Enrique de Villena fue un estudioso de la
astrología, interesado también por “algunas uiles y rehaces artes de adeuinar
e interpretar sueños e estornudos e señales e otras cosas tales que nin a
principe real e menos catolico christiano conuenian”.
Por ello el rey Juan II ordenó a fray Lope de
Barrientos quemar los escritos del marqués. El propio Lope de Barrientos
(obispo de Cuenca y antiguo estudiante en Salamanca, en el Colegio de los
Dominicos de San Esteban), en su obra titulada Especie de adeuinança, recuerda la orden del monarca cuando,
refiriéndose a uno de los libros de magia del marqués de Villena, dice: “Este
es el libro aquel que tú, como Rrey cristianísimo, mandaste a mí, tu siervo y
fechura, que lo quemase a vueltas de otros muchos”.
Hernán
Núñez, el llamado Comendador
Griego, en su edición de Laberinto de
Fortuna, de Juan de Mena (Sevilla 1499, revisada y enmendada en Granada,
1505), en la nota a las coplas CXXV-CXXVIII, cuyo tema es la cuarta orden de
Febo, alusiva a Enrique de Villena, a quien se elogia, dice: “Elogio o
testificación muy justo, porque siendo este caballero de sangre real, tío del
rey don Juan y muy principal en estos reinos, reconoció que el verdadero linaje
y tener es la posesión de la virtud, y ésta raramente se alcanza sin las
letras, más aún en el arte de la mágica, tanto que se cuentan de él cosas
maravillosas; y dejó muchos libros compuestos llenos de mucha doctrina y
erudición”. Comentando la copla CXXVIII, Hernán Núñez reitera que Enrique
de Villena “dejó muchos libros de varias y diversas doctrinas, entre los
cuales dejó algunos de arte de la mágica, los cuales fueron quemados en el
monasterio de Santo Domingo el Real de Madrid, no por sentencia de don Lope de
Barrientos, como algunos falsamente piensan, sino por mandato del rey don Juan,
y quemólos en el sobredicho lugar don Lope de Barrientos, obispo de Cuenca,
fraile de la Orden de los predicadores, maestro del príncipe don Enrique. Lo
cual ser así como yo digo demuestra el mismo don Lope de Barrientos en un
tratado de las especies de adevinança que copiló por mandamiento del rey don
Juan”.
El Comendador Griego se esfuerza por disculpar al
obispo Barrientos, que no hizo más que obedecer la orden del rey, quien, según
el mismo Hernán Núñez, también se arrepintió más tarde de tal decisión.
***
En Salamanca, descendiendo la calle de San Pablo
(antiguamente de San Polo), y antes de llegar a los ahora semi-restaurados
restos de la antaño iglesia de San Polo, a mano derecha arranca la costanilla
de Carvajal, que desemboca en la plazuela del mismo nombre.
En aquel lugar se levantó, a finales del siglo XI,
la iglesia de San Cebrián.
El historiador salmantino del XIX Manuel Villar y Macías expone, en Historia de Salamanca (1887), en qué
estado de ruina se hallaba el templo a mediados del siglo XIX: “De la iglesia
de san Cebrián tenemos noticias en 1156 por la donación que hicieron al
Cabildo de unas casas que tenían en su feligresía el caballero Martín Franco
y su mujer doña Melina (...) Hallándose ruinosa, la agregaron en 1580 a la de
san Pablo, y cuatro años después vendieron casi toda su piedra en 160 ducados
para la obra de la Catedral”.
San Cebrián, nombre popular de San Cipriano, fue
inicialmente un mago que, convertido al cristianismo, acabó siendo prelado de
su Antioquía natal y, durante la persecución desencadenada por Diocleciano,
sufrió martirio en Nicomedia el año 304.
Sobre San Cebrián (Cipriano), Calderón de la Barca (que fue escolar en Salamanca) escribirá la
comedia titulada El mágico prodigioso.
Una obra que tuvo gran difusión en España, sobre
todo en el siglo XVI, fue el Libro de San Cipriano, que contenía
conjuros e invocaciones al diablo capaces, según sus adeptos, de proporcionar
conocimientos maravillosos.
La llamada Cueva de Salamanca era precisamente la
sacristía de la iglesia de San Cebrián.
Villar y Macías describía la situación en que se
encontraba aquel lugar el año 1887: “La sacristía no tenía nada de profundísima
cripta, y era subterránea sólo por bajarse a ella desde el pavimento de la
iglesia (...); pero, siendo allí rapidísimo el declive del terreno, quedaba
algo cubierta por él por ambos lados, pero libre y desembarazada por la parte que
miraba a oriente, y era base del ábside, que casi tocaba con el muro viejo de
la ciudad, que desde allí atravesaba por la cuesta. La mitad de la cueva
existe aún con su bóveda de piedra, y la puerta con vestigios de los
escalones que descendían de la iglesia; la otra mitad y el ábside que sobre
ella se alzaba fueron demolidos en 1584, para aprovechar la piedra; pero
todavía se descubre el cimiento semi-circular, removiendo la tierra”.
En 1951, Manuel
García Blanco (en “Cervantes y el entremés de La Cueva de Salamanca”) describía el estado en que se encontraba en
esa fecha: “Lo que actualmente se conserva en este recinto es la mitad,
aproximadamente, de la sacristía, con su bóveda de piedra, y la puerta
abocelada, abierta en el muro del fondo, con vestigios de los escalones que
daban acceso a la iglesia”.
***
La tradición local contaba que a principios del
siglo XIV el sacristán de la iglesia de San Cebrián (otros afirman que se
trataba de un bachiller, y otros que era el diablo en persona) impartía en la
cueva subterránea lecciones de magia, de astrología y de otras artes y
ciencias misteriosas non cumplideras de
saber. El número de alumnos admitidos debía ser siete; y siete eran
también los años que los iniciados habían de emplear en sus estudios. Al
final de los mismos se echaba a suertes cuál de los siete discípulos tendría
que pagar al maestro. En caso de no abonar la deuda, debería quedar preso en
la cueva.
A comienzos del siglo XV, la tradición hechiceril
de la cueva acrecienta su fama al ligarse a ella la figura de Enrique de
Villena, cuya aureola de mago y de astrólogo era ampliamente conocida en el
reino y avalada por la intervención personal del rey Juan II al ordenar a Lope
de Barrientos la quema de los libros del marqués.
Comienza a contarse que éste formó parte de uno de
aquellos grupos de siete alumnos que estudiaron en la cueva de San Cebrián, y
que, finalizado el periodo de siete años requerido, le deparó el sorteo que fuese
él quien abonara al maestro el estipendio estipulado. A don Enrique le resultó
imposible pagar la deuda, y tuvo que quedar preso en la cueva. Pero ideó una
solución ingeniosa: se ocultó dentro de una tinaja que había en el recinto, de
modo que, cuando el maestro y los restantes discípulos regresaron al caer la
noche, sin reparar en la tinaja, constataron que el marqués había
desaparecido. Asombrados, abandonaron corriendo el lugar, proclamando el
prodigio. En su precipitación dejaron abierta la puerta de la cripta, lo que
aprovechó el marqués para abandonar su escondite, llegar a la iglesia,
esconderse tras uno de los altares, pasar allí la noche y al hacerse de día
salir de la iglesia cuando se abrieron sus puertas para la misa.
Lope de
Vega, en El desconfiado, pone en boca de Feliciano unas palabras en que,
aludiendo a Madrid, le dice a don Juan:
Es la maravilla octava,
porque es Madrid un compuesto,
don Juan, de provincias varias,
y con Madrid compararon
la cueva de Salamanca:
siempre, de los muchos que entran,
se queda alguno...
Bernardo
Dorado, en su Compendio histórico de la ciudad de Salamanca (1763), recoge las
palabras de Diego Pérez de Mesa, (catedrático
de Matemáticas de la Universidad de Alcalá, cátedra que abandonó hacia 1559
para trasladarse a la de Sevilla), publicadas en 1595 como Adiciones al Libro de las grandezas y cosas memorables de
España (1548), de Pedro de Medina Medina:
“De la Universidad de Salamanca finge el vulgo la
cueva, que no sé por qué es llamada de Clemesín, en donde entraban debajo de
tierra siete estudiantes á estudiar por siete años, aprendiendo el arte
mágica de una cabeza de alambre, y al cabo de ellos se quedaba uno allá
dentro, sin volver a verse más. Muéstrase la entrada de esta cueva á
espaldas de la iglesia catedral, en sitio donde estuvo la parroquial de san
Ciprián, la que se vé allí, y está cerrada, y ha llegado á tanto su fama
que muchos escritores han hecho mención de ella. Estudiando yo en Salamanca,
procuré averiguar la verdad, y hallé que el Maestro Francés, gran filósofo
y catedrático antiguo de Salamanca, estaba en la opinión de que la invención
de esta fábula fue en la manera siguiente: un cetre de la iglesia de san
Ciprián sabía mucho de las artes mágicas vedadas y prohibidas; enseñábalas
á algunos estudiantes, y entre ellos á un hijo del marqués de Villena, y
porque no le hallasen en aquella lectura y pasantía, metíase con los
discípulos a enseñarles en una cueva ó concavidad grande que había detrás
del altar mayor de la iglesia, logró sacar algunos discípulos bien diestros y
entre ellos el referido don Enrique de Villena”.
En el Teatro
Crítico Universal del padre Feijóo
(1676-1764), en el discurso titulado “Cuevas de Salamanca y Toledo, y mágica de
España”, se registra el testimonio de un catedrático de la Universidad de
Salamanca llamado Juan de Dios:
“Relación acerca de la misma cueva, comunicada al
Padre Maestro Feijóo por don Juan de Dios, catedrático de la Universidad de
Salamanca.
En cuanto á la cueva de san Ciprián, lo que hemos
podido averiguar es que donde la cruz de piedra en el atrio ó plazuela que
llaman de el Seminario de Carvajal, había una iglesia parroquial llamada de
san Ciprián, la cual estaba unida con la de san Pablo. En ésta había una sacristía
subterránea á modo de cueva, que se bajaba unos veinte y tantos pasos, la
cual era muy capaz y vistosa. En esta hubo un sacristán que enseñaba arte
mágica, astrología judiciaria, geomancía, hidromancía, piromancía,
aereomancía, chiromancía, necromancía. Los siete primeros discípulos que
tuvo el tal maestro propusieron qué estipendio se le daría y acordaron
determinada cantidad y echaron suerte entre los siete á cuál había de tocar
pagar por todos, pactando, primero, que al que tocase pagar si no pagaba
pronto, había de quedar detenido en un tránsito ó aposentillo que había en
la misma sacristía, hasta que sus amigos se lo prestasen ó se lo enviasen de
su tierra, y que habiendo otros siete discípulos, los nuevos hubiesen de hacer
lo mismo, y creciendo el número, siempre para la paga, se procediese por el
número septenario. Sucedía que unos podían pagar luego y otros nó, y así
solían estar detenidos ó presos tres ó cuatro juntos. Duró esto hasta tres
cúrias, en una de las cuales vino un hijo de el marqués de Villena; y como en
el sorteo, los compañeros le barajasen la suerte, pagó una vez por todos.
Pero haciendo con él la misma trampa segunda vez, quiso ser de los detenidos,
pero fué para hacer una pesada burla al maestro, sin ser bastante á
estorbarla cuantas artes sabía, y desde entonces cesaron dichos estudios en la
cueva ó sacristía. Sucedió por los años 1322, ciento veintidós años
después de fundada la Universidad”.
“Porque deseará saber la burla del marqués de
Villena, de quien se dice que se hizo entonces invisible, según en un
manuscrito antiquísimo hallamos, fue de esta forma, advirtiendo que falta una
ú otra cláusula, porque el manuscrito está allí ilegible. En el aposentillo
determinado para la cárcel de los que no podían pagar de contado, á un
rinconcillo estaba una tinaja de agua, hendida, por cuya razón estaba vacía;
encima de la tapadera había unos trastos de la misma sacristía. En ésta se
metió y con maña dispuso que los trastos se volviesen á quedar como estaban.
La tinaja debió ser más que mediana y él no debía ser muy alto, pues cupo
en ella agachado. Era tiempo que el criado le viniese á traer luz y cena, y un
amigo que venía acompañándole, y el sacristán ó bachiller con él, porque
tenía la llave de tal aposentillo con candado por de fuera, abrieron, y no
viéndole, quedaron suspensos, no sabiendo cómo se hubiese salido. Encima de
la mesa había uno ú dos libros de arte mágica, y no dudaron mucho de que la
hubiese puesto en práctica. Saliéronse, no cuidando de cerrar la puerta. El
criado y el amigo cada uno se fué para su casa, el bachiller se subió á su
cuarto, y todos con el susto del desaparecimiento. El marqués, luego que vió
que se habían ido, se salió de la tinaja, y cuando presumió que el bachiller
y muchachos estarían ya dormidos, se subió por la sacristía. En las puertas
estaban colgadas las llaves de las alacenas y cajones, y llevóselas de camino.
En la iglesia con la luz de la lámpara, reparó en un altar de un Santo Cristo
que tenía cortinas, subióse a él, y metióse detrás de ellas hasta la mañana,
que el muchacho salió á abrir la puerta principal de la iglesia; y así que
el muchacho se volvió para adentro y comenzó á bajar algunos pasos para la
sacristía, se bajó del altar y se puso con disimulo, como que había entrado
á hacer oración. Salióse de la iglesia sin que nadie le viese y se fue á la
casa de un amigo, y contando lo que había, le encargó el secreto. Díjole
también que se fuese a ver lo que sus condiscípulos decían, y yendo á la
hora de los estudios, encontró con los más de ellos, y cada uno hablaba del
desaparecimiento, á medida de su caletre. A pocos días el marqués volvió
las llaves y publicó el suceso, confesando que había ido á aquellos estudios
por curiosidad, y procuró desvanecerlos de allí adelante, agenciando al bachiller
un empleo, cuya ocupación le precisase dejarlos”.
Aparte del colofón moralista que trata de exonerar
al marqués de su fama de mago, mostrándolo como un burlador que deja en
evidencia la insensatez y falsedad de estas prácticas, hay un error evidente:
los sucesos se datan “en 1322, ciento veintidós años después de fundada la
Universidad”, mientras que Villena nació en 1384, detalle que el propio padre
Feijóo puntualiza más adelante.
Por otra parte, los biógrafos de Enrique de Villena
no han constatado que éste asistiera nunca a las aulas salmantinas.
En el apartado VIII de este “discurso sobre las
Cuevas de Salamanca y Toledo, y mágica de España”, el padre Feijóo llega a la
conclusión de que “el sacristán engaitase a los muchachos con algunos juegos
de manos que sabía, y por enseñárselos le sacase los cuartos que pudiese.
Todo lo demás lo fue añadiendo el vulgo poco a poco, hasta formar una
gigantesca fábula”.
***
Y en ese agigantamiento se incorporarán nuevos elementos
folklóricos universales (arquetipos) como son la redoma, la sombra eternamente
perdida y la estatua o cabeza parlante.
El año 1464 publica Raoul Le Feure o Lefebre su Recueil
des Histoires de Troye. En el libro II, relatando las hazañas de Hércules,
alude a la estancia del héroe en Salamanca, a donde llega dispuesto a fundar
Escuela. Con tal fin cava en tierra un pozo en el que deposita las siete artes
liberales y un rimero de libros. A continuación invita a los lugareños a que
visiten la cripta que ha construido. Pero los ‘salmantinos’ de su tiempo no
captaron de inmediato sus prodigiosas enseñanzas. Dado que el héroe, en su
papel de civilizador, debía marchar a otros países necesitados de sus
hazañas, modeló una estatua suya y la dotó del don de la palabra. Era esta
estatua la que, como si del propio Hércules se tratara, daba respuesta a las
preguntas que se le formulaban por parte de los estudiantes ‘salmantinos’ deseosos
de aprender. En su antiguo francés medieval, el pasaje dice así: “Marchó
Hércules a la ciudad de Salamanca y, como estaba muy bien poblada, decidió
instituir allí un solemne Estudio. Ordenó que se practicara en tierra un
grandísimo agujero, a modo de Estudio, y depositó en él las siete artes
liberales con otros varios libros e hizo que los lugareños acudieran allí a
recibir enseñanza. El renombre de tal Estudio fue grande por el país y dicho
Estudio duró hasta el tiempo en que Santiago convirtió a España a la fe”.
En el siglo XVII aquella estatua se había convertido
en una cabeza parlante.
A ella alude el mejicano Juan Ruiz de Alarcón, cuando (entre 1613 y 1626) lleva al teatro
su comedia La cueva de Salamanca. En
1600 Ruiz de Alarcón se trasladó de Méjico a Salamanca, donde se le convalidan
los estudios que había cursado en América y obtiene el grado de bachiller en
Derecho Civil. Ruiz de Alarcón vivió largo tiempo en la ciudad del Tormes y
conoció las consejas que por ella corrían.
Según la comedia del mejicano, Villena llega a
Salamanca desde Madrid atraído por la fama de la cueva nigromántica y por la
existencia en ella de una cabeza parlante de bronce. Otro personaje, don Diego,
pone a don Enrique al tanto de la ‘verdad’, haciéndole saber que quien habita
en la cueva es el propio mago, llamado Enrico y nacido en Francia. La comedia
tiene por argumento principal las aventuras estudiantiles del de Villena; y al
final de la misma se registran los otros dos motivos que, incorporados a la
leyenda, se han conservado como parte esencial de ésta: la redoma y la sombra.
En cuanto a la redoma, ha experimentado una
metamorfosis aquella inicial tinaja en que se ocultó don Enrique para burlarse
del maestro. Ahora es una redoma en la que se supone encerrado el marqués o el
diablo.
El torreón contiguo al lugar que ocupaba la iglesia
de San Cebrián es denominado “de Villena”́. En una de sus ventanas se suponía
colocada la redoma en cuestión.
En cuanto a la sombra, se decía que don Enrique había
sido capaz de escapar de su prisión, pero a cambio había tenido que dejar en
prenda su propia sombra, de la que se vio privado para siempre:
...Y porque es justo
que el noble auditorio sepa
por qué dicen que engañó
el gran Marqués de Villena
al demonio con su sombra,
oíd: la razón es ésta.
Como el Marqués estudió
esta diabólica ciencia,
tuvo el infierno esperanza
de su perdición eterna.
Mas murió tan santamente,
que engañó al demonio, y ésa
es la causa porque dicen
que con la sombra lo deja.
Dicen que entregó su cuerpo
a una redoma pequeña,
porque en su sepulcro breve
incluyó tanta grandeza,
que quiso hacerse inmortal,
dicen, porque su nobleza,
su saber y cristiandad,
alcanzaron fama eterna.
Y con eso demos fin
a la historia verdadera
del principio y fin que tuvo
en Salamanca la cueva,
conforme a las tradiciones
más comunes y más ciertas.
***
A mediados del XVIII el toledano Rojas Zorrilla vuelve a llevar a las
tablas el mismo tema que desarrollara Ruiz de Alarcón. El título de la
comedia será Lo que quería ver el
marqués de Villena. En ella presenta a don Enrique inmerso en la vida
estudiantil salmantina, preocupado fundamentalmente por dos cosas: por sus
aventuras amorosas y por las enseñanzas mágicas. A este respecto, todo gira
en torno a la célebre cueva, en la que vive el mago Fileno (o el diablo),
poseedor de un espejo mágico que ofrece al de Villena respuestas maravillosas.
Vuelven a aparecer los temas de la redoma y de la sombra; pero los siete
discípulos asistentes a las enseñanzas nigrománticas han sido reducidos a
cuatro. En un pasaje dialogan Fileno y Zambapalo:
FIL. Con condición me enseñó
esta ciencia no adquirida,
que su esclavo había de ser
como en la muerte en la vida,
y que de cuantos mi engaño
enseñase la magía
un discípulo le había
de dar por feudo cada año
y cómo faltar no puede
este paso.
ZAMB. Hay tal azar.
FIL. Cada año se ha de sortear
uno que conmigo quede;
todos suertes se han echado
para esta satisfacción,
trece discípulos son
los que en trece años le he dado:
y así, hoy os conformáis
a obedecer lo que os digo:
uno ha de quedar conmigo
de los cuatro que aquí están.
Hoy el plazo se llegó...
En 1733 el caballero Francisco Botello de Moraes y Vasconcellos publica en Salamanca una
satírica Historia de las cuevas de
Salamanca, en seis libros, en la que mezcla realidades históricas con
elementos legendarios que el relato ha ido incorporando en el decurso de los
siglos, a los que añade fantásticas aportaciones de su propia inventiva.
En la “Archicueva de los Nigromantes”, como
denomina a la de San Cebrián, impartía sus enseñanzas el propio diablo, a
quien sólo el marqués de Villena fue capaz de burlar. En una parodia que
recuerda el descenso de Eneas al Hades o el de Dante a los Infiernos, el autor
-Botello de Moraes- desciende a la Cueva de Salamanca. A la puerta lo recibe,
como la vieja sibila virgiliana, una anciana enlutada, con garras de león y
uñas de grifo, que es la madre Celestina, que le servirá de guía en su
aventura subterránea. Cruzado el umbral, descubre un país en el que reina una
perenne primavera y las calles y las casas han sido sustituidas por jardines y
palacios. El putrefacto río Cocito virgiliano-dantesco es aquí un río de
leche, que hay que cruzar para llegar a una paradisíaca isla en la que
gobierna Amadís, que será quien narre al autor la historia de la cueva, cuyos
orígenes remontan a Mercurio. En un momento dado de su visita, Botello de
Moraes llega a lo que denomina Universidad nigromantesca, donde las enseñanzas
corren a cargo de un maestro fantasmal, de quien sólo se aprecia un brazo. Asiste
a una de sus lecciones, cuyo tema son los antiguos personajes que han tenido
algo que ver con la magia: el rey don Rodrigo, la Celestina, Amadís de Gaula,
el marqués de Villena, e incluso Cipriano, el mágico prodigioso calderoniano,
que se convertiría en San Cebrián, titular y patrono de la iglesia que
arropaba la cueva salmantina.
En un fragmento de la obra se dice:
“Mi primer cuidado en Salamanca fue ver sus Nigromantescas
Grutas. Diéronme noticia de la de san Cyprian, no lexos de la Iglesia Mayor,
al pie de una colina en la que está fundado el Seminario de Carvajal (...)
Volví a casa. Preguntóme la ama de la posada dónde había estado. I
contándoselo yo, puso ambas manos en la cabeza; i suspirando, me dixo: Señor,
por un solo Dios no se meta V. Merced en la tal Cueva. En ella es el Demonio
Cathedrático; i por salario se queda con un Estudiante de cada siete que
entran. Solo el Marqués de Villena lo engañó, dexándole la sombra en vez
del cuerpo. Mas padeció el Marqués el trabajo de no tener sombra desde aquel
tiempo; cosa que hace estremecer las Carnes. El modo de enseñar también es
endemoniado; pues sobre una silla Infernal que tienen allá dentro, solo se ve
un brazo que parece Hombre, el qual habla i se menea sin cessar; i assi explica
todas las Hechicerías i maldades. La cueva está tapiada, como V. Merced ha
visto; pero no por esso dexan de entrar los Escolares por otras sendas. De las
demas gentes nadie se ha atrevido ni se atreve a acercarse a aquella boca d’el
Infierno. Entró acaso una gallina en una breve rotura de lo tapiado; i empezó
luego a quexarse terriblemente. ¡Considere V. Merced qué dolores padecería el
inocente animalito, i qual estaría su corazón viéndose en poder de aquellos
Sayones! Oyó sus quexas la mujer que la buscaba; i la encomendó al primer
día del mes de Noviembre; quiero decir a todos los Santos. Salió la gallina,
pero sin pluma, ni señal de haberla tenido; mas pelada y lisa que sus mismos
huevos”.
El libro fue muy leído en el siglo XVIII, y el
padre Feijóo le dedica grandes elogios. No así Villar y Macías, que dice de
él: “La libre fantasía de estos poetas no se ha ajustado siempre a la
tradición, sirviéndoles sólo de pretexto para lucir las galas de su
inspirado ingenio, como de pretexto sirvió, en el siglo pasado, al caballero
Francisco Botelho de Moraes y Vasconcelhos, en su obra Las Cuevas de Salamanca, libro de intolerable lectura”.
Por último, en 1839 el escritor romántico Juan Eugenio Hartzenbusch llevó a las
tablas una comedia titulada La redoma
encantada, que gira en torno a Enrique de Villena y a la Cueva de
Salamanca, aunque sólo le interesa uno de los temas legendarios: el que da pie
al título.
***
Desde finales de la Edad Media gozó de gran fama el
mágico estudio, la Cueva de Salamanca y su vinculación con el marqués de
Villena.
El propio nombre de Salamanca ha sido en más de
una ocasión puesto en relación con el mundo de la magia, haciéndolo significar
etimológicamente “lugar de encantamiento”.
Así, a comienzos del XVII, Sebastián de
Covarrubias -antiguo colegial salmantino que alcanzaría altas dignidades
eclesiásticas-, bajo el epígrafe “Salamanca”, escribía en su Tesoro de la Lengua Castellana: “Algunos
quieren que este nombre (sc. de Salamanca) sea griego, de psallo y mantici, divinatio, quasi cantus divinus; parece aludir a
la fábula de que en Salamanca se enseñaba la encantación y arte de
nigromancia, en una cueva que se llama de San Cebrián. Esto tengo por
fábula”.
Villar y Macías, por su parte, nos dice: “Los que
atribuyeron origen helénico a Salamanca dan el significado de ‘sede o sitio de
adivinación’ a la palabra Helmantica, nombre con que Polibio la menciona por
la primera vez, compuesto de dos voces griegas: hela, que entre los laconios significa ‘cátedra’, ‘asiento’, y mantiké, ‘arte de adivinar’, ‘adivinación’;
y de aquí Hel-mantiké, elidiendo el
alfa del primer vocablo”.
Esta antigua etimología, vinculada al origen mítico
de la cueva -y de la ciudad- que se decía abierta por Hércules, aparece
también en textos literarios, como el Bernardo
de Balbuena, quien dice:
A las artes mágicas y los agüeros
quien aquí le enterró vivo y deste agüero
a Salamanca dio nombre primero.
Según Balbuena, el enterrado en la cueva es el
sabio Clemesí (el Clemesín mencionado por Bernardo Dorado en su Compendio histórico de la ciudad de
Salamanca), de quien octavas antes ha dicho:
Hércules hizo esta espantosa cueva
y en ella enterró vivo un agorero,
el sabio Clemesí...
La obra se titula El Bernardo o victoria de Roncesvalles, y fue publicada en 1624. Es
un extenso poema cuyo tema central es la leyenda de Bernardo del Carpio. Su autor,
Bernardo de Balbuena, era natural de Valdepeñas, aunque la mayor parte de su
vida transcurrió en Méjico y murió en Puerto Rico. Fue abad mayor de Jamaica y
obispo de Puerto Rico.
***
Durante la Edad Media, el estudio de la magia y de
la alquimia era tarea erudita y se incluía entre las siete artes liberales.
Tales estudios mágicos eran especialmente
fructíferos entre árabes y judíos; y encontraron arraigo y expansión en las
tres ciudades culturalmente más afamadas de la España musulmana: Toledo,
Sevilla y Córdoba. Destaca en particular la primera, en donde desde el siglo
XII cobra arraigo la ars Toletana, nombre
con que se designa a la ciencia mágica y, en general, al ocultismo.
Apenas se crea el Estudio Salmantino, y tan pronto
como su Universitas se hace famosa, aquella ars
sienta cátedra a orillas del Tormes. Y si en Toledo era una cueva -que la
tradición aseguraba ser obra de Hércules-, otro tanto ocurrirá en Salamanca,
donde también al héroe tirintio se le asignaba el papel de instaurador.
Conectadas por un análogo destino aparecen Toledo
y Salamanca en la obra que en esta última ciudad publica Pedro Ciruelo en 1538, titulada Reprobación
de las supersticiones y hechicerías. Era Ciruelo catedrático de
Matemáticas en Salamanca y experto en Astronomía, por lo que busca una
explicación ‘científica’ astral al hecho de que fueran precisamente Toledo y
Salamanca lugares en que las enseñanzas mágicas encontraran especial arraigo.
Y así, después de atribuir a Zoroastro y a los magos persas el origen de la
nigromancia, escribe: “Aquella arte en tiempos pasados se ejercitó en nuestra
España, que es de la misma constelación que Persia, mayormente Toledo y Salamanca”.
Así acaba admitiendo lo mismo que censura. ¿No procedían de allá los Reyes magos?
Pero a continuación manifiesta que, gracias a la Iglesia, prácticas semejantes
han sido felizmente erradicadas.
A similar prohibición de enseñanzas mágicas en
la cueva toledana, en la salmantina y en cualquier parte de España, aludía el
canónigo de Zaragoza Bernardo Basin
en su Tractatus de artibus magicis et
magorum maleficiis, publicado en 1483, en donde leemos: Et quibus simul cum optimum illius regni
politia infero, quod nec apud Toletum nec apud Salmanticam aut quemlibet aliam
Hesperie partem hac tempestate (esto es, en su propia época) Magicae artes tolerantur.
***
A finales del siglo XV hace escala en Salamanca el
viajero alemán Hieronimus Monetarius -o
Münzer-, que apunta en su diario esta nota: De specu Nigromantiae. Est una specus subterranea magna, in qua plures
fornices et cripte. Et super eam stat una capella beati Cipriani... Vulgus
variis deliramentis de hoc antro loquitur.
En 1561 otro viajero alemán, Conrad Gestner, en una carta, aludía a los lugares subterráneos
en los que se llevaban a cabo prácticas mágicas. Entre estos lugares menciona
la Cueva de Salamanca en los siguientes términos: Equidem suspicor illos ex druidarum reliquis esse qui apud Celtos
veteres in subterraneis locis daemonibus aliquod annis erudiebantur quod nostra
memoria in Hispania adhuc Salamancae factitatum constat.
Un nuevo viajero, español en esta ocasión, visita
Salamanca en el último tercio del XVI: Cristóbal
de Villalba y Estaña, más nombrado como el Doncel de Jérica y autor de El pelegrino curioso y grandezas de España,
publicado en 1580. El viajero acude a la famosa cueva, y, mientras aguarda a
que le franqueen la entrada, repentiza un soneto (no muy bueno) que deja escrito
en la pared:
Cueva que en Salamanca estás sitiada:
de siete que en ti entraban seys salían,
los cuales, aunque muy doctos venían,
con muy justa razón fuyste cerrada.
Ahora está la cueva tan nombrada
abierta a veynte mil, si la acudían,
y salen erudentes que incluían
el mundo con su ciencia aventajada.
Cerraste una boquita muy estrecha,
abriendo un boquerón tan afamado
que es su valor del mundo el más jocundo.
Eras escuela, academia te has tornado
que das doctos que rijan todo el mundo.
En la segunda mitad del XVII pasa por Salamanca el
alemán Joham Limberg von Roden,
abad del monasterio de Bruck an der Mur, en Estiria. Va registrando todo cuanto
le llama la atención. En Salamanca le cuentan que en la calle de San Pollo, en los bajos de la casa de un
panadero, existía una cueva dotada de ricos salones y jardines, y que en ella
sentaba cátedra el diablo, que impartía sus enseñanzas a siete estudiantes,
con la sola condición de que, al término de sus estudios, uno de ellos se
quedara en la cueva al servicio de su maestro. Uno de esos siete estudiantes
era el Marqueso de Villano, a quien
le cayó en suerte el papel de siervo del demonio, de lo que logró zafarse a
costa de su sombra, que nunca más pudo volver a recuperar. En cuanto a la
redoma, Limberg cuenta cómo el marqués ordenó a unos esclavos negros que
tenía que lo hicieran pedazos e introdujeran éstos en el recipiente de
cristal, del que luego saldrá íntegro e ileso.
Es probable que el relato de Limberg tuviera cierta
difusión en Alemania, y hay que considerarlo como fuente de inspiración para
la novela de Adelbert von Chamisso,
titulada Peter Schlemihl wunderbare
Geschichte (’La maravillosa historia de Peter Schlemihl’), aparecida en
1814, y que los españoles conocemos como Pedro,
el diablo: su tema central es el de un hombre que vende su sombra a
Satanás.
***
En 1589 se publica La Araucana del vizcaíno Alonso
de Ercilla y Zúñiga. En la Tercera parte, en la octava 31 del canto
XXVII, el mago Fitón, que habita en una cueva semejante a la de Toledo, le
enseña al conquistador-poeta Ercilla el globo terráqueo; y, al citarle las
ciudades más renombradas de España, se expresa así:
Ves a Burgos, Logroño y a Pamplona;
y bajando al poniente, a la siniestra,
Zaragoza, Valencia, Barcelona;
a León y a Galicia, de la diestra.
Ves la ciudad famosa de Lisbona,
Coimbra y Salamanca, que se muestra
felice en todas ciencias, do solía
enseñarse también nigromancía.
Toledo y Salamanca, junto con Sevilla, vuelven a
aparecer vinculadas a las enseñanzas de artes demoníacas en el año 1600 en
las Disquisiciones mágicas (Disquisitionum maleficarum libri) del
demonólogo jesuita Padre Martín del
Río. Según él, las prácticas mágicas se expandieron por España a
raíz de la invasión árabe, y tuvieron especial arraigo en las tres ciudades
mencionadas. Respecto a la salmantina, afirma que le fueron mostradas las
ruinas de la cripta en la que se impartían tales enseñanzas; y añade que el
lugar fue tapiado y clausurado unos cien años antes por orden de Isabel la
Católica (aserto no corroborado en ninguna parte).
Escribe Martín del Río: Legimus post sarracenicam per Hispaniam illuvionem tantum invaluisse
Magicam, ut cum litterarum bonorum omnium summa ibi esset inopia et ignorantia
solae firme demoniacae artes palam Toleti, Hispali et Salmanticae docerentur.
In hac quidem civitate bonarum nunc artium matre, cum illic degerem, ostensa
est mihi fuit crypta profundissima gymnasii nefandi vestigium, quam virilis
animi mulier Isabella regina, Ferdinandi Catholici uxor, vix ante annos centum
caementis saxisque iusserat obturari.
(“Leemos que, después de la invasión sarracena,
tuvo tanto desarrollo la magia que, dada la ignorancia y la profunda ausencia
de conocimientos de todas las artes liberales que reinaba en el país, lo único que abiertamente y con rigor se
enseñaba en Toledo, en Sevilla y en Salamanca eran las artes demoníacas.
Encontrándome yo precisamente en esta útima ciudad, en la actualidad madre de
las mejores enseñanzas, se me enseñó una profunda cripta, vestigio de aquella
nefanda escuela, mandada cegar con cemento y piedra hace apenas cien años por
la reina Isabel, mujer de arrojo propio de un hombre y esposa de Fernando el
Católico”).
La fama nigromántica de la gruta salmantina
espoleó pronto la imaginación de los escritores.
Miguel de
Cervantes escribió un entremés
titulado La cueva de Salamanca, que
fue publicado en 1615.
El labrador Pancracio, que debe emprender un viaje
nocturno, es despedido por su esposa Leonarda, que parece profundamente
afligida por verse separada de su marido. Pero apenas ha cerrado la puerta, no
puede contener un arrebato de alegría: “¡Allá darás rayo, en casa de Ana
Díaz! ... ¡Vayas y no vuelvas! La ida del humo...”. Acto seguido, Leonarda y
su criada Cristinica se disponen a pasar una noche divertida en compañía del
sacristán (Maestro Reponce) y del barbero del pueblo (Maese Roque), noche que
se iniciará con una opípara cena. Cuando están a punto de recibir a sus invitados,
se presenta inesperadamente un estudiante de Salamanca que solicita albergue.
Las mujeres le permiten que duerma en el pajar, no sin aconsejarle que haga
oídos sordos y ojos ciegos a cuanto pueda oír y ver aquella noche, y que no
se lo cuente a nadie. En ese momento hacen su entrada el sacristán y el barbero,
portadores de una canasta de provisiones.
Cuando los preparativos de la cena se hallan en
pleno apogeo, regresa Pancracio, el marido, a quien se le ha averiado el carro
y ha tenido que volver a casa. Llama a la puerta, pero su mujer, Leonarda, para
dar tiempo a que el sacristán y el barbero se escondan en la carbonera, demora
el descorrer los cerrojos pidiendo detalles que identifiquen a la persona que
golpea a la puerta.
En estas circunstancias irrumpe el estudiante
salamanqués, que, hambriento, intuye la ocasión de llenar gratuitamente su
estómago. Delante de Pancracio y de las mujeres, temerosas, evoca las maravillosas
enseñanzas que dice haber recibido en la Cueva de Salamanca, y promete que es
capaz de conseguir que todos (Pancracio, Leonarda, Cristinica y él) disfruten
de una buena cena servida por los diablos, que acudirán sometidos a la fuerza
de sus hechicerías. Para que tales sirvientes demoníacos no tengan una
apariencia aterradora, decide que se aparezcan bajo la figura de personajes
conocidos del pueblo, el barbero y el sacristán. Leonarda y Cristinica siguen
el juego del estudiante. Éste, acercándose a la entrada de la carbonera, en la
que están escondidos los amantes, pronuncia un conjuro en el que, para darle
un aire arcaizante, emplea octavas de arte mayor, a la manera de Mena:
Vosotros, mezquinos, que en la carbonera
hallasteis amparo a vuestra desgracia,
salid, y en los hombros, con prisa y con gracia,
sacad la canasta de la fiambrera.
No me incitéis a que de otra manera
más dura os conjure: salid, ¿qué esperáis?
¡Mirad que, si a dicha, salir rehusáis,
tendrá mal suceso mi nueva quimera!
Y el ‘milagro’ se realiza: los falsos demonios
salen de la carbonera.
Se suceden las burlas, las situaciones equívocas y
cómicas, cantos, cena y despedida:
Y al diablo que le acusare
que le den con una tranca,
y para el tal jamás sirva:
la cueva de Salamanca...
De comienzos del XVII es una composición de Juan Ramón de Trasmiera (llamado en
otras ocasiones Pedro González de Trasmiera), titulada Triunfo Raimundino o coronación en que se celebran las antigüedades y
linajes de Salamanca, a la que pertenecen los siguientes versos:
Estudio nigromántico
de la Cueva Cipriana,
do es opinión castellana
de siete quedar un preso.
Por los mismos años el cordobés Francisco de Torreblanca Villalpando,
en su tratado De magia (1618) ofrece
un nuevo dato que luego será repetido sistemáticamente: “el sacristán que en
la cipriana cueva impartía enseñanzas de arte mágica, astrología, judiciaria,
geomancía, hidromancía, piromancía, aeromancía y necromancía” tenía un
nombre concreto, el de Clemente Potosí.
Por ello unos años antes Diego Pérez de Mesa
escribía, aunque sin hallar respuesta, aquello de que “de la Universidad de
Salamanca finge el vulgo la cueva, que no sé por qué se llama Clemesín...”.
Del mismo modo, en las Notae in Luitprandum Chronicon, publicadas en 1635, Tamayo de Vargas (conocedor de la
noticia de Pérez de Mesa) escribe: Salmantina
specus cui non dicta? Visitur hodie ad S. Cyprianum et vocatur Clemensina.
En 1668 el benedictino cardenal fray José Sáenz de Aguirre, catedrático
de Teología de la Universidad salmantina, en sus Ludi Salmanticenses, resume los datos de que dispone sobre la Cueva
de Salamanca en estos términos:
“Respecto a la cueva salmantina, vulgarmente
conocida como Cueva de Salamanca, en la que es fama haberse impartido la
tradicional enseñanza de las artes magicas, es algo que, o bien únicamente se
basa en el incierto rumor de la gente, que admira sobremanera cuanto mantiene
su secreto dentro de los dominios de la magia natural y permitida, o que, si
bien los rebasa, no se transmite de forma abierta, sino a escondidas, como se dice
que acontecía en aquel obscuro antro que hoy día se muestra a la gente. De dónde
pudo emanar esta conseja relativa a la cueva salmantina, puede leerse en Diego Pérez
de Mesa, en notas al libro de Pedro Medina titulado Sobre las cosas sobresalientes que existen en España. A este respecto,
el poema de Pedro González de Trasmiera echó por tierra toda esa conseja
popular al decir:
‘Estudio negromantesco
de la Cueva Cipriana
do es opinión castellana
de siete quedar un preso’.
Precisamente la cueva se halla junto a la iglesia
de san Cipriano”.
***
La fama de la cueva salmantina perdura a lo largo
de los siglos no sólo dentro de nuestras fronteras, sino que se proyecta
también en otros países, tanto europeos como hispanoamericanos.
En Alemania, el poeta romántico Theodor Koerner (1791-1813), en su
poema Der Teufel im Salamanca (“El
diablo en Salamanca”), se imagina al demonio enseñando en la gruta salmantina
y echando mano de anécdotas pornográficas cuando veía decaer el interés de
sus discípulos:
”En Salamanca, en una cueva abovedada, era enorme
la concurrencia, hasta el punto de que el lugar rebosaba de mesas y de bancos,
pues la sabiduría que de allí se sacaba era extraordinaria. Cuando las
enseñanzas mágicas resultaban demasiado áridas, el demonio soltaba graciosas
parrafadas verduscas y chistosos chascarrillos que se ganaban a la audiencia”.
En Inglaterra, el también poeta romántico Walter Scott (1771-1832), en su Lay of the Last Minstrel (“Trova del
último juglar”), recuerda a su ancestro Michel Scot (Miguel Escoto) como a uno
de los estudiantes que cursaron enseñanzas en la cueva salmantina (hoy se sabe
que donde realmente estudió fue en Toledo). El poeta imagina a su antepasado
del siglo XIII -filósofo, médico, alquimista y astrólogo- capaz de hacer
desde Salamanca que comenzasen a repicar las campanas de Notre Dame de París:
“...El maravilloso Miguel Escoto;
un brujo de tan admirable fama,
que, cuando se hallaba en la cueva de Salamanca
aprendiendo a manejar su varita mágica,
las campanas comenzaban a repicar en Notre Dame”.
En Hispanoamérica el antro salmantino gozó de tal
popularidad que el nombre de Salamanca se utilizó para designar cualquier
cueva vinculada a circunstancias sobrenaturales o demoníacas.
En el Diccionario
general de americanismos de Francisco J. Santamaría (Méjico, 1942) una de
las acepciones del término Salamanca es, en Argentina, el de “brujería,
ciencia diabólica y, por extensión, cueva o lugar donde se reúnen los brujos
de la comarca y bajo la presidencia del diablo, y se enseña brujería. Por
analogía, la morada de personas maleantes que a menudo suscitan desórdenes y
grescas”.
El Diccionario
de la Lengua Española, de la Real Academia, registra como decimoséptima
acepción del vocablo Salamanca, en Chile, la de “cueva natural que hay en
algunos cerros”.
En Chile, en la zona de Illapel, departamento de la
provincia de Coquimbo, existe también una llamada Cueva de Salamanca,
relacionada con relatos demoníacos y brujeriles.
Y también en Uruguay, en la Sierra de Sosa, al
norte de Aiguá, en el departamento de Maldonado, se ubica otra Cueva de Salamanca,
muy amplia.
Los hechos iberoamericanos no se limitan a los
países de habla hispana, sino que se extienden también a Brasil, como muestra
el trabajo de César Real Ramos titulado “La cueva de Salamanca y la leyenda de
Jarau (Una versión híbrida salmantino-brasileña)”.
Esta tradición ha alcanzado nivel literario,
basándose en el caudal folklórico hispanoamericano, como lo demuestra el
drama en verso del escritor argentino Ricardo
Rojas, titulado La Salamanca,
auténtico misterio colonial.
En el preámbulo a su drama, el propio Ricado Rojas
dice: “Mito cíclico en ese proceso tradicional es la Salamanca, hipogeo del
terruño, donde el diablo español asimiló al Zupay indio. Escuela de magia,
oficina de sortilegios, capilla del mal, la Salamanca es una alegoría intuitiva
de lo subconsciente en el hombre, y se asemeja a las cuevas de los antiguos
misterios paganos”.
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