Chinchilla se encuentra a 13 kilómetros de Albacete.
Está situada en un cruce de caminos,
sobre el árido cerro de San Blas,
desde cuya altura se domina el llano manchego,
la interminable llanura que se confunde con el
horizonte.
Es una de las poblaciones más antiguas de la
provincia.
Su castillo formaba parte de una línea de fortalezas
que vigilaba un corredor natural.
Los orígenes del poblamiento se desconocen.
Hay quien hace derivar su nombre
del del rey visigodo Chintila.
El sobrenombre de Montearagón
proviene del término griego “arrago”: “esparto”,
planta que abunda en la comarca.
Fue, durante la dominación musulmana,
una de las ciudades más importantes del Reino de
Murcia,
de gran relevancia estratégica.
En el siglo XII, el árabe Xerif Al-Edrisi
describía el lugar como «villa murada,
rodeada de huertos y con inexpugnable castillo»,
situada en el Reino de Tudmir,
que incluía tierras de Murcia, Albacete y Alicante.
En el mismo siglo, Al-Abbar, geógrafo valenciano,
destacaba la alcazaba de la medina de Chinchilla.
En el siglo XIII, el erudito Yaqut, en su Diccionario de los países,
enumeraba las poblaciones del país de Tudmir
y citaba Chinchilla como patria de ilustres hombres
de letras,
juristas y estudiosos de la tradición coránica.
El cronista Al-Himyari, al describir la región,
mencionaba que en la fuerte alcazaba de Chinchilla
estuvieron presos Abd-al-Rahmán
y el visir de Almanzor, Al-Hintati.
Desde sus orígenes la fortaleza de Chinchilla
fue usada como cárcel,
al igual que lo fueron otras plazas fuertes.
***
En 1242, Don Pelayo Pérez de Correa,
Gran Maestre de la Orden de Santiago,
al frente de una coalición constituida
por tropas de Fernando III de Castilla y de Jaime I
de Aragón
y huestes de la Orden de Calatrava,
expulsaba de Chinchilla a los sarracenos.
De aquella alcazaba musulmana no quedan restos.
Tampoco del primer castillo cristiano.
***
Juan II reincorporó el Marquesado de Villena
a la Corona de Castilla.
Durante su reinado, el infante de Aragón don
Enrique,
Maestre de Santiago,
intentó apoderarse del Marquesado,
pero Chinchilla opuso una fuerte resistencia.
En recompensa a esta fidelidad
Juan II otorgó a la villa en 1422 el título de
ciudad
y Chinchilla se convirtió en capital de la Mancha de
Aragón.
El castillo actual fue edificado entre 1446 y 1449
por Juan Pacheco, marqués de Villena,
cuando Chinchilla formaba parte del Marquesado
y el marqués era dueño de un inmenso territorio.
Las armas de Pacheco aparecen esculpidas
en los baluartes de entrada de la fortaleza.
El hondísimo foso, excavado en la roca caliza,
y que se mantiene completo,
rodea la totalidad de la plaza
y se cruzaba por dos puentes levadizos
(hoy sustituidos por pasarelas),
haciendo inexpugnable la fortaleza.
Era sitio fuerte, difícil de atacar, por ser el
cerro abrupto,
y podía ser defendido con poca gente, gracias al
gran foso.
El marqués construyó una gran torre
a la manera centroeuropea,
de planta cuadrada y más de 30 metros de altura,
la más alta de la región,
en la que se concentraba la carga simbólica
del acto de pleitesía entre el señor y sus vasallos,
de ahí que ese tipo de torres
recibieran en España el nombre de Torre del
Homenaje.
Torres de uso tanto militar como cortesano,
marcadas por la ostentación arquitectónica,
y así Pacheco hizo rematar la suya
con parapetos volados sobre matacanes
y la convirtió en residencia.
Juan Pacheco murió en 1474.
Le sucedió su hijo Diego López Pacheco.
En la guerra entre Juana la Beltraneja e Isabel la
Católica,
el nuevo marqués se alineó con doña Juana.
La población de Chinchilla se decantó por doña
Isabel,
mientras las huestes del marqués retenían la
fortaleza.
En 1480 el castillo era tomado por las tropas de
doña Isabel
y Chinchilla era incorporada a la Corona.
Los chinchillanos pidieron a la reina
que la fortaleza fuera arrasada,
pues la veían como un peligro contra la misma ciudad,
pero la reina se negó a destruir el castillo.
En agosto de 1488 los Reyes Católicos
juraban los Privilegios de esta ciudad sobre la Cruz
de Roca,
otorgándole los títulos de Noble y Muy Leal
que aún figuran en su escudo.
***
En 1504, por orden de Fernando el Católico,
Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán,
llevó al castillo de Chinchilla a César Borgia,
a quien había apresado en Italia,
acusado del asesinato del duque de Gandía.
César quedó confinado en la Torre del Homenaje,
volviendo a servir la fortaleza como cárcel.
Era entonces alcaide del castillo Gabriel de Guzmán.
Se advirtió al alcaide de la fuerza y astucia
del llamado duque valentino
y Gabriel de Guzmán aseguró poder controlar al
prisionero,
que sería tratado con firmeza, aunque con cortesía,
como correspondía a su alta alcurnia
y a sus méritos como militar.
El duque, para recuperar la libertad,
probó a sobornar al alcaide, pero fue en vano.
Un día César pidió a Guzmán
que le permitiera subir con él a la terraza de la
torre
para contemplar el extenso paisaje;
don Gabriel accedió;
el prisionero estuvo haciendo preguntas
y el alcaide le fue explicando qué lugares se veían
desde allí;
César aprovechó un descuido de su carcelero
para agarrarlo,cuentan las crónicas, “por la
orcaxadura”
y tratar de precipitarlo entre las almenas;
el alcaide consiguió aferrarse a éstas,
reaccionó con rapidez, se enfrentó al duque y lo
derribó
y le recriminó la traición;
César, entre risas, afirmó que había sido una broma,
que sólo había querido comprobar
si la destreza del alcaide era tanta como se decía.
Don Gabriel envió un informe al rey
y éste decidió trasladar al preso al castillo de La
Mota,
en Medina del Campo, castillo propiedad de la
Corona,
y que don Fernando consideró más seguro.
Será sin embargo de allí de donde el duque escape,
en 1506, a base de sobornos.
***
A partir del reinado de los Reyes Católicos,
Chinchilla empezó a verse superada
por su antigua aldea Albacete,
ya que ésta disfrutaba de la comodidad del llano.
Los chinchillanos llegaron a quejarse a Felipe II,
al cual dirigieron una carta:
«Esta Ciudad tenía buenos y grandes términos,
donde venían y vienen a herbajar los de tierra de
Huete.
Su Majestad se los dio a la villa de Albacete
por no se qué relación siniestra que ellos hicieron,
de manera que los ha perdido
quien los había ganado y defendido con su propia sangre,
y los tiene quien con falsas relaciones los
procuró».
***
Situada en enclave estratégico,
durante la Guerra de la Independencia
la fortaleza de Chinchilla recuperó su función
defensiva.
En 1810, las obras de modernización se encomendaron
a Antonio Cearra, comandante de ingenieros
militares.
Éste, entre las reformas, incluyó
la construcción de una pequeña ermita
cerca de la puerta oeste,
bajo la advocación de la Virgen del Carmen.
En octubre de 1812, durante la retirada del ejército
francés,
el castillo fue sitiado por las tropas al mando del
general Drouet.
Los tiros lanzados por las baterías desde el cerro
de San Cristóbal
contra la maciza torre del castillo
resultaban inútiles.
El fuego se prolongó durante días.
Sin embargo, el día 8 por la noche se levantó una
gran tempestad,
un relámpago cayó sobre la torre,
penetró en el pabellón del gobernador Cearra,
y lo hirió gravemente.
El mando de la fortaleza pasó a otro oficial,
y a las 8 de la mañana del día 9 el castillo
capitulaba
entre disparos del enemigo,
pues la bandera blanca enarbolada no se veía con la
niebla.
Los franceses se apoderaron de la plaza,
destruyeron la ermita, volaron la torre
y precipitaron al foso los cuatro cañones.
Dos de ellos serán recuperados por los chinchillanos
y en 1829 los colocaron ante el arco del
Ayuntamiento,
donde aún se encuentran.
En 1840 el castillo quedó en manos del Concejo;
los vecinos aprovechaban el agua de los aljibes
y los pastos de los ejidos.
***
En el reinado de Fernando VII, durante el trienio
liberal,
la villa fue capital de la efímera provincia de Chinchilla.
Pero en 1833, la reforma de Javier de Burgos
atribuyó la capitalidad a Albacete,
que durante mucho tiempo había sido aldea de
Chinchilla
y que sin embargo acabó dando nombre a la provincia,
aunque aún, durante las Guerras Carlistas,
aun siendo capital Albacete,
varias instituciones, como la Diputación,
se instalaron en Chinchilla.
***
En los siglos anteriores, el castillo de Chinchilla
había sido usado esporádicamente como prisión,
pero lo que lo convirtió en penal
fue un proyecto de finales del siglo XIX:
En 1895 el Consistorio cedió la alcazaba al Estado.
El objeto del proyecto,
en el que participaba el Ayuntamiento chinchillano,
era la construcción de una penitenciaría
dentro del recinto amurallado de la fortaleza,
conservando y utilizando dichas murallas,
los torreones de entrada y el aljibe
y derribando todo el interior.
Iba a ser un establecimiento con capacidad
para 500 penados.
En 1898 los chinchillanos, impacientes,
afirmaban que el edificio llevaba tiempo terminado
y provisto del material necesario,
así como de ranchos y medicamentos,
y solicitaban su pronta apertura.
El 13 de agosto de 1899 llegaron unos 100 reclusos
procedentes del penal de Valencia.
En diciembre la penitenciaría quedaba ocupada al
completo.
Inmediatamente comenzaron los problemas
por la falta de agua,
que provocó disputas entre la ciudad y el
establecimiento
y una escasez que pagaron los presos,
a quienes se racionaba el líquido.
Ya en noviembre de 1900 se informó
de la aparición de casos de viruela en este penal.
Desde entonces se sucedieron las denuncias
en la prensa de la época,
que relataba una situación inhumana,
casos de brutalidad y miseria
y una inusitada mortalidad de presos.
Así se fue forjando rápidamente la trágica leyenda
de Chinchilla
como lugar sombrío, de crueldad y penurias,
de frío, enfermedad, sed y suciedad.
Pronto el nombre del lugar
quedó identificado en toda España
con el penal y no con el castillo.
La escasez de agua era permanente,
en algunas épocas se daban dos litros diarios por
preso,
para consumo, aseo personal y lavado de ropa,
y además la sed se usó como castigo.
En invierno, al no haber ningún sistema de
calefacción,
el frío abría llagas en las manos de los presos...
En diciembre de 1925
la Dictadura de Primo de Rivera ordenaba el cierre
del penal
«debido a sus malas condiciones»,
ya que, por su situación, estaba expuesto a lluvias,
vientos y nieves,
que «causan los naturales destrozos»
y por sus circunstancias era insano al carecer de
agua,
que «hay que portear
desde el pie de la colina a la parte superior,
razón por la cual nunca se halla abastecido
y siempre aparece sucio y pestilente,
y el número de penados enfermos es crecido».
Tampoco había espacio para talleres,
y, en suma, «representa una regresión penitenciaria
y nunca podrá ser más que un viejo y angosto
presidio
de cara conservación».
Pero Chinchilla no se resignó a perder su penal,
y empezó una campaña de reclamaciones;
las gestiones de las autoridades locales
iban acompañadas de firmas y escritos de vecinos,
quienes explicaban que el establecimiento
«reportaba grandes beneficios a la industria y al
comercio,
que ahora sufren una considerable merma
de la población consumidora».
El 3 de junio de 1930, el Ayuntamiento de Chinchilla
se felicitaba por la recuperación del penal,
nombraba hijos predilecto y adoptivo
al ministro de Justicia y al director de Prisiones,
y daba a tres calles los nombres
de responsables penitenciarios que habían
participado
en el restablecimiento de la prisión.
Para justificar la reapertura
se dispuso que allí irían sólo los “incorregibles”:
los reincidentes en cualquier delito
y los inadaptables al tratamiento disciplinario
reformador.
A pesar de que se había anunciado
que el establecimiento se había mejorado,
la realidad era otra:
Se reabría la cárcel en las mismas condiciones
que habían hecho cerrarlo
por “inadecuado, inhumano y cruel”.
El penal convirtió a Chinchilla
en el lugar más siniestro de la provincia.
Su fama creció,
y le hizo figurar en numerosas obras literarias.
Camilo José Cela, en La familia de Pascual Duarte,
publicada en 1942,
describía así el pueblo de Chinchilla,
de cuyo penal acababa de salir el protagonista
tras pasar tres años en él:
«Chinchilla es un pueblo ruin, como todos los
manchegos,
agobiado como por una honda pena,
gris y macilento como todos los poblados
donde la gente no asoma los hocicos al tiempo,
y en ella no estuve sino el tiempo justo que
necesité
para tomar el tren que me había de devolver
a mi casa, a mi familia».
El 23 de febrero de 1946
se cerraba definitivamente el penal de Chinchilla,
por el deficiente estado de conservación y la falta
de agua.
Los presos eran trasladados al Puerto de Santa
María.
Todo se encontraba en tal estado
que la prisión de Albacete,
a la que se ofrecieron los utensilios del viejo
penal,
los rechazó por inservibles.
***
En 1963, el Estado cedía al Ayuntamiento de
Chinchilla
la penitenciaría, “para parque municipal”.
En 1973, la Dirección General de Bellas Artes
acordó la demolición del penal.
La vieja cárcel fue dinamitada.
Inmediatamente se iniciaron las obras
de restauración del perímetro del castillo,
cuyo recinto principal se conservaba completo.
Sin embargo, el interior no se llegó a desescombrar
y quedó cubierto con los restos de la demolición.
***
Hoy Chinchilla conserva su patrimonio,
conserva templos, conventos, palacios,
unos baños árabes, castillo y muralla,
el trazado medieval de su caserío,
las fachadas con los blasones
de los hidalgos que habitaron aquí,
mientras que Albacete ha arrasado en sus calles
todo vestigio del pasado.
En las laderas rocosas del cerro
se abren las fantasmagóricas cuevas-vivienda,
cuevas grandes, labradas a pico,
con varias estancias y chimenea,
en lo que antes eran los barrios más pobres
y hoy han sido ocupados por artesanos y artistas
que han instalado sus talleres
en esas casas pintadas de blanco,
en callejuelas que tienen nombres
como calle de Diablos y Tiradores o calle del
Infierno.
En el año 2009 se iniciaron obras de recuperación
del interior del castillo.
Se ha pensado en convertirlo en Parador.
Pero hoy está cerrado.
Quizás siga cerrado por mucho tiempo.
Siguiendo los planos que se conservan del siglo XIX,
la Torre del Homenaje podría reconstruirse en su
totalidad,
como se reconstruyó la torre del castillo de Alcalá
del Júcar.
Con ello, la fortaleza de Chinchilla dejaría de
mostrar
el perfil chato que tiene actualmente.
Chinchilla debería haber sido la capital de la
provincia.
Hoy es un caserío en la inmensidad de la llanura,
con un castillo cerrado y mutilado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario