José
María Quadrado
(1819-1896)
España: sus monumentos y artes, su naturaleza e
historia
1884
Tomo 3.
SALAMANCA
Capítulo
IV
La
Universidad
***
Por más timbres y grandezas que reúna Salamanca, la
principal, la característica, la que ha dado origen y fundamento a casi todas
las restantes, es su famosa universidad.
Sin ella no hubieran brotado tantos y tan
magníficos templos, ni tan innumerables claustros y fundaciones, ni aun tal vez
tan espléndidos palacios.
De una creación de tan inmensos resultados falta no
sólo el documento primordial, sino hasta la fecha precisa en que se hizo, ni
hay mención apenas en los escritores coetáneos.
Sólo en el Tudense hallamos esta breve frase: «Hic
(Alfonsus IX) salutari consilio evocavit magistros peritissimos in sacris
scripturis et constituit scholas fieri Salmantiae».
Que la fundó Alfonso
IX de León consta por el testimonio de su hijo san Fernando, y no pudo ser
antes de 1212 si le movieron, como la tradición asegura, los celos de la recién
establecida en Palencia por su primo el de Castilla.
Según esto, hay error de algunos años en la data de
la siguiente inscripción que se puso en el claustro de la universidad andando
el siglo XVI: «Anno Dom. MCC. Alfonsus IIX Castellae rex Pallantiae
universitatem erexit, cujus aemulatione Alfonsus IX Legionensis rex Salmanticae
itidem academiam constituit. Illa dejecit deficientibus stipendiis. haec vero
in dies floruit, favente praecipue Alfonso rege X». Al retocarse el letrero se
le añadieron estas palabras referentes al rey sabio: «A quo accitis hujus
academiae viris, et patriae leges el astronomiae tabulae demum conditae».
También entonces se arreglaron más a la verdad histórica los dísticos relativos
al engrandecimiento de la Salmantina sobre las ruinas de la de Palencia:
«Grata domus fuerat Musis Pallentia primum,
Gratior at Phoebo mox Salamanca fuit.
Defecere stipes illic, fugere Camenae
Quae salmantina promicuere domo».
Decayó la una por falta de recursos, consolidóse y
floreció más de día en día la otra, y al cabo, dice el maestro Chacón, «la de Salamanca, como la vaca gorda del sueño de
Faraón, se tragó el flaco estudio de Palencia».
No que este fuese trasladado a aquella según han
creído y afirmado sin bastante apoyo graves autores.
No fue sino que el crecimiento simultáneo de las
dos debía ser incompatible después de unirse León y Castilla bajo el cetro de
Fernando III.
El santo rey Fernando
III fue quien otorgó en 1243 a
la universidad salmantina el privilegio más antiguo que hoy conserva, tomando
bajo su salvaguardia a maestros y escolares, confirmándoles los usos y
franquicias anteriores y erigiendo el tribunal académico que había de dirimir
sus contiendas con los ciudadanos.
A su reconocida importancia ha debido el ser
colocado en la capilla dentro de un marco:
«Conoscida cosa sea a todos quantos esta carta
vieren como yo don Fernando por la gracia de Dios rey de Castiella e de Leon e
de Gallizia e de Cordoba, porque entiendo que es pro de mio regno e de mi
tierra, otorgo e mando que aya escuelas en Salamanca, e mando que todos
aquellos que hi quisieren venir a leer que vengan seguramientre, e yo recibo en
mi comienda e en mio defendimiento a los maestros e a los escolares que hi
vinieren e a sus omes e a sus cosas quantas que hi troxieren. E quiero e mando
que aquellas costumbres e aquellos fueros que ovieron los escolares en
Salamanca en tiempo de mio padre quando estableció hi las escuelas, tan bien en
casas como en las otras cosas, que esas costumbres e esos fueros ayan; e
ninguno que les ficiese tuerto nin fuerza nin demás a ellos nin a sos omes nin
a sus cosas, avrie mi ira e pecharmi he en coto mill morabetinos e a ellos el
danno duplado. Otro sí mando que los escolares vivan en paz e cuerdamientre de
guisa que non fagan tuerto nin demás a los de la villa, e cada cosa que acaezca
de contienda o de pelea entre los escolares, o entre los de la villa e los
escolares, que estos que son nombrados en esta mi carta lo ayan de veer e de
enderezar, el obispo de Salamanca e el deán e el prior de los Predicadores e el
guardian de los Descalzos (a saber los Franciscanos) e don Rodrigo e Pedro
Guiguelmo e Garci Gomez e Pedro Vellido e Fernando Sánchez de Portocarrero, e
Pedro Muñiz calónigo de Leen e Miguel Perez calónigo de Lamego: e a los
escolares e a los de la villa mando que estén por lo que estos mandaren. Facta
charta apud Vallisoletum VII die aprilis era MCCLXXXI».
Es posible que los dos canónigos de León y de
Lamego fuesen de los primitivos catedráticos.
Sin duda a esta concesión alude el dístico dedicado
en el claustro a san Fernando al pie de su imagen:
«Haec donis, Fernande, tuis sic cuncta renidet,
Hesperiae ut nullum celsius extet opus».
Alfonso X hizo más; después de dar preferencia a los
estudiantes en el alquiler de posadas y de eximirlos de peaje y de portazgo,
asignó en 1254 sus salarios a los
profesores, a saber: quinientos maravedís anuales al de leyes dándole por
adjunto un bachiller-legista, trescientos a un maestro en decretos, quinientos
a dos en decretales, doscientos a dos en física, que así llama la medicina,
otros tantos a los dos de lógica y a los dos de gramática, ciento a un
estacionario o librero que tenga los ejemplares buenos e correctos, cincuenta a
un maestro en órgano y cincuenta a un capellán; por conservadores o jueces del
estudio, en lugar de los once instituidos por su padre, nombró solamente al
deán de Salamanca y a Arnal Sanz. Habido consejo con obispos, arcedianos y
hombres sabios, otorgó a la universidad ciertas ordenanzas por donde se
gobernase y rigiese. No es gloria comprobada con datos auténticos, pero tampoco
es aventurada conjetura presumir que los jurisconsultos y los astrólogos,
cooperadores del monarca en la confección de sus dos obras inmortales, salieron
de aquella escuela, única entonces en sus reinos, por cuyo aprovechamiento
celaba tanto y a la cual sin expresar el nombre se refiere tan a menudo en sus
Partidas.
Todo el título 31 de la Partida 2 versa sobre los
estudios generales, hablando allí de los maestros y escolares y de un mayoral
sobre todos ellos que puedan nombrar por sí mismos, de las licenciaturas, del
bedel, del estacionario, y de las condiciones de la villa en que ha de
establecerse dicho estudio que dice debe ser «de buen ayre e de fermosas salidas donde puedan folgar e recebir
placer en la tarde, abondada de pan e de vino e de buenas posadas».
Nacida como casi todas a la sombra del templo, y
habiéndole servido de base los estudios eclesiásticos que de tiempo atrás había
en el claustro de la catedral, tardó mucho en perder, y nunca por completo, el
sello de su origen. Para los grados de licenciatura la capilla de Santa
Bárbara, para la investidura del doctorado una de las naves de la iglesia
mayor, se revestían de solemne aparato: los doctores tenían asiento en el coro,
los canónigos en los actos universitarios, y se guardaban mutuas deferencias y,
gozaban de comunes prerogativas en señal de benévola hermandad.
En la organización dada a las cátedras por Alfonso
X se echa de menos la de teología, sin duda por hallarse de antes instalada y
continuar a cuenta del cabildo; sin embargo no dejó el rey de solicitar para su
obra la sanción pontificia que obtuvo en 1255 de Alejandro IV, colmada de
mercedes y elogios y no menos lisonjera para la ciudad. «Uberrimam civitatem
-llama en su bula a Salamanca-, locum saluberrimum et quibuslibet
opportunitatibus praelectum».
Ya su antecesor Inocencio IV había saludado en
pleno concilio Lugdunense la reciente institución; Bonifacio VIII le aseguró su
patrocinio al enviarle en 1298 las nuevas decretales; y cuando las rentas reales
fueron menguando por la turbulencia de los tiempos, cuando para mantener a los
profesores no halló Fernando IV más
arbitrio que las tercias de las iglesias concedidas para otros usos, y el papa
se empeñó en revindicarlas, y el concejo y el cabildo acordaron entre sí echar
una derrama a fin de que el estudio no pereciese, entonces Clemente V, previo
informe del arzobispo de Santiago y reunión de concilio provincial, otorgó en 1312 a la universidad un noveno de los
diezmos del obispado. El precedente de esta gracia fue la concordia celebrada
en 1306 por la ciudad y clero de Salamanca para sostener a todo trance los
estudios.
Añadióle Juan
I veinte mil maravedís al año, que Enrique
III conmutó con las tercias de los lugares de Almuña, Baños y Peña del Rey;
y con esta sola dotación rectamente administrada llegaron a sostenerse hasta
setenta cátedras y a fabricarse sus espléndidos edificios.
«Sin milagro -dice Chacón- sería imposible con tan
poca renta poderse cumplir tantas cosas y con tanta magnificencia hechas, pero
si no es milagro debe ser la buena orden y concierto que en todo tiene...
teniendo la Universidad con su pobreza tanta tan ilustre y principal gente en
su casa y con tan grandes salarios, cuales no sabemos hoy de ningun señor de
los que conocemos». Con efecto enumera sus gastos en los sueldos de las
cátedras de quinientos, ochocientos y hasta nuevecientos ducados, en los de
sustitutos, en los de cuarenta oficiales para el servicio unos de cincuenta
otros de cien mil maravedís, en sostener el hospital, colegio Trilingüe,
capilla y librería, en viudedades y limosnas a conventos, en negocios y
pleitos, en comisiones a Roma y a la corte, en conclusiones, ejercicios
literarios y premios de comedias representadas en latín, y apenas se comprende
que sufragase para tanto su hacienda. Esto dejando aparte los extraordinarios
en que se mostraba muy espléndida, pues las exequias del príncipe don Carlos y
de la reina Isabel le costaron en 1568 más de tres mil ducados, y por aquellos
años que fueron de gran sequía y hambre dio doce mil duros de limosna.
***
Muy pronto la autoridad judicial se refundió toda
en el maestre-escuela, a quien el papa Juan XXII declaró en 1334 canciller del
estudio, y en 1415 se le unió un canonicato; nombrábalo primero el obispo con
el cabildo, después su provisión se reservó al consejo de la universidad y su
confirmación al pontífice. Por parte de la ciudad en sus cuestiones con aquella
continuó el rey poniendo en el tribunal académico tres conservadores tomados de
la principal nobleza. Éranlo en tiempo de Gil González don Juan Arias Maldonado
don Alonso de Monroy y don Gonzalo Vásquez Coronado, todos señores de pueblos.
Habiendo nombrado conservadores Benedicto de Luna, mandó en 1411 retener la
cláusula el gobierno de Juan II que los tenía ya puestos de antemano.
Del oficio anual de rector hablan ya las Partidas,
dejando su elección a maestros y escolares, cuyo derecho ejercieron más tarde
por delegación veinte consiliarios, diez de cada clase, agrupando los
estudiantes por reinos y provincias de suerte que todas estuviesen
representadas. Escogíasele de ilustre alcurnia, hijo por lo general de grande o
de título; y el día de San Martín que era el de su nombramiento, y el de Santa
Catalina en que tomaba posesorio, se señalaban con larguezas del agraciado y
con algazara y aun desórdenes y reyertas de las cohortes estudiantiles, que le
acompañaban procesionalmente en pos de su respectiva bandera. Extendíase la
facultad electoral de los alumnos a la provisión de las mismas cátedras, y bien
dejan entenderse los amaños y sobornos, las violencias y tumultos de semejantes
votaciones. En 1489 dispuso el papa fuesen secretas, y Enrique IV y los reyes
Católicos dictaron graves penas contra los que usaran de fuerza o de colusión.
Por fin, a últimos del siglo XVI pasó esta importante atribución al rector, de
acuerdo con sus consiliarios.
Mucho debió el establecimiento a don Pedro de Luna,
cuando lo visitó y reformó en 1380 como cardenal legado del papa de Aviñón, de
cuya parte logró ponerlo, y cuando en calidad de pontífice con el nombre de
Benedicto XIII le dio bien meditadas constituciones. Tasáronse los derechos y
propinas de los grados, prescribiéronse los años y la serie de los estudios,
instituyóse el oficio de primicerio elegible por los maestros para defender los
intereses y prerrogativas de la corporación.
En veinte y cinco se fijaron las cátedras o
lectorías decorosamente dotadas.
Distribuíanse en esta forma: seis de cánones,
cuatro de leyes, tres de teología, dos de medicina, dos de lógica, dos de
gramática, una de retórica, una de astrología, otra de música, y tres de lengua
hebrea, caldea y arábiga que había mandado establecer el concilio general de
Viena; las de griego no empezaron hasta 1508. Llamábanse de prima, de tercia,
de vísperas, según la hora en que se abrían; y cuando coincidían a una misma
hora dos de la propia asignatura, excitábase entre los dos profesores a veces
una emulación saludable, a veces una guerra sorda o declarada para disputarse
los oyentes. Las había también para las diversas escuelas o sistemas de cada
ciencia, de santo Tomás, de Escoto y de Durando en teología, de nominales y de
reales en lógica, de Avicena y de Galeno en medicina.
Estas cátedras luego se llamaron de propiedad por
no poder perderse una vez obtenidas. Además otras muchas existieron hasta 1480
sin sueldo determinado, sostenidas por las colectas de los discípulos.
Intervenían entonces en el gobierno, convocados a
claustro en tropel y confundidos en sus jerarquías, doctores, licenciados,
bachilleres, escolares; Martino V en 1423 puso fin a estos turbulentos
comicios, concentrando el poder en el rector y maestre-escuela y en los veinte
que tituló definidores o diputados, escogidos los diez por turno entre los
profesores, los otros diez entre los principales del estudio mayores de veinte
y cinco años.
Las jubilaciones las estableció por primera vez
Eugenio IV en 1431 para descanso de veinte años de enseñanza con salario
entero, corriendo a cargo de la universidad el de los sustitutos: además, desde
tiempo inmemorial gozaban los doctores y maestros del privilegio de hijosdalgo
en cuanto a la franquicia de impuestos.
***
El escudo del papa Luna, sobre la puerta que sale
hacia la catedral, constituye la marca más antigua del presente edificio, y un
artesonado de estrellas arábigas de poco relieve cubre el pasadizo que conduce
al patio de escuelas mayores.
Empezaron éstas a levantarse de nueva planta en 1415, acabáronse en 1433; pero la
fortuna que nos ha transmitido el nombre del artífice Alonso Rodríguez
Carpintero, nada apenas ha conservado de la obra.
Copió Chacón el letrero que existía en su tiempo al
rededor de la pieza de entrada que primero fue capilla, donde constaba no sólo
el arquitecto sino hasta los funcionarios y maestros de la universidad en aquel
tiempo, mutilado con motivo de la puerta que se abrió posteriormente.
Auxilióla la reina Catalina de Lancaster con dos mil florines de oro, y Juan II su hijo dio un palacio contiguo
para hospital del estudio que en memoria suya se dedicó a San Juan.
Sin embargo, todo cuanto hoy aparece nos habla
únicamente de los Reyes Católicos,
cuya augusta protección eclipsó las dádivas de sus antecesores.
Machones esculpidos de arquería y terminados en
botareles de filigrana, y ventanas ojivas del postrer periodo, revelan la época
de la fachada, por bajo de la cual
corre un muro con almenas; y avanza hasta la línea de éste el cuerpo central,
donde sin mezcla de gótico campea ya exclusivamente el renacimiento. Si el
principal medallón colocado sobre el doble arco escarzano del portal, que
contiene asidos a un cetro único (emblema de poder indivisible y de voluntad
inseparable) los bustos de Isabel y Fernando, se puso, como parece, en vida de
la real pareja a quien la universidad retribuía una parte de sus dones (en este
sentido, la leyenda griega que hay alrededor del medallón: los reyes a la universidad y ésta a los reyes), pocas fábricas se
adelantaron a ésta en adoptar el minucioso estilo plateresco, que sólo había
ensayado a la sazón Enrique de Egas en Santa Cruz de Valladolid y en Santa Cruz
de Toledo. Verdad es que la rudeza de estos bustos, más análogos a los del bajo
imperio que a los de la aurora del gran siglo XVI, contrasta con el primor de
los follajes y caprichos sobre que destacan, y de las labores de las pilastras
que dividen los tres órdenes del frontis en cinco compartimientos. En el
segundo se notan las armas reales, en el tercero dentro de un arco la figura de
un pontífice recordando cuanto les debe aquella casa: medallones menores se ven
a los lados, y en el remate las bichas y acroterías de costumbre. Asegúrase que
la fachada costó treinta mil ducados; ¿y quién sabe si la trazaría el mismo
Egas al par de las dos fundaciones del cardenal Mendoza?
Al propio tiempo se labró la capilla de San Jerónimo, que estuvo primero a la entrada de la
puerta de las Cadenas; Fernando Gallego pintaba los cuadros que engarzados en
plata afiligranada debían formar su retablo suntuoso, la bóveda se matizaba de
azul y oro representando figuras astronómicas, y asentábase encima un reloj de
ingenioso mecanismo.
En las Grandezas
de España, de Pedro de Medina, se leen estos interesantes pormenores. «Las escuelas mayores son suntuosas, que solo una
portada costó mas de treinta mil ducados, que fue mas costa que agora (en 1595)
trescientos mil. En estas escuelas mayores hay una capilla muy rica de bóveda;
en lo alto de ella, que es de color azul muy fino, están pintadas y labradas de
oro las cuarenta y ocho imágenes de la octava esfera, los vientos y casi toda
la fábrica y cosas de la astrología.
Encima hay un reloj que es cosa muy
notable, cuya campana es muy grande y orilla della hay un negro que da las
horas; están también dos carneros que dan las medias horas arremetiendo cada
uno por su parte y topando en la campana, de manera que cuando uno arremete el
otro se aparta y al contrario. En el mostrador del reloj está una imagen de
nuestra Señora y debajo de la imagen los tres reyes Magos y dos ángeles, los
cuales todos se humillan a nuestra Señora dando las nueve de la mañana. Está
asimismo la luna que por sus puntos hace su movimiento creciendo o menguando,
donde se ve muy al propio de como ella parece cada día en el cielo».
Todo lo destruyó la renovación.
En la escalera resta la bóveda de crucería y un pasamanos esculpido con relieves de toros y batallas.
En el corredor, un precioso artesonado de gruesos casetones con friso plateresco y un portal de arco plano festoneado de trepadas hojas y salpicado de animales, que introduce al grandioso salón reparado por uno de los Churrigueras.
La biblioteca,
que, espléndidamente dotada por los Reyes Católicos, conserva vestigios de su
munificencia.
Copioso en libros y rico
en códices, pocos le igualan en su clase y ninguno le aventaja.
Aumentóse dicha biblioteca con las de los colegios
mayores, con la de los jesuitas en 1767 y últimamente con las de los conventos.
En 1861 se imprimió el catálogo de sus manuscritos, entre los cuales se
distinguen cuarenta códices griegos y otros tantos latinos, dos del concilio de
Basilea, una preciosa colección de cortes, el libro de Claras y virtuosas mujeres de don Álvaro de Luna, varios originales
de los más célebres teólogos principalmente jesuitas, y sesenta tomos de
noticiarios o misceláneas del convento de San Esteban.
No es menos notable el
archivo universitario, donde se custodian los antiguos documentos aunque no
todos, habiendo bastado para excitar en 1596 un motín popular la proyectada
traslación de algunos a Roma.
***
Da la fachada de escuelas mayores a una cerrada plazuela, presidida desde algunos años
a esta parte, por una majestuosa estatua de bronce que se ha alzado a fray Luis de León. Costeada por
suscripción nacional, modelada en Roma y fundida en Marsella por don Nicolás
Sevilla, fue inaugurada en 25 de abril de 1869.
Ocupa el lienzo izquierdo el antiguo hospital de estudiantes, hoy convertido
en oficinas, cuyo remate ciñe una bella cornisa plateresca con agujas y
calados, y cuyos balcones decoran varios bustos. Ábrese en el centro la entrada
de medio punto, partida por un pilar y guarnecida por gótica guirnalda,
figurando en su testero la efigie de Santo Tomás de Aquino y en sus enjutas la
Anunciación, mientras que el blasón regio encuadrado con unas molduras consigna
la procedencia del establecimiento.
Casi al tiempo de esta obra, es decir a principios
del siglo XVI, emprendióse a su lado la de estudios
menores, y ambas concluyeron hacia 1533; pero la portada de ellos sita en
un rincón de la plazuela despliega ya de lleno las galas platerescas unidas a
una admirable sencillez de pensamiento.
La bocelada curva de sus dos arcos reposa
graciosamente sobre una columna aislada; tres escudos imperiales encima de la
puerta dentro de nichos separados por pilastritas, acreditan el dictado de real
universidad, así como el de pontificia una tiara y las cabezas de san Pedro y
san Pablo que resaltan entre los adornos del friso; follajes, grecas,
figuritas, medallones, todo es diminuto y primoroso, terminando en una orla de
encaje en la cual parece transigieron entre sí los dos estilos.
Más allá del atrio, sobre cuya arcada interior se
lee un enfático lema («Omnium scientiarum princeps Salmantica docet»; está en
un medallón con varios trofeos), asoman las galerías del cuadrilongo patio,
bien que desdicen de la bella arquitectura de fuera sus bajos pilares y los
arcos formados de caprichosos rompimientos, que por su analogía con los de las
alcovas llamaremos alcovados, cuales los presenta también un ándito superior en
el de escuelas mayores. Y no parece mejor que ellos la balaustrada del XVII que
arriba los circuye.
***
Con tales ampliaciones aún distaba de corresponder
el edificio al desarrollo que iba tomando la institución. A pesar de la
competencia que le suscitó de improviso la universidad de Alcalá, nacida
poderosa y viril de la cabeza del gran Cisneros; a pesar de otras veinte que
brotaron del suelo español en poco más de una centuria, sobre todas descollaba
siempre en importancia y esplendor la Salmantina y aun se igualaba con las más
célebres de Europa.
Llegaron a setenta las cátedras y a diez mil el
número de estudiantes. Apenas hay hombre ilustre en los anales de nuestro siglo
de oro, en humanidades y en lenguas, en sagrada escritura y en cánones, en
derecho y en medicina, y principalmente en la ciencia de Dios en que tanto
sobresalían los españoles, que no se haya sentado en aquellas sillas a enseñar,
y cuando no, en aquellos bancos a aprender. En los vetustos bancos que se
quitaron al renovar en 1861 el salón de actos públicos, había grabados una
infinidad de nombres, de los cuales un curioso se entretuvo en copiar los más
insignes, que pueden verse, en el nuevo Dorado.
No sólo para las carreras literarias, para las
togas y para las mitras, sino para los más altos destinos políticos y militares
era aquel el punto de partida; de allí salían el osado navegante, el glorioso
caudillo, el hábil diplomático, al par que el sabio religioso y el paciente
investigador, y hasta mujeres extraordinarias se presentaban a disputar a los
varones la palma del saber.
La más célebre fue Beatriz Galindo, denominada la
Latina, hija de un profesor de la universidad, maestra y amiga de la reina
Católica, a quien sobrevivió hasta 1534. Señaláronse igualmente Álvara de Alba,
natural de Vitigudino, continuada en la matrícula de 1546 y autora de un
tratado de matemáticas, y Cecilia Morillas, instruida en las lenguas sabias y
en las vivas, en ciencias naturales y exactas, y en filosofía y teología, hasta
tal punto que la consultaban sus hijos catedráticos, uno de ellos obispo de
Valladolid. Casó con don Antonio Sobrino, portugués, y murió en 1581.
Con ostentosos actos solemnizaba la universidad las
visitas de los reyes, con increíbles donativos los auxiliaba en sus empresas y
apuros. Así lo hizo con los Reyes Católicos para la guerra de Granada, y en
1710 con Felipe V, a quien sirvió con 330,000 reales y con cien hombres que
mantuvo en campaña. A su advenimiento al trono les prestaba juramento de
fidelidad como corporación distinguidísima del Estado, sin enviar a cortes sus
representantes.
Los papas la avisaban, por carta especial, de su
elevación al solio pontificio; y con salvedad del real patronato, de que se
mostraban muy celosos los más píos monarcas, le enviaron más de una vez
cardenales legados que la visitaran y reformasen.
Nunca sopló en aquel recinto el viento de la
novedad ni de perniciosas o aventuradas doctrinas, nunca se interpuso entre
ella y la santa sede la menor nube de desconfianza; y el espectáculo imponente
que presenció el claustro en 14 de junio de 1479, asistiendo a la abjuración
del maestro Pedro de Osma y a la quema de su cátedra y de sus libros, no volvió
a repetirse ni aun en el siglo XVI cuando tanto cundía por todas partes la
cizaña del protestantismo. Versaban los errores u opiniones nuevas de Pedro de
Osma acerca de la confesión y del poder del papa; era catedrático de prima de
teología, colegial de San Bartolomé y canónigo; hubo procesión solemne y sermón
y se purificaron según el rito eclesiástico las aulas, mas no consta que se le
impusiera castigo alguno.
Sus teólogos Melchor Cano, los dos Sotos, Gallo y
Salmerón, sus canonistas Covarrubias y Antonio Agustín, brillaron en el
concilio de Trento como astros de primera magnitud; y de aquellos obispos
españoles que tanto se distinguieron por su adhesión profunda a Roma como por
su independiente firmeza y su celo reformador, de los sabios que traían consigo
o que enviaba el papa o el soberano, pocos hubo que no hubiesen formado en
Salamanca su espíritu y su carácter. Mandáse reunir en Salamanca el concilio
provincial de la metrópoli de Santiago, que se tuvo en 1565, a fin de cumplir
las disposiciones del de Trento y al cual asistieron doce prelados, «por razón de esa universidad -según le escribe
Felipe II- que siendo tan insigne y célebre y en que hay tanto concurso de
personas doctas de todas facultades, será de mucha importancia y ayuda para los
negocios y materias que en él se han de tratar y pueden ocurrir».
***
No serían estéril asunto para bocetos de costumbres
las casas de huéspedes mal seguras aunque autorizadas por el claustro, las
pasantías o escuelas cursatorias de los bachilleres, las mesas pupilares, las
roperías para todas condiciones, las estaciones o tiendas de libros (escribe
Antonio Agustín haber conocido en Salamanca cuando estudiante 52 imprentas y 84
tiendas de libros que ocupaban a 3,600 personas; aún se denomina de Libreros la
calle donde está la universidad), la sopa de los conventos, las chupandinas o
convites con que se compraban los votos, las aventuras nocturnas, los choques
con las rondas, las reyertas o escándalos que ponían a menudo en alarma la
ciudad y en peligro a la justicia. De todas las religiones acudían a las clases
ordenados enjambres de coristas, de todos los colegios multitud de cursantes,
recibiendo graciosos motes según su hábito o según el color del manto y beca (a
los dominicos se les apodaba golondrinos, a los franciscanos pardales, a los
mercenarios cigüeños, a los bernardos grullos, a los jerónimos tordos, a los de
su colegio de Guadalupe chinos, a los mostenses palomos, a los del colegio de San
Pelayo verderones, etc. De aquí el proverbio que “en Salamanca anidan toda
clase de pájaros”). Señalábanse por su gravedad pretenciosa los colegiales
mayores y por su humor marcial los de las órdenes militares, dispuestos siempre
a reñir por materia de cortesías o de aceras. Ya que no por el traje, porque el
manteo y el vestir semiclerical generalmente los uniformaba, distinguíanse por
su carácter los manchegos y los de Tierra de Campos y León, extremeños y
andaluces, portugueses y gallegos, navarros y vizcaínos y los de la coronilla
Aragonesa, que formaban las ocho secciones o provincias legalmente reconocidas
hasta cierto punto (esta división tuvo presente al parecer el autor de La tía fingida, sea o no Cervantes, al
describir por boca de la vieja Claudia las diferentes condiciones provinciales
en punto a galanteos); y añadiendo a éstas los procedentes de las Américas
españolas, los franceses, flamencos e italianos en gran número atraídos por la
fama de los estudios, los católicos de Irlanda y de Inglaterra que huían de la
enseñanza protestante, trabajo costará creer al buen maestro Chacón acerca de
la honestidad, comedimiento y disciplina casi monacal de tan promiscua
juventud.
«Mucho más se aventaja -dice- esta universidad a
las demás de Europa en la virtud, recogimiento, autoridad y tratamiento de los
estudiantes, porque con ser todos mozos y los más nobles y principales y ricos
de las tierras de donde cada uno es natural, con todo eso se halla en ellos
toda la buena conciencia, comedimiento, llaneza y buen trato que se puede
desear, tanto que en esto desde muy lejos se conoce el que se ha criado en
aqueste estudio. Acompañan esto tanta honestidad y tanta cuenta en sus
conciencias, quanta suele hallarse entre los religiosos, y será prueba de ello
que el presente año (1569) han entrado muy cerca de seiscientos estudiantes de
los principales en las más estrechas órdenes y religiones y muchos de ellos en
los Descalzos». Con colores muy diversos nos trazan aquella estudiantina los
escritores del propio siglo y del siguiente, aunque no nos sorprenden en dicha
época tales contrastes de ascetismo y de licenciosidad.
Ello es que se reputaba por hazaña y no pequeña el
que un simple corregidor gobernara pacíficamente tantas naciones sin alcanzar
siempre a prevenir sus sangrientas escaramuzas, y que a la rígida vara apenas
dejaban tregua muertes, desafíos, motines y desmanes de muchos que no venían a Salamanca a aprender leyes sino
a quebrantarlas (expresión de Cervantes aplicada a otro propósito).
***
No se descuidaban, sin embargo, de celar por el
orden de la universidad sus coronados patronos, y de enviarle a menudo sin
intervención de la Iglesia delegados y consejeros suyos que restablecieran en
su rigor las constituciones o las hicieran nuevas según la necesidad de los
tiempos.
Tres visitas mandó practicar Carlos V en 1529, 1538 y 1550, varias Felipe II, la una al principio de su reinado por el célebre
Covarrubias y la postrera por don Juan de Zúñiga en 1594; Felipe III, que tanto gustó en 1600 de las funciones y obsequios de
ella, la hizo entender no obstante cuán señor era de la misma, despachándole
comisarios en 1602, 1610 y 1618, confiando temporalmente al corregidor el
oficio de maestre-escuela y quitando de raíz a los escolares el derecho de
votar a sus catedráticos.
A esto, dice un coetáneo que adicionó la historia
de Pedro Chacón: «No se puede negar
que es de mucho provecho para el sosiego de los estudiantes, pero de mucho daño
para el aprovechamiento de los estudios, por no hacer caso de ellos los
maestros y pretendientes, ni enseñarlos con sus avisos y letras extraordinarias
que solían leerles, ni asistiéndoles a conclusiones particulares... y por lo
mismo a los estudiantes no se les da nada de ellos».
***
A pesar de estas reformas cuya frecuencia demuestra
su ineficacia, a pesar de la energía del juez Pedro de Soria y del alcalde
Amezquita, subió a su colmo en los días de Felipe
IV la inmoralidad, el desenfreno, la anarquía.
La correspondencia de varios jesuitas, de 1634 a
1648, publicada en el Memorial histórico,
prueba a qué punto llegó por aquellos años la insolencia estudiantil, ya
arrancando a un clérigo de manos de la justicia, ya peleando entre sí andaluces
y vizcaínos, ya cometiéndose en corto período hasta cuarenta y seis muertes
impunes, ya matando públicamente a una mujer a pelladas de nieve con horribles
e inauditas circunstancias y haciendo pasar a la autoridad por las mayores
afrentas.
No serían menores los atentados que reclamaron en
enero de 1645 la presencia del severo alcalde de casa y corte don Pedro de
Amezquita, que para castigarlos debidamente hizo venir de Ciudad Rodrigo un
tercio de soldados. Había sido ya corregidor de la ciudad en 1637, pues en el
archivo municipal consta una acta de 6 de marzo referente a los excesos e
inquietudes de los estudiantes, en la que se le suplica vaya a dar cuenta de
ellos a S. M. y a pedir remedio para lo sucesivo.
***
Coincidió o más bien resultó de aquí la decadencia
de los estudios, que dándose la mano con la intelectual y política de España en
aquel siglo, redujo bien pronto su crédito y su concurrencia a una sombra de lo
que fueron. El rancio escolasticismo, las estériles sutilezas, el gusto
depravado que allí reinaba, eran objeto de la mofa de los extranjeros, cuando
los primeros Borbones emprendieron su regeneración. No sin hallar fuerte
resistencia interior, secundaron el impulso del gobierno desde la mitad del
XVIII el matemático-astrólogo Diego de Torres, el erudito Pérez Bayer, los
ilustrados obispos Bertrán y Tavira, y al rededor del suave Meléndez Valdés,
que convirtió en Arcadia las riberas del Tormes, una pléyade de poetas,
críticos y periodistas. Entonces reverdeció la universidad, produciendo flores
literarias más bien que espontáneos frutos de nutritiva ciencia.
***
En la parte artística ciñóse la época de Carlos III a renovar la capilla, sustituyendo la filigrana del
primitivo altar con los ricos mármoles del presente y las pinturas de Gallego
con otras de un oscuro italiano.
No sabemos si a la sazón se rehicieron también
los arcos del patio principal que no tienen estilo ni carácter, pero se
conservó el suyo a las inscripciones latinas, puestas al rededor sucesivamente
desde el siglo XVI en adelante en elogio de las ciencias y de los reyes
protectores de aquel emporio, copiándolas con ligeras variantes.
Los reyes que en el claustro figuran pintados de claro-oscuro son Alfonso IX, Fernando
III, Alfonso X, los Reyes Católicos, Felipe III y su esposa Margarita, Carlos
II y Felipe V. Los dísticos dedicados a los últimos son conceptuosos y aun
revesados conforme a su tiempo, lo mismo que la inscripción puesta en memoria
del papa Luna; los más antiguos los compuso el humanista Fernán Pérez de Oliva,
tío del célebre Ambrosio de Morales, y algunos modificó el maestro Juan de Dios
González, como el que atrás insertamos sobre la fundación de la universidad.
Por muestra de ellos pondremos aquí el referente a la astronomía:
«Sidera, terra, fretum caelo clauduntur, at ipsum
Humano mirum! clauditur ingenio».
Formáronse proyectos de ensanche, cuyo abandono
celebramos si habían de costar la demolición de las obras de los reyes
Católicos y de Carlos V, por más que no basten ellas para dar al edificio,
grupo de fábricas sin unidad ni magnificencia, la índole monumental que a su
historia corresponde.
Se decoró la vieja cátedra de cánones destinada a
salón de actos o paraninfo, y su
mejor adorno es la gloria de los nombres que como estrellas distribuidas por
ciclos tachonan sus bóvedas, y de los medallones que penden de sus arranques.
De la antesala de la biblioteca se han trasladado a
dicho salón los retratos de los reyes de la casa de Austria y de la de Borbón.
Las cinco bóvedas de la estancia, repartidas por
facultades, contienen cada una en círculos azules con letras doradas doce
nombres de los más distinguidos en su respectiva esfera, resumiendo así las celebridades
de la universidad.
Los bustos de los ocho medallones representan a los
más sobresalientes.
***
Por su construcción aventajan a la universidad los
famosos colegios mayores, así como
un tiempo quisieron prevalecer sobre ella en grandeza y categoría.
Cuatro había de esta clase en Salamanca, el de San
Bartolomé, el de Cuenca, el de Oviedo y el del Arzobispo, que con el de Santa
Cruz de Valladolid y el de San Ildefonso de Alcalá componían los seis únicos de
España; su objeto no tanto era formar estudiantes como hombres consumados en
teología y cánones, que no salían del colegio sino para algún puesto eminente
de la carrera eclesiástica o civil.
Nació el primero hacia 1401 junto al palacio episcopal de don Diego de Anaya, tomó el nombre de San Bartolomé el Viejo de una
parroquia que había existido en el siglo XII en las casas a donde el prelado lo
trasladó más adelante, y, habilitado brevemente el edificio, abrió sus puertas
por la navidad de 1417 a los noveles colegiales, entre ellos a dos hijos del
fundador. Generalmente se ha creído que este colegio se apellidó el Viejo por
ser el más antiguo, pero el dictado iba unido al título mismo de la parroquia
para distinguirla de otra de San Bartolomé que se fundó algo posteriormente,
hasta que con el tiempo en vez de colegio de San Bartolomé el Viejo se dijo colegio
Viejo de San Bartolomé.
Después de ver y estudiar en Bolonia el que había
erigido para los españoles el cardenal Albornoz, trazó Anaya las constituciones
del suyo: instituyó quince becas y dos capellanías para personas de buena
opinión y limpia sangre, que no fuesen de la ciudad ni de cinco leguas en
contorno, ni tuvieran bienes con que sustentarse; pero lo dotó tan
espléndidamente hasta nombrarlo heredero de sus bienes y de sus libros, patrono
de iglesias y señor de pueblos, montólo con tal aparato de servidumbre,
impetróle tales gracias y privilegios de Benedicto XIII y Martino V, que hizo
harto difícil el sostenimiento de sus bases, la humildad y la pobreza. Sabios
no obstante como el Tostado, santos como Juan de Sahagún, fueron las primicias
del fecundo plantel, cuyo crédito se difundió en breve por toda la monarquía.
El cardenal Mendoza para su fundación de
Valladolid, Cisneros para la suya de Alcalá, los creadores de los otros tres
colegios del mismo rango en Salamanca, tomaron de aquel modelo las reglas y aun
en parte el personal; y a pesar de la antipatía asaz previsora del Rey Católico
a semejantes institutos, los cinco brotaron uno tras otro en el período de
cuarenta años, de 1480 a 1521.
Todos recibieron del Viejo, al par que sus
elementos de prosperidad, el germen de su degeneración.
Para contenerlo el emperador prescribió a severos
visitadores su reforma, merced a la cual alcanzaron bajo su reinado el desarrollo
y pujanza de la edad viril.
Cardenales, arzobispos, obispos, padres del
concilio de Trento, grandes inquisidores, gobernadores de reino, virreyes,
capitanes generales, títulos de Castilla, presidentes de consejo y de chancillería,
embajadores, magistrados, recordaban con cariño el manto y beca, a la cual tal
vez debían como prenda de capacidad el principio de su fortuna, y por espíritu
de corporación no siempre acorde con el de justicia se empeñaban en favorecer a
sus compañeros y sucesores de colegio. De donde vino el adagio que todo el mundo está lleno de Bartolomicos.
El ejemplo estimulaba la ambición, y a vista del
pomposo catálogo de los dignatarios procedentes de la casa, llegaron a creerse
patrimonio exclusivo de ella las dignidades de la iglesia y del estado: sus
teólogos se desdeñaban ya de ser párrocos, y de ser abogados sus juristas,
desechando como indigno al que se rebajase a ejercer su profesión; y no sólo
lograron avasallar la universidad con el monopolio de sus cátedras y con sus
desmedidas exigencias, sino las mismas catedrales, donde ningún cabildo se
atrevía a desairar a un colegial opositor por miedo a sus poderosos valedores.
***
Las cátedras se proveían por turno en un individuo
de los cuatro colegios mayores, y la quinta en un colegial menor o manteista.
De las etiquetas y cuestiones que suscitaban aquellos a la universidad, hasta
en las exequias y recibimientos de príncipes, están llenos los anales del XVII
y XVIII.
Ya no se exigía para la admisión honestidad de
costumbres y de familia, sino heráldica información de nobleza, no acreditar la
pobreza del aspirante sino más bien una renta de diez mil ducados, porque algo
había de costar aquella especie de candidatura para los más altos destinos: las
cábalas, el soborno, la recomendación de elevados personajes y aun de los
mismos reyes, decidían la elección más que las dotes del elegido. Por la ancha
brecha abierta en los estatutos a fuerza de dispensas, penetraron el fausto, la
ociosidad, el juego, la corrupción; hízose irrisoria la clausura; y los
castillos roqueros erigidos en defensa de la fe, los criaderos de varones
ilustres, los albergues de Minerva en el siglo XVI, vinieron a ser a mediados
del XVIII receptáculo de vicios donde desperdiciaban el pan de los pobres los
ricos y privilegiados.
Emprendió regenerarlos Carlos III poblándolos de
alumnos aplicados y sin recursos mediante oposición rigurosa; pero no
arrastraron más que una raquítica existencia, tan dañadas estaban las raíces
mismas de la institución.
***
Sobrevivieron dos de sus edificios, los otros dos
perecieron en la guerra con los franceses.
Con la reforma del colegio de San Bartolomé coincidió o la precedió de muy pocos años una
reconstrucción no menos radical, como si hubiese querido dejar un monumento de
su agonizante opulencia.
Teniendo a un lado la pesada cúpula y
churrigueresca portada de su capilla, antes parroquia de San Sebastián, y al
otro la renovada hospedería, se consideró deslucida la vieja fábrica de la cual
no ha quedado noticia alguna; y por los diseños del ingeniero Hermosilla o más
bien bajo la dirección del arquitecto Sagarvinaga se levantó en ocho años la
grande obra, costando cerca de dos millones de reales. Frente a la afiligranada
mole de la catedral, por cima de los tiernos arbustos de un ameno jardín y
asentado sobre anchurosa gradería, tiene algo de la sencilla majestad de la
arquitectura griega aquel pórtico de cuatro grandiosas columnas corintias y de
frontón triangular, que ocupa el centro de la fachada adornada de balcones,
empezando desde la cornisa de este primer cuerpo otro segundo con idénticas
aberturas, y descollando en medio de la balaustrada que lo corona el escudo del
fundador Anaya.
En el distrito de poniente, osario hoy día de
templos y comunidades destruidas que han mezclado allí sus despojos, se alzaban
uno al lado de otro los colegios denominados de Cuenca y de Oviedo por la
respectiva diócesis de los obispos que los fundaron.
Fue el de Cuenca
don Diego Ramírez de Villaescusa, docto escritor, prudente consejero en la
corte y generoso prelado en las varias iglesias que rigió, quien hacia los
primeros años del 1500, nombrado visitador de la universidad, dio principio a
su establecimiento a semejanza del de San Bartolomé donde se había criado,
dedicándolo a Santiago apóstol.
El de Oviedo
fue don Diego de Muros, impugnador de Lutero y padre de los pobres, y creó en
1517 su colegio bajo la advocación de San Salvador.
Entrambos edificios pertenecían al estilo
gótico-plateresco de su época. En uno y otro introdujo dispendiosas
monstruosidades el churriguerismo.
Con más fortuna el colegio del arzobispo ostenta
sobre una altura a la misma parte de la ciudad la magnífica estructura que le
dio su fundador don Alfonso de Fonseca,
prelado que fue sucesivamente de Santiago y de Toledo, hijo del patriarca de su
mismo nombre y descendiente de una ilustre familia de Salamanca. Abriéronse en
1521 sus cimientos; trazó su gótica capilla y su claustro plateresco Pedro de
Ibarra, pintó y labró el retablo Berruguete, delineó la portada Alonso de
Covarrubias, maestro de la catedral de Toledo y padre del célebre canonista,
uno de los primeros que ensayó en la península la imitación de la arquitectura
romana. Con efecto, sus ocho columnas jónicas distribuidas en dos órdenes, su
cornisamento y la balaustrada en que termina con el medallón de Santiago su
patrono y los escudos arzobispales de las cinco estrellas, indican bastante
estudio de la antigüedad; al paso que la gran fachada de sillería en que está
enclavado el portal, puesta sobre ancha lonja con doble escalinata, corresponde
al gótico reformado, asomando en el centro la cuadrada cúpula de la capilla.
Dentro, en el fondo campea el retablo, que acredita que su inmortal autor
abarcó las tres nobles artes. En medio de esta iglesia más que capilla quiso
ser enterrado bajo una simple lápida de mármol el emprendedor arzobispo. En su
catedral de Toledo y en su palacio de Alcalá de Henares hizo grandes obras este
magnánimo arzobispo. A los naturales de Salamanca les libertó de impuestos
comprando tanta renta cuanta fuese menester para pagar por todos, en
agradecimiento de lo cual la ciudad en ciertos días del año iba en procesión a
su capilla y se toreaban dos novillos en el patio.
***
A los colegios mayores disputaban la primacía los
cuatro colegios de las órdenes militares,
establecidos no sin oposición de aquellos en época muy inmediata y casi a un
tiempo:
En 1534
el de San Juan por el gran prior don
Diego de Toledo, en el mismo año el de Santiago
o del Rey llamado así por haber nacido bajo los auspicios de Carlos V con
ocasión de visitar la ciudad, en 1552
el de Alcántara y el de Calatrava.
Aunque instituidos principalmente para freiles
clérigos, no podían menos de participar del carácter altivo y de las
pretensiones aristocráticas de su milicia, de reclamar las prerrogativas y
exenciones y hacer alarde de la pompa y aparato de que les daban ejemplo sus
rivales.
El de Santiago,
honrado con la residencia del insigne Arias Montano, a fin de labrarse una
morada correspondiente, había pedido sus planos en 1566 al maestro de la
catedral Rodrigo Gil de Hontañón, según los cuales se levantó su fachada
meridional con dos torres; pero hasta 1625 no se llevó adelante la comenzada
obra conforme a la severa traza de Juan Gómez de Mora, que ejecutó Juan Moreno
respecto del pretil que mira al río, y que la constituyó modelo de perfecta
regularidad, aunque desfigurada más tarde por una capilla churrigueresca. De
los destrozos del sitio de la Independencia, a pesar de la restauración
intentada después, no se libraron sino restos del dórico patio rodeado de dos
órdenes de columnas sin pedestales.
En aquellos días aciagos desaparecieron del todo,
como incluidos en la zona más devastada, el colegio de San Juan y el de Alcántara.
Resta a espaldas de San Esteban el grandioso
colegio de Calatrava. En la portada
del centro figura la efigie del santo abad de Fitero colocada en el nicho
superior y dos guerreros de relieve que la custodian desplegando la bandera de
la orden. El despejado y desnudo patio, la escalera espléndida, la vasta
capilla, desmantelada ahora de sus pinturas y retablos, todo por dentro se
enmendó o se rehízo no sin intervención de Jovellanos como visitador del
colegio; pero es de temer que su reforma artística no sea tan estéril para la
duración del edificio como lo fue la de los estatutos para prolongar la vida de
la institución.
***
Menores en rentas, en esplendor, en el número de
plazas, mas no tocante al objeto de su fundación, brillaban en segunda línea
numerosos colegios menores,
produciendo cada uno hombres notables en saber y en dignidad.
A todos y hasta al de San Bartolomé precedía en
años el erigido en 1386 por don Gutierre de Toledo, obispo de Oviedo,
en la feligresía de San Adrián,
titulado vulgarmente de Pan y carbón por las rentas que percibía sobre el
impuesto de dichos artículos, no poco menguadas con el tiempo.
Para sustentar diez y seis estudiantes pobres con
las sobras de su mesa, establecieron los opulentos colegiales de San Bartolomé
en su hospedería el de San Pedro y San
Pablo.
Coetáneamente con los mayores fueron creados otros tres. A lo largo del siglo XVI se
fundaron otros cuatro. Todos se aniquilaron por completo sin dejar rastro, y
preciso es decirlo, sin notable pérdida para las artes.
Para vencer la resistencia de todos los indicados y
de la misma ciudad a la creación de otros nuevos, se necesitó la firmeza del
octogenario inquisidor general don Fernando Valdés y su ascendiente sobre
Felipe II.
Añadiéronse otros colegios. Extinguidos los
jesuitas, se erigió el seminario conciliar.
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