En Toledo han existido dos Palacios
conocidos con el nombre de Galiana.
El primero en recibir ese nombre
se encontraba intra-muros,
en la zona donde hoy se sitúa el Convento de Santa
Fe,
desde el Arco de la Sangre hasta el Miradero.
En su ubicación debió haber ya residencia oficial
en las épocas romana y visigoda,
pues han aparecido indicios arqueológicos
como el muro y los arcos romanos
que sostienen el atrio del hospital de Santa Cruz
y los relieves visigodos hallados
en las diversas obras que se han hecho en las
inmediaciones.
En época de Abderramán III se construyó una muralla
para fortalecer el recinto del Alficén,
sobre el puente de Alcántara.
En el interior de dicho recinto, aislado de la
medina
y con acceso directo desde el puente,
se levantaban dos alcázares:
Uno de carácter militar
(en el mismo emplazamiento que el actual)
y otro de carácter residencial:
La suntuosa casa palaciega
que será la residencia oficial
de los gobernadores y de los reyes taifas de Toledo.
***
Tras la recuperación de la ciudad por los
cristianos,
aquí se celebraron las Cortes
en las que El Cid pidió a su señor justicia
tras la ofensa de sus yernos, los infantes de
Carrión,
que habían azotado y dejado abandonadas en Robledal
de Corpes
a las hijas de don Rodrigo.
En el Romancero
del Cid se cuenta
que el rey don Alfonso VI recibió a Rodrigo
en los palacios de Galiana,
donde convocó Cortes:
A Toledo habia llegado
Ruy Diaz, que el Cid
decian,
á córtes del Rey Alfonso
que por amor suyo hacia,
para le dar gran derecho
de la gran alevosía
que sus yernos los
infantes
de Carrion fecho le
habian.
En palacios de Galiana
el Rey mandado tenia
que se junten á las
córtes
todos los que allí
vernian.
[...]
Despues que el Cid
Campeador
pidió derecho del tuerto,
de que fuesen emplazados
los condes para Toledo,
el Rey don Alfonso el
Bravo,
aquel que con gran
denuedo
al foradar de la mano
tuvo siempre el brazo
quedo,
mandó que dentro en tres
meses
pareciesen en Toledo,
ó fincasen por traidores
ellos, y el conde don
Suero,
y que se fagan las
córtes,
y se junten á ellas cedo
sus grandes y ricos
homes,
que quiere tomar su
acuerdo;
que si los condes son
nobles
Alfonso es Rey de
derecho,
maguer que el Cid en
honor
es honrado caballero.
Antes de cumplir el plazo
todos á córtes vinieron,
y el Cid trujo en su
compaña
novecientos caballeros.
Salió el Rey á recibirlo
á dos leguas de Toledo,
unos de envidiosos callan
y otros dicen que es
esceso.
Palacios de Galiana
mandó el Rey que esten
compuestos,
las paredes de brocado
y el suelo de terciopelo.
Junto á la silla del Rey
su escaño del Cid
pusieron...
***
Lo que convierte este lugar en un espacio mítico
es sobre todo la leyenda que narra
los amores de Carlomagno
con Galiana, la hija del rey musulmán Galafre.
Carlomagno (del que no se sabe nada a ciencia cierta
hasta que cumplió 26 años),
tiene también, como El Cid siglos más tarde,
sus fabulosas e inventadas Mocedades.
Varios poemas épicos del ciclo carolingio.
La leyenda de Galiana se origina
en el cantar de gesta francés del siglo XII
denominado Mainet
o Mainete
(Mainet es el nombre que toma el joven Carlos
para vivir de incógnito en Toledo,
cuando se ve obligado a huir de sus enemigos.
En algunas versiones, Carlos es armado caballero por
Galafre
en el palacio toledano).
En el cantar se narra que,
al llegar Mainet con sus franceses a Toledo,
el rey moro los hospedó «en su alcázar menor,
que llaman agora los palacios de Galiana,
que él había hecho muy ricos a maravilla,
en que se toviese viciosa aquella su hija;
e este alcázar o el otro mayor eran de manera hechos
que la infanta iba encubiertamente de uno al otro
cuando quería».
Se hacía referencia pues a los verdaderos palacios
regios,
hoy Convento de Santa Fe.
Es probable que ese cantar de gesta fuera escrito en
Toledo,
en los tiempos en que en la ciudad había
un importante núcleo de población francesa
llegada a la ciudad con Alfonso VI
y agrupada en el barrio denominado Arrabal de los
Francos,
situado entre Zocodover y la catedral.
En el poema se dice que el combate de Mainet con el
moro Bramante,
en el que el francés se apodera de la mágica espada
Durandarte,
ocurre en Val Salmorial, junto a Toledo.
Y de hecho hay en los alrededores de Toledo
varios valles de terrenos salados llamados
salmoriales.
Carlomagno tendría a partir de ese momento una
espada
cuya hoja había sido templada en aguas del Tajo,
espada superior a la Joyeuse,
que figura como suya en el tesoro y mausoleo de
Aquisgrán.
A ese rey Galafre de Toledo se le ha identificado
con el emir Yusuf el Fehri,
que entre 747 y 758 sostuvo lucha con Abderramán I,
representado por el Bramante de la leyenda.
El poema tuvo rápida difusión en la épica europea,
y en España debió existir algún cantar sobre este
episodio,
que la Primera Crónica General prosificó.
A partir del cantar de gesta,
surgen varias leyendas en torno a los Palacios de
Galiana,
que parten todas de la existencia de una bella mora
que cautiva a todo el que la ve.
De la princesa Galiana se decía:
«Galiana de Toledo
muy hermosa maravilla,
la mora más celebrada
de toda la morería».
Vivía en los palacios de la alcazaba toledana,
rodeada de todo lo que su padre podía darle.
El príncipe Carlos (futuro Carlomagno),
hijo del rey de Francia Pipino el Breve,
llega a la corte del rey moro de Toledo,
el cual le proporciona refugio.
A partir de ahí, hay varias versiones
sobre el desarrollo de los acontecimientos:
En unas, Carlos se enfrenta al gigante sarraceno
Bramante.
En otras, al gobernador de Guadalajara,
el musulmán Abenzaide.
En cualquier caso,
Carlos propone a Galiana ir con él a Francia
y ella, que no ama al moro que la corteja, acepta.
Carlos lucha con su rival en un torneo a muerte
y lo vence.
Galiana marcha con Carlos a las Galias.
Allí es bautizada y casa con el príncipe franco.
El hijo de Carlomagno y Galiana, Ludovico Pío,
heredará el Imperio a la muerte de su padre.
El fantasma de Abenzaide queda vagando por Toledo.
Cuando Alfonso VI visitó los palacios del rey moro,
el fantasma se le apareció
y le sugirió cómo conquistar la ciudad.
Ésa fue la venganza del gobernador de Guadalajara.
En el siglo XVI la leyenda de Galiana seguía
presente.
En 1573 Luis del Mármol escribe
que Galafre, al celebrar las bodas de Galiana y
Carlos,
«porque los christianos no entrassen en Toledo,
mandó hazer en la propia Güerta unos palacios
que oy día llaman los palacios de Galiana».
Y Cervantes la menciona en la segunda parte del
Quijote,
en su capítulo LV:
«Ésta que para mí es desventura,
mejor fuera para aventura de mi amo don Quijote.
Él sí que tuviera estas profundidades y mazmorras
por jardines floridos y por palacios de Galiana,
y esperara salir de esta escuridad y estrecheza
a algún florido prado».
***
Reconquistada la ciudad por Alfonso VI en 1085,
estos palacios pasaron a ser patrimonio de la
Corona.
De las antiguas estancias árabes se ha conservado
un pequeño edificio conocido como Capilla de Belén,
que sería el oratorio personal de Al-Mamún,
una qubba cubierta con cúpula islámica.
La Capilla de Belén fue capilla funeraria
para el infante don Fernando, hijo de Fernando III.
Parte de los edificios fueron residencia real.
Los Palacios de Galiana ocupaban toda la actual
manzana
(el antiguo convento de Santa Fe,
el convento de la Concepción Francisca,
el museo de Santa Cruz).
Dada la gran extensión de los palacios,
éstos fueron progresivamente fragmentados:
Alfonso VI cedió un solar a los francos,
que colaboraron en la conquista y repoblación de la
ciudad,
y éstos fundaron en él la capilla de Santa Fe,
nombre que ha seguido utilizándose hasta la
actualidad.
En el siglo XIII el edificio franco desapareció,
al ser donado a los caballeros de la Orden de
Calatrava,
quienes construyeron en su lugar una capilla
mudéjar,
de la que subsiste el ábside,
apreciable en uno de los patios del actual museo.
Tras la expulsión de los judíos, los calatravos
se trasladaron a la sinagoga del Tránsito,
y abandonaron el edificio de Santa Fe.
No se sabe con exactitud cuál era la dimensión de
los palacios,
pues fueron repetidamente reformados
para acoger a sucesivas órdenes religiosas:
las benedictinas de San Pedro del Alficén,
los franciscanos, las concepcionistas,
las comendadoras de Santiago...
La ampliación del Paseo del Miradero en 1888
mutiló algunas de sus estancias.
Tras la guerra civil, parte de las dependencias
fueron utilizadas como colegio de las ursulinas
hasta 1973, fecha en que se cerró el centro de
enseñanza
y el viejo convento de Santa Fe quedó clausurado.
En 1979 fue adquirido por el Estado
para ampliar el museo de Santa Cruz,
pero siguió cerrado.
El edificio ha estado abandonado desde 1973 hasta
2009,
año en que acogió una exposición sobre El Greco.
Terminada ésta, volvió a cerrarse.
Se tiene proyectado abrir en 2015 el Convento de
Santa Fe
como anexo del contiguo Museo de Santa Cruz.
Las actuaciones incluirán la recuperación
de la capilla de los Calatravos y de la capilla de
Belén.
***
El otro Palacio de Galiana
estaba situado a las afueras de la ciudad:
El edificio que hoy se conoce como Palacio de
Galiana
se corresponde
con la almunia del rey de la Taifa de Toledo
Al-Mamún (1043-1075),
cuyos verdaderos palacios regios se asentaban en el
Alficén.
En esa época se generalizó la creación de amplios
jardines
que rodeaban los palacios.
Ibn Wafid, médico y botánico
(que al parecer introdujo en España las fresas),
autor de varias obras,
estuvo al servicio de Al-Mamún
y fue el encargado del jardín del Palacio de
Galiana.
El resultado fue el primer jardín botánico de
España,
jardín en el que el rey organizaba grandes fiestas
y cuya belleza fue alabada por varios escritores
andalusíes.
Gracias a esas descripciones literarias
podemos conocer cómo era el lugar.
En la huerta crecían hortalizas,
árboles frutales, especias y hierbas aromáticas.
En el jardín se cultivaban flores,
entre las fuentes decoradas con azulejos
y alimentadas por las bocas de leones de oro
y dos estanques de mármol, de formas peregrinas
y con grabados de animales y plantas;
en medio de cada estanque había un alto árbol de
plata;
el agua subía a presión por el interior de los
troncos
y caía desde las ramas, como llovizna,
recogiendo los reflejos de las luces
y produciendo un suave murmullo y un constante
frescor.
En el jardín destacaba el llamado “Salón de la
Noria”:
En el centro de la alberca se levantaba
un fantástico kiosco con cúpula de cristal de
colores
y decoración de oro.
Dos leones de bronce echaban agua sobre la cúpula,
agua que se derramaba envolviendo el pabellón.
Las luces de las velas encendidas en el salón
durante las noches
creaban una multitud de reflejos maravillosos
en la cascada de agua y la albufera,
simulando el paraíso.
La noria encargada de llenar el estanque
tenía tal precisión que el agua
caía por sus costados y la envolvía por completo
y se derramaba una y otra vez en la alberca,
sin que una sola gota penetrase en el pabellón
ni salpicase a quienes en él estaban.
El poeta Al-Fath ibn Jaqan describía así el “Salón
de la Noria”:
«El salón brillaba
como si el sol se encontrase en lo alto del
firmamento
y la luna llena en su cenit, como un corona.
Las flores perfumaban el ambiente
y sobre el río los invitados bebían sin cesar.
La rueda hidráulica gemía como gimen,
heridas por la llama devoradora del dolor,
la camella que perdió su cría o una madre al morir
su hijo.
El cielo estaba regado por las gotas del rocío;
los leones (surtidores de las fuentes)
abrían sus enormes fauces para vomitar agua ».
Se cuenta que en este palacio estuvo la famosa
clepsidra
construida por Azarquiel (astrónomo que vivió en la
corte),
reloj de agua que marcaba las horas según las fases
de la luna.
Toledo fue siempre rico en artificios fluviales
y éste fue de los más notables.
Las aspas del mecanismo se llenaban o se vaciaban
con la crecida o mengua de la Luna.
La clepsidra de Galiana se hizo célebre en Occidente
porque su constructor ideó un sistema
de medición del tiempo lunar o calendario de 29 días
en el que la gravitación del satélite hacía subir o
bajar las aguas
en ciclos perfectos de 29 días, con arreglo a los
meses lunares.
Era en realidad un reloj de luna.
Pero no a la manera del que existe
en el claustro de la cartuja del Paular,
que mide las horas nocturnas con el reflejo lunar.
Éste era un reloj de mareas.
(El ingenio se conservó hasta el reinado de Alfonso
VII.
Éste lo desmontó para estudiar su funcionamiento y
crear otros,
pero luego no supo volver a montarlo).
El palacio sería pues una lujosa finca de verano,
residencia de recreo y pabellón de baños,
un lugar de retiro y reposo de los reyes taifas.
Un palacio que rivalizaba con los de Medina Zahara o
la Alhambra.
Se llamó Palacio de la Noria o Huerta del Rey
(Yannat al-Sultan),
nombre éste que aún conserva el paraje.
***
Cuenta la leyenda que aquí se alojó Alfonso VI de
Castilla
cuando debió exiliarse:
Tras la muerte del rey Fernando I,
Sancho había heredado Castilla y Alfonso, León.
Pero Sancho aspiraba a hacerse con ambos reinos.
En 1072 los hermanos
Sancho II de Castilla y Alfonso VI de León
se enfrentaron en la batalla de Golpejera,
junto a Carrión de los Condes.
Las tropas de Sancho, en las que figuraba El Cid,
vencieron a las de Alfonso, que fue hecho prisionero
y encerrado en el monasterio de Sahagún.
Gracias a la intercesión de su hermana Urraca ante
Sancho,
Alfonso pudo salir y marchó al destierro
en su reino vasallo de Toledo.
Aquí le dio acogida el rey musulmán Al-Mamún,
que lo alojó en su palacio de recreo.
Un día se organizó un banquete en los jardines de
palacio.
Tras la comida, Alfonso se quedó descansando.
Al-Mamún charlaba con sus consejeros
sobre los puntos débiles de Toledo ante posibles
ataques;
todos convinieron en que la ciudad podría ser
conquistada
con un asedio de años que la dejara sin
abastecimientos.
Alfonso, fingiéndose dormido, escuchó la
conversación.
Al-Mamún se dio cuenta de la proximidad del rey
cristiano
y se preguntó si podría haberles oído.
Para comprobarlo, ordenó,
con voz que Alfonso pudiera escuchar si estaba
despierto,
que echasen plomo derretido sobre la mano del
cristiano.
Los hombres de Al-Mamún así lo hicieron.
Alfonso se mantuvo inmóvil
hasta que el plomo fundido cayó sobre su mano,
horadándola.
Desde entonces se conoció a Alfonso VI
como “el de la mano horadada”.
Al-Mamún quedó tranquilo,
pues Alfonso no parecía haber oído nada.
Sin embargo, lo escuchado ese día
le sirvió al rey cristiano para tomar la ciudad años
después.
La Huerta del Rey, la fértil vega junto al Tajo,
fue asiento de los reales de Alfonso VI
durante el asedio de varios años
que precedió a la rendición de la ciudad.
El 25 de mayo de 1.085 Alfonso VI entraba en la
ciudad,
tras la rendición del rey Al- Qádir.
Los monarcas cristianos usarán la almunia
para sus recibimientos y para hospedaje de reyes,
y sus alrededores servirán de huerta
de los palacios reales y de la ciudad.
***
Cuenta la leyenda que, en el siglo XII, Alfonso
VIII,
casado con Leonor de Plantagenet
(hija de Enrique de Inglaterra y de Leonor de
Aquitania),
se enamoró de una judía de Toledo,
a la que Lope de Vega bautizó para siempre como
Raquel,
y pasó con ella siete años en la almunia toledana,
desatendiendo tanto a su esposa como a su reino.
Tras la trágica derrota cristiana en la batalla de
Alarcos,
una conjura de nobles, instigada por Leonor,
hizo asesinar a la judía.
(El rey acabará reconciliándose con su esposa,
reconciliación que sella construyendo
el monasterio de Las Huelgas, en Burgos,
donde ambos están enterrados).
Alfonso X el Sabio narrará así el episodio:
«Alfonso pagóse mucho de una judía que auie nombre
Fermosa,
e olvidó la muger,
e ençerróse con ella gran tiempo
en guisa que non se podié partir d’lla por ninguna
manera,
nin se pagaua tanto de cosa ninguna:
e estouo ençerrado con ella poco menos de siete
años…
Entonçe ouieron su acuerdo los omes buenos d’l reino
cómo pusiesen algún recado en aquel fecho
tan malo e tan desaguisado…
e con este acuerdo fuéronse para allá:
e entraron al rey diziendo que queríen fabrar con
él:
e mientras los unos fabraron con el rey,
entraron los otros donde estaua aquella judía
en muy nobres estrados,
e d’golláronla».
***
Este Palacio no ha desaparecido.
Se halla en la vega del Tajo, extra-muros,
a la orilla del río,
en un enclave apartado y desprotegido.
Por ello, en el siglo XII,
la primitiva construcción islámica sufrió sucesivos
destrozos,
provocados por las repetidas incursiones almohades y
almorávides.
Ante la imposibilidad de tomar la ciudad,
los atacantes destruyeron los huertos.
En 1212, cruzados venidos de toda Europa
se concentraron a las puertas de Toledo,
a la espera de iniciar la campaña de las Navas.
Se instalaron en la almunia
y «con las ramas de los árboles frutales dispusieron
cobertizos
para estar a placer, mientras salían a campaña […]
y cortaron toda la Huerta del Rey e ficieron mucho
mal a Toledo»,
según relatan los Anales toledanos.
Sin embargo, el edificio original
no llegó a ser completamente destruido,
de modo que el actual palacio mudéjar
utiliza en gran medida la estructura inicial.
La obra mudéjar de los siglos XIII y XIV
reparó y aprovechó lo deteriorado
y le añadió decoración
de yeserías polícromas, zócalos y arquillos.
La planta del edificio sigue siendo típicamente
islámica,
constituida por salas conectadas con una alberca
y todo ello rodeado de jardines.
***
Se cuenta que en el siglo XIV
utilizaron el palacio como lugar de descanso estival
Alfonso XI y su amante doña Leonor de Guzmán.
En 1385 Juan I donó el palacio,
hasta entonces propiedad real,
al Convento de Jerónimos de la Sisla.
En 1394 los monjes lo vendieron
a Beatriz de Silva, esposa de Álvar Pérez de Guzmán.
Fue entonces cuando debió realizarse
la segunda reforma mudéjar,
pues se conservan escudos de los Silva y de los
Guzmán
en las yeserías
(el león de los Silva y los calderos de los Guzmán).
La alberca, que aún existe,
aunque con proporciones más reducidas,
estuvo en uso hasta 1603, según Salazar de Mendoza,
que se refería al conjunto como
«unas casas viejas que tienen un estanque de agua
por patio,
a las que el vulgo ignorante llama los Palacios de
Galiana».
***
Según Menéndez Pidal, el nombre de Galiana
hace referencia a la Vía Galliana,
el antiguo camino romano que unía Toledo con las
Galias:
Arrancaba en los palacios regios intra-muros,
salía de la ciudad por el puente de Alcántara,
pasaba por Guadalajara y Zaragoza
y cruzaba los Pirineos en el Summo Portu (Somport)
de Canfranc.
Ya en el siglo XIII los palacios de lo que hoy es Santa
Fe
eran conocidos como Palacios de Galiana,
como lo prueba un documento del rey Alfonso VIII:
En 1210 Alfonso VIII entregaba a la Orden de
Calatrava
uno de los cuatro alcázares de Toledo,
y en el privilegio de donación se definía el palacio
donado como
«aquel que dizen aver sido Palacios de Galiana,
dentro de los muros de Toledo».
En 1220 Fernando III confirma a la Orden de
Calatrava
las donaciones de los reyes anteriores,
y entre ellas se menciona ese «privilegium de
alcazare domorum
quae de Galiana vulgari eloquio nuncupantur».
Alfonso X se refiere al
«Alcázar de Sancta Fe de los Palacios de Galiana»,
en cuyas dependencias nació el futuro Rey Sabio en
1221.
Allí se celebraron, por orden del rey don Alfonso el
Sabio,
las justas de una especie de Academia de Astronomía,
y allí se hicieron las Tablas Alfonsinas.
En el siglo XVI,
tal vez por la transformación de estos palacios en
conventos,
la denominación de Palacios de Galiana pasa a
aplicarse
a la almunia real o Huerta del Rey,
que se halla junto a la senda Galiana.
El recuerdo de los ingenios árabes existentes en esa
almunia
forjó su fama legendaria.
***
Pese a ello, el edificio fue arruinándose,
hasta llegar a encontrarse en un estado lamentable
que en nada evocaba el palacio de leyenda.
Hasta la construcción, en fechas recientes,
de las presas del río,
la ubicación del palacio, en lo más llano de la
vega,
y muy próximo al cauce,
hacía que sufriera frecuentes inundaciones,
que en ocasiones llegaban a cubrirlo por completo.
La emperatriz Eugenia de Montijo,
dama del linaje de Guzmán
y penúltima propietaria de la huerta y de las
ruinas,
heredó el palacio y quiso restaurarlo
pero murió en 1920 antes de poder iniciar la obra.
En 1960 adquirieron la finca
Alejandro Fernández de Araoz y Carmen Marañón.
Los nuevos propietarios decidieron restaurar el
edificio
y encargaron los trabajos
al prestigioso arquitecto Fernando Chueca Goitia.
Las obras concluyeron en 1965.
El propio Chueca explicaba respecto a la
restauración:
«Nada se ha inventado.
Eran muchos los problemas, muchas las incógnitas.
Pero hemos querido, ante todo, restituir».
Se han preservado los vestigios que subsistían
(yeserías, arcadas...)
En el piso superior quedan restos de murales.
Los dueños se construyeron una vivienda al lado del
palacio.
El conjunto palaciego es propiedad particular,
pero puede visitarse los lunes.
En los jardines que rodean el edificio
se conservan algunas piezas antiguas
y hay adelfas, lavandas, rosales, lirios
y plantas trepadoras, parras, hiedra.
Un poco más allá, en el huerto,
crecen olivos, manzanos, higueras y granados.
Desde el palacio se contempla la vega, el río,
la silueta del Alcázar.
El lugar evoca un pasado legendario
en el que es difícil separar lo real de lo
imaginado,
el hecho histórico, de la creación poética.
El valor del Palacio reside tanto en el edificio en
sí
como en su carga de leyenda,
y asimismo en el hermoso entorno.
En la actualidad está muy cuidado.
Una fachada da la Tajo y la otra a un estanque.
Todavía hoy el edificio se encuentra aislado en la
vega, solitario,
semioculto por un bosquecillo de cipreses,
al margen de las rutas turísticas.
Sigue sin haber construcciones a su alrededor,
y sería de desear que continuase así.
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