“DON RODRIGO JIMÉNEZ DE RADA, EL TOLEDANO”
Juan Fernández Valverde
Introducción a Historia
de los hechos de España
El sobrenombre de Toledano se debe a su propia
pluma, que en ocasiones se refiere a él mismo como “Rodericus Toletanus” o
simplemente “Toletanus”, por su condición de arzobispo de Toledo.
Los primeros datos sobre la vida de Rodrigo Jiménez
de Rada, no atribuibles a su propia pluma o a los documentos oficiales de los
que fue parte activa o pasiva, se deben a un oscuro monje de Santa María de
Huerta, donde está enterrado el arzobispo.
El monje Ricardo, que vivió por la misma época y
«que debía ser el más aventajado en las letras que se usaban en aquel siglo, y
el más pío, escribió unos coplones, que entonces se tenían por versos muy píos,
y los puso en un pergamino clavado en una tabla» para que ilustraran la tumba
del Toledano, laudatorios hasta la exageración y en un estilo propio de unos
«tiempos donde se debía de leer poco en Virgilio, ni menos en Homero». Entre
tanto encomio dejaba caer, desperdigados y esquemáticos, los principales hechos
de la vida del ocupante del sepulcro: nace en Navarra, se cría en Castilla,
estudia en Bolonia y París, es arzobispo de Toledo, va a Lyón, se entrevista
con el Papa y muere en el Ródano, cuando regresaba a España, el 10 de junio de
1247.
Al parecer el monje Ricardo vivió en la misma época
que don Rodrigo.
Con el tiempo, los monjes de Huerta colocaron «una
tabla breve, escripta en romance o lengua vulgar», dando noticia de que allí
estaba enterrado don Rodrigo.
Entre 1557 y 1560, Fray Luis de Estrada, durante su
primer mandato como abad del citado monasterio, sirviéndose de los archivos del
cenobio compuso «una tabla en lengua vulgar questá colgada delante del
sepulchro Sancto deste Señor, para mayor noticia de sus grandezas, la qual
persevera en el mismo lugar siempre», en la que aportaba algunos datos más
sobre la vida del Toledano, su enterramiento y escritos.
Fray Luis de Estrada fue abad de Huerta en tres
trienios distintos: 1557-1560, 1572-1575 y 1578-1581, año en que murió el 2 de
junio nada más ser elegido su sucesor. El manuscrito es de su último trienio,
hacia 1580, pero en él dice que escribió la tabla «siendo Abbad mas mozo», esto
es, entre 1557 y 1560. A Fray Luis de Estrada pertenecen todos los
entrecomillados anteriores. Esta tabla es la que reproduce, tomándola por
epitafio, Gil Gonçález Dávila en 1645...
Aunque algunos sitúan su nacimiento en 1180, la
mayoría de los autores coincide en que Rodrigo Jiménez de Rada, el Toledano,
nació en 1170 en Puente la Reina, Navarra, en el seno de una noble familia
formada por navarros y castellanos.
Así, su abuelo paterno fue Pedro Tizón de Cadreita (o de Rada), que tan destacada intervención tuvo en la elección de Ramiro II el Monje como rey de Aragón; su padre, Jimeno Pérez de Rada (o de Cadreita), que casó con Eva de Finojosa, hija de Sancha Gómez, entroncada con la casa real navarra, y de Miguel Muñoz de Hinojosa, un héroe legendario de Castilla. Eva de Finojosa, hermana de San Martín de Hinojosa, era señora de Bliecos y Boñices, en Soria. La procedencia castellana de su madre tendrá posteriormente una gran influencia en la vida de Rodrigo, que tuvo por hermanos a María, Bartolomé, Miguel y Pedro.
Así, su abuelo paterno fue Pedro Tizón de Cadreita (o de Rada), que tan destacada intervención tuvo en la elección de Ramiro II el Monje como rey de Aragón; su padre, Jimeno Pérez de Rada (o de Cadreita), que casó con Eva de Finojosa, hija de Sancha Gómez, entroncada con la casa real navarra, y de Miguel Muñoz de Hinojosa, un héroe legendario de Castilla. Eva de Finojosa, hermana de San Martín de Hinojosa, era señora de Bliecos y Boñices, en Soria. La procedencia castellana de su madre tendrá posteriormente una gran influencia en la vida de Rodrigo, que tuvo por hermanos a María, Bartolomé, Miguel y Pedro.
La casa solariega de esta ilustre familia estaba
situada en el castillo de Rada, en la vega navarra de Marcilla, lugar de tan
estratégica importancia que, años después de la muerte de Rodrigo y una vez
extinguida la descendencia masculina directa de la familia, fue adquirido por
la casa real navarra para evitar posibles amenazas de cualquier nuevo
propietario poco de fiar. Acabó por ser destruido en 1455.
Pero no fue en este castillo donde transcurrieron
los primeros años de la vida de Rodrigo, sino en la corte de Sancho VI el Sabio
de Navarra, donde su padre era un influyente personaje.
Navarra estaba entonces en pleno conflicto con
Castilla, pero pese al ambiente bélico que allí se respiraba, Rodrigo se
inclinó hacia las letras. Algo tendrían que ver en ello su tío San Martín
(monje cisterciense, primer abad de Santa María de Huerta, adonde regresó tras
desempeñar seis años el obispado de Sigüenza), y el obispo de Pamplona, Pedro
de París, que fue quien debió de influirle definitivamente en su decisión de
proseguir estudios superiores.
Pero no era posible llevar a cabo esto en España.
Aunque en las catedrales de la península se habían formado escuelas a raíz de
la recomendación que a este propósito se hizo en el VII Concilio de Letrán, aún
distaba mucho de poder hablarse de una Universidad en España. Por aquel
entonces, un “Studium generale” requería tres condiciones: que admitiera
estudiantes de todas partes, y no sólo del lugar donde estaba radicado; que
tuviera por lo menos una de las tres facultades principales (Teología, Derecho
o Medicina); y que la enseñanza fuera impartida por un número considerable de
Maestros o, al menos, por varios de ellos. A comienzos del siglo XIII había en
Europa tres “Studia” a los que se podía dar este nombre: París, para la
Teología y las Artes, Bolonia, para el Derecho, y Salerno, para la Medicina,
siendo las dos primeras casi las únicas universidades originales, pues las
demás, en su inmensa mayoría, se van a crear a partir de alumnos y maestros
desgajados de ellas dos.
Rodrigo marcha primero a Bolonia y luego a París,
dos lugares con los que Navarra estaba muy relacionada: en Bolonia tenía el
monasterio de Roncesvalles la encomienda de la parroquia de Santa María de
Mascarela y en París se creará años más tarde el Colegio de Navarra.
Rodrigo debió de estar unos cuatro años en cada una
de ellas, a partir de 1195. No se sabe con certeza qué estudió, aunque es de
imaginar que cursara Derecho Canónico en Bolonia (aún bajo el influjo del
Decreto de Graciano) y Teología en París, donde alcanzaría el grado de
“Magister Theologiae”.
Nada más se sabe con exactitud, salvo que en 1201,
y por razones que se desconocen, hizo Rodrigo testamento en París, siendo éste
el primer documento que se conserva de él. Traducido dice así:
«Que sepan todos, tanto los de ahora como los
venideros, que yo, Rodrigo Jiménez, he decidido ser enterrado en Huerta, y esto
lo he ratificado con un juramento. Así, si muriere en España, que nadie se
atreva a negar mi cuerpo a los monjes del citado monasterio, cuando lo pidan,
incluso si yo llegare a ser prelado. Hago esta promesa en París, a 24 de Abril
del año 1201 de la Encarnación del Señor. Y para que no se le pueda tener por
írrito, lo rubriqué con mi propia mano y le puse mi propio sello».
De este documento se pueden deducir varios hechos.
Primero, que ya era diácono, pues sólo así se podía llegar a ser obispo, aparte
de aprovechar las facilidades que los eclesiásticos tenían para acudir a otros
países a ampliar conocimientos. En segundo lugar, que ya por entonces
vislumbraba, o tenía claras, sus posibilidades de llegar a ser obispo.
Sin duda, hay algún dato de su vida, alguna amistad
importante, alguna promesa anterior que desconocemos. Si no, hay que pensar que
Rodrigo se sentía llamado a altas misiones o, con otras palabras, que poseía
una enorme ambición. Porque desde el momento en que vuelve de Francia su
carrera es meteórica.
Por otro lado, su estancia en el extranjero fue
decisiva para su evolución posterior en todos los aspectos. Desde la lejanía de
Bolonia y París, asistiendo a las lecciones de los más afamados maestros de la
época, rodeado de compañeros de toda Europa, viviendo el mundo cultural de dos
ciudades cosmopolitas, debió de ver a España dividida en cinco reinos cristianos
que dedicaban más sus energías a luchar unos contra otros que a continuar los
combates contra los musulmanes que ocupaban casi la mitad sur de la península.
Y entre éstos, el reino con menor posibilidad de expansión era el suyo,
Navarra, ahogado entre el de Aragón y el que encarnaba un mayor vigor y
lozanía: Castilla.
Alguna idea debió de pasar por su mente, algo que
se nos escapa. Pero lo cierto es que Rodrigo, tras regresar a Navarra o a
Castilla —que esto está en duda— entre 1202 y 1204, aparece en el lugar justo y
en el momento preciso.
Alfonso VIII, el rey de Castilla, andaba desde tiempo atrás madurando la idea de lanzar una formidable operación contra los almohades, tanto para vengar la derrota que había sufrido en Alarcos en 1195 como para abrir los pasos de Sierra Morena. Pero para poder actuar con total libertad tenía antes que eliminar sus problemas con los otros reyes cristianos. Ése fue el objetivo de la paz firmada en Guadalajara el 29 de octubre de 1207 con Sancho VII de Navarra. Garibay es quien aporta el dato: «...siendo el que en la concordia de los Reyes más trabajó don Rodrigo Ximénez Arzobispo de Toledo, que en el año siguiente ascendió a la primacía de las Españas, y Agobispado de Toledo».
Alfonso VIII, el rey de Castilla, andaba desde tiempo atrás madurando la idea de lanzar una formidable operación contra los almohades, tanto para vengar la derrota que había sufrido en Alarcos en 1195 como para abrir los pasos de Sierra Morena. Pero para poder actuar con total libertad tenía antes que eliminar sus problemas con los otros reyes cristianos. Ése fue el objetivo de la paz firmada en Guadalajara el 29 de octubre de 1207 con Sancho VII de Navarra. Garibay es quien aporta el dato: «...siendo el que en la concordia de los Reyes más trabajó don Rodrigo Ximénez Arzobispo de Toledo, que en el año siguiente ascendió a la primacía de las Españas, y Agobispado de Toledo».
Era la persona adecuada para facilitar tal acuerdo.
La buena posición que disfrutaba su familia en la corte navarra le debió de
abrir las puertas de la castellana. Su padre, Jimeno Pérez, fue escogido por
Alfonso VIII como uno de los fiadores de castillos que se entregaron como
prendas de aquel acuerdo. Y él en particular le cayó tan en gracia al rey de
Castilla que ya no se separó de él nunca más.
Su entrada y ascendiente en la corte castellana no
dejó de sorprender a los antiguos historiadores. Así se expresa Mariana: «Las
raras virtudes y buena vida, y la erudición singular para en aquellos tiempos
hicieron que, sin embargo que era extranjero, subiese a aquel grado de honra y
a aquella dignidad tan grande; y porque las treguas entre los Reyes se
concluyeron en gran parte por su diligencia, tenía ganada la gracia de los
Príncipes, y las voluntades de la una y de la otra nación».
A partir de ese momento se convierte en consejero
de Alfonso VIII, que no va a tardar en promocionarlo. En ese mismo año de 1207
murió en Francia Diego de Aceves, obispo de Osma, a cuya sombra se había
forjado el futuro Santo Domingo de Guzmán. Alfonso VIII solicitó al cabildo de
Osma que eligiera a Rodrigo como sucesor, hecho que ocurrió en el mismo año o
el siguiente.
Pero no llegaría a ser consagrado. El 28 de agosto
de 1208 fallecía Martín López de Pisuerga, arzobispo de Toledo, y antes de que
se cumplieran los tres meses de que el cabildo disponía para elegir sucesor, lo
hizo en la persona de don Rodrigo por unanimidad de los compromisarios: el
deán, el maestrescuela y tres canónigos. Su confirmación la firmó Inocencio III
el 13 de marzo de 1209. Todavía no era sacerdote cuando ocurrió su elección, y
posiblemente fuera su tío San Martín quien lo ordenó con posterioridad.
Los primeros años como pastor de la diócesis
toledana los pasa adaptándose a su nuevo cargo. Pronto tiene que intervenir en
problemas de las diócesis sufragáneas y en los inevitables pleitos que surgen
entre los monasterios.
Pero ya en ese mismo año de 1209 aparece la primera
llamada papal a la lucha contra los árabes. La bula de Inocencio III de 16 de
febrero pide al arzobispo de Toledo que anime a Alfonso VIII a ayudar a la
empresa que promueve Pedro II de Aragón. No será así, porque el rey de Castilla
tiene su propio plan y con ese fin acuerda paces con el rey de León, su primo
Alfonso IX, en Valladolid el 27 de junio.
También es en ese año cuando se inician las obras
del Palacio de los Arzobispos toledanos en Alcalá de Henares.
Y a fines de 1209 o principios de 1210 realiza don
Rodrigo su primer viaje a Roma. Le llevan allí, como ocurrirá casi siempre,
algunos pleitos que mantiene con diócesis vecinas, y su primer paso en uno de
los grandes objetivos de su vida: lograr el reconocimiento de la primacía de la
sede de Toledo sobre toda la península. Es de suponer que también entonces
fuera consagrado obispo por el Papa.
En 1210 expiraban las treguas de diez años firmadas
por Alfonso VIII con los musulmanes. Ya tiene las manos libres para su empresa.
Empieza a pedir ayuda al Papa y a solicitarle la declaración de Cruzada con
todos los beneficios que ello comportaba. Se envían mensajeros al extranjero a
propagarla. A don Rodrigo le correspondió ir a Francia, donde sólo tuvo algún
éxito en el sureste. El viaje lo hizo a fines de 1211.
Antes, en julio, emprendió su segunda gran
construcción: la Colegiata de Talavera para la formación del clero toledano.
Don Rodrigo Jiménez de Rada regresó a Toledo en la
primavera de 1212. Lo que sucedió desde ese momento hasta el final de la
batalla de Las Navas de Tolosa a mediados de julio lo cuenta él mejor que nadie
en el libro VIII de la crónica.
También en ese libro se pueden seguir los
principales hechos que se desarrollaron hasta el 6 de octubre de 1214, fecha de
la muerte de Alfonso VIII, de quien fue «su confesor y amigo querido de los
últimos tiempos».
Las atenciones que prestó en los últimos momentos
al moribundo rey le granjearon la donación de la villa de Talamanca por su
sucesor, Enrique I, a los seis días de la muerte de aquél.
Seguramente fue durante los dos años que mediaron
entre la batalla de Las Navas de Tolosa y la muerte del rey cuando se creó la
Universidad de Palencia, aunque algunos afirman que fue unos años antes. A raíz
del III Concilio de Letrán las escuelas catedralicias fueron apareciendo en España.
En Palencia, que era el centro de mayor preocupación por el saber, se mejoró la
escuela que ya existía, y a principios de siglo había allí algunos maestros
extranjeros. Por lo tanto, no se trataba de una creación ex nihilo, pues
«cuando decimos que Alonso VIII de Castilla fundó el Estudio General de
Palencia en 1212, Alfonso IX de León el de Salamanca en 1215 (...), se entiende
que los reyes se apresuraron a favorecer estudios ya existentes».
Fue el P. Mariana quien atribuyó a Jiménez de Rada
la idea de esa creación: «En el tiempo que las treguas duraron con los Moros, a
persuasión del Arzobispo Don Rodrigo se fundó una Universidad en Palencia por
mandato del Rey y a sus expensas para la enseñanza de la juventud en letras y
humanidad: ayuda y ornamento de que solo hasta entonces España carecía a causa
de las muchas guerras que los tenían ocupados. De Italia y de Francia con
grandes premios y salarios que les prometieron traxeron cathedraticos para
enseñar las facultades y ciencias». Hubo treguas antes y después de la batalla
de Las Navas de Tolosa. Mariana fecha en 1209 la creación de la Universidad.
El propio Toledano relata esa creación, pero nada
dice de que fuera idea suya. Lo más posible es que no lo fuese, aunque es de
suponer que, por su estancia en Bolonia y París, acogiera favorablemente el
proyecto y lo ayudara en lo que pudiera.
Hay quien la atribuye a Don Tello, el obispo de
Palencia, señalando que el papel de Alfonso VIII consistió en invitar a
Maestros de las escuelas más famosas, sin duda París y Bolonia, a que fueran a
Palencia a enseñar, fijándoles una retribución, que no sería suficiente ya que
el Tudense afirma que Don Tello utilizaba las tercias eclesiásticas para pagar
a esos maestros.
De esto se puede deducir que la crisis a la que alude
el Toledano ocurrió durante el reinado de Enrique I, cuando los Laras
confiscaron esas tercias, y que sería el momento que aprovechó Alfonso IX de
León para crear la Universidad de Salamanca, confirmada más tarde por Fernando
III en 1243.
No fueron fáciles los tres años escasos del reinado
del jovencísimo Enrique I. Don Rodrigo, albacea del testamento de Alfonso VIII
en cuanto que arzobispo de Toledo, cumple con su cometido. Pero las
turbulencias que desatan los Núñez de Lara le recortan su influencia al tomar
partido por la reina Berenguela.
Además, en 1215 tuvo lugar un acontecimiento que ha
hecho correr ríos de tinta. En noviembre de ese año se celebró en Roma el IV
Concilio de Letrán. El Papa Inocencio III quiso aprovechar la estancia en Roma
de los obispos españoles para intentar llegar a una solución en el largo
contencioso de la Primacía. El problema no era sólo protocolario. Antes de la
invasión de los árabes había un solo primado en la Península con jurisdicción
sobre todo el reino visigodo, que incluía también la provincia de Narbona.
Ahora, cada reino pretendía tener su primado: el de Portugal, en Braga; el de
León, en Santiago de Compostela; y el de Aragón, en Tarragona. La pretensión de
los arzobispos de Toledo, y de don Rodrigo en particular, de que la primacía de
Toledo fuera reconocida por todas las demás, implicaba una maniobra de largo
alcance: el primado conseguiría así un poder considerable, pues sus decisiones,
por ejemplo los nombramientos de obispos, trascenderían las fronteras de los
reinos. Como es lógico, a esto se oponían los otros primados, que a su vez la
reclamaban como suya aduciendo diversas razones.
El 8 de octubre, antes de la apertura del Concilio,
y con permiso del Papa, se trató la cuestión en un salón del Palacio de Letrán,
con asistencia de los prelados que ya habían llegado para participar en el
Concilio. La actuación de don Rodrigo debió de ser una sensación para los
asistentes. Todos los cronistas coinciden en señalar que «para los que estaban
presentes (...) se enterassen del derecho que tenia, despues de haver informado
en lengua latina (...) dio razon de su causa en las lenguas Española, Alemana,
Francesa, Italiana e Inglesa, por ser en todas con excelencia practico».
También los obispos de otros países se debieron de quedar impresionados. Siglos
más tarde el abad Darras lo resumía así: «L'année 1215, avec le concile de
Latran, procura une gloire toute pure á l'Espagne, en mettant en lumière aux
yeux du monde entier un des hommes les plus remarquables parmi les plus grands
qu'elle ait jamais produits»; y en la página siguiente le llama «un des hommes
plus savants de son siècle».
La solución del problema se aplazó hasta proveer
más información y nunca alcanzó un acuerdo terminante, pese a que Jiménez de
Rada consiguió una tras otra las bulas que pretendía, pero que eran
sistemáticamente contestadas por los otros arzobispos.
Vuelve don Rodrigo a España a principios de 1216, y
sigue con su influencia alicortada, al paso que marca el conde Álvaro Núñez de
Lara. Pero el 6 de junio de 1217 Enrique I muere víctima de un accidente y la
situación da un vuelco completo.
El 2 de junio es proclamado Fernando III rey de
Castilla. Comienza la época de mayor predicamento de don Rodrigo. Continúa
siendo el Canciller Mayor del reino, cargo que desde tiempo atrás estaba
identificado con los arzobispos de Toledo, aunque en realidad ejercía sus
funciones algún eclesiástico de menor rango.
Ha conseguido los primeros reconocimientos papales
de su primacía y, desde 1218, será por diez años legado pontificio en España
para la cruzada que se va a lanzar en Oriente al año siguiente y para la que
los españoles, relevados de enviar efectivos humanos y materiales, tienen que
emprender una gran ofensiva de distracción en la península; pero Castilla tenía
concertadas por entonces unas treguas con los almohades, que no expirarían
hasta 1224.
Mientras tanto, el Toledano continúa ordenando su
diócesis, pleiteando con las vecinas, recibiendo donaciones, comprando,
vendiendo y cediendo villas y posesiones.
Uno de los asuntos que resolvió con mayor habilidad
fue el referente a los judíos de su diócesis. Los cánones 68-70 del Concilio de
Letrán habían dispuesto que los judíos llevaran distintivos en sus ropas para
identificarse como tales, vivieran en barrios separados y pagaran diezmos y
otras cargas eclesiásticas por las propiedades que pudieran adquirir a los
cristianos, así como la imposibilidad de ocupar cargos públicos. Pero la
poderosa y arraigada comunidad judía de Toledo se opuso a llevar los
distintivos, amenazando con marcharse si se les obligaba. Ante el desastre
económico que esto podía acarrear, don Rodrigo, de acuerdo con Fernando III,
expuso la situación al Papa y el decreto se suspendió por algún tiempo. Pero el
18 de marzo de 1219 el Papa exigió que se les obligase a pagar los diezmos. Don
Rodrigo llegó entonces al acuerdo siguiente con los judíos: todo judío varón,
mayor de edad o casado, pagaría cada año la sexta parte de un áureo, que la
propia comunidad se encargaría de recaudar, quedando exentos de los diezmos,
que sólo se pagarían cuando el judío que no poseyera nada comprara alguna
propiedad a un cristiano. Como contrapartida, el acuerdo establecía, sin
precisar más, que el arzobispo los ayudaría en lo que fuera posible.
A finales de este mismo año, el 30 de noviembre,
Fernando III contrajo matrimonio con su primera esposa, Beatriz de Suabia.
Hasta que en 1224 expiren las treguas con los árabes, el reino permanece
tranquilo, sin grandes problemas que lo solivianten, mientras el Toledano
prosigue su paciente labor de consolidación y acrecentamiento de su diócesis,
pleiteando con quien hubiere lugar, y siempre presto a intervenir en cualquier
problema que pudiera surgir en las diócesis que dependen de la suya.
En septiembre de 1224, Fernando III, tras rechazar
un nuevo acuerdo con los árabes, como el propio Toledano cuenta, inicia la
primera de sus expediciones militares hacia el Sur, conquistando Quesada en
octubre, pero abandonándola en seguida y volviendo a tierras cristianas poco
después. En esa expedición tomó parte el Toledano, como también en la del año
siguiente, en la que se sitió Jaén y se tomaron Andújar, Martos y Priego.
El 20 de febrero de 1226 recibe don Rodrigo el
encargo del Papa Honorio III para que enviara misioneros a Marruecos y los
reinos árabes y consagrara obispos en ellos si fuera menester. Baeza se había
tomado en la campaña de 1226, año en que también se conquistó Capilla.
Es al retorno de esta expedición cuando Jiménez de
Rada afirma que él y el rey pusieron la primera piedra de los cimientos de la
Catedral de Toledo, «debaxo de la qual echaron medallas de oro y plata conforme
a la costumbre antigua de los Romanos». La fecha exacta del inicio de la más
grandiosa construcción del Toledano parece que fue en noviembre de 1226. No la
vería concluida y su financiación sería una continua preocupación.
En la campaña de 1229 se conquistaron Sabiote,
Jódar y Garcíez. Al año siguiente Fernando III pone de nuevo sitio a Jaén, pero
tampoco puede hacerse con ella.
El 24 de septiembre moría en Vilanova de Sarria su
padre Alfonso IX de León. Fernando III recibe la noticia en Guadalerza, camino
de Toledo. Acompañado del Toledano y otros personajes de la corte se apresura a
hacerse cargo del reino leonés. El relato del arzobispo expone con claridad y
detalle todos los avatares hasta que Fernando III fue proclamado rey de León en
el mes de noviembre.
La labor de don Rodrigo no debió de ser meramente
decorativa, pues dos meses más tarde, el 20 de enero de 1231, el flamante rey
de Castilla y León hace donación al arzobispo de Toledo, iure hereditario, de
la villa de Quesada, en tierras de Jaén, la que había sido abandonada luego de
su conquista en 1224 y que ahora se hallaba de nuevo en poder de los árabes,
que la estaban reconstruyendo.
Don Rodrigo no tardó tres meses en aprestar una
hueste, pues en abril inicia su expedición contra Quesada, a la que conquistó
junto con numerosas aldeas. «Este fue el principio del adelantamiento de
Cazorla, que por largos tiempos por merced y gracia de los Reyes poseyeron los
Arzobispos de Toledo, que nombraban como Lugarteniente suyo al adelantado».
El 5 de noviembre de 1235 fallecía en Toro la reina
Beatriz. Y pocos meses después, ya en 1236, Jiménez de Rada emprende un nuevo
viaje a Roma para intentar solventar un problema que se arrastraba desde
bastantes años atrás.
La jurisdicción exenta de las Órdenes Militares
chocaba en ocasiones con la jurisdicción ordinaria de los obispos, sobre todo
cuando andaba por medio la percepción de los diezmos de las iglesias. El choque
más violento fue con la Orden de Santiago. Aunque se había llegado a acuerdos
en 1214 y 1224, el problema seguía rebrotando cada dos por tres.
Mientras se hallaba en Roma, ocurrieron dos hechos
importantes. El 29 de junio era conquistada Córdoba. Y en octubre, dos
racioneros de la Catedral de Toledo, Pedro y Gabino Pérez, hicieron llegar al
Papa, a través del legado Otón, un libelo en el que acusaban a don Rodrigo de
toda clase de irregularidades y apropiaciones indebidas en la administración de
los bienes de la diócesis. No se sabe si la denuncia prosperó, pero tuvo que
afectar al Toledano, que regresa a la península, a través de Navarra, a
principios de 1237.
En noviembre de este año contrae Fernando III
segundas nupcias con Juana de Ponthieu, siendo éste el último capítulo de la
crónica del arzobispo.
El 28 de noviembre de 1238 Jaime el Conquistador
entraba en Valencia. El arzobispo de Tarragona se había apresurado a nombrar
obispo de la nueva ciudad arrebatada a los musulmanes, surgiendo inmediatamente
el conflicto con el Toledano, que reclamaba esa diócesis como suya aduciendo su
primacía. El pleito subsiguiente le llevó de nuevo a Roma a fines de 1238 o
principios de 1239.
Cuando en la primavera regresa a través de la provincia
tarraconense, llevando desplegado su guión, utilizando el palio y concediendo
indulgencias, provoca una ruidosa protesta del arzobispo de esa provincia, que
acaba por excomulgarlo en un Concilio provincial el 8 de mayo de 1240, mientras
en Tudela se sustanciaba el pleito valenciano.
En agosto de 1240 el anciano Gregorio IX convoca
para el año siguiente un Concilio General para debatir sus problemas con el
emperador Federico II. El Concilio no se pudo celebrar por los enormes
impedimentos que el emperador puso para que los obispos llegaran a Roma. Pero
don Rodrigo se había adelantado con la intención de solucionar el problema de
su excomunión. Regresó tan pronto como se comprobó la imposibilidad de que el
Concilio se reuniera.
El arzobispo actuó «desde su doble condición de
gran señor feudal a la manera ultrapirenaica y de gran señor conforme a los
módulos de las tradiciones castellanas», producto del conflicto entre lo que él
había observado en sus estancias en el extranjero y su residencia en Castilla.
A lo largo de toda su vida nunca dejó de hacer negocios, tanto para provecho
propio como para el de su diócesis, para lo cual «logró aprovechar a maravilla
la favorabilísima situación en que la Providencia lo había colocado». Tenía una
capacidad prodigiosa para las ciencias y para los negocios. «Regir la sede de
Toledo en los instantes en que hubo de gobernarla don Rodrigo y ejercer en esas
décadas la primacía sobre las iglesias de España, no fueron sin duda fáciles
tareas».
El Toledano sufrió una aguda crisis depresiva en
torno a 1238, según se deduce del documento por el que, a 10 de julio de ese
año, hace donación de su sede al cabildo toledano, reservándose para el resto
de su vida el disfrute de las villas de Esquivias y Torrijos en el caso de que
«tanto en el desempeño del cargo como por cualquier otro motivo sucediese que
Nos dejáramos el gobierno de la iglesia de Toledo».
¿Cuál podría ser la razón de que en ese momento el
arzobispo contemplara la posibilidad de abandonar su cargo? Podría ser su
conflicto con las todopoderosas órdenes militares; o también, su enfrentamiento
con el cabildo, a raíz de la denuncia de los dos racioneros que acababan de dar
a conocer al Papa sus supuestas irregularidades.
Cuando muera años más tarde, el cabildo no reclamará
su cuerpo, aunque podía hacerlo ya que había muerto fuera de España y su
testamento de París de 1201 exigía que nadie lo reclamase «si muriere en
España».
La donación de su sede al cabildo sería un intento
de congraciarse con él. También podría ser la razón de su depresión el que, a
esas alturas de su vida, con casi setenta años, está viendo que sus dos últimas
ambiciones (la finalización de las obras de la Catedral de Toledo y la
conquista de Baza, un objetivo que se fijó con obsesión en su última época) no
las va a poder cumplir.
Lo más probable es que fuera todo eso y algo más.
Ese algo más pudo ser un enfrentamiento, enemistad o alejamiento de Fernando
III.
En la crónica, los dos grandes héroes son Alfonso
VIII y su hija la reina Berenguela. Todos los historiadores coinciden en
señalar la enorme sintonía entre Fernando III y el Toledano «sin el qual veo
que ninguna cosa de importancia acometian» o «que tenia la mayor autoridad
entre todos como el merecia» o, visto desde el extranjero, «le célèbre
Rodrigue, archevèque de Tolède et granchancelier de Castille, fut durant trente
ans à la tète de tous les conseils. Il etait si parfaitement uni avec Bérengère
et Ferdinand, q’on eût dit q’ils n’avaient tous les trois q’une âme». Pues
bien: si se exceptúa el Prólogo, que dirige al propio Fernando III porque a
petición suya escribe la obra, en todo el resto sólo hay un adjetivo
encomiástico hacia el rey: “ínclito”.
Además, prácticamente todo lo que lleva a cabo
Fernando III lo es por instigación, disposición o previsión de su madre
Berenguela. Fernando III aparece como un instrumento mediante el que ésta pone
en práctica una sensacional capacidad de gobierno en todos los órdenes de la
vida. Tampoco habla para nada de las esposas del rey, salvo con expresiones
protocolarias. Ni siquiera el capítulo titulado «Sobre la alabanza del rey
Fernando y su esposa Beatriz», responde a su propósito.
Por tanto, algo debió de ocurrirle a Jiménez de
Rada con Fernando III (al que ni siquiera desea una larga vida, como hace con
casi todos los contemporáneos) para que el relato que hace de los hechos de su
rey parezca el de cualquier otro rey doscientos años antes.
Don Rodrigo Jiménez de Rada falleció en el Ródano
el 10 de junio de 1247, cuando regresaba de Lyón, donde se había entrevistado
con el Papa Inocencio IV.
No se sabe el motivo de la entrevista. Hay quien
cree que en ese viaje solicitó un préstamo a los banqueros toscanos de Lyón,
para poder seguir las obras de la catedral. Emprendió el viaje a pesar de que
«demas de estar muy apesgado con los años, se hallaba quebrantado con muchos
trabajos»; y «concluidos los negocios, en una barca por el Rhodano abaxo daba
la vuelta, quanto le salteó una dolencia de que falleció en Francia». También
pudo haber muerto por accidente.
Garibay fue el que introdujo la creencia errónea de
que había muerto en Huerta el 9 de agosto de 1245 cuando regresaba de Roma.
Gonçález Dávila, que también da esa fecha, afirma que quiso ser enterrado en
Fitero, otro de los lugares predilectos del Toledano, y que allí había un
sepulcro con su epitafio.
Su cuerpo fue embalsamado y trasladado al
monasterio de Santa María de Huerta, donde aún hoy sigue enterrado y, al
parecer, incorrupto. A Huerta donó su «libreria mano escrita en pergamino, y
con ella el original de Historia, que escrivió de España», además de bastantes
heredades.
Fray Luis de Estrada se hacía eco de la reverencia
que se tuvo hacia su sepultura, con estas palabras: «La sanctidad de este Señor
tambien se infiere de la reputacion en que ha estado siempre su sepulchro;
porque las Escripturas authorizadas antiguas de esta Sancta Casa, allende de lo
que avemos visto en nuestros siglos, affirman queste cuerpo deste bendito Señor
ha sido tenido por Sancto dende la antiguedad, y que los enfermos sanaban al
tocamiento deste sepulchro, y para remedio de los affligidos se lleva la tierra
de el y por esta causa su vulto y figura esta tan mal traslada de fuera. Pero
dentro esta el cuerpo del bendito Pontifice todo entero hasta el dia de hoy
vestido con su rico pontifical, mitra, guantes y anillos con una piedra que
parece ser rubi y el pallio arzobispal esta prendido a su pecho con una aguja
de plata grande, en la qual esta engastada otra piedra preciosa, y las
sandalias estan todas bordadas con aljofar, y su cabeza esta llena de canas en
toda la corona reclinada sobre almohada bordada de Castillos y Leones, y la
casulla que tiene encima esta toda llena de Castillos de oro, y de la misma
forma y figura que esta figurado el vulto en la delantera de este sepulchro de
piedra, el qual no se permite ya abrir, porque á titulo de devoción diversos
Señores pretendian despojar de su lustre y entereza este cuerpo Sancto».
Un personaje que desplegó tan variada y continua
actividad se dedicó también a escribir, y el resultado fue una obra de gran
extensión e importancia.
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