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miércoles, 7 de enero de 2015

VALLADOLID. Palacio de la Ribera



El Palacio Real de Valladolid carecía de jardines.
El Duque de Lerma puso remedio a esa carencia
con la compra de una finca al otro lado del río,
a la altura del palacio de Benavente.

Estaba situada frente a lo que hoy es la playa de Las Moreras,
junto al Puente Mayor
(que durante siglos fue el único puente de la ciudad),
entre la ribera del río Pisuerga
y lo que entonces era Camino del Monasterio del Prado
(el Camino es la actual Avenida de Salamanca
y el Monasterio la actual Consejería de Cultura).
Esta zona (futuro Barrio de la Victoria) era un lugar concurrido,
pues era salida hacia poblaciones que abastecían la ciudad.

El lugar se llamó en principio Huerta de la Ribera o Huerta del Duque
y luego Huerta del Rey.

El Duque de Lerma compró las tierras y construyó un palacio
cuando la corte estuvo en Valladolid.

La quinta comenzó a configurarse en 1601
con la compra de las parcelas inmediatas al Puente Mayor,
y fue creciendo con sucesivas compras
a la vez que el monarca también adquiría terrenos vecinos
por consejo del valido.


***

Inicialmente fue la residencia del Duque.
El palacio se podía observar desde la ciudad,
manifestación del poder del valido, inaccesible para casi todos,
con la entrada desde el Camino al Monasterio.
En él el Duque agasajó al monarca con todo tipo de festejos.

El asentamiento de la corte en Valladolid puso de manifiesto
el absoluto control del Duque sobre la voluntad regia.
El valido dejó constancia de su presencia en la ciudad
a través de sus distintas fundaciones conventuales.
La Quinta de la Ribera competía con el Palacio Real.
El monarca parecía un huésped del Duque,
con sus continuas visitas a la residencia de éste.
Las referencias al palacio del Duque
se multiplican en la correspondencia de los embajadores.

Recreación: Domus Pucelae

La fachada norte tenía treinta y cuatro ventanas
y la fachada sur cinco puertas y veinte ventanas.
Sus estancias estuvieron decoradas con cuadros de gran valor,
obras de Carducho, Rubens, Veronés, Tiziano o Pantoja de la Cruz,
el grueso de la colección del Museo del Prado.

El lugar estaba concebido como una casa de recreo,
con jardines, arboledas, pérgolas, torretas, cenadores,
estanques, fuentes, pajareras, una plaza de toros
y un zoológico con leones, camellos y otros animales.
La finca contaba además con una buena extensión de huertas
y campos de árboles frutales, como almendros y naranjos,
con dependencias para labores agrícolas, una bodega y un lagar.
Disponía también de una zona de bosque dedicada a la caza
donde había jabalíes, venados, conejos y aves.

Estaba comunicado con lo que entonces era Palacio Real
(el palacio del Conde de Benavente)
por un pasadizo que atravesaba el río a la altura de San Quirce.

En 1604 Domitio Peroni escribe a Fernando de Medici:
«El jardín sirve por entero a la recreación y entretenimiento de sus Majestades, y ahora, para comodidad de sus Majestades, han hecho hacer un pasadizo de tablas al ras de la tierra, que atraviesa un camino y toda la rivera siguiendo el río, de unas 300 brazas. Se sale por una puerta, por detrás del palacio viejo [el del Conde de Benavente], y se llega hasta el agua donde hay una fragata con la que pasan el río y rápidamente, sin ser vistos, entran en el jardín por una escalera que sube hasta un cenador que bajo la sombra de mucha verdura se asoma sobre el río. Y aquí se quedan a pescar».

Se trataba de un corredor que comunicaba
el huerto de las casas del conde de Benavente con el embarcadero.

En un aposento del palacio se guardaban
dos mil cuatrocientos vidrios ordinarios
y doscientos cinco vidrios cristalinos
para las ventanas del palacio.
Estos vidrios sólo se colocaban en las ventanas
cuando los reyes estaban en el Palacio.
En la plaza de toros, situada en el interior,
se celebraban tanto corridas como luchas entre toros y leones.
Desde las galerías que daban al río se presenciaban
los espectáculos que se organizaban en éste:
naumaquias, lanzamiento de toros al agua, etc.

El río fue aprovechado tanto por su valor piscícola
como por su carácter lúdico
mediante un cenador y paseos en galeras y góndolas reales.

Dentro del río se levantó un cenador con paredes de celosía
al que se subía por una escalera cubierta.

El palacio se unió al resto del entramado palaciego de la ciudad
a través de dos embarcaderos, construidos a ambas orillas del río.

Las embarcaciones estaban engalanadas con banderas,
estandartes con escudos y gallardetes con diversos motivos.
Destacaba la galera San Felipe, bautizada así en honor del rey
y pintada por Santiago de las Cuevas:
«un cielo de damasco azul y dorado guarnecido con franjón de oro».

En 1604 el general Pedro de Zubiaurre construyó
un ingenio hidráulico, cerca del Puente Mayor,
para subir el agua del Pisuerga para los huertos y los jardines.
El italiano Domitio Peroni describía así el ingenio
en carta a su señor el duque florentino:
«Este agua la sacan por medio de trompas del río y la hacen salir fuera del río y más alto de la tierra, unas 14 brazas por encima, a través de ciertas vigas perforadas. Y desde la primera viga donde está el conducto e ingenio, parte un acueducto que la conduce hasta el jardín. Y el acueducto es de leña como un canal acomodado y armado sobre ciertas vigas gruesas fijadas al terreno cada 20 brazas. Y será este acuaducto alrededor de media milla de largo y alto por encima de la tierra 14 brazas».

*** 


En 1601 el Gran Duque de Toscana, Fernando de Medici,
regaló al Duque de Lerma una fuente para los jardines de su Palacio,
fuente de la que se había encaprichado el de Lerma
y que llegó a Valladolid al año siguiente:

Había sido realizada por Giovanni Bologna hacia 1565
para el Gran Duque de Francisco de Medici,
quien la emplazó en su Casino de Florencia.


Esta obra es mencionada en sus textos
por Vasari, Milanesi, Borghini y Baldinucci.
Su dibujo original se conserva en la Galería de los Uffizi de Florencia,
boceto en el que se puede ver cómo era inicialmente el conjunto.


La taza estaba formada por cuatro alvéolos sujetos por tritones.
En su centro se levantaba el grupo escultórico “Sansón y el filisteo”.

Fue la única fuente realizada por Juan de Bolonia para los Medici
que salió de Florencia,
y era una de las más valoradas del artista
(que a su vez era en aquel momento un escultor muy renombrado).

Recreación: Domus Pucelae

El Duque de Lerma quiso otra escultura similar,
para colocarla en una fuente pareja.

A lo largo de 1604, Domitio Peroni, al servicio del Duque de Toscana,
mantiene correspondencia con Florencia
acerca del jardín del Duque de Lerma y las fuentes:

«Las Magestades frecuentan bastante el jardín del señor duque de Lerma en estos días de buen tiempo. Y esta Semana Santa se hará un altarcillo con bellísimo aparato con ocasión del sepulcro [Se refiere al sepulcro que se está construyendo el Duque en la iglesia de San Pablo].
El señor Duque, para dar gusto a sus Magestades, pone todo estudio en hacer bello el dicho jardín y habitaciones que en él hay.
Se ha ampliado más de la mitad y se agrandará aún más el jardín, donde, según el diseño, tienen pensado mover aquella fuente de donde la habían puesto, que venía a ser el centro – y ahora por el crecimiento del jardín queda a un lado – y ponerla centrada.
Pero no la moverán hasta que el Carducho, pintor florentino, haya dado al señor Duque una respuesta, haviéndole S. E. encargado de escribir a Florencia para ver si se encuentra una parecida a ésta para comprarla. Porque encontrando una igual, no moverían ésta. Y la otra que tuviesen la pondrían en el centro de la otra mitad del jardín.
Verdaderamente se ve que en materia de fuentes no se podría hacer al señor Duque más relevante placer. Y que de éstas gusta más que de ninguna otra cosa, haviendo conducido tanta agua a su jardín que sería bastante para más de cuatro fuentes».

En otra carta de 1604, Peroni insiste sobre el tema:
«La fuente que desea el señor duque de Lerma
para acompañar a aquélla que le mandó S. A. hace años».

Ese mismo año, en una tercera misiva
Peroni informa al Duque de Toscana
que el Duque de Lerma ha ampliado su jardín
y que, debido a las prisas en remodelarlo,
la nueva estatua pedida ya no servirá de pareja a la del Sansón
que con la ampliación del jardín había quedado desplazada, pues,
«haviendo considerado que no se podría tener sino tras largo tiempo y que era aún dudoso conseguirla, se resolvió mover aquella de Sansón y ponerla en medio de todo el jardín, acompañada con otras cuatro fuentecillas».

«Ahora el Duque ha comprado de la parte de dicho jardín casi toda la ribera que hace perspectiva de la parte de aquí hacia la ciudad. De manera que digo que, teniendo el señor duque el humor en esto, es verosímil que otra fuente no le sería sino queridísima».

La estatua sigue resultando útil
porque el ambicioso proyecto del Duque prevé nuevas ampliaciones:
«aún así creo que si mandase aquí un bella fuente, sería extraordinariamente aceptada. Y este próximo año llegaría oportunamente porque el proyecto del señor Duque es que, de la otra parte de la casa, en la ribera del río, se haga otro jardín de la misma forma de éste que está ya hecho y terminado. Y aquella parte se empieza ya a circundar con muros. Y en esta parte estará la entrada principal del jardín y por una calle se llegará a la casa. Y de la casa se pasará a la otra parte del jardín que ahora está hecho».

La construcción de la fuente continuó
pese a no ser ya requerida como compañera del Sansón.


Con el tema “Sansón y el león”,
y también como regalo del florentino
(previas discretas mediaciones diplomáticas),
fue realizada por el escultor Cristoforo Stati, terminada en 1607
y enviada por Fernando de Medici a España.


En la segunda mitad del siglo XVII el historiador Filippo Baldinucci
mencionaba el envío de la estatua de Giambologna a España:
«por el gran duque Fernando,
expedida de regalo al duque de Lerma en España,
junto a otra en la que está Sansón abriendo la boca al león,
hecha por Cristoforo Stati de Bracciano».

No hay más referencias documentales a esta segunda estatua.
No se sabe dónde se ubicó una vez llegada a España.
No se sabe qué ocurrió con ella después.

En 1623 el grupo escultórico de Giambologna
fue regalado al príncipe de Gales, futuro rey Carlos,
junto con un cuadro de Pablo Veronés,
con ocasión de una estancia del príncipe en España.
En un escrito remitido al Rey se relata lo sucedido:

«Se fue a ver la huerta de Su Magestad acompañándole el Conde de Monterrey, el Duque Boquingan y su Embaxador ordinario y el Conde de Barajas y don Rodrigo Enríquez.
Vió todo lo que avía que ver en ella y contentóle tanto la statua de Cayn y Abel que estava en la fuente grande y una pintura de Paulo Veronese, que dio a entender gustaría de llevarlas, y la Junta dio orden al Veedor de las Obras que se las diese juzgando que Vuestra Magestad lo tendrá por bien y que no se podía escusar aviéndolas pedido y dexó un criado allí para sólo recivirlas».

Al salir de España la obra llevaba el título de “Caín y Abel”
(porque como tal fue interpretada la escena en la corte española)
y de este modo fue conocida durante mucho tiempo en Inglaterra.

Ese mismo año Jerónimo de Angulo solicitaba licencia para adquirir
una nueva figura que rematase la taza
y recordaba que las figuras que se llevó el príncipe de Gales
«valían... mucho y eran de grande estimaçión;
por lo menos no ay ahora en España quien las pueda hazer».

Pero en 1653 se ordenó la entrega de la taza
para instalarla en El Pardo,
contra el parecer de los encargados del jardín de la Ribera,
que avisan de que se está
«echando a perder el mejor jardín que tiene vra. magd.»


En 1654, el sobrestante Santiago Vaca remitía a sus superiores
un dibujo, conservado en el Archivo General de Simancas,
de la nueva fuente que sustituyó en Valladolid a la florentina.
No se sabe a dónde ha ido a parar esta fuente.

En 1655 la taza florentina fue enviada a los Jardines de Aranjuez.
Por entonces era conocida como Fuente de los Tritones.


Allí se le dotó de un nuevo remate:
una escultura de Baco realizada por el flamenco Jacobo Jonghelinck,
como se ve en los grabados de Meusnier y de Álvarez Colmenar
y como se mantiene en la actualidad.


El Sansón de Juan de Bolonia ha terminado
en el Museo Victoria y Alberto de Londres.

Se sabe mucho sobre lo que ocurrió con el Sansón de Giambologna
pero hasta hace poco apenas se recordaba el de Stati.
Hacia 1996 era propiedad de un coleccionista suizo;
en la actualidad se encuentra en el Instituto de Arte de Chicago.
En Aranjuez hay una figura similar que puede ser una copia.

*** 


El portugués Tomé Pinheiro da Veiga
tuvo ocasión de ver la Huerta, sus jardines y sus fuentes,
y los describió en su Fastiginia.
Vida cotidiana en la corte de Valladolid:
«En esta huerta hay campo para todo género de caza, y frente al palacio viejo unas casas, galerías y jardín y las calles con celosías de madera pintada sobre el río. […]
Está el jardín repartido en cuatro cuadros, con cuatro fuentes de invenciones, y en el medio una de alabastro que al duque mandó el duque de Florencia, que tiene las figuras de Caín y Abel, cosa tan perfecta que, como si fuera de Mirón o Policleto, la hallo digna de mandarse de Italia a España.
Está el jardín acompañado de casas, galerías, barandas, que vienen al río de un lado a otro, con lo que queda más hermoso y apacible; tiene casas de pajarillos con árboles en que se crían, y otras curiosidades. Las casas, así las altas como las bajas, están todas llenas de las más hermosas pinturas que hay en España, y muchas de ellas originales de Urbino, Miguel Ángel, Ticiano, Leonardo, Mantegna y otros más modernos, que fueron los Apeles, Timates, Zeuxis, Parrasios, Protógenes y Apolodoros de nuestros tiempos».

*** 


En un dibujo de Ventura Pérez quedaron plasmados
el ingenio de Zubiaurre, el Puente Mayor, las aceñas, el Espolón.
Y un toro en el agua
(aunque tal como lo pintó Ventura Pérez podría ser cualquier cosa).

*** 


En el fondo de un retrato de la infanta Ana María Mauricia
realizado por Juan Pantoja de la Cruz en 1602,
actualmente conservado en el Museo de Historia del Arte, de Viena,
desde una ventana se ve el Pisuerga a la altura del Puente Mayor.

Pantoja de la Cruz, nacido en Valladolid hacia 1553,
fue retratista oficial de las cortes de Felipe II y Felipe III,
y, cuando la corte se trasladó a Valladolid,
acompañó a Felipe III, y allí realizó algunos retratos destacados,
como el del propio monarca (Colección BBVA, Madrid),
el de la reina Margarita de Austria (Museo del Prado, Madrid),
el del Duque de Lerma (Colección Duque del Infantado, Madrid)
y el de la Infanta Ana Mauricia.

La infanta, hija de Felipe III y Margarita de Austria,
fue la primogénita de sus ocho hijos
y nació en Valladolid el 22 de septiembre de 1601,
cuando sus padres se alojaban en casa de los Condes de Benavente.
Cuando el 7 de octubre se celebró su bautizo en San Pablo,
la familia ya estaba instalada en el Palacio Real.
(Ana Mauricia de Austria casará con Luis XIII de Francia,
y será madre del futuro Luis XIV, el “Rey Sol”).

Don Felipe encargó a Pantoja de la Cruz un retrato de su hija.
La niña tenía dos meses,
aunque el pintor colocó su rostro sobre un cuerpo algo mayor.

La situó en el interior de una estancia
en la que por una ventana abierta al fondo se ve un paisaje.
Es una de las pocas vistas de Valladolid realizadas en esos años
y permite ubicar la escena en una de las salas
del palacio de los Condes de Benavente en el que nació la infanta,
en el ala orientada hacia el río, con galerías sobre el Pisuerga.

Recreación: Domus Pucelae

En primer plano se ve el Espolón (zona urbanizada hacia 1700),
por donde pasan unas caballerías.

En el río se distinguen embarcaciones,
tres aceñas o molinos harineros junto a una presa
y parte del Puente Mayor (actualmente muy reformado):
los cinco arcos inmediatos a la otra ribera,
con la primitiva Puerta del Puente, un portazgo
que daba beneficios aduaneros al convento de San Pablo.
(La Puerta del Puente fue demolida en el XIX).
No existe todavía el pretil del puente formado por bolas,
que fue colocado en 1603.

Al fondo se puede ver, a la derecha, una plaza
y, a la izquierda, un puentecillo que da acceso a la Huerta del Duque,
que se extiende paralela a la vegetación que bordea el cauce.

Enfrente de la Puerta del Puente
se encuentra el Humilladero del Cristo de la Pasión,
que perteneció a esta cofradía penitencial.
Fue derribado en 1815.

A su derecha está el hospital de San Bartolomé,
que dio nombre a la plaza.
El lugar será escenario en 1812 del enfrentamiento
entre los invasores franceses y las tropas que defendían la ciudad.
El convento será demolido en 1837.

Todo estos alrededores del Palacio de la Ribera han desaparecido,
sustituidos por bloques de edificios
construidos a partir de los años 70 del siglo XX.

*** 


Una litografía del siglo XIX plasmó el entorno
poco antes de su desaparición: una perspectiva del puente
desde el Barrio de la Victoria, junto a la Huerta del Rey,
con la Puerta del Puente ya transformada en arco triunfal,
reforma que se había realizado en el siglo XVII.
Junto a la puerta, una venta y dos iglesias,
la de San Nicolás y la de San Agustín.

*** 


El 11 de junio de 1606 el Palacio de la Ribera
pasó a formar parte del Real Patrimonio
cuando el duque de Lerma lo vendió a Felipe III
para integrarlo en la “Huerta del rey”,
los terrenos que había ido comprando el monarca junto al río.

Sin embargo, ese mismo año la corte abandonaba la ciudad
y el Palacio de la Ribera perdió su esplendor.


Tras el regreso de la corte a Madrid, el palacio fue poco utilizado.
Se realizaron pequeñas obras en el siglo XVII,
para las visitas de Felipe IV en 1660 y de Carlos II en 1690,
pero la realeza lo fue olvidando.
Según un inventario de 1703, el palacio tenía
quinientos diecinueve cuadros y un abundante y lujoso mobiliario.
Pero a lo largo del siglo XVIII todo ello se fue desperdigando.


Tras un grave proceso de deterioro del palacio,
en 1761 el arquitecto Ventura Rodríguez aconsejó su derribo.
Previamente fue desmantelado.
Sus materiales se utilizaron en otros edificios.


Actualmente, el Ayuntamiento ha recuperado dos muros,
y restos de cimentación que estaban ocultos por tierra y maleza.
Sólo eso queda.


Cuando se echa la vista al pasado, Valladolid emerge
como una gran ciudad fantasma,
una ciudad de edificios magníficos repletos de obras de arte,
brillantes construcciones de otros tiempos
que ya no existen ni tan siquiera en el recuerdo.

martes, 6 de enero de 2015

VALLADOLID. Palacio Real



«¿Qué Memphis o qué Pirámides se pueden comparar con el monasterio y colesio de Sant Pablo, aquí en Valladolid? ¿Y qué edificio de más excelencia que el colesio que hizo aquí el reuerendísimo Cardenal don Pero Gonçález de Mendoça, e con las casas que hizo aquí el Conde de Benauente, y el palacio imperial que hizo Francisco de los Cobos?»
Cristóbal de Villalón,
Ingeniosa comparación entre lo antiguo y lo presente, 1539


Durante el siglo XVI, Valladolid vivió una época de esplendor,
gracias a su actividad mercantil y artesanal.
En 1596 Felipe II dio el título de ciudad
a lo que hasta entonces era villa.
Durante todo el siglo se llevaron a cabo
una serie de reestructuraciones urbanas,
incrementadas por el gran incendio de 1561
que destruyó el centro urbano
y dio pie a la construcción de la nueva Plaza Mayor,
(que será modelo para el trazado de muchas plazas españolas,
entre ellas la de Madrid y Salamanca,
y se exportará a Suramérica).

También comenzaron las obras de la nueva catedral,
que quedó inconclusa debido al declive que sufrió la ciudad
cuando Felipe II decidió el traslado de la corte a Madrid
debido a su localización geográfica central y su cercanía a El Escorial.
El desmantelamiento del entramado administrativo
provocó la inmediata decadencia de la ciudad.

En 1601, por consejo del Duque de Lerma,
quien recibió altas sumas de dinero por parte de la nobleza local,
Felipe III trasladó la corte desde Madrid a Valladolid.

Seis meses antes del traslado,
el Duque de Lerma, a través de intermediarios,
adquirió diversos inmuebles en la decaída ciudad a precios irrisorios.
Con el cambio de capitalidad,
el precio de las viviendas subió rápidamente
y el Duque obtuvo grandes beneficios.

En esos años se multiplicaron las construcciones civiles y religiosas
y la ciudad conoció una frenética actividad económica y artística.

Todo el centro fue reformado para adaptarlo a la vida cortesana,
erigiéndose palacetes, pavimentándose calles
y construyendo pasadizos para que los nobles circularan sin ser vistos
(algo de lo que se burlará Quevedo).
Todo para hacer disfrutar a los nobles en la ciudad,
a base de fiestas, saraos y banquetes.

Se instalaron en Valladolid políticos, soldados, comerciantes, artistas,
entre ellos, Cervantes, Lope, Góngora, Quevedo…

En la ciudad nacieron dos hijos de los reyes:
El 22 de septiembre de 1601, Ana de Austria,
futura reina de Francia y madre de Luis XIV.
El 8 de abril de 1605, el futuro rey Felipe IV.

Mientras la corte tuvo aquí su sede, de 1601 a 1606,
la Plaza de San Pablo o de Palacio,
frecuentada por nobles y religiosos,
fue escenario de acontecimientos y celebraciones
y los magnates levantaron en ella sus palacios.
Durante algún tiempo fue conocida como “los Sitios Reales”
y constituyó el centro de la actividad de la ciudad.

Estaba situada extramuros de la primitiva cerca
que delimitaba el casco urbano de Valladolid en el siglo X,
junto a la Puerta de Cabezón.

Tuvo un carácter predominantemente clerical en la Edad Media
pero se convirtió en cortesana en el comienzo de la Edad Moderna.

En esos años en los que Valladolid fue la capital del mundo,
en la plaza hubo nacimientos, bautizos, bodas y muertes
de miembros de la realeza.
Fue el centro de gobierno de la monarquía hispánica
y la zona más aristocrática de la ciudad,
donde se concentraron el arte, el lujo y el refinamiento.

*** 


El 10 de enero de 1601 Felipe III anunciaba en un real decreto
el traslado de la corte a Valladolid.

La noticia causó conmoción.
El padre José Sepúlveda, en sus Sucesos del reinado de Felipe III,
comentaba con extrañeza que un príncipe tan grande
«deje tantas recreaciones y casas
como tiene en Madrid y sus alrededores
y se vaya a donde no tiene nada,
ni donde tener un rato de entretenimiento ninguno,
ni muchas leguas a la redonda,
sino que ha de vivir en casa prestada o alquilada».

Efectivamente, había en Valladolid una serie de carencias
para el alojamiento de la realeza y la corte,
carencias que hubieron de ser cubiertas a toda prisa.

Para empezar, la ausencia de palacio real.
Ello obligó a los reyes a instalarse en casas prestadas,
recuperando el antiguo sistema del aposentamiento.

Además, en torno a Madrid se había ido generando
un cinturón de Reales Sitios ideados para el recreo,
mientras que en Valladolid no había lugares
para el entretenimiento de los monarcas.

Y tampoco existía una infraestructura
para acoger adecuadamente la corte y el aparato del Estado,
el ingente número de cortesanos y funcionarios
que se trasladaban con el rey.

La decisión trajo consigo una serie de consecuencias inmediatas.

Para dar cabida a esta gran movilización
se abordó un programa urbanístico de reordenación de los espacios.

Para el solaz de la realeza, el Duque de Lerma compró
amplios terrenos en la ribera del Pisuerga,
en los que edificó un palacio rodeado de jardines y distracciones.

Y para el alojamiento de los monarcas se dispuso
primero de las casas del conde de Benavente,
mientras el Duque habilitaba como palacio real
la residencia de la familia Cobos que había comprado en 1600
para venderla al año siguiente a la Corona.

*** 


Francisco de los Cobos y Molina, nacido en Úbeda,
Comendador Mayor de León,
fue una de las principales figuras políticas del reinado de Carlos I.
Como secretario del Emperador, acompañó a éste en sus viajes.
Cuando don Carlos estaba en España,
a menudo se instalaba en Valladolid, y, al no tener allí casa,
se alojaba en viviendas de nobles con los que tenía amistad,
con frecuencia en el Palacio de los Condes de Ribadavia.

Probablemente allí conoció Cobos a la hija de los Condes,
María de Mendoza, con quien contrajo matrimonio en 1522.
Así don Francisco, que había hecho una brillante carrera política,
lograba la posición nobiliaria que no poseía.

En 1524, la nueva pareja inició la construcción
de una casa adecuada a su rango
junto al Palacio de los Condes de Rivadavia,
en la Corredera de San Pablo, frente al convento.

Don Francisco se propuso levantar el mejor palacio de la ciudad,
con la idea de que pudieran servir como residencia real.

Encargó el proyecto a Luis de Vega, arquitecto del Emperador.
El palacio se hizo a gusto de los Austrias, en sobrio estilo clasicista.


A partir de ese momento, y mientras vivió Francisco de los Cobos,
Valladolid contó con un palacio adecuado
para alojar a los reyes en sus visitas.

El 19 de octubre de 1537 la emperatriz Isabel
dio a luz en el palacio al infante don Juan,
que falleció el 20 de marzo de 1538.

Allí se instaló en 1543 Felipe II, aún príncipe,
con su primera esposa María Manuela de Portugal,
que en 1545 dio a luz en él a su único hijo, el infante don Carlos,
como consecuencia de cuyo parto murió a los pocos días.
En 1592 aún volvió a alojarse en el palacio Felipe II,
siendo ya necesario realizar algunas adaptaciones.

Pero, tras el fallecimiento de Cobos,
el palacio dejó de ser alojamiento habitual de la monarquía,
aunque siguió hospedando ocasionalmente a personalidades,
entre ellas Teresa de Jesús, invitada por la Marquesa de Camarasa
cuando la religiosa llegó a Valladolid en 1568
para fundar el primer convento de la reforma del Carmen.


*** 


El 17 de septiembre de 1600 se firmó la venta del palacio
por parte del Marqués de Camarasa, nieto de Francisco de los Cobos,
al Duque de Lerma.


El valido reformó el edificio
bajo la dirección del arquitecto real Francisco de Mora,
lo amplió comprando los inmuebles anexos
y lo conectó con otros inmuebles cercanos mediante pasadizos.
El palacio real se iba a componer así de un núcleo principal,
la antigua propiedad del Marqués de Camarasa,
al que se fueron agregando varios conjuntos palaciegos contiguos,
constituyendo un espacio regio suficiente, aunque algo disgregado.

Algunas dependencias antiguas fueron rehabilitadas
para albergar las cocinas, las caballerizas o las cocheras,
otras fueron utilizadas como sede de los distintos Consejos
o de lugares recreativos como el Juego de Pelota
o el gran salón para saraos en las casas del Conde de Miranda.


El edificio principal se dispuso en torno a un patio renacentista
con una decoración de medallones que representan
los territorios de la Corona y diferentes personajes alegóricos.

La mayoría de esos medallones hoy son de difícil interpretación,
ya que, salvo unos pocos, carecen de inscripciones explicativas,
y las que existen han sido fuertemente erosionados por el tiempo.

Se ha deducido que representan a las siguientes figuras:
la Fortuna, la Virtud, Lucrecia, Judith,
Moisés, Aquiles, Príamo, Aníbal, Augusto, Carlomagno, Cisneros,
los Reyes Católicos, el Emperador Carlos V
y los patronos de la construcción,
doña María de Mendoza y don Francisco de los Cobos,
y algunos de los familiares o ascendientes militares de la familia.


***

En 1601 el Duque vendía el palacio al monarca.
Se ha interpretado este negocio como una operación especulativa,
pero es posible que fuese impulsado por el rey.

Felipe III disponía ya, pues, de su propio palacio,
bien que su remodelación se hubiera visto condicionada
por su enclave en un entorno urbanizado,
que fue transformado para adecuarlo a su nuevo carácter áulico.

De este modo se creó la Plaza de San Pablo,
ensanchando un tramo de la Corredera
y concebida unitariamente como Plaza de Palacio.

La Casa de la Reina se hallaba en un inmueble anexo
que ha desaparecido.
La fachada del palacio comunicaba mediante un pasadizo
con el otro lado de la Plaza, donde se encontraba el Salón del Trono
y la “Galería de San Pablo”, que era también parte del conjunto
y se levantaba ante el convento dominicano.
Un extenso jardín contó incluso con un pequeño zoológico.
Una zona (las antiguas casas del Conde de Fuensaldaña)
se reservó para el alcaide, el mismo Duque de Lerma.
El convento franciscano de San Diego, del cual era patrono el Duque,
se levantaba junto al núcleo palacial;
también ha desaparecido.

En 1605 la reina Margarita dará a luz en el palacio al futuro Felipe IV.

*** 


Durante los años en que la capital estuvo en Valladolid
los ataques entre madrileños y vallisoletanos
fueron numerosos e hirientes.

A lo largo de ese primer lustro del siglo XVII
el Duque de Lerma especuló en el mercado inmobiliario,
adquiriendo de nuevo tierras y casas en Madrid a precios muy bajos,
mientras vendía las residencias pucelanas
a los nobles que se instalaban en la nueva capital.

Hacia 1603 el Duque de Lerma y el Alcalde de Madrid
comenzaron los preparativos para la vuelta de la capitalidad a la villa.
El Duque había hecho grandes negocios en Valladolid
y esperaba volver a hacerlos en Madrid,
llegándose a hablar de pagos a la propia monarquía por el traslado,
de los cuales el valido recibiría una tercera parte
y el resto sería para la adecuación del Alcázar.

Quizás la peste de 1605, que en Valladolid
acabó con la vida de muchos habitantes, nobles incluidos,
aceleró la decisión del regreso a Madrid.

El 30 de enero de 1606 se hizo el comunicado en el Ayuntamiento,
a través de una misiva del valido,
de la marcha de la corte de la ciudad.

El Duque conservó la alcaidía y ciertas dependencias del edificio,
y en ellas murió, ya como Cardenal, el 17 de mayo de 1625.

Posteriormente seguirían alojándose en el palacio
otros monarcas y personajes de la familia real.

La segunda boda de Carlos II, con Mariana de Neoburgo,
se celebró en 1690 en la iglesia del convento de San Diego,
dentro del conjunto palaciego.

Pero el edificio fue languideciendo y sufriendo daños.

Y, tras el abandono de la corte,
Valladolid entró en un nuevo periodo de declive.


***

En 1876 el edificio salió del Patrimonio Real
al traspasarse al Ministerio de defensa.
En 1877 se convirtió en Capitanía General y Gobierno Militar.
En 2005 se convierte en Subinspección de Ejército de Tierra.

La última estancia de la familia real fue en mayo de 1921,
con motivo de la visita a la ciudad de Alfonso XIII y su familia.

El rey Juan Carlos y su familia han visitado el palacio dos veces,
cuando Valladolid ha sido sede de los actos
del Día de las Fuerzas Armadas:
el 27 de mayo de 1984 y el 2 de junio de 2012.


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El edificio ha llegado al presente con numerosas alteraciones.
A comienzos del siglo XX se realizaron importantes intervenciones,
que modificaron las primitivas tracerías.

El patio es el mayor de los que conserva la ciudad.

Se han perdido muchas dependencias,
como las casas nobles colindantes,
jardines, plaza de toros, juego de pelota y los “oficios” de Palacio
y sobre todo la Capilla Real, la iglesia y el convento de San Diego,
conservándose sus pinturas y esculturas en el Museo de Escultura.

La actual fachada se debe a una remodelación de 1911
y poco tiene que ver con la original.
De la de tiempos de Felipe III, que transformó la primitiva de Cobos,
sólo queda la portada, hoy con el escudo constitucional.
El actual Salón del Trono da a la fachada principal
y no es el que tuvo en su disposición original.

Hoy poco en su apariencia permitiría suponer
que se trata de un palacio imperial.