Mi Salamanca
Alto
soto de torres que al ponerse
tras
las encinas que el celaje esmaltan
dora
a los rayos de su lumbre el padre
Sol
de Castilla;
bosque
de piedras que arrancó la historia
a
las entrañas de la tierra madre,
remanso
de quietud, yo te bendigo,
¡mi
Salamanca!
Miras
a un lado, allende el Tormes lento,
de
las encinas el follaje pardo
cual
el follaje de tu piedra, inmoble,
denso
y perenne.
Y
de otro lado, por la calva Armuña,
ondea
el trigo, cual tu piedra, de oro,
y
entre los surcos al morir la tarde
duerme
el sosiego.
Duerme
el sosiego, la esperanza duerme
de
otras cosechas y otras dulces tardes,
las
horas al correr sobre la tierra
dejan
su rastro.
Al
pie de tus sillares, Salamanca,
de
las cosechas del pensar tranquilo
que
año tras año maduró en tus aulas,
duerme
el recuerdo.
Duerme
el recuerdo, la esperanza duerme
y
es tranquilo curso de tu vida
como
el crecer de las encinas, lento,
lento
y seguro.
De
entre tus piedras seculares, tumba
de
remembranzas del ayer glorioso,
de
entre tus piedras recojió mi espíritu
fe,
paz y fuerza.
En
este patio que se cierra al mundo
y
con ruinosa crestería borda
limpio
celaje, al pie de la fachada
que
de plateros
ostenta
filigranas en la piedra,
en
este austero patio, cuando cede
el
vocerío estudiantil, susurra
voz
de recuerdos.
En
silencio fray Luis quédase solo
meditando
de Job los infortunios,
o
paladeando en oración los dulces
nombres
de Cristo.
Nombres
de paz y amor con que en la lucha
buscó
conforte, y arrogante luego
a
la brega volvióse amor cantando,
paz
y reposo.
La
apacibilidad de tu vivienda
gustó,
andariego soñador, Cervantes,
la
voluntad le enhechizaste y quiso
volver
a verte.
Volver
a verte en el reposo quieta,
soñar
contigo el sueño de la vida,
soñar
la vida que perdura siempre
sin
morir nunca.
Sueño
de no morir es el que infundes
a
los que beben de tu dulce calma,
sueño
de no morir ese que dicen
culto
a la muerte.
En
mi florezcan cual en ti, robustas,
en
flor perduradora las entrañas
y
en ellas talle con seguro toque
visión
del pueblo.
Levántense
cual torres clamorosas
mis
pensamientos en robusta fábrica
y
asiéntese en mi patria para siempre
la
mi Quimera.
Pedernoso
cual tú sea mi nombre
de
los tiempos la roña resistiendo,
y
por encima al tráfago del mundo
resuene
limpio.
Pregona
eternidad tu alma de piedra
y
amor de vida en tu regazo arraiga,
amor
de vida eterna, y a su sombra
amor
de amores.
En
tus callejas que del sol nos guardan
y
son cual surcos de tu campo urbano,
en
tus callejas duermen los amores
más
fugitivos.
Amores
que nacieron como nace
en
los trigales amapola ardiente
para
morir antes de la hoz, dejando
fruto
de sueño.
El
dejo amargo del Digesto hastioso
junto
a las rejas se enjugaron muchos,
volviendo
luego, corazón alegre,
a
nuevo estudio.
De
doctos labios recibieron ciencia
mas
de otros labios palpitantes, frescos,
bebieron
del Amor, fuente sin fondo,
sabiduría.
Luego
en las tristes aulas del Estudio,
frías
y oscuras, en sus duros bancos,
aquietaron
sus pechos encendidos
en
sed de vida.
Como
en los troncos vivos de los árboles
de
las aulas así en los muertos troncos
grabó
el Amor por manos juveniles
su
eterna empresa.
Sentencias
no hallaréis del Triboniano,
del
Peripato no veréis doctrina,
ni
aforismos de Hipócrates sutiles,
jugo
de libros.
Allí
Teresa, Soledad, Mercedes,
Carmen,
Olalla, Concha, Bianca o Pura,
nombres
que fueron miel para los labios,
brasa
en el pecho.
Así
bajo los ojos la divisa del amor,
redentora
del estudio,
y
cuando el maestro calla, aquellos bancos
dicen
amores.
Oh,
Salamanca, entre tus piedras de oro
aprendieron
a amar los estudiantes
mientras
los campos que te ciñen daban
jugosos
frutos.
Del
corazón en las honduras guardo
tu
alma robusta; cuando yo me muera
guarda,
dorada Salamanca mía,
tú
mi recuerdo.
Y
cuando el sol al acostarse encienda
el
oro secular que te recama,
con
tu lenguaje, de lo eterno heraldo,
di
tú que he sido.
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