A unos 10 kilómetros de Guadalajara
están las ruinas del monasterio de San Bartolomé
de Lupiana.
Semiescondidos en el denso bosque que rodea el
monasterio,
pueden verse el claustro, la iglesia, los
jardines...
En este lugar se fundó la Orden de los Jerónimos.
***
En 1330, el caballero don Diego Martínez de la
Cámara
había fundado en lo alto de la ladera frontera de
Lupiana
una ermita en honor del apóstol San Bartolomé.
Por los mismos años, otro caballero de
Guadalajara,
don Pedro Fernández Pecha, con unos cuantos
nobles,
inició una vida comunitaria y eremítica “por
libre”
en Villaescusa, a orillas del Tajuña.
Deseaban imitar la vida de San Jerónimo,
monje del siglo IV:
una vida religiosa de soledad y de silencio
que conduzca a la unión mística con Dios.
Era don Pedro miembro de la cámara del rey Pedro
I,
como lo había sido de la de su padre Alfonso XI.
Le desagradó tanto la conducta del monarca
que decidió apartarse del mundo.
La madre de don Pedro Fernández, Elvira Martínez,
era hermana de don Diego Martínez.
Don Pedro solicitó a su madre
las dos capellanías con que estaba dotada la
ermita
que había fundado su tío,
y el arzobispo toledano, don Gómez Manrique,
aprobó la donación.
En 1350 allí se trasladaron los ermitaños,
construyendo alrededor de la primitiva capilla de
San Bartolomé
una serie de pequeñas celdillas
en las que los eremitas habitaban, aislados,
juntándose a diario en la ermita para escuchar la
palabra de Dios.
Junto con don Pedro,
encabezaron el grupo fundador otros dos hombres:
Su hermano don Alonso,
que abandonó su obispado de Jaén
para entregarse a la vida eremítica.
Y don Fernando Yáñez de Figueroa, noble
extremeño,
que, como don Pedro,
ocupaba un alto cargo en la corte de Pedro I.
Decidieron regirse por una regla
que superara las de San Francisco y Santo
Domingo,
basada en los principios de San Jerónimo.
Pedro Fernández Pecha viajó a Avignon,
para exponer su propósito al papa Gregorio XI.
El pontífice aprobó el proyecto
y dio a la nueva comunidad la regla de San
Agustín
y la denominación de ermitaños de San Jerónimo
(Ordo Sancti Hieronymi).
como orden de clausura monástica
y de orientación puramente contemplativa.
La Bula se otorgó el día 18 de octubre de 1373,
fecha que se puede considerar como de fundación
de la nueva orden.
La bula Salvatoris
humanis generis,
que constituye el documento fundacional,
combina la doctrina de San Agustín como regla
y la espiritualidad de San Jerónimo como modelo.
El mismo Gregorio XI les vistió el hábito,
de lana blanca,
escapulario pardo similar al de los carmelitas,
capilla no muy grande, manto de lo mismo.
Y allí cambió de nombre el fundador,
pasando a ser fray Pedro de Guadalajara,
institucionalizando para en adelante
la costumbre jerónima de tomar por apellido, al
profesar,
el nombre del lugar de su nacimiento.
La Bula fundacional establecía, entre otras
cosas,
que la ermita de San Bartolomé de Lupiana,
con sus casas y celdas del contorno,
fuese erigida en primer monasterio
de la Orden de San Jerónimo en España;
que en él se admitieran tantos monjes
como fuera posible sustentar con las limosnas
recibidas,
y que se pudieran fundar otros conventos de la
orden
en España y Portugal.
La primera tarea de la orden fue levantar el
monasterio de Lupiana,
que tuvo como primer prior a fray Pedro.
En un año se construyó el primer edificio:
Las celdas, un claustro, capilla, cementerio…
Contó con importantes ayudas económicas,
como la de su madre,
que donó a su muerte casas, tierras, huertas y
molinos
y la de su hermana, doña Mayor Fernández Pecha,
que dio también molinos, casas y tierras.
El hijo de ésta donó una cuantiosa herencia,
al igual que don Alfonso Pecha, el hermano de don
Pedro,
con cuyo legado se construyó el segundo claustro.
El mismo fray Pedro, poseedor de una casa en
Guadalajara
(sobre el solar que hoy ocupa el Ateneo
Municipal)
la donó al monasterio,
convirtiéndose durante siglos en hospedería de la
Orden en la capital.
Sólo un año fue prior fray Pedro.
Después, su deseo de retiro le llevó a renunciar
al cargo,
que fue ocupado por su compañero fray Fernando
Yáñez.
Ambos hombres continuaron colaborando
y a su actividad incansable se debió
la rápida extensión de la nueva orden
por toda la Península Ibérica,
manteniéndose su sede central en Lupiana.
Pronto se estableció una corriente de simpatía,
admiración y respeto
por parte de muchos miembros de la nobleza
hacia esa nueva institución religiosa
establecida en San Bartolomé de Lupiana
y su proyecto de renovación espiritual.
Paralelamente, la orden se irá vinculando
a las monarquías reinantes tanto en España como
en Portugal.
***
Desde el principio el monasterio de San Bartolomé
de Luliana
contó con la ayuda de los poderosos Mendoza de
Guadalajara.
Muy allegado al monasterio
fue don Iñigo López de Mendoza, primer marqués de
Santillana,
quien siempre le favoreció cuanto pudo.
Su hermanastra la duquesa de Arjona, doña Aldonza
de Mendoza,
dotó con generosidad en su testamento al
monasterio:
Costeó la ampliación de la iglesia
y dispuso ser enterrada en ella,
con su imagen yacente en alabastro blanco,
que fue colocada en el muro de la izquierda de la
iglesia.
En 1835 la estatua se trasladó al Museo
Arqueológico Nacional
y posteriormente al Museo Provincial de Bellas
Artes de Guadalajara,
en el Palacio del Infantado.
Muchos otros miembros de la familia Mendoza
dispusieron mandas para favorecer el monasterio:
don Bernardino de Mendoza, arcediano de
Guadalajara,
don Antonio de Mendoza,
don Lorenzo Suárez de Figueroa, conde de Coruña…
Y otros, incluso, escogieron el lugar para su
enterramiento
aunque el establecimiento y vigor adquirido en la
propia capital,
desde comienzos del siglo XVI,
de otras órdenes monásticas,
frenaron un tanto la predilección mendocina hacia
Lupiana.
***
También contó el monasterio de Lupiana
con numerosos favores reales.
Fueron inaugurados por Juan I,
y continuados por Enrique III, Juan II y Enrique
IV.
En 1464 se funda la primera comunidad femenina,
en Toledo.
En 1472 visitó el monasterio el arzobispo
toledano Alfonso Carrillo,
quien, viendo la pobreza del claustro,
mandó edificar uno nuevo.
Los Reyes Católicos añadieron nuevas mercedes y
donaciones
y fueron esenciales
en el reconocimiento y consolidación de los
jerónimos,
con los que que mantuvieron unas relaciones
estrechas,
fruto del aprecio que les unía con la orden en
general
y con algunos religiosos en particular.
Fray Hernando de Talavera
fue confesor de doña Isabel y primer arzobispo de
Granada.
A partir del siglo XV
los jerónimos se entregaron completamente a los
monarcas
para que se sirviesen de la orden como propia.
El padre jerónimo José de Sigüenza
afirma en su libro sobre la historia de la orden
jerónima:
“no hay cosa en la Orden de San Jerónimo
que no sea de la Casa Real”.
Carlos I escogió el monasterio de Yuste para su
retiro.
En 1569 Felipe II aceptó el patronato de la capilla
mayor
que los jerónimos le ofrecieron,
y a cambio entregó al monasterio
la jurisdicción completa de la aldea de Lupiana y
todo su término.
Se inició así un largo capítulo de favores que el
monarca les hizo.
Los visitó en varias ocasiones
y de Lupiana salieron los frailes que habían de
habitar El escorial,
mandado construir por el rey
como monasterio, panteón real y palacio.
El monarca delegó en la comunidad monástica
el ejercicio de las funciones religiosas de su
imperio
y le otorgó un puesto protagonista
en el ámbito eclesiástico español.
El monasterio fue reconstruido en el siglo XVI.
El claustro grande fue diseñado por Alonso de
Covarrubias.
El nuevo templo fue iniciado
cuando Felipe II aceptó ser su patrono,
poco después de que el monarca entregara a la
Orden
el monasterio de El Escorial.
En Portugal, el rey Manuel I
les confió el monasterio de Belém, en Lisboa,
construido como panteón real.
En el siglo XVII se llegó a 48 monasterios.
***
En Lupiana los monjes llevaban una vida plácida,
dedicados al rezo y la música.
En su farmacia se fabricaban medicinas
muy apreciadas en toda la región,
de cuya venta se obtenían pingües beneficios.
Todo monje jerónimo, además de Teología y Filosofía,
estudiaba siete años de música.
En los archivos de Lupiana se conservaban
todas las piezas musicales religiosas escritas en
el siglo XVI.
Los monjes de Lupiana formaban varios grupos de
música de cámara
que interpretaban a Haendel, Bach Palestrina, Mozart
y Beethoven,
que entraban a España por su puerta.
Cuando llegó la hora de la disolución definitiva
de los conventos,
los monjes de Lupiana y, en general, los
jerónimos,
encontraron fácil empleo
como maestros de capilla en las catedrales,
organistas de parroquias
y músicos de orquestas ambulantes.
El ministro Mendizábal encontró en los bienes de
los religiosos
una fuente para paliar las deudas del Estado:
En 1836 se pusieron a la venta
los bienes raíces que habían pertenecido a las
órdenes religiosas,
éstas fueron disueltas y sus miembros
dispersados.
El 8 de marzo de 1836,
en virtud del decreto de Desamortización de
Mendizábal,
tuvo lugar la expropiación de todos los
monasterios jerónimos
y la exclaustración de todos los frailes.
Eran unos mil hombres.
Al no tener casas fuera de España,
la desamortización supuso el fin de la orden.
Los jerónimos tuvieron que abandonar los
conventos,
distribuyéndose, ya como laicos, por el país,
y encontrando muchos de ellos empleo en empresas
musicales.
Las cuantiosas riquezas y piezas artísticas
de la casa de San Bartolomé
fueron sustraídas, vendidas, destruidas…
El gran archivo desapareció.
El edificio fue adquirido
por la familia Páez Xaramillo, de Guadalajara,
de quienes pasó por matrimonio
a los marqueses de Barzanallana, que aún hoy lo
poseen.
La bóveda, totalmente decorada con pinturas al
fresco,
se hundió a comienzos del siglo XX.
No ha quedado de ella descripción ni imágenes.
Hoy es propiedad particular,
y se permite la visita, gratuita,
solamente los lunes por la mañana.
Sin embargo, las jerónimas continuaron su
existencia.
Ellas persiguieron la restauración de la rama
masculina.
En 1925 obtuvieron de la Santa Sede el rescripto
para la restauración de la Orden de San Jerónimo,
según un principio canónico
que autoriza la recuperación de una persona
jurídica
antes de los cien años de su extinción.
La Orden restaurada pasó por múltiples
dificultades:
la política laicista de la República,
la Guerra Civil…
En 1941 se fundaron cuatro monasterios,
pero la posterior situación socio-cultural provocó
una crisis
y en 1978 se redujo el número de centros.
Actualmente la rama masculina sobrevive con muy
pocos miembros
y sólo posee un monasterio,
el de Santa María del Parral en Segovia,
fundado en 1447 y refundado en 1925.
En cambio, se mantienen 17 comunidades femeninas;
13 de ellas son antiguas fundaciones
y 4 han sido abiertas en la segunda mitad del
siglo XX.
Además, en el año 2000
se abrió el Monasterio de Mater Eclessiae,
en Punalur, Kerala, India.
Una medida progresista para hacer ricos a los progresistas: la desamortización.
ResponderEliminarParece que solo copiamos de Francia lo peor.
Lo peor para nosotros, no para los políticos y sus familias, que no solo ésto ha supuesto la destrucción sistemática del tesoro artístico español y la concentración de latifundios: paralizó la incipiente industrialización, fomentó el carlismo y las guerras civiles del S. XIX, nos hizo perder las pocas colonias que nos quedaban y tercermundizó el país, que acabó por las mismas razones y las mismas consecuencia en la II República y Guerra civil.
Hoy seguimos igual: intentando vivir como sea a costa del vecino, caiga quien caiga. Sin hacer más para merecerlo que usar el odio, la envidia de clase y la codicia de los bienes ajenos.
Hemos perdido el tren de la Historia.
La lástima para estos progresistas es que ya no quedan bienes que robar ni arte que destruir.
Bueno, ya se les ocurrirá alguna cosa.
Aunque solo sea humos -pero humo con odio y "progreso" de unos pocos, como siempre.