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sábado, 30 de agosto de 2014

SALAMANCA. Miguel de Unamuno




Mi Salamanca



Alto soto de torres que al ponerse
tras las encinas que el celaje esmaltan
dora a los rayos de su lumbre el padre
Sol de Castilla;

bosque de piedras que arrancó la historia
a las entrañas de la tierra madre,
remanso de quietud, yo te bendigo,
¡mi Salamanca!

Miras a un lado, allende el Tormes lento,
de las encinas el follaje pardo
cual el follaje de tu piedra, inmoble,
denso y perenne.

Y de otro lado, por la calva Armuña,
ondea el trigo, cual tu piedra, de oro,
y entre los surcos al morir la tarde
duerme el sosiego.

Duerme el sosiego, la esperanza duerme
de otras cosechas y otras dulces tardes,
las horas al correr sobre la tierra
dejan su rastro.

Al pie de tus sillares, Salamanca,
de las cosechas del pensar tranquilo
que año tras año maduró en tus aulas,
duerme el recuerdo.

Duerme el recuerdo, la esperanza duerme
y es tranquilo curso de tu vida
como el crecer de las encinas, lento,
lento y seguro.

De entre tus piedras seculares, tumba
de remembranzas del ayer glorioso,
de entre tus piedras recojió mi espíritu
fe, paz y fuerza.

En este patio que se cierra al mundo
y con ruinosa crestería borda
limpio celaje, al pie de la fachada
que de plateros

ostenta filigranas en la piedra,
en este austero patio, cuando cede
el vocerío estudiantil, susurra
voz de recuerdos.

En silencio fray Luis quédase solo
meditando de Job los infortunios,
o paladeando en oración los dulces
nombres de Cristo.

Nombres de paz y amor con que en la lucha
buscó conforte, y arrogante luego
a la brega volvióse amor cantando,
paz y reposo.

La apacibilidad de tu vivienda
gustó, andariego soñador, Cervantes,
la voluntad le enhechizaste y quiso
volver a verte.

Volver a verte en el reposo quieta,
soñar contigo el sueño de la vida,
soñar la vida que perdura siempre
sin morir nunca.

Sueño de no morir es el que infundes
a los que beben de tu dulce calma,
sueño de no morir ese que dicen
culto a la muerte.

En mi florezcan cual en ti, robustas,
en flor perduradora las entrañas
y en ellas talle con seguro toque
visión del pueblo.

Levántense cual torres clamorosas
mis pensamientos en robusta fábrica
y asiéntese en mi patria para siempre
la mi Quimera.

Pedernoso cual tú sea mi nombre
de los tiempos la roña resistiendo,
y por encima al tráfago del mundo
resuene limpio.

Pregona eternidad tu alma de piedra
y amor de vida en tu regazo arraiga,
amor de vida eterna, y a su sombra
amor de amores.

En tus callejas que del sol nos guardan
y son cual surcos de tu campo urbano,
en tus callejas duermen los amores
más fugitivos.

Amores que nacieron como nace
en los trigales amapola ardiente
para morir antes de la hoz, dejando
fruto de sueño.

El dejo amargo del Digesto hastioso
junto a las rejas se enjugaron muchos,
volviendo luego, corazón alegre,
a nuevo estudio.

De doctos labios recibieron ciencia
mas de otros labios palpitantes, frescos,
bebieron del Amor, fuente sin fondo,
sabiduría.

Luego en las tristes aulas del Estudio,
frías y oscuras, en sus duros bancos,
aquietaron sus pechos encendidos
en sed de vida.

Como en los troncos vivos de los árboles
de las aulas así en los muertos troncos
grabó el Amor por manos juveniles
su eterna empresa.

Sentencias no hallaréis del Triboniano,
del Peripato no veréis doctrina,
ni aforismos de Hipócrates sutiles,
jugo de libros.

Allí Teresa, Soledad, Mercedes,
Carmen, Olalla, Concha, Bianca o Pura,
nombres que fueron miel para los labios,
brasa en el pecho.

Así bajo los ojos la divisa del amor,
redentora del estudio,
y cuando el maestro calla, aquellos bancos
dicen amores.

Oh, Salamanca, entre tus piedras de oro
aprendieron a amar los estudiantes
mientras los campos que te ciñen daban
jugosos frutos.

Del corazón en las honduras guardo
tu alma robusta; cuando yo me muera
guarda, dorada Salamanca mía,
tú mi recuerdo.

Y cuando el sol al acostarse encienda
el oro secular que te recama,
con tu lenguaje, de lo eterno heraldo,

di tú que he sido.


domingo, 24 de agosto de 2014

SALAMANCA. Palacio de Monterrey




El Palacio de Monterrey fue mandado construir por Alonso de Acevedo Fonseca y Zúñiga, III Conde de Monterrey (1495-1559).

Era hijo de Diego de Acevedo y Fonseca y de Francisca de Zúñiga y Ulloa, II Condesa de Monterrey.
Don Alonso heredó el condado en 1526.

El vizcondado de Monterrey fue título creado por Juan II de Castilla en favor del señor de Zúñiga y Biedma.
Monterrey es un municipio gallego cuyos señores dispusieron de castillo.

En 1513, su hija, Teresa de Zúñiga, II vizcondesa de Monterrey, y el esposo de ésta, Sancho Sánchez de Ulloa, recibieron de Fernando el Católico el título de condes de Monterrey.
En los años anteriores, don Sancho, asesorado por el Arzobispo Fonseca (hermano de don Diego de Acevedo), había apoyado a los Reyes Católicos en la Guerra de Sucesión.
También participó en la Guerra de Granada.

*** 

Alonso de Acevedo Fonseca entró al servicio de Carlos V.
En 1530 acompañó al Emperador a su coronación por el papa Clemente VII en Bolonia.
En 1532 acudió con el Emperador al socorro de Viena, sitiada por el sultán turco Solimán II “el Magnífico”.

Fue humanista, mecenas y amigo de Francisco de Borja.
Fue patrón del Colegio Fonseca de Santiago de Compostela, fundado por su tío Alonso de Fonseca y Ulloa (1475-1534), Arzobispo de Santiago (Colegio que fue la matriz de la actual Universidad de Santiago de Compostela).

Don Alonso casó con María Pimentel y Mendoza, hija de Alonso Pimentel y Pacheco, conde-duque de Benavente, y de su esposa Inés de Mendoza y Zúñiga, hija de Pedro González de Mendoza y Luna y de su esposa Isabel de Zúñiga.

El conde Alonso falleció en 1559 en el castillo de Monterrey, y fue enterrado en la iglesia de la Compañía de Jesús, que él mismo había fundado en Verín (Orense).


***


Don Alonso residió preferentemente en Valladolid, pero quiso construir una residencia familiar en Salamanca.
El 18 de enero de 1539 se empezó la edificación del palacio de don Alonso en Salamanca, siguiendo los planos de Rodrigo Gil de Hontañón.

El proyecto preveía un edificio de planta cuadrangular con un patio central y torres en cada esquina y en el centro de cada ala.
Pero sólo se construyó uno de los laterales.
En 1640, su segundo nieto, Manuel Alonso de Zúñiga Acevedo y Fonseca, trató de completar el trazado original, pero no lo logró.

Con todo, es una de las obras más representativas del Renacimiento español, con una vistosa fachada plateresca.

En las esquinas, leones y animales fantásticos sostienen escudos con las armas de los Zúñiga, Ulloa, Acevedo y Fonseca.


***


Le sucedió en el mayorazgo su primogénito Jerónimo de Acevedo y Zúñiga, IV conde de Monterrey (1525-1563).

Sucedió a Jerónimo su hijo Gaspar de Zúñiga y Acevedo Fonseca, V conde de Monterrey (1560-1606).

En 1578, don Gaspar, a la edad de dieciocho años, decidió prestar ayuda al rey Felipe II, con sus tropas gallegas pagadas a su costo, en acciones militares en la frontera de Portugal, reduciendo a la obediencia del rey dieciocho villas.
Gaspar con sus tropas gallegas, junto con las de su primo Francisco de Zúñiga, IV duque de Béjar y Plasencia, y los ejércitos reales al mando de Fernando Álvarez de Toledo, III duque de Alba de Tormes, participaron en la revista a la entrada a Portugal que hizo Felipe II, en Cantillana, cerca de Badajoz, en 1580.
Gaspar defendió con sus tropas gallegas el puerto de La Coruña, cuando éste fue atacado por el corsario inglés Francis Drake en 1589.
En 1595 se trasladará a América, donde organizó expediciones y gobernó los territorios: Fue Virrey, gobernador y capitán general del reino de la Nueva España (Méjico), presidente de la Real Audiencia de Méjico (por él se llama así la ciudad mejicana de Monterrey) y desde 1603 Virrey, gobernador y capitán general del reino del Perú y presidente de la Real Audiencia de Lima.
En esta ciudad falleció.


***


Sucedió a Gaspar su hijo Manuel de Fonseca y Zúñiga, VI conde de Monterrey (1586-1653).

Don Manuel fue uno de los miembros más importantes de la familia, conde de 1606 a 1653.


Controló importantes extensiones de tierras en Galicia, Zamora y Salamanca.
Felipe III lo nombró caballero de Santiago en 1606 y Felipe IV lo hizo Grande de España en 1628.

A ello se unía la influencia de su tío Baltasar de Zúñiga, diplomático y ministro de Felipe IV.
Y también sus vínculos con Gaspar de Guzmán y Pimentel, Conde-Duque de Olivares: Su hermana Inés de Zúñiga estaba casada con Olivares y él mismo estaba casado con Leonor María de Guzmán y Pimentel, hermana de Olivares y prima-hermana de don Manuel. Era, pues, cuñado por partida doble del valido de Felipe IV.


Don Manuel fue presidente de los Consejos de Estado, de Guerra y de Italia, embajador en Roma y virrey de Nápoles.

En la entrada a la basílica de San Lorenzo el Mayor de Nápoles se encuentra su escudo de armas, en recuerdo de las obras que durante su estadía en esa ciudad se hicieron.

Fue patrono del Colegio de Santiago Alfeo (o Colegio de Fonseca) de Santiago de Compostela, al ser descendiente de Diego Acevedo y Fonseca, hermano del Arzobispo Fonseca.
Además fue mecenas de Diego Velázquez y de Lope de Vega; éste le dedicó la obra La Mañana de San Juan.


***


Durante su estancia en Italia, el conde concibió la idea de fundar en Salamanca un convento cuya iglesia le sirviera como panteón.

En un primer momento, poco después de su llegada a Nápoles en 1631, don Manuel pensó en remodelar la iglesia conventual salmantina de las Úrsulas, para convertirla en panteón familiar y especialmente de su tío don Baltasar de Zúñiga. En 1633 ya había dado pasos para esta obra, enviándosele desde Salamanca las medidas de los nuevos altares que debían erigirse en Santa Úrsula para cuatro nichos sepulcrales.


Sin embargo, por razones que no se conocen, quizás por el deseo de prepararse una sepultura acorde con su nueva situación social como virrey, don Manuel en 1634 decidió cambiar de proyecto fundacional.


El 16 de febrero de 1636, en carta al Marqués de Castel Rodrigo, el Conde le comunicaba su intención de fundar en Salamanca un convento de agustinas descalzas donde enterrar a su tío, y le anunciaba que había encargado un retablo.


El convento de las agustinas recoletas de Salamanca, dedicado a la Purísima Concepción y conocido como las Agustinas de Monterrey, fue levantado justo frente al palacio, conformando una pequeña plaza.


El 17 de marzo de 1636 se colocó la primera piedra del nuevo templo conventual.

El inicio de la construcción del cenobio se retrasó hasta 1641, debido a que hubo dificultades para adquirir los solares necesarios.

Las obras duraron más de cien años. Pronto se olvidó que incialmente se habían concebido para sepultura de Baltasar de Zúñiga.


El plan era complejo:
Por una parte, una iglesia de religiosas recoletas debía presentar una imagen austera.
Pero, por otra parte, el programa del enterramiento condal imponía el desarrollo del presbiterio, con los sepulcros de los fundadores a los lados del retablo mayor, siguiendo el modelo de la cabecera de la iglesia del monasterio de El Escorial.
Y además, la custodia de la colección de reliquias de los condes de Monterrey (que serán sustraídas por los franceses durante la Guerra de la Independencia) introdujo la necesidad de abrir en el cuerpo de la iglesia dos capillas laterales.


En 1643 el Conde-Duque de Olivares cayó en desgracia, y con él su cuñado el Conde de Monterrey, que en 1645 fue enviado a Aragón.
Ello supuso la ralentización de las obras, acentuada por la muerte de don Manuel en 1653, y de doña Leonor en 1654.


El 20 de diciembre de 1657 se derrumbó la cúpula y este hecho acarreó una nueva detención de la fábrica, que no se reemprendería hasta 1670.

Se colocó la veleta y se limpió la iglesia en 1747.


***


Don Manuel murió sin descendencia (se cree que tuvo una hija natural, que fue priora del Convento de las Agustinas) y el condado pasó a su prima Isabel de Zúñiga y Fonseca (hija de Baltasar de Zúñiga), VII condesa de Monterrey, que casó con Juan Domingo de Haro, gobernador de Flandes.

En 1710 heredó el título su hija Catalina de Haro, VIII condesa de Monterrey.
Ésta casó con Francisco Álvarez de Toledo y Silva, X Duque de Alba (1662-1739), lo que supuso la integración del Condado de Monterrey en la Casa de Alba.


En 1776 heredaba la corona condal María Teresa Cayetana de Silva Álvarez de Toledo, XI condesa de Monterrey y XIII duquesa de Alba.

Desde entonces, han sucedido a ésta:
Carlos Fitz-James Stuart y Silva, XII conde de Monterrey;
Jacobo Fitz-James Stuart y Ventimiglia, XIII conde de Monterrey;
Carlos María Fitz-James Stuart y Palafox, XIV conde de Monterrey;
Jacobo Fitz-James Stuart y Falcó, XV conde de Monterrey;
Cayetana Fitz-James Stuart y Silva, XVI condesa de Monterrey.


***


Durante años los Alba apenas visitaron el palacio salmantino.
A finales del XIX y principios del XX se instaló una escuela en parte del edificio.


Sin embargo, la XVIII Duquesa de Alba, Cayetana, emprendió la restauración del edificio y lo convirtió en su residencia en Salamanca.
En la primera planta distribuyó los salones de recibo y los dormitorios.
En el segundo piso instaló la planta noble.


Por esta labor de conservación del patrimonio la Duquesa recibió en 1986 el premio Europa Nostra y en 1987 la Medalla de Oro de la Ciudad de Salamanca.


***


Unamuno pasaba a diario por delante del Palacio de Monterrey, en su ir y venir por la calle Compañía, de camino al trabajo en el Rectorado de la Universidad y de regreso a casa.


Don Miguel reflexiona ante las piedras del palacio:


Torre de Monterrey, cuadrada torre,
que miras desfilar hombres y días,
tú me hablas del pasado y del futuro
Renacimiento.
De día el sol te dora y a sus rayos
se aduermen tus recuerdos vagarosos,
te enjabelga la luna por las noches
y se despiertan.
Velas tú por el día, enajenada,
confundida en la luz que en sí te sume,
y en las oscuras noches te sumerges
en la inconciencia.
Mas la luna en unción dulce al tocarte,
despiertas de la muerte y de la vida,
y en lo eterno te sueñas y revives
en tu hermosura.
¡Cuántas noches, mi torre, no te he visto,
a la unción de la luna melancólica,
despertar en mi pecho los recuerdos
de tras la vida!
De la luna la unción por arte mágica
derrite la materia de las cosas
y su alma queda así flotante y libre,
libre en el sueño.
Renacer me he sentido a tu presencia,
torre de Monterrey, cuando la luna
de tus piedras los sueños libertaba
y ellas cedían,
Y un mundo inmaterial, todo de sueño,
de libertad, de amor, sin ley de piedra,
mundo de luz de luna confidente,
soñar me hiciste.
Torre de Monterrey, dime, mi torre,
¿tras de la muerte el sol brutal se oculta
o es la luna, la luna compasiva,
del sueño madre?
¿Es ley de piedra o libertad de ensueño
lo que al volver las almas a encontrarse
las unirá para formar la eterna
torre de gloria?
Torre de Monterrey, soñada torre
que mis ensueños madurar has visto,
tú me hablas del pasado y del futuro
Renacimiento.