Los
cementerios, igual que las sinagogas,
formaban
parte de los bienes comunales de las aljamas.
Las
aljamas judías contaban con sus propios cementerios,
que
tenían gran importancia para los hebreos.
Las
pequeñas comunidades que no disponían de cementerio propio
llevaban
sus difuntos al de la aljama de la que dependían.
Por
razones de salubridad y de tradición
los
cementerios se situaban a las afueras de las poblaciones
(el
Talmud prescribe que se ubiquen
a
un mínimo de 50 pasos de la última casa)
y,
siempre que fuera posible, en lugar elevado e inclinado
y
orientado hacia Oriente
y
preferiblemente separados de la población por arroyos.
El
Talmud exige que los sepelios se realicen en tierra virgen.
La
judería debía tener un acceso directo al cementerio
para
evitar que los entierros discurrieran por el interior de la ciudad
y
con ello las posibles alteraciones que la comunidad cristiana
pudiera
ocasionar al cortejo fúnebre.
La
orientación de todos los enterramientos hebreos
era
con la cabeza al Oeste y los pies al Este,
mirando
hacia Jerusalén.
En
la Edad Media se creó la Jevrá Kadishá, o Sociedad de Entierros,
una
de las asociaciones de mayor prestigio de la vida hebrea,
formada
por un grupo de judíos locales
que
se encargaba de preparar al difunto para su entierro;
grupos
diferentes atendían a hombres y mujeres.
En
las poblaciones en que no existía esta sociedad,
se
ocupaban de ello los vecinos mayores.
La
Sociedad de Entierros se ocupaba del difunto,
manteniendo
siempre el cuerpo cubierto por un gran lienzo
que
cuatro personas mantenían sujeto
por
cada una de las cuatro esquinas.
Así
se realizaba el tahará o lavado ritual del cadáver,
al
que se afeitaba y cortaban el pelo y las uñas,
pues
el Talmud los considera elementos impuros.
A
continuación lo amortajaban.
Luego
se llevaba a cabo una breve ceremonia
en
la que se pronunciaba el Tziduk Hadin
(la
aceptación de la Justicia del Decreto Divino).
Después
se recitaba el Kadish
(la
afirmación de la creencia en el Todopoderoso).
Luego
el cuerpo era introducido en el ataúd,
si
se optaba por utilizar éste,
que
debía ser de madera blanca y sin pulir.
En
algunos casos se perforaba con algunos agujeros,
para
facilitar la integración del cuerpo en la tierra.
Según
la costumbre de los judíos españoles,
que
se ha mantenido en las comunidades sefardíes de Oriente,
cuando
una persona fallecía, debían vaciarse
todos
los depósitos de agua que había en la casa,
por
la creencia de que el “ángel de la muerte”,
tras
llevar a cabo su acción,
limpiaba
su espada mortífera en el agua que hallaba a su alcance;
por
eso, las ollas eran colocadas boca abajo en la puerta de la casa
donde
se había producido un fallecimiento;
los
miembros de la familia sacerdotal, los Kohen,
debían
mantenerse a una distancia mínima de seis pies
para
preservar la pureza ritual de los sacerdotes.
El
cuerpo era llevado al cementerio,
deteniéndose
la procesión fúnebre siete veces.
Si
el muerto era un personaje notable,
a
su paso se abrían las puertas de la sinagoga
y
se hacía sonar el shofar.
Si
no se podía evitar el cruce por calles cristianas,
el
cortejo interrumpía los cánticos y lamentos
al
pasar por delante de las iglesias.
Una
vez llegados al cementerio,
el
Acafoth era la ceremonia consistente
en
dar siete vueltas alrededor del féretro,
pronunciando
una oración llamada rodeamento,
por
la creencia de que los demonios seguían al difunto a la tumba,
pero
podían ser desviados formando un círculo alrededor del fallecido.
En
algunos casos se colocaba una almohada al difunto,
hecha
con la misma tela de la mortaja
y
llena de tierra de la sepultura.
Tras
depositar el cadáver,
cada
persona echaba un puñado de tierra o una palada,
con
cuidado de no pasarse la pala de mano en mano,
sino
dejándola en el suelo para que el siguiente la tomara de allí,
para
evitar transmitir el pesar de unos a otros.
Terminado
el entierro, a la salida,
los
dolientes se sentaban en un banco
y
los asistentes pasaban delante de ellos
y
pronunciaban palabras de consuelo.
A
continuación debía procederse al lavado de manos ritual.
Si
no existía una fuente en las cercanías, llevaban jarras con agua,
que
se vertía primero sobre la mano derecha
y
después sobre la mano izquierda,
tres
veces sucesivamente.
Así
se alejaba la impureza creada por el contacto con la muerte.
En
algunas comunidades se lavaban además los ojos y la cara,
para
retirar “el espíritu de impureza que existe en el cementerio”,
y
a veces también se hacían baños purificadores en el miqwé.
Los
sacerdotes judíos (kohanim)
no
deben contaminarse con los muertos,
por
lo que los judíos de apellido Cohen, descendientes de este linaje,
tienen
prohibido entrar en los cementerios
excepto
por la muerte de sus padres.
La
tumba se marcaba, generalmente con una estela,
un
año después de producirse el fallecimiento,
cuando
finalizaba el luto.
***
El
cementerio judío de Segovia se extendía
por
la ladera izquierda de la cuenca del arroyo Clamores,
al
Sur de la ciudad y fuera del recinto amurallado,
frente
al lienzo de la muralla comprendido
entre
la Casa del Sol y el Postigo de la Luna,
tramo
de muralla que quedó integrado en 1481 en el barrio judío.
La
mayor concentración de enterramientos
se
encuentra frente a la Puerta de San Andrés.
Dicho
otero es conocido actualmente con el nombre del Pinarillo.
Presenta
una pendiente casi uniforme,
rota
por numerosas depresiones u hoyos,
y
por ello también se conoce como la Cuesta de los Hoyos.
En
la actualidad está cubierto de pinos.
Más
allá se extiende el páramo, tierras áridas y desérticas.
Entre
la ciudad y el cementerio se extendía
el
valle del río Clamores, con cuevas, huertos y tenerías.
(En
la actualidad el Clamores va entubado;
sólo
un pequeño estanque y un canal evocan su existencia).
La
aljama y la necrópolis se comunicaban
por
una vereda que desde la puerta de San Andrés
bajaba
por la Hontanilla y cruzaba el Clamores
por
el puente de la Estrella (hoy reconstruido).
Por
la puerta de San Andrés salía de la muralla el cortejo fúnebre,
descendía
hasta el valle,
salvaba
el Clamores por el puente de la Estrella
y
subía hasta el cementerio por la ladera opuesta.
(Hoy
el cruce de la carretera se realiza por un pequeño túnel.
Una
vez atravesado, unas escaleras llevan al cementerio).
Desde
el Pinarillo se divisa el perfil de Segovia,
y
asimismo desde la muralla es visible el cementerio.
***
Ningún
estudio arqueológico ha localizado lápidas,
por
lo que no hay restos epigráficos que proporcionen información.
Tampoco
se han encontrado vestigios
del
muro que cerraría el espacio.
Hay
varios tipos de enterramientos: las cuevas y las fosas.
Seguramente
las primeras son más antiguas.
Las
cuevas, semisubterráneas, están abiertas en la roca,
tienen
la altura aproximada de una persona,
planta
más o menos circular, entrada rectangular
y
acceso a través de un pequeño pasillo a cielo abierto.
Probablemente
se aprovecharon cuevas naturales,
que
fueron ampliadas y acondicionadas.
Algunas
se comunican entre sí
y
en algunos casos conservan hornacinas en las paredes.
La
entrada se cerraba con una losa.
Se
han encontrado un total de 26.
Son
una singularidad de este cementerio,
ya
que la cámara hipogea no es utilizada
en
el mundo funerario medieval hispano.
(Es
posible que las cuevas de Murviedro, en Sagunto,
ubicadas
en un lugar donde la tradición sitúa un cementerio judío,
respondieran
a una práctica similar a la de Segovia).
Hay
quien considera que no eran enterramientos directos
sino
lugares de depósito secundario, osarios.
Las
fosas también están excavadas en la roca.
Hay
localizados 50 sepulcros, de dos tipos:
unas
atropomorfas y otras trapezoidales.
Se
cubrían con lajas de piedra.
Hay
asimismo fosas cavadas en tierra.
Corresponden
a los enterramientos más recientes.
La
distribución de los enterramientos no responde a trazado previo,
sino
a las irregularidades del terreno.
***
El
cementerio de Segovia es la única necrópolis hebrea medieval
conservada
en Castilla y León.
Y
es también una de las pocas necrópolis judías europeas medievales
que,
habiendo sido ubicada
en
las afueras de la aljama y extra-muros de la ciudad,
se
ha conservado.
Debido
a la ausencia de losas sepulcrales,
se
desconoce la datación cronológica de esta necrópolis.
La
mención más antigua data de 1460
(un
documento relativo a unos lindes de propiedades
que
se refiere al cementerio como fonsario de los judíos),
pero
es ya muy tardía si se considera
que
existió población judía documentada en la ciudad desde 1215
(su
presencia probablemente es anterior a esta fecha).
Posiblemente,
desde los siglos XII o XIII hasta su expulsión,
los
judíos segovianos enterraron aquí a sus muertos.
El
Pinarillo es una muestra más
de
la pujanza que llegó a tener la aljama segoviana.
Y
también de que su relación con la comunidad cristiana
fue
pacífica durante siglos:
la
sola existencia de una necrópolis
en
territorio aislado y desprotegido de la judería
es
prueba de ello, ya que, de lo contrario,
el
cementerio habría sido objeto de saqueos y ultrajes.
En
1492, tras la expulsión, los Reyes Católicos
entregaron
el terreno del cementerio al Concejo de la ciudad,
con
la condición de que lo mantuviese como ejido,
es
decir, sin uso agrícola ni ganadero.
El
año siguiente, las piedras del fonsario
fueron
donadas al monasterio de Santa María del Parral.
En
la actualidad no se conoce la ubicación de ninguna de esas lápidas
ni
se sabe si se utilizaron en la construcción del templo.
Nunca
se perdió la memoria de la condición funeraria de ese terreno,
como
sí ocurrió en otras poblaciones.
La
zona fue llamada durante un tiempo
Peñas
del Fonsario de los Judíos.
Según
cuenta el historiador Diego de Colmenares en 1633,
el
valle del Clamores y la zona de las Tenerías
eran
llamados Prado Santo.
En
el siglo XVIII el nombre fue cambiando
por
el de Cuesta de los Hoyos.
Fue
Diego de Colmenares el primero que, en el siglo XVII,
localizó
el cementerio e hizo referencia a él.
Hasta
el siglo XIX el paraje era un monte pelado y árido.
En
un dibujo de la serie de Wyngaerde, fechado en 1562,
se
ve la ladera del cerro como un erial con múltiples depresiones.
En
el siglo XIX algunas de las cámaras sepulcrales
fueron
utilizadas como cuevas-vivienda.
En
1859 el Ayuntamiento realizó una plantación de pinos.
En
1881 la construcción de la carretera paralela a la colina
dejó
al descubierto algunas tumbas.
En
1886 Joaquín Mª Castellarnau inició excavaciones arqueológicas,
junto
con Jesús Grinda y el padre Fidel Fita,
y
publicó los primeros estudios sobre el cementerio.
[Castellarnau
(1848 – 1943), Ingeniero de Montes,
presidió
la Real Sociedad Española de Historia Natural
y
diseñó un programa de ordenación del monte segoviano.
Hoy
una placa en la fachada recuerda la que fue su casa de Segovia].
Los
estudios de Castellarnau, Grinda y Fita
permitieron
conocer la tipología de las cuevas
y
confirmar el texto de Colmenares y otros documentos
que
se referían a este lugar como fonsario de los judíos.
Castellarnau
describía así el lugar:
«Al
pié de cada depresión se observa una protuberancia redondeada,
pero
todo está recubierto por la capa de tierra vegetal
que
uniformemente se extiende por la superficie de la ladera,
excepto
el escarpe inferior.
Hay,
sin embargo, algunas de estas depresiones
que
ofrecen al descubierto, en su parte más profunda,
las
entradas de cuevas excavadas artificialmente en la roca.
Una
de ellas ha sido utilizada por el guarda del terreno
para
depósito de forrajes y otros usos;
pero
en general están tapadas las aberturas,
y
hasta el presente se desconocía por completo
que
la Cuesta de los Hoyos estuviera literalmente cuajada
de
estas grutas debidas á la mano del hombre.
En
vista del aspecto general de la ladera
y
del que ofrecen al exterior las cuevas
que
conservan abierta su entrada,
se
supuso que en cada una
de
las pequeñas depresiones ú hoyadas del terreno
se
encontraría una de aquellas.
Para
confirmar esta hipótesis
se
empezó á excavar en uno de los hoyos,
situado
frente á la puerta de San Geroteo de la Catedral,
á
la derecha de la vereda que conduce
desde
el puente sobre el Clamores á la casilla del guarda.
A
poco de empezados los trabajos, se dió con una abertura
que
conducía á la cueva más pequeña de las dos que dibujamos.
Pero
antes de penetrar en ella y á un metro de profundidad,
se
descubrió un sepulcro labrado en la roca,
lo
que hizo suponer la existencia de otros semejantes
en
aquellas inmediaciones.
Desde
ese momento, las excavaciones se dirigieron,
no
solo á explorar las cuevas,
sino
también á confirmar el texto de Colmenares
y
de algunas antiguas escrituras,
que
señalan el terreno
conocido
actualmente con el nombre de Cuesta de los Hoyos,
como
cementerio hebreo (Fonsario de los judíos).
Las
excavaciones han puesto así al descubierto
dos
clases de construcciones: las cuevas y los sepulcros
[...]
En
todos se han encontrado los esqueletos intactos. [...]
Los
cráneos, sometidos á la inspección
de
nuestro compañero y amigo, don Félix Gila, doctor en Ciencias,
ofrecen
el ángulo facial de Crammer muy desarrollado,
frente
abovedada, tabique de la nariz muy estrecho,
pómulos
regulares, dentición bella y bien conservada.
Son
ortognatos.
Por
término general la estatura de los esqueletos es alta
y
la osamenta firme.
Indicios
todos ellos de la raza de Israel, activa é inteligente
[...]
En
vista de estos datos y teniendo en cuenta
la
tradición y los textos de Colmenares,
y
los antiguos títulos de propiedad de los terrenos colindantes,
parece
comprobado que la Cuesta de los Hoyos
era
el cementerio de los judíos».
En
1961 la ampliación de la misma carretera
dejó
a la vista nuevos enterramientos.
En
el siglo XX se sucedieron las campañas de excavación:
En
1962, Isabel Burdiel de las Heras.
En
1975, Alonso Zamora.
En
1994 y 1997, Sonia Fernández Esteban.
En
2010 se acondicionó la necrópolis.
En
2011 se dieron por terminadas las labores
de
recuperación y adecuación del cementerio para su visita.
El
acceso es libre y se encuentra señalizado.
En
los últimos años se han recuperado
otros
cementerios judíos medievales:
El
de Barcelona, en Montjuïch, en 2000,
el
de Sevilla en 2004,
el
de Toledo en 2009
y
el de Ávila en 2012.
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