Don
Francisco Gómez de Sandoval y Rojas,
hijo
del marqués de Denia y nieto de San Francisco de Borja,
nació
en 1553 en Tordesillas y se educó en la corte de Felipe II,
bajo
la protección de su tío, el arzobispo de Sevilla.
Como
gentilhombre de cámara,
se
ganó la amistad del príncipe heredero,
que
subió al trono como Felipe III en 1598
y
en 1599 otorgó a Sandoval el título de Duque de Lerma.
Felipe III, por Velázquez |
Don
Francisco, valido del rey, consiguió
controlar
la voluntad de éste y apartarlo de los demás cortesanos,
haciéndose
con un poder absoluto
y
convirtiéndose en el personaje más poderoso de España.
En
1600 logró el traslado de la corte a Valladolid.
En San Pablo se organizó la comitiva del
Ayuntamiento de la villa
para ir al recibimiento que el 19 de julio de
1600 se hizo a Felipe III.
Con
anterioridad a la realización del traslado, don Francisco
había
comprado a los herederos de Francisco de los Cobos
su
palacio situado en la Corredera de San Pablo (Plaza de San Pablo),
y
se había hecho con otros terrenos.
Vendió
el palacio a la Corona para convertirlo en residencia real
y
para sí construyó junto al Pisuerga el llamado Palacio de la Ribera.
En
1600 obtuvo del rey el nombramiento
de
regidor perpetuo de Valladolid, cargo honorífico
que
le permitía asistir armado a las sesiones del Ayuntamiento.
Emprendió
la reforma y engrandecimiento de la iglesia de San Pablo
con
la intención de convertirla en su propia capilla funeraria
y
también en capilla palatina,
centro
religioso del complejo cortesano presidido por el Palacio Real.
Su
proyecto era transformar la Plaza de San Pablo
en
un eje de poder civil y religioso como los de las ciudades italianas.
***
La gran Plaza de San Pablo en los siglos XV y XVI
ya había sido escenario de hechos importantes:
nacimientos de reyes, enterramientos de infantes,
reuniones de Cortes, pasos de armas, fiestas
suntuosas...
Al lado de la iglesia, en las casas de don
Bernardino Pimentel,
nació Felipe II.
Enfrente, en las del Comendador Francisco de los
Cobos
(más tarde del Duque de Lerma y posteriormente
Palacio Real;
en la actualidad perteneciente al Ejército de
Tierra),
nació otro hijo del Emperador.
En una u otra de esas casas nació el Príncipe
Carlos, hijo de Felipe II.
En esa plaza tuvieron sus residencias los nobles
más destacados:
a más de los indicados,
los duques de Peñaranda, de Híjar y de Medina de
las Torres;
los condes de Gondomar, de Grajal, de Colmenar,
de Salinas, de Villaflor y de Alba de Liste;
los marqueses de Viana, de Toral, de Camarasa,
de Montealegre y de Belmonte…
***
El
mismo año en que la capital se trasladó a Valladolid,
en
diciembre de 1600, el Duque adquirió a los dominicos
el
patronato de la capilla mayor del templo de San Pablo.
Con el deseo de emular
la iglesia de El Escorial,
don Francisco llevó a cabo una completa
renovación de San Pablo.
Lo que siglos atrás había sido una modesta ermita
se iba a convertir así en panteón del poderoso
Duque.
Toda la obra de Sandoval en la iglesia
es un despliegue de su orgullo de linaje.
Levantó la altura de la cubierta de la nave
e incorporó a la fachada un tercer cuerpo,
enmarcando el conjunto con dos contrafuertes
laterales
que simulan torres rematadas por espadañas.
Pese a la nueva inspiración clasicista,
se procuró dotar a la fachada de una estética
unitaria,
para lo cual se reaprovecharon algunas tallas
góticas
de procedencia desconocida.
En la escritura de la fundación del patronazgo,
se autoriza al Duque de Lerma
a sustituir el emblema del obispo de Palencia por
sus armas:
«Los escudos del fundador del Colegio de San
Gregorio,
que están en todo el convento, se quiten y puedan
poner los suyos».
Disposición criticada por los mismos
contemporáneos del Duque,
tanto por la vanidad exagerada de éste,
como por la excesiva indulgencia del convento al
consentirlo.
Así pues, el Duque hizo borrar de la fachada las
flores de lis
del blasón de su primer constructor, fray Alonso
de Burgos,
mecenas promotor del convento en tiempos de los
Reyes Católicos,
y las sustituyó por su propia heráldica,
la barra de Sandoval y las estrellas de Rojas.
En la parte superior se repiten los escudos del
Duque.
El fondo de los paños está decorado con
estrellas,
a imitación de los fondos flordelisados del
Colegio de San Gregorio.
Las columnas centrales tienen por capiteles
escuditos del Duque.
En las torres de los lados figuran los escudos
del Duque y la Duquesa
y debajo de ellos sendas lápidas con
inscripciones,
la de la torre izquierda en castellano y la de la
derecha en latín,
en las que se dice que los Duques de Lerma
«dotaron al monasterio de grandes rentas
y le adornaron de joyas, edificaron en él
y por estar sin patrono hicieron erección de
patronazgo perpetuo
para sí y los sucesores, en su casa y mayorazgo
y le eligieron por entierro principal suyo y de
sus descendientes».
La Plaza también fue remodelada:
Las tapias del atrio de la iglesia fueron
derribadas
y sustituidas por doce pilares de piedra
rematados por leones sosteniendo escudos ducales
y enlazados con cadenas de hierro,
a imitación del atrio hecho por Alonso de Burgos
en su Colegio de San Gregorio.
En el centro de la Plaza el Duque mandó colocar
un crucero
procedente de la iglesia de Santiago,
todo ello concebido como manifestación de poder y
grandeza.
En el interior de la iglesia, parte de la vieja
traza gótica
quedó oculta por un revestimiento herreriano.
A los pies del templo se construyó el coro
bajo el cual se encuentra la cripta funeraria.
En el muro del Evangelio de la capilla mayor,
sobre una puerta que comunica con la sacristía,
se abrió una tribuna para los Duques, desde la
cual oían misa
y en cuyo balcón también figuran las armas
ducales.
Los escudos, pintados, se repiten, en gran
despliegue propagandístico,
a los lados de la capilla mayor,
en los brazos del crucero
y sobre los arcos de las capillas absidiales.
Fue Nicolás de Campis, rey de armas,
quien trazó los escudos del Duque
de claustro, paredes, capilla, reja, portada,
columnas y torres,
los letreros de estas últimas
e hizo un molde de león para los pedestales del
atrio.
Las obras terminaron hacia 1616.
El duque dotó al convento de valiosas obras de
arte,
entre ellas “La Anunciación”, de Fra Angelico,
hoy en el Museo del Prado.
Con
el ánimo de convertir San Pablo en panteón familiar,
Sandoval
llamó a la ciudad al escultor milanés Pompeo Leoni.
El
escultor italiano se había afincado en España
y
había trabajado en retratos de la familia real:
las
estatuas de la emperatriz Isabel y de Felipe II,
el
sepulcro de doña Juana de Austria,
los
cenotafios de la familia de Carlos I y de Felipe II,
además
de los sepulcros de otros personajes
y
de otras obras civiles y religiosas.
Sandoval,
en su constante afán de igualarse con la realeza,
deseaba
tener un monumento funerario
similar
a los que
acababa de realizar Pompeo Leoni
para Carlos I y Felipe II en El Escorial.
El
escultor trabajó en 1601 en Valladolid durante cinco meses
en
el modelado de las figuras de los Duques
(trabajará
también en la decoración de los salones del Palacio Real).
Ambas
piezas fueron fundidas en bronce en 1608.
Siguiendo
los ejemplos escurialenses,
las
efigies superan el tamaño natural
y
están representadas de rodillas en actitud orante,
con
las manos unidas a la altura del pecho y apoyados en cojines.
Tanto
los rostros como las vestiduras
están
trabajados con gran detalle, finura y suntuosidad.
Son
retratos minuciosos e idealizados,
con
bellos rasgos y expresión entre altiva y melancólica.
Don
Francisco lleva el cabello corto, bigote y perilla.
Viste
armadura de gala,
cuya
celada adornada con tres penachos reposa a un lado en el suelo,
y
está cubierto por un manto ducal
y
por una muceta con la cruz de la Orden de Santiago;
le
ciñe el cuello una gola, siguiendo la moda del momento.
Su
aspecto es en realidad el de un monarca.
Doña
Catalina está vestida con una saya de ricos brocados
y
cubierta por un manto de armiño;
lleva
un tocado en la cabeza, pendientes, collar y anillos.
Ambas
esculturas fueron colocadas en la capilla mayor de la iglesia,
en
un lujoso nicho.
***
Antes
de que el mausoleo estuviese terminado,
falleció
la Duquesa, en 1603, en Buitrago de Lozoya.
Doña
Catalina de la Cerda Manuel,
hija
de Juan de la Cerda IV Duque de Medinaceli y Grande de España,
fue
camarera de la reina Ana de Austria, cuarta mujer de Felipe II;
en
1576 se casó con el Duque de Lerma;
fue
madrina de la infanta Ana Mauricia, después reina de Francia.
Expresó
su deseo de ser enterrada en la villa soriana de Medinaceli,
de
donde había recibido el linaje por parte de padre.
Sin
embargo, el Duque de Lerma no respetó su voluntad,
sino
que decidió su enterramiento en San Pablo de Valladolid.
Don
Francisco organizó el traslado del féretro de su esposa
a
través de los 170 kilómetros que separan Buitrago de Valladolid,
donde
se iba a celebrar un entierro al que asistiría toda la nobleza.
La
comitiva fúnebre atravesó la sierra madrileña;
cuando
llegó a los campos castellanos,
el
calor de julio fue acelerando la descomposición del cadáver,
cuyo
olor era crecientemente perceptible.
Cuando
la comitiva llegó a Valladolid, al convento dominico de Belén,
el
Duque comprendió que los solemnes actos del entierro,
que
incluían el recorrido por el centro de la ciudad,
no
podrían realizarse sin desdoro en esas condiciones.
Así
que dispuso que los restos de su esposa
fuesen
trasladados por la noche
y
enterrados en secreto en la iglesia de San Pablo,
y
el ataúd se rellenara con piedras.
Al
día siguiente el cortejo recorrió las principales calles de Valladolid
encabezado
por el Duque
y
el féretro fue recibido por los Grandes de España
y
bendecido por la jerarquía eclesiástica,
incluido
el arzobispo de Toledo.
Toda
la nobleza participó en las fastuosas exequias
de
un ataúd lleno de piedras.
***
Ese
mismo año, 1603, don Francisco
se
hizo retratar por Pedro Pablo Rubens,
cuando
el pintor flamenco, en su primer viaje a España,
llegó
a Valladolid como enviado diplomático del Duque de Mantua.
En
la pintura, conservada actualmente en el Museo del Prado,
se
hizo representar como jefe de los ejércitos de España,
cabalgando
sobre un caballo blanco,
con
media armadura, el collar de la Orden de Santiago
y
un bastón de mando en la mano,
un
retrato equiparable a los de los reyes,
que
evoca la imagen ecuestre creada por Tiziano para Carlos I.
Por
la misma época también fue retratado
por
el pintor vallisoletano Juan Pantoja de la Cruz,
en cuadro que se conserva en la Colección Duque del Infantado de Madrid.
***
Pese
a todo lo invertido en Valladolid,
en
1606 el mismo Duque organizó el retorno de la corte a Madrid.
Aprovechando
el carácter abúlico del rey,
más
dado a la diversión y el descanso que a la gobernación,
Sandoval
llegó a ser una figura todopoderosa
que
acumuló privilegios, títulos, cargos, rentas y territorios
y
se hizo con una enorme fortuna.
Con
él se consolidó la figura del valido,
ejerciendo
las tareas propias del monarca.
Su
gran ambición y vanidad, su desmedido afán de riquezas y glorias,
le
granjearon la enemistad
tanto
de la reina Margarita de Austria, esposa de Felipe III,
como
de los demás miembros de la corte,
que
le imputaron la organización de un entramado
de
corrupción de las finanzas del reino:
nepotismo,
tráfico de influencias, venta de cargos públicos
(aunque
según algunos historiadores se trató más bien
de
una conspiración cortesana encaminada a terminar con él).
La
reina fomentó la hostilidad de los cortesanos hacia el Duque
y
la investigación de su manejo de las finanzas,
todo
lo cual desembocó en 1618 en una acusación de corrupción
presentada
por el dominico padre Aliaga, confesor del rey,
Gaspar
de Guzmán y Pimentel, Conde-Duque de Olivares,
y
el propio hijo del Duque de Lerma,
Francisco
Gómez de Sandoval, marqués de Cea y duque de Uceda
(deseoso
de impedir que Galicia consiguiera voto en Cortes,
lucha
encabezada por Pedro Fernández de Castro,
protegido
del Duque de Lerma),
cabecillas
de la conspiración que originó el declive del de Lerma.
Como
consecuencia de esas intrigas políticas,
comenzaron
a caer algunos del partido del Duque.
Uno
de los principales implicados en esa trama
fue
don Rodrigo Calderón, hombre de confianza del Duque
(“valido
del valido”),
que
fue condenado y ejecutado en la Plaza Mayor de Madrid en 1621.
Ante
el riesgo de ser igualmente juzgado y ajusticiado,
Sandoval
ya había buscado el amparo de la jurisdicción eclesiástica
y
solicitó a Roma el capelo cardenalicio,
que
obtuvo en 1618, y con él la inmunidad,
lo
que hizo correr por Madrid la coplilla:
«Para no
morir ahorcado,
el
mayor ladrón de España,
se
vistió de colorado».
En 1618 se celebró en la iglesia de San Pablo
la primera misa del Duque,
investido ya con el capelo de cardenal, con el
título de San Sixto,
que le otorgó el papa Paulo V, en consistorio
secreto.
Para la ceremonia se adornó la iglesia con gran
suntuosidad,
y asistieron a ella los marqueses del Villar y
Paredes
que sirvieron el lavatorio,
el Ayuntamiento, del que era regidor perpetuo el
Duque cardenal,
y las autoridades y corporaciones de la ciudad.
Desde
entonces abandonó la actividad política
y
se retiró a sus palacios de Lerma y Valladolid.
Falleció
en 1625 en
el Palacio Real vallisoletano
(palacio que el Duque había vendido a Felipe III
pero cuya alcaidía conservaba).
El cadáver fue trasladado con lujoso séquito
a la próxima iglesia de San Pablo.
Francisco
de Quevedo le dedicó un soneto:
«Columnas
fueron los que miras huesos
en
que estribó la ibera monarquía,
cuando
vivieron fábrica, y regía
ánima
generosa sus progresos.
De
los dos mundos congojosos pesos
descansó
la que ves ceniza fría;
el
seso que esta cavidad vivía
calificaron
prósperos sucesos.
De
Felipe Tercero fue valido,
y
murió de su gracia retirado,
porque
en su falta fuese conocido.
Dejó
de ser dichoso, mas no amado;
mucho
más fue no siendo que había sido:
esto
al duque de Lerma te ha nombrado».
***
En
la época del Duque de Lerma trabajaba en Valladolid
el
escultor Gregorio Fernández.
En
1616 le ocupaba un paso procesional con el Descendimiento.
El
escultor incluyó en la escena
a
Dimas y Gestas clavados en la cruz y aún con vida.
Foto Domus Pucelae |
Llama
la atención el gran parecido del semblante de Dimas
con
el Duque de Lerma:
el
mismo cabello corto, las mismas patillas, la misma perilla y bigote,
los
mismos rasgos faciales que aparecen
en
la estatua realizada por Pompeo Leoni
y
en los retratos que pintaran Pantoja de la Cruz y Rubens.
Se
trataba del rostro de un personaje bien conocido por la población,
por
haber residido en ella durante años.
Gregorio
Fernández parece presentar al Duque como un ladrón,
pero,
en cualquier caso, como el ladrón redimido.
Después
de todo, el Duque había sido el primer mecenas del escultor,
que
llegó a la ciudad para trabajar en la decoración
de
los salones del nuevo Palacio Real
(preparado
por el Duque de Lerma para ser ocupado por Felipe III)
y
que recibió del Duque en 1609 el encargo
del
que sería su primer Cristo yacente, para San Pablo.
***
Hoy las estatuas orantes de los Duques se
encuentran
en el Museo Nacional de Escultura, en la capilla
de San Gregorio.
En la iglesia, se han colocado en su lugar
imágenes mutiladas de santos dominicos salvadas
del retablo mayor,
creación de Gregorio Fernández en el siglo XVII,
que fue destruido en un incendio que hubo en
1968.
Hoy en el ábside sólo hay una talla de Jesús
Crucificado
realizada por Juan de Juni en 1572.
No hay comentarios:
Publicar un comentario