Don Martín Vázquez de Arce nació en 1461.
Sus padres fueron don Fernando de Arce,
Caballero de Santiago y Comendador de Montijo,
y doña Catalina Vázquez de Sosa.
Sigüenza, plaza |
Pertenecían a la nobleza ciudadana
y tenían casa en Sigüenza,
pero se trasladaron a Guadalajara.
Allí don Fernando entró al servicio de la familia
Mendoza;
fue secretario de Diego Hurtado de Mendoza,
primer Duque del Infantado,
y del segundo Duque, Íñigo López de Mendoza y Luna,
y consejero del cardenal Pedro González de Mendoza
(que fue obispo de Sigüenza).
Sigüenza, castillo |
Martín se convirtió en paje del primer Duque del
Infantado,
y en la corte palaciega de éste recibió
instrucción humanista y formación militar;
una educación renacentista en las armas y las
letras.
En 1480 fue nombrado Caballero de Santiago en
Uclés.
Reino de Granada |
En abril de 1486, el Duque del Infantado
se incorporó a la campaña de los Reyes Católicos
contra el Reino de Granada.
Además de las propias gentes del Duque,
acudieron jinetes de Guadalajara
e hidalgos alcarreños y seguntinos.
El Duque mandaba las tropas en persona.
Su ejército, descrito por Hernando del Pulgar,
estaba integrado por “quinientos hombres de armas
a la gineta e a la guisa
e los peones de su tierra que le mandaron traer,
e fizo grandes costas en el arreo de su persona
de los fijos-dalgo que vinieron con él;
entre los cuales se fallaron cincuenta paramentos de
caballo
de paños brocados de oro, e todos los otros de seda,
e los otros arreos de guarniciones muy ricas”.
Entre las tropas del Duque se encontraban Martín y
su padre.
Se trataba de tomar las plazas montañosas
que protegían el último reducto del Reino de
Granada.
Isabel y Fernando estaban dando
el impulso final a la Reconquista.
Los Mendoza secundaban el empeño de sus reyes
y los Arce el de sus señores los Mendoza.
El 28 de mayo, en la batalla de Loja,
los caballeros santiaguistas, y entre ellos don
Martín,
entraron los primeros por la brecha abierta en la
muralla
defendida por los almorávides con aceite hirviendo.
La conquista de la ciudad de Loja fue muy trabajosa,
pero llenó de optimismo a los hombres del Duque.
En junio, en la toma de Íllora,
don Martín fue herido en el costado.
Pero días después el Doncel
acompañaba a los caballeros de Calatrava
en el ataque definitivo a la plaza de Moclín.
Cuenta Francisco Henríquez de Jorquera
que, habiéndose tomado la villa de Moclín con
facilidad,
los Reyes Católicos decidieron “no dejarse cosa
atrás”
y que se fuese a sitiar la fortaleza de Montefrío,
castillo con fama de invulnerable,
situado en un lugar muy fuerte.
Para ello dieron órdenes al Duque del Infantado,
al Maestre de Santiago, al Marqués de Cádiz y al de
Villena,
y a otros muchos caballeros,
para que fuesen acompañando al Rey para ponerle
sitio,
quedando en Moclín la Reina con gran número de
gente.
El 26 de junio se ocupó Montefrío
tras varios días de asedio.
Unos días después, un miércoles,
el Duque acudió con sus dos escuadrones
a cubrir la retaguardia de quienes hostigaban ese
día a los moros.
Su columna no fue atacada,
pero las gentes de los concejos de Úbeda y Baeza,
del obispo de Jaén,
cayeron en una celada
tendida por una partida de granadinos.
El duque fue en socorro del obispo.
Al llegar los jinetes castellanos,
los nazaríes se dieron a la fuga
y los caballeros siguieron en persecución suya.
Al pasar la llamada “Acequia Gorda” de la Vega,
en la angostura de Pinos-Puente,
los árabes abrieron las compuertas
de modo que el agua del Genil irrumpió
y anegó el campo de batalla,
haciendo que muchos castellanos cayeran del caballo,
lo que aprovecharon los musulmanes para
contraatacar.
Martín Vázquez de Arce murió allí mismo,
atravesado por las lanzas moras.
Tenía 25 años.
Según el cronista Alonso de Palencia,
aquella tarde murieron unos veinte hombres
de las mesnadas del Duque,
pero también muchos musulmanes.
También Hernando del Pulgar en su crónica
hace referencia a la muerte del Doncel:
“murieron en aquella pelea dos caballeros
principales;
el uno se llamaba el Comendador Martín Vázquez de
Arce,
y el otro se llamaba Juan de Bustamante,
e otros algunos de los cristianos”.
Don Fernando recogió el cadáver de su hijo.
***
En julio de 1486 el padre de Martín
solicitó al cabildo catedralicio de Sigüenza
permiso para enterrar a su hijo
en la capilla de Santo Tomás de Canterbury,
situada en la catedral seguntina,
en la nave de la Epístola, junto al crucero.
Sigüenza, catedral |
La capilla era uno de los antiguos altares
absidiales de la catedral,
y había sido panteón de los prelados de la
iglesia.
En el siglo XIV se dio autorización para sepultar en
ella
a algunos caballeros del linaje de otra ilustre
familia castellana,
la de La Cerda,
pero ésta perdió sus derechos al no dotarla.
Estos datos avalan la importancia del lugar elegido
para la inhumación de don Martín
y, por tanto, la influencia de su familia,
pese a que a finales del siglo XV
esta capilla estaba sin culto y prácticamente
abandonada.
Sólo los más altos miembros de la escala social
podían aspirar al privilegio de ubicar su sepulcro
en el interior de una catedral,
donde además era más caro que en cualquier otro
templo
conseguir licencia para levantar un monumento
funerario.
El Cabildo accedió a que
«el cuerpo del dicho Martín Vázquez
sea depositado en la dicha capilla
sin señal alguna de sepultura
hasta que el cabildo haya decidido
lo que hay que hacer con la dicha capilla».
Puesto que la familia de La Cerda
aún tenía alguna opción sobre ella.
Martín fue inhumado en la capilla en 1486,
quizás en el suelo, sin inscripción alguna.
A la petición de Fernando de Arce
se unió la de su hijo Fernando Vázquez de Arce,
prior de Osma,
que solicita que toda la familia pueda ser enterrada
en la capilla
y se ofrece a dotarla con una elevada suma de
maravedíes.
En 1491 se concedió de manera definitiva la capilla
a don Fernando de Arce y a doña Catalina Vázquez.
La capilla se convertía así en panteón familiar,
inaugurado por el cuerpo del Doncel.
Su advocación cambió y pasó a estar dedicada
a San Juan Bautista y Santa Catalina.
En la inscripción de dotación
situada en el lado del Evangelio
se indica que
«Esta capilla es de Fernando de Arze y de Catalina
de Sosa, su mujer,
y sus descendientes
y de don Fernando de Arze, obispo de Canarias, su
hijo».
Y en la inscripción de fundación,
situada en el friso de la portada de la capilla,
se señala que
«Mandó hacer esta obra
don Fernando de Arze obispo de Canarias».
El obispo fue el ideólogo del monumento sepulcral
y quien sufragó los gastos de la suntuosa obra.
Los padres de Martín llegaron a depender
económicamente
de su hijo eclesiástico,
como lo acredita el testamento de éstos,
en el que declaran haber recibido de su hijo
Fernando
mayores cantidades de lo que valían sus fincas de
Sigüenza:
«Nosotros somos en mucho cargo e obligación
al prothonotario prior de Osma, nuestro fijo,
por las rentas de sus beneficios e prestamos
que ha tenido e tiene en el Arçobispado de Toledo
y en los Obispados de Siguença e Avila,
que con sus poderes avemos recebido e gastado
de veinte años e más a esta parte,
e de cada día recebimos e gastamos
en nuestro mantenimiento e sostenymiento de nuestras
honrras,
e de ellas avemos comprado e edificado la nuestra
casa
que tenemos en esta cibdad de Guadalajara,
e avemos sostenido e reparado
las casas, bienes e heredades e molinos
que tenemos e poseemos en la cibdad e términos de
Siguença,
los quales fructos e rentas por nosotros rescebidos
montan más que vale toda nuestra hazienda
que tenemos de rays e en muebles».
Fernando Vázquez de Arce fue prior de Osma
con función de obispo
y en 1513 accedió al obispado de Canarias;
además fue consejero y capellán de Fernando el
Católico.
***
Hacia 1492, el hermano de Martín
encargó para la tumba de éste una figura.
Se cree que el autor fue Sebastián de Almonacid,
escultor toledano que tenía taller en Guadalajara
y que también fue el artífice de otros sepulcros:
el del cardenal Carrillo
en la catedral de Alcalá de Henares
y los de don Álvaro de Luna y su mujer, doña Juana
de Pimentel
en la catedral de Toledo.
Martín es un caballero que ha muerto en combate,
peleando en Cruzada.
La escultura representa al Doncel recostado,
con las piernas cruzadas
como era tradición en las estatuas funerarias
de nobles que lucharon contra el infiel,
y apoyado en el brazo derecho,
leyendo un libro que sostiene en sus manos.
La iconografía medieval había reservado los libros
a personajes eclesiásticos,
por lo que su uso en este caso es una innovación.
El joven apoya el codo sobre una ramo de laureles
que simboliza la heroicidad del guerrero.
Está vestido para la guerra:
La armadura le cubre brazos y piernas
y doble cota, de malla metálica y tiras de cuero,
le reviste el torso;
sobre su pecho, en una capa corta,
destaca la roja cruz de Santiago.
Tiene una daga al cinto
y la cabeza, con melena a la moda
(hasta los hombros y con flequillo),
cubierta por un bonete.
El alabastro del cabello y de la cota de malla
se ha oscurecido para aumentar el realismo.
A sus pies, un paje llora, apoyado en el yelmo
del que se ha despojado el caballero.
En el frontal del sarcófago, el escudo de armas.
En la pared de la hornacina, sobre el sepulcro,
hay un epitafio:
«Aquí yace Martín Vázquez de Arce,
caballero de la Orden de Santiago,
que mataron los moros socorriendo
el muy ilustre señor duque del Infantado su señor
a cierta gente de Jaén en la Acequia Gorda,
en la vega de Granada.
Cobró en la hora su cuerpo Fernando de Arce su padre
y sepultólo en esta su capilla,
año MCCCCLXXXVI.
Este año se tomaron la ciudad de Lora
y las villas de Íllora, Moclín y Montefrío
por cercos en que padre e hijo se hallaron».
En la nacela que forma el borde de la cama sepulcral,
otra inscripción dice:
«De Martín Vázquez de Arce, comendador de Santiago,
el cual fue muerto por los moros
enemigos de nuestra santa fe católica
peleando con ellos en la Vega de Granada
año del nacimiento de nuestro salvador Jesucristo
de mill e CCCC e LXXXVI años.
Fue muerto en edad XXV».
La inscripción indica la edad en que murió,
algo inusual en la epigrafía sepulcral de la época,
y que subraya lo prematuro de su fallecimiento.
***
No existen muchos datos
sobre la vida de Martín Vázquez de Arce.
Pero gracias a esa escultura,
gracias a ese libro de piedra que está leyendo,
gracias a esa lectura interminable,
don Martín ha vencido a la muerte,
ha alcanzado la fama,
ha obtenido la eternidad.
Don Martín llevó la misma vida
que muchos miembros de la mediana nobleza, como él,
y sólo participó en una campaña importante.
Pero esa escultura le ha dado inmortalidad.
Más de quinientos años lleva Martín ahí, sereno,
leyendo sin moverse el mismo libro.
Piedra con alma, espíritu de alabastro,
leyendo, una y otra vez, el mismo libro.
El monumento funerario está envuelto
en misterio y en calma.
El tallado de cada detalle es perfecto;
la postura es natural, relajada, tranquila;
el Doncel descansa, medita, sueña...
El sepulcro del Doncel es gótico por su hechura,
pero renacentista por su espíritu;
Martín Vázquez de Arce representa
el ideal caballeresco y cortesano de su época:
un guerrero humanista;
las armas y las letras; pensamiento y acción.
***
En la capilla hay otras sepulturas.
En el muro, junto al sepulcro del Doncel,
se halla el de su hermano el obispo don Fernando.
En el centro del panteón
está el mausoleo de los padres del Doncel,
sostenido por leones y con efigies yacentes de
ambos.
La cabeza de ella sobre un cojín,
la de él sobre laureles, indicando que murió
guerreando.
Él viste hábito de la Orden de Santiago
y, muerto, sigue empuñando la espada.
En los muros bajo el arco de entrada
se encuentran los sepulcros, con estatuas yacentes,
de los abuelos maternos del Doncel,
don Martín Vázquez de Sosa y doña Sancha Vázquez.
Junto a doña Sancha está la lauda sepulcral
(una lápida con imagen en bajo relieve)
de Catalina de Arce y Bravo, hija de la hermana del
Doncel.
De esta hija desciende
don Sancho Bravo de Arce de Laguna,
Caballero de la Orden de Alcántara,
capitán de caballos del rey Felipe II.
En la capilla se conservan,
como memoria de una estirpe de guerreros,
dos banderas tomadas por don Sancho a los ingleses
en Lisboa
cien años después de la muerte de don Martín.
***
El epígrafe funerario de don Martín
detalla sus hechos de armas.
Se trataba de exaltar la gloria del Doncel,
de su linaje, los Arce, y, a través de ellos,
de la clase nobiliaria en su globalidad.
La inscripción constituye un elogio
al caballero protagonista de hazañas guerreras,
merecedor por ellas de honor y fama,
digno de recuerdo perdurable.
Pero el honor y la fama del individuo también
atañen a su grupo.
Su valor, sus hazañas y su inmortalidad
son también los de su linaje y de su grupo social.
La adhesión a la persona es la fidelidad a su
estamento.
El monumento funerario
juega un papel de cohesión social y de propaganda.
Era habitual en las inscripciones sepulcrales de la
Baja Edad Media
la indicación de relaciones de parentesco o
vasallaje del difunto
con personajes importantes de su época.
Así, en el epitafio del Doncel se menciona su
vinculación
con el poderoso duque del Infantado, don Íñigo
López de Mendoza,
y en general con la gran Casa de Mendoza,
una de las de más peso en la Castilla del siglo XV,
y a cuyo servicio estaban los Arce.
Es la afirmación de pertenencia a la clase
nobiliaria
y la exaltación de los valores de ésta
en un momento en el que la nobleza se sentía partícipe
de la expansión y fortalecimiento de la Corona.
Para los miembros del grupo aristócrata
el sepulcro formaba parte de los elementos
suntuarios
representativos de la grandeza y la riqueza de su
estirpe.
La escultura sepulcral responde
al afán de sobrevivir a la muerte,
de perdurar en la memoria del grupo
en un momento en que lo individual
comenzaba a primar sobre lo colectivo.
Por favor: Me podían mostrar la lauda sepulcral 12 de D. Francisco Álvarez de Quiñones obispo de Sigüenza entre 1698 y 1710.Dicha lauda está en la Capilla Mayor de dicha catedral.
ResponderEliminarSomos de su lugar de nacimiento (Lagüelles.León)y queríamos tener un recuerdo del hijo del pueblo.
Muchas gracias.