Unas pocas callecitas
pueden condensar todo un mundo,
toda una época.
Me interno por las estrechas callejuelas
y es como cruzar una puerta mágica
e internarse en un ámbito transfigurado.
Camino bajo el efecto de la alquimia,
subyugada,
contemplando imágenes del pasado,
respirando con avidez el aire hipnótico
que proporciona esta visión que atraviesa los siglos.
Me siento en un rincón de una de estas
calles del ensueño
y contemplo el espectáculo portentoso
del pasado.
Estoy sentada en el suelo de la calle,
bajo los efectos de la potente pócima
que me hace ver tiempos pretéritos.
Todo un mundo
se resume en este rincón del mundo.
Hoy, ahora,
todo lo que importa está ocurriendo
en esta callecita solitaria.
Hoy, ahora,
estoy exactamente en el sitio
en el que quiero estar.
En esta callejuela silenciosa
por la que, gracias a un sortilegio,
estoy viendo pasar las décadas.
Estoy sentada en el suelo de la calle,
como una mendiga,
aguardando la llegada del mago
que me transfigure a mí también.
Llegará.
Mientras tanto
respiro y viajo en el tiempo,
siento el efecto de la pócima
que alguien ha disuelto en el aire,
me voy volviendo sabia,
me voy enriqueciendo.
Si alguien me ve y piensa
que soy una mendiga,
no importa:
yo sé que soy rica.
Sé que en estas calles están todas las calles;
todas las calles que importan.
Sé que las pisadas que escucho
anuncian la presencia
de alguien importante,
alquien a quien he buscado
por muchos caminos, muchas ciudades,
muchos libros.
Mientras,
aquí se preparaba el prodigio,
el sol fecundaba estas piedras,
inmortalizaba en ellas lo fugaz,
alimentaba todas las expectativas,
proporcionaba latido a lo yerto.
Y ahora, hay tanta luz aquí,
se está produciendo tal concentración de luz
que sé que está a punto de ocurrir
lo tanto tiempo buscado.
Permanezco inmóvil, expectante,
sentada en un rincón de la calle,
respirando.
Todo se ha detenido
salvo esas pisadas.
Esas pisadas que escucho.
Sé que está a punto de aparecer
alguien importante.
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