.


En 1969, en el Decreto de creación, se dice:
«Se crea en Toledo, como filial del Museo de Santa Cruz,
el “Museo de los Concilios y la Cultura visigótica”,
con la misión de exhibir en él
cuantos testimonios histórico-artísticos puedan recogerse,
relativos a dicha cultura,
y promover los estudios adecuados
para el conocimiento de aquel período de nuestra vida colectiva,
que fue decisivo en la génesis
de la conciencia unitaria del pueblo español».


A partir del decreto, se iniciaron obras en la iglesia,
preparándola para acoger la exposición.


En 1971 fue inaugurado el recinto.


Contiene varias colecciones arqueológicas
de los siglos VI, VII y VIII:


piedras labradas, relieves, muestras epigráficas,
dinteles, capiteles, columnas, cimacios, canceles,
documentos, códices en letra visigótica,
piezas de orfebrería,
monedas, fíbulas, collares, anillos y hebillas,
pilas, pequeños altares con el alfa y la omega,
nichos esculpidos
y el fragmento de Credo hispano-godo
encontrado en 1956 en la Vega Baja.
Vestigios histórico-artísticos de la antigua capital del reino visigodo.


Todo procede de los fondos del Museo de Santa Cruz
salvo el depósito compuesto por los ajuares funerarios
del yacimiento de Carpio de Tajo,
que es propiedad del Museo Arqueológico Nacional.


Y la reproducción del tesoro de Guarrazar
(el auténtico se encuentra
en el Museo Arqueológico Nacional, en Madrid).


Así, aquí, en un rincón poco conocido de Toledo,
iluminado por una luz tenue,
se encuentra lo que nos ha quedado
del alma de los visigodos.

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