La Orden del Templo de Salomón
llegó a Murcia en 1266 con Jaime I,
cuyas tropas ayudaron a las de su yerno Alfonso X
a reconquistar esas tierras.
Los castillos de Bullas, Cehegín y Caravaca
formaron la bailía templaria de Caravaca de la Cruz,
bajo la autoridad del maestre de la encomienda de
Caravaca.
Las fortalezas se hallaban en promontorios
comunicados visualmente.
Las tres habían sido, antes de la reconquista,
enclaves musulmanes.
Hoy nada queda de los poderosos castillos
de Bullas y Cehegín.
El castillo de Caravaca
fue tomado por los cristianos en 1243,
por capitulación de los árabes que lo defendían.
Inmediatamente, la fortaleza se convirtió
en el principal enclave fronterizo
que nunca existió en la península,
encargado de frenar los continuos ataques
de los musulmanes granadinos.
Los soldados allí destacados llevaban una vida
difícil,
haciendo frente a escaramuzas diarias.
Eran muchos los caídos en aquel lugar de complicada
defensa.
En aquella época se acuñó el dicho
de “mata al Rey y vete a Murcia”,
nacido de un privilegio otorgado por Alfonso X:
Dado el peligro permanente
en que vivían los defensores de la plaza,
eran pocos los que deseaban tal destino;
por ello, el rey ofreció a los malhechores
acusados de delitos de robo o de sangre en otros
reinos,
amparo en el Reino de Murcia,
siempre que firmaran un documento
en el cual se comprometieran a vivir en la frontera
y a defenderla con su vida.
Al mismo tiempo, empezó a propagarse
una leyenda sobre un Lignum Crucis
que había aparecido allí durante la dominación
musulmana:
Zayd Abú Zayd, último rey almohade de Valencia,
un hombre alto, de cabello largo, siempre vestido de
grana,
hijo del vencedor de Alarcos,
el 3 de mayo de 1231 visitó la villa de Caravaca;
vio que los cautivos cristianos
habitaban en grutas en condiciones penosas
y, compadecido por su miseria,
les permitió instalarse en el exterior
y trabajar en sus respectivos oficios.
Don Ginés Pérez Chirinos, canónigo de Cuenca,
dice al rey que su oficio es el sacerdocio
y el monarca, impulsado por la curiosidad,
le pide que lo ejerza en su presencia,
y dispone lo necesario en una torre del Alcázar;
mosén Ginés explica que no puede, porque falta el
crucifijo.
Al instante, aparecen dos ángeles
portando una cruz de madera:
una cruz patriarcal
de doble brazo horizontal, al modo bizantino,
hecha con un trozo del madero en el que se crucificó
a Jesús
y que Santa Elena, madre del emperador Constantino,
había hecho llevar de Jerusalén a Roma en el siglo
IV.
La cruz es colocada por los ángeles en el
improvisado altar.
Ante tal aparición, el rey se convirtió,
siendo bautizado con el nombre de Vicente Belvís,
y mandó se erigiera en la torre una capilla,
en la que se guardó la cruz bajo tres llaves,
custodiadas por
el Alcaide del Alcázar, el Vicario y el Concejo de
la Villa.
Abú Zayd se retiró al hospital de Santiago de
Cuenca,
donde asistió a los enfermos,
conversó con su amigo Chirinos
sobre la caducidad de lo humano y la eternidad de lo
celestial,
y escribió sobre lo contemplado en sus paseos
por los bosques próximos a su residencia,
la llamada Torre de Buceit (hoy vivienda privada),
situada junto al Záncara,
a unos 50 kilómetros de la ciudad.
Legó sus propiedades al hospital,
murió en Cuenca y su cadáver fue trasladado
a la iglesia de San Jaime de Uclés de Valencia.
En 1830 se hallaron en Valencia
los restos mortales de Zeit Abuzeit:
Al levantar una antigua lápida
se encontró, junto a los restos humanos,
un pergamino que decía:
«Hic jaçet D. D. Vicentius Belvis, cum proles sua,
olim Zeit Abuzeit, Rex Valentiae maurus...»
(«Aquí yace el Sr. D. Vicente Belvis, con su
familia,
que antes se llamó Zeit Abuzeit, Rey moro de
Valencia...»)
El pergamino, los restos óseos y la lápida,
fueron puestos a disposición del gobernador de la
provincia.
Según la leyenda de la Aparición de la Cruz de
Caravaca,
tras el prodigio se comprobó que el Lignum Crucis
había pertenecido al mitológico patriarca Roberto,
primer obispo de Jerusalén
tras la conquista de la ciudad a los musulmanes
en la Primera Cruzada, en 1099.
En 1229, en la Sexta Cruzada,
el patriarca de Tierra Santa, entonces radicado en
Acre,
Gerardo de Lausana, aún poseía la reliquia.
Dos años después la Cruz estaba en Caravaca.
“Esto no ocurrió nunca, pero es siempre”,
escribió Salustio sobre los mitos.
A diferencia de otros Lignum Crucis,
consistentes en simples fragmentos de madera
de mayor o menor tamaño,
el de Caravaca tenía forma de cruz con dos brazos.
El primer milagro que obró la Cruz de Caravaca
fue que empezó a haber una afluencia masiva
de hombres dispuestos a defender la frontera.
La Cruz sirvió de bandera y talismán
y Caravaca se consolidó como bastión fronterizo.
Los cristianos que llegaban a esta tierra
se sentían cobijados por una fuerza sagrada.
El culto a Vera Cruz de Caravaca, ritos,
peregrinajes, dádivas,
se consolida rápidamente.
A la Cruz, ubicada aún en tierras fronterizas,
se le atribuyen poderes milagrosos
frente a enfermedades, catástrofes y cautiverios.
En el archivo de la catedral de Murcia
se conserva una copia de un documento de 1285
donde se describe el sello que tenía el Concejo de
Caravaca,
en el que ya figura una Cruz como emblema.
En 1264, los mudéjares murcianos,
disgustados por el trato que recibían de los
cristianos
con los que convivían en la zona,
se levantaron en armas contra Castilla.
Alfonso X, ausente, pidió ayuda a su suegro Jaime I,
y éste acudió a Murcia con numerosas tropas.
En 1266 Murcia era recuperada
y, en agradecimiento por el apoyo prestado,
don Alfonso entregó Caravaca, Cehegín y Bullas
a la Orden del Temple.
Hoy, la fiesta de los Caballos del Vino rememora la
leyenda
de la rotura de un asedio musulmán a la fortaleza
por los caballeros templarios:
Los sarracenos habían puesto sitio a Caravaca
y habían contaminado los pozos
para que los cristianos se rindieran por falta de
agua;
los templarios, que defendían la fortaleza,
burlaron el cerco e introdujeron en ella
unos pellejos de vino a lomos de un caballo;
bendijeron el vino con la Cruz, bañándola en él,
lo dieron a beber a los enfermos, que sanaron,
y lo echaron a los pozos,
con lo que el agua corrompida quedó purificada.
Esta leyenda se conmemora en la mañana del 2 de
mayo,
cuando, de madrugada,
las sesenta peñas caballistas caravaqueñas
enjaezan ricamente un caballo cada una
y eligen a sus cuatro representantes
para, cuando empiezan a sonar las campanas de las
iglesias,
correr, un grupo tras otro,
asidos al caballo, una carrera de pocos segundos,
con jurado y premios,
en la cuesta de acceso al santuario de la Vera Cruz.
Terminadas las carreras y bendecido el vino,
la Cruz es llevada a la parroquia del Salvador.
El día 3, tras combates de Moros y Cristianos,
al anochecer tiene lugar la bendición de las aguas
mediante el baño de la Santa Cruz
en el Templete del Bañadero,
rito que se celebra desde el siglo XIV.
Al día siguiente, ya entrada la noche,
la Cruz regresa al santuario en procesión.
Los templarios construyeron, en la fortaleza,
una iglesia en la que dar culto a la Cruz de
Caravaca,
e instalaron junto a ella un cementerio
para enterrar a sus muertos.
Esto lo venían haciendo desde el año 1130,
en que por la bula “Omne Datum Optimum” del papa
Inocencio II
se concedía a los del Temple, entre otros
privilegios,
«que, al tener ya capellanes, podrán convertir en
capillas
algunos de los aposentos de las casas que
administran
con el fin de orar en ellas
y de ser enterrados en sus inmediaciones,
dando de todo lo que obtengan de las ofrendas
que reciban de estas capillas y cementerios
los diezmos que correspondan por derecho a los
obispos.
De esta forma se evitará que los Hermanos
tengan que congregarse en otras iglesias
donde tendrán que estar junto a los pecadores
y soportando la tentación
de levantar la vista hacia las mujeres».
En 1145 la bula “Militia Dei” del papa Eugenio III
concedía a los caballeros del Temple permiso
para enterrar en sus cementerios
a otras personas que lo solicitasen.
Hay, en el monte del castillo de Caravaca,
una cueva llena de huesos humanos.
Son, probablemente, los restos de esas inhumaciones,
que, tras la disolución del Temple,
serían retirados, para utilizar ese espacio con
otros fines.
En 1312 el Temple fue disuelto
y los castillos murcianos fueron ocupados por
milicias reales.
Pero en España y Portugal el espíritu del Temple no
se perdió
sino que fue preservado en las órdenes militares
hispánicas:
El 3 de agosto de 1344 la bailía de Caravaca
será entregada por Alfonso XI,
mediante un documento dictado en Toro,
a la Orden de Santiago,
en la persona del maestre de Santiago, don Fadrique,
hijo bastardo del rey,
constituyendo una encomienda
que habría de convertirse en una de las más
importantes
de la Orden de Santiago.
La primera bula de indulgencias para Caravaca
fue otorgada en 1379 desde Aviñón
por el papa cismático Clemente VII,
para reforzar la defensa de la frontera con el Islam
después de que la peste negra de 1348
dejara la zona prácticamente despoblada.
En 1384 en Lorca hubo una enorme plaga de langosta,
y su concejo solicitó al de Caravaca
que, coincidiendo con la fiestas de la aparición de
la Cruz,
bañasen la reliquia en agua y les enviasen ésta
para regar los campos con ella.
La plaga remitió
y la ceremonia del Baño del Agua quedó instaurada,
atribuyéndole poderes milagrosos y protectores
frente a epidemias y plagas.
La Cruz se convirtió en referente espiritual
de los habitantes de la zona,
que recurrían a ella en toda clase de necesidades.
En el año 1406 el concejo de Murcia
pidió agua procedente del ritual del Baño de la
Reliquia
para esparcirla en la huerta,
lo que demuestra que el culto había traspasado
los límites de la encomienda de Caravaca.
Hacia 1390, don Lorenzo Suárez de Figueroa,
maestre de la Orden santiaguista,
donó una arqueta de plata para guardar la Cruz.
«Domini Laurentii Çuareii de Figueroa
Cruce Tecam Precepii Veri Notuum»
(«Don Lorenzo Suárez de Figueroa
mandó hacer esta caja para la denominada Vera
Cruz»).
En una bula papal de 1392 se establece
que sólo el pontífice podría absolver a quien
usurpase
cualquiera de las cosas dadas a la capilla de la
Cruz.
En 1450, pacificada ya la zona,
Juan II donó a don Alonso Fajardo la encomienda de
Caravaca,
despojando de la misma a la Orden de Santiago,
pese a los servicios prestados por ésta
tanto a los monarcas como a los Fajardo.
Durante años los santiaguistas lucharon por
recuperar la villa.
En 1458 Alonso Fajardo “el Bravo” escribía al rey
Enrique IV
narrando su situación y sus esfuerzos bélicos
que resultan no sólo no reconocidos sino atacados
por su rey,
y diciéndole:
«O rey muy virtuoso (…);
soez cosa es un clavo y por él se pierde una
herradura,
y por una herradura un caballo, y por un caballo un
caballero,
y por un caballero una hueste,
y por una hueste una ciudad y un Reino...».
Se fecha el correo en “De mis villas de la Cruz, a
veinte de agosto”.
Ese mismo año Enrique IV confirmó la donación en una
carta albalá:
«Yo el Rey.
Sabiendo que vos Alonso Fajardo, mi vasallo,
tenéis la villa de Caravaca y otros lugares de esa
tierra
que antes solían ser encomienda de la Orden de
Santiago,
y que fue concedida a vos por merced del Rey mi
señor y padre,
y receláis que la dicha villa y su tierra
pueda ser en el futuro entregada nuevamente a la
dicha Orden
sin que vos podáis dar fe de vuestro derecho,
para que estéis seguro,
yo os prometo a vos y doy fe como Rey y Señor
que de vos no tomaré ni embargaré ni mandaré tomar
ni embargar
la dicha villa ni sus tierras...»
Sin embargo, en 1461
los santiaguistas recuperaron la encomienda,
y con ella la custodia de la Cruz.
En 1526, unos visitadores de la Orden de Santiago
dejan constancia del estado de degradación
que presentaba la reliquia:
«Está en partes quebrada e atada con unas cuerdas de
seda».
Así pues, la Cruz aún no estaba engastada
ni resguardada por algún relicario.
La cruz de madera, constantemente utilizada en las
ceremonias,
se deterioraba progresivamente.
En 1536, una nueva visita da testimonio
de que la Cruz ya estaba engastada:
Hacia 1530, como protección y enriquecimiento,
se engastó la madera en un relicario de oro,
adaptado a su forma, a modo de estuche,
con viriles que permitieran su vista,
y remates lobulados en los extremos de los palos.
Se empezó a sacar en procesión.
A partir del siglo XVI, la devoción a la Cruz de
Caravaca
fue extendida a toda la cristiandad por la Compañía
de Jesús.
Empezó al mismo tiempo, extrañamente,
en algunos lugares de Hispanoamérica
la utilización de esta Cruz en rituales
de santería, vudú, candomblé, palo y otros ritos
sincréticos
y en ceremonias de esoterismo y brujería.
El antiguo carácter peregrinante de la Cruz
se formalizó con la concesión de jubileos
a los visitantes del santuario.
Muchos liberados de cautiverio
acudían a depositar sus cadenas, como exvotos,
a la pequeña capilla de la fortaleza,
en donde se custodiaba la Cruz.
A Caravaca acudieron numerosos peregrinos,
asistidos por los hospitales
de San Juan de Letrán y del Buen Suceso.
Apenas ha habido algún pontífice
que no haya concedido alguna gracia a la Cruz.
Destaca la concesión, a ruego de la Cofradía de la
Cruz,
de indulgencia plenaria
a los que visiten el santuario el 3 de mayo,
fecha de la aparición de la Cruz.
En 1617 se comenzó a edificar,
sobre la capilla construida por los templarios,
el Santuario de la Vera Cruz.
Fue inaugurado el 3 de mayo de 1703.
El edificio religioso se halla intramuros de la
fortaleza.
En 1711, el marqués de los Vélez
encargó un engaste de oro en forma de cruz
para guarnecer la reliquia.
En 1777 el duque de Alba
regaló una nueva custodia de oro
adornada con piedras preciosas;
el duque pidió a cambio poder quedarse con la
anterior,
que había estado en contacto con la reliquia.
Durante la invasión napoleónica,
la Cruz fue trasladada a la parroquia del Salvador
(construida sobre el solar de un hospital templario)
y allí permaneció oculta, enterrada,
por miedo a la rapiña que caracterizó a las tropas
francesas,
mientras el castillo y su iglesia se destinaban a
uso militar.
En el Salvador se siguió celebrando, cada año,
el “Baño del Vino” con la reliquia.
En 1848 la reina Isabel II concedió al templo
el título de Santuario Célebre,
impidiendo así que sus bienes fueran incautados por
el Estado
durante la Desamortización.
En 1868 las Órdenes Militares fueron disueltas.
En la procesión del 3 de mayo de 1933,
cuando el carro de la Cruz recorría las calles,
un hombre gritó:
«¡Fíjense ustedes bien,
que es la última vez que ven esta procesión!».
Poco después, una tarde,
Pepe Luelmo, hermano del alcalde, y unos amigos,
recortaron una cruz de doble brazo de cartón,
la ataron a un cordel
y la arrastraron por la cuesta del santuario.
Al mismo Pepe Huelmo se le oyó decir, en otra
ocasión,
que iba a «subir al Castillo
y bajarse arrastrando la Santísima Cruz».
En la noche del 13 de febrero de 1934,
un Martes de Carnaval,
aprovechando el bullicio y enmascaramiento de esa
fiesta,
tuvo lugar el robo de la reliquia:
En la mañana del día 14, Miércoles de Ceniza,
el capellán del santuario se hallaba en El Salvador
imponiendo la ceniza,
cuando entró en el templo su hermana
y pidió hablar con el sacerdote urgentemente.
Tanto el sagrario como la arqueta habían sido
abiertos
y la reliquia había desaparecido.
Los ladrones sólo se llevaron la Cruz, dejando la
caja.
En las naves de la Epístola y del Evangelio de la
iglesia
se abren sendas puertas;
en uno de los batientes de la de la Epístola,
la puerta sur, llamada de San Lázaro,
se había practicado un orificio
por donde penetraron los ladrones.
Junto a la muralla había unas cuerdas y ganchos...
La ciudad quedó consternada.
Habían robado la identidad de la comarca.
Pronto se observó que las cuerdas eran demasiado
finas
para haber soportado el peso de una persona
y el agujero en la puerta era demasiado estrecho...
Se empezó a sospechar del capellán.
Unos días después un grupo de vecinos se encaminó al
castillo,
sacó al capellán y a empujones lo llevó a la plaza;
la Guardia Civil tuvo que intervenir
y llevó al capellán lejos del pueblo;
un par de años más tarde el clérigo moriría.
En julio, el director del Banco Español de Crédito
Local
ofreció veinte mil pesetas, recogidas por
suscripción popular,
a quien entregase la reliquia
o diera una pista fiable para su recuperación;
al parecer las veinte mil pesetas se entregaron,
pero no se sabe ni a quién ni a cambio de qué.
A comienzos de agosto el juez de instrucción comentó
que estaba a punto de descubrir quién había cometido
el robo.
El 12 de agosto a mediodía, el juez, en plena calle,
fue muerto a disparos por Pepe Luelmo, hermano del
alcalde.
En el posterior juicio contra Pepe Luelmo
éste declaró que el plan del robo era conocido
por el Ministro de la Gobernación Diego Martínez
Barrio
y por algunos diputados,
pero que él no sabía dónde estaba la Cruz.
Llegó la Guerra Civil.
Tras la guerra se retomó el caso.
En todas las declaraciones practicadas,
nadie había visto ni oído nada.
En las conclusiones del sumario, en 1959, se recogía
que el capellán había entregado la Cruz a los
ladrones,
Pepe Luelmo y otros.
Sogas y butrón eran sólo pistas falsas.
Poco más. La Cruz no fue encontrada.
Hubo quien apuntó que había sido utilizada y
destruida
en un ritual celebrado en Méjico.
La Cruz desapareció, así, misteriosamente,
como había aparecido.
Relicario donado por el duque de Alba, abierto. Por los huecos de la plancha, se veía el Lignum Crucis |
Tras la Guerra Civil,
el recinto del castillo quedó abandonado
y la iglesia sin culto religioso.
Los objetos relacionados con la reliquia
fueron guardados en la parroquia del Salvador.
El 5 de mayo de 1942, Pío XII envió desde Roma
un Lignum Crucis con el que reemplazar el robado;
una pequeña astilla.
Se encargó, pagado por suscripción popular, un
relicario
que reproduce el donado por el duque de Alba.
La ciudad celebró con grandes fiestas
el restablecimiento de la reliquia,
cuya custodia, en el santuario, se encomendó
a una reducida comunidad de misioneros claretianos,
durante el tiempo en que ésta habitó en el castillo.
Comienza entonces una época de incremento constante
del número de miembros de la cofradía encargada de
su culto.
En enero de 1998 se concede a Caravaca
la celebración a perpetuidad
de un jubilar cada siete años a partir de 2003;
en el mundo, sólo otras cuatro ciudades
(Roma, Jesusalén, Santiago y Santo Toribio)
tienen años jubilares permanentes.
En febrero de 2008 el templo es declarado Basílica.
El 20 de marzo de 2006
llegó a Caravaca un nuevo Lignum Crucis,
regalo de los franciscanos
que custodian el madero santo en Jerusalén;
dos pequeños trocitos cruzados.
Fue recibido en las calles por miles de personas
e incorporado en solemne ceremonia al relicario.
En 2010 se ha dotado a la Cruz
de un nuevo ostensorio y un nuevo carro procesional,
resultado de cuatro años de trabajo de escultores y
orfebres
en un programa iconográfico plasmado
en filigrana de plata y tallas de madera
policromada.
En la actualidad es un capellán quien custodia la
reliquia,
con el apoyo de la Real Cofradía de la Vera Cruz.
Las Fuerzas Armadas Españolas le rinden honores
militares
consistentes en arma presentada e Himno Nacional.
La Cruz se guarda en la caja donada por el maestre
de Santiago,
en el sagrario de la Basílica del Real Alcázar.
En la sacristía vieja se conservan
las vestiduras con que el sacerdote Chirinos celebró
misa
el día de la Aparición.
Por el claustro se accede a la Capilla de la
Aparición,
donde existe aún la ventana gótica por donde,
según la tradición, penetraron los ángeles
portadores de la Cruz.
En sus piedras, enigmáticos signos de difícil
interpretación.
Hoy la Ciudad de la Cruz está considerada Ciudad
Santa,
el quinto lugar de peregrinación cristiana del
mundo,
después de Roma, Jerusalén,
Santiago de Compostela y Santo Toribio de Liébana.
En lo alto de la población,
en el interior del antiguo recinto amurallado,
la imponente fachada del santuario,
cargada de misticismo,
recoge cada día la última luz del sol.
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