Alfonso
VII el Emperador concedió la Tierra de Campos
a
su hermana doña Sancha
y
ésta, en el siglo XII, fundó en ella varios monasterios.
Así
se creó la primera comunidad cisterciense femenina de Valladolid,
enclavada
en el arrabal de San Juan, actual calle de Santa Lucía.
Por
referencias documentales de 1537
se
conoce la ubicación de ese antiguo monasterio,
pero
en 1282 el edificio sufrió un incendio que lo destruyó.
***
Para
sustituirlo, la reina María de Molina
cedió
a las monjas su propio palacio
para
la construcción de un nuevo convento.
María
Alfonso de Meneses había nacido hacia 1260
en
el término de Cabezón de Pisuerga, en Tierra de Campos.
Era
hija del infante Alfonso de Molina, hermano de Fernando III,
y
de su tercera esposa, Mayor Alfonso de Meneses.
Contrajo
matrimonio con su sobrino, el futuro Sancho IV,
hijo
de Alfonso X y doña Violante,
lo
que por razones de parentesco estaba prohibido canónicamente,
ella
era nieta y él bisnieto de Alfonso IX de León.
Pero,
pese a la oposición general
(incluida
la del propio rey Alfonso el Sabio),
María
y Sancho consumaron su enlace en Toledo en 1282.
El
papa exigió a los obispos castellanos anular la unión
y
los cónyuges fueron excomulgados
por
“incestas nuptias, excessus enormitas y publica infamia”.
Desde
entonces el matrimonio hizo todo lo posible
por
obtener la dispensa pontificia, para legitimar su descendencia.
En
1283 nacía la infanta Isabel, la primera de sus siete hijos
(que
será reina consorte de Aragón).
El
Rey Sabio había dispuesto en Las Partidas,
ajustándose
al derecho romano,
que
la sucesión del trono correspondía
al
primogénito y sus descendientes,
pero
esta ley no fue promulgada oficialmente, de modo que
cuando
en 1275 muere Fernando de la Cerda, infante heredero,
se
aplicó la tradición en materia de herencia
de
pasar los derechos al trono al mayor de los hijos vivos,
que
era don Sancho.
Sancho
tuvo que enfrentarse a su propio padre
y
a sus sobrinos los infantes de la Cerda,
surgiendo
entre la nobleza banderías enfrentadas,
dando
lugar a una guerra civil.
Alfonso
llegó a maldecir a su hijo y a desheredarlo en su testamento.
Pero
en 1284 murió don Alfonso y Sancho se alzó como rey.
El
rey de Aragón apoyó a los de la Cerda
para
conseguir el respaldo castellano
en
su enfrentamiento con Francia por los territorios italianos,
y
exigió a don Sancho el repudio de su esposa.
Sancho
respondió concediendo a María en 1293 el Señorío de Molina,
que
desde entonces quedó unido a su nombre.
Sancho
tenía el respaldo de gran parte de la nobleza vallisoletana.
El
nuevo rey había nacido en Valladolid,
señorío
tradicional de las reinas de Castilla;
aquí
había vivido su madre Violante.
Don
Sancho eligió un barrio tranquilo y rico,
habitado
por canónigos, oficiales del rey
y
miembros de la oligarquía urbana;
a
uno de éstos le compró el monarca unas casas
para
adaptarlas como palacio rea (no como alcázar,
término
que se siguió aplicando al situado en San Benito).
Sancho
y María asentaron su residencia en Valladolid,
donde
ella pasaba largas temporadas,
convertida
la ciudad del Pisuerga en su morada favorita.
El
palacio se hallaba cerca del monasterio cisterciense
que
acababa de incendiarse.
Como
centro del gobierno castellano,
Valladolid
recibió numerosos privilegios.
Debido
a la prolongada residencia de la reina en la ciudad,
en
Valladolid nacen, en 1286 y 1290, sus hijos Alfonso y Pedro
y
en Valladolid muere el mayor de ellos,
que
fue enterrado en el convento de San Pedro.
En
las expediciones contra el sur María participó personalmente,
compartiendo
aventuras con su esposo.
Durante
todo el reinado de Sancho IV hubo luchas internas.
Uno
de los personajes que más discordias provocó
fue
el hermano del rey, el infante don Juan,
quien
en 1294 ocasionó el conflicto de Tarifa.
Don
Juan llamó en su ayuda a los benimerines de Marruecos,
que
sitiaron la plaza, que estaba defendida por su gobernador,
Alfonso
Pérez de Guzmán, “Guzmán el Bueno”, señor de León.
Juan
capturó al hijo de Guzmán y se lo entregó a los benimerines,
que
a cambio de la vida del joven exigieron la plaza de Tarifa
dando
lugar al famoso episodio heroico por parte del leonés,
que
prefirió la muerte de su hijo antes que entregar Tarifa.
El
muchacho fue asesinado, la plaza se salvó
y
los benimerines regresaron a su tierra.
Se
desbarataron así los planes del infante don Juan
y
los del sultán de Marruecos, que pretendía una invasión.
Con
la intensificación de la inestabilidad política
y
por lo tanto del riesgo de ataques,
el
palacio real dejó de ser una tranquila residencia
integrada
en el entramado urbano,
para
convertirse en una casa fortificada, separada de la ciudad.
***
La
primera intervención relevante de María
se
produjo cuando a la muerte de Sancho IV, en 1295,
según
disposición testamentaria se hizo cargo como regente
de
los derechos de su hijo Fernando IV, de diez años de edad.
Muerto
su esposo, María continuó gobernando
y
siguió ocupando el palacio de Valladolid.
Existía
la amenaza de que algunos sectores nobiliarios
intentaran
el asalto al poder, al considerar ilegítimo al heredero,
pues
no se había conseguido la dispensa pontificia.
María
convocó Cortes para buscar el apoyo de los concejos
frente
a los nobles levantiscos,
produciéndose
entre 1295 y 1312 en Valladolid,
donde
María de Molina ejercía como señora de la villa,
hasta
seis convocatorias.
Durante
la minoría de edad de Fernando IV,
creyendo
en la supuesta debilidad de María de Molina,
ambiciosos
personajes intentaron hacerse con el trono.
Castilla
fue invadida por portugueses y aragoneses,
y
fueron reconocidos por los adversarios
como
rey de León el infante don Juan, el traidor de Tarifa,
y
como rey de Castilla Alfonso de la Cerda.
Pero
María, con el apoyo de los concejos, en 1301
consiguió
pagar la bula de legitimación de su matrimonio,
momento
en que Fernando IV, con dieciséis años,
alcanzaba
la mayoría de edad.
Sin
embargo, el nuevo monarca sí dio muestras de debilidad
y
se dejó influir por los nobles hasta enfrentarse a su madre.
Los
concejos acudieron a María por encima del rey
para
tratar asuntos de importancia.
María
consiguió reconciliar la vida castellana
a
través de la Hermandad de Ciudades.
Fernando
IV emprendió una campaña contra los musulmanes,
expedición
de la que regresó enfermo para morir en 1312.
El
heredero, Alfonso XI, era un menor de sólo un año de edad.
Y
de nuevo su abuela, María de Molina, pese a una delicada salud,
se
convirtió en reina regente, desde Valladolid.
Llegaron
de nuevo la guerra y las intrigas a Castilla
impulsadas
por don Juan Manuel.
Y
nuevamente a través de las cortes María consiguió la concordia.
En
1321 falleció en el convento de San Francisco
la
que había sido siempre benefactora de la ciudad de Valladolid
y
por tres veces reina de Castilla y León:
como
esposa de Sancho IV,
como
madre de Fernando IV
y
como abuela de Alfonso XI,
en
las tres ocasiones en medio de grandes conflictos.
En
1622 Tirso de Molina escribirá “La prudencia en la mujer”,
inspirándose
en la figura de doña María.
Falleció
rodeada por los prelados del reino,
y
fuera de su palacio, por encontrarse éste en obras.
Muy
querida en la ciudad a la que tanto había beneficiado,
sus
funerales fueron notables.
El
sepelio se celebró en las Huelgas Reales,
a
donde se trasladó su cadáver
y
donde fue enterrada junto al altar según su deseo.
A
los franciscanos les había donado
unas
casas próximas a su convento,
a
los dominicos les había ayudado
en
la construcción del convento de San Pablo,
a
las monjas cistercienses les había entregado
parte
de su palacio de las Huelgas.
***
El
nombre del monasterio proviene de su emplazamiento
en
lo que había sido lugar de descanso de los reyes,
junto
a un prado extramuros de la ciudad, el Prado de la Magdalena,
donde
se hallaba la iglesia de la Magdalena.
En
el año 1320, al sentir próximo el final de su vida,
María
decidió reconstruir el monasterio de monjas cistercienses,
para
lo cual donó a las religiosas el palacio real
a
cambio del compromiso de la comunidad de orar
por
su esposo Sancho, su hijo Fernando, su nieto Alfonso
y
por ella misma.
Por
ello, se considera a esta reina la auténtica fundadora
de
lo que fue un destacado monasterio vinculado a la corona,
tratándose
en realidad de una segunda fundación.
María
no era rica, había consumido su patrimonio
en
sus esfuerzos de pacificación del reino.
No
podía entregar a las monjas más que su propia residencia.
Hay
también quien ha visto en esa decisión
un
deseo de emular a Leonor de Plantagenet, esposa de Alfonso VIII,
que
había patrocinado el monasterio de las Huelgas de Burgos.
Con
la donación, María se convertía en mecenas del nuevo convento,
que
renovaba sus instalaciones bajo el patrocinio regio
a
cambio de orar por los miembros de la familia real.
El
comienzo de las obras fue inmediato,
de
manera que en el momento de la muerte de María
ya
el monasterio estaba parcialmente en funcionamiento.
En
su testamento, María dejó dispuesto
que
se la enterrara en la iglesia del monasterio,
que
se le construyera un sepulcro
y
que se celebraran diez mil misas por su alma.
***
María de Molina presenta a su hijo Fernando IV en las Cortes de Valladolid de 1295. Óleo de Antonio Gisbert Pérez, 1863. Congreso de los Diputados. |
En
1328 Valladolid se levantó contra Alfonso XI,
nieto
de María de Molina.
Para
reprimir la sublevación,
el
rey decidió asaltar la ciudad por la parte de las Huelgas
y
para hacer hueco prendió fuego al convento,
dando
orden de respetar sólo la tumba de su abuela María,
cuyo
cuerpo mandó sacar para que no se consumiese en el incendio.
***
Gran
parte del palacio-convento desapareció.
En
los años conflictivos, el recinto había sido fortificado
con
una cerca y puertas destacadas como torres de guardia,
una
obra en la que se emplearon alarifes mudéjares
y
de la que perviven restos de un friso con yeserías,
conservado
en el interior del monasterio,
y
la puerta principal, próxima a la iglesia de la Magdalena
y
actualmente poco visible por encontrarse dentro del patio
del
actual colegio de las Huelgas;
no
es un monumento abierto a la calle,
pero
se puede pedir en la portería del convento permiso para verla.
Aunque
perteneciente al palacio de los reyes,
no
es sino una puerta de la muralla que lo protegía.
Se
situaba en el muro que separaba las casas del rey
del
entorno de la Magdalena.
Se
trata de una estructura defensiva, pero de carácter áulico.
Sería
un acceso a palacio desde el interior de la ciudad,
lo
que permitiría a la reina buscar el amparo de ésta,
pero
también aislarse de la misma.
Hoy
se alza con sus cuatro paredes exentas
y
sirve de divisoria de propiedades
entre
la iglesia de la Magdalena y el monasterio de las Huelgas.
Esa
puerta es el resto militar más importante de Valladolid,
su
vestigio arquitectónico más antiguo,
el
único ejemplo de arquitectura mudéjar de la ciudad
y
lo único que se conserva del palacio.
Es
de lo muy poco que queda del Valladolid medieval.
Se
cree que puertas como ésta
solamente
se conservan otras cuatro en España:
en
Granada la puerta del Corral del Carbón;
en
la localidad de Niebla, en Huelva, la Puerta del Agua;
en
Denia la puerta de Mig;
y
en Coca, en la provincia de Segovia, otra sin bautizar.
La
única noticia referente al edificio antiguo del palacio-convento,
antes
de su reconstrucción en el siglo XVI,
es
una escritura de venta del Monte de la Reina, cercano a Toro,
que
otorgaron en 1403 las Huelgas de Valladolid,
por
la necesidad que el convento padecía
«y
por quanto había de reparar la iglesia,
retejar
el cabildo, facer una torre
y
reparar el palacio que está todo descubierto y se cayó».
Parece
ser que durante los siglos XV y XVI, la puerta del palacio
sirvió
como campanario de la vecina iglesia de la Magdalena.
***
Con
el tiempo fueron ampliándose las posesiones de las Huelgas
con
fincas, privilegios y derechos señoriales.
En
los siglos XVI y XVII hubo cuatro grandes abadesas,
todas
pertenecientes a un mismo linaje, el de los Mendoza:
Isabel
de Mendoza (1510-1543);
Ana
de Mendoza y Quijada (1543-1590);
Ana
de Mendoza y Cerda (1596-1599)
y
por último Isabel de Mendoza II, ya en el siglo XVII.
En
1579 la abadesa Ana de Mendoza y Quijada
impulsó
la reconstrucción de iglesia y convento.
Se
conservaron algunas dependencias del edificio anterior.
La
abadesa reservó la capilla gótica de San Bernardo
para
su enterramiento
(sala
capitular hasta su destrucción en las reformas del siglo XX).
La
construcción finalizó en 1599,
siendo
ya abadesa Isabel de Mendoza.
Esta
abadesa se ocupó de la dotación del nuevo templo
con
valiosas obras de arte.
En
1613 encargó el retablo mayor,
que
fue completado con esculturas de Gregorio Fernández,
llegado
a Valladolid hacía unos años.
En
el ático del retablo figuran los emblemas de la reina fundadora.
Centra
el primer piso el llamado Abrazo místico a San Bernardo,
Cristo
desclavándose de la cruz para abrazar al santo.
Trabajó
también Gregorio Fernández en la Capilla del Nacimiento,
fundada
por Isabel de Mandoza para su enterramiento.
La
capilla se abre al trascoro
mediante
una reja con el escudo de su fundadora,
la
abadesa cuyo sepulcro está en el centro de la capilla.
En
el siglo XVII se construyeron dos claustros,
de
los cuales sólo se conserva uno.
***
En
el centro del crucero del templo, ante el altar mayor,
se
mantuvo el monumento funerario de María de Molina.
Es
un sepulcro exento, labrado en alabastro.
Su
tipología ha hecho descartar la posibilidad
de
que se realizase inmediatamente tras la muerte de la reina
y
en cambio induce a pensar que podría haberse hecho
con
ocasión de las reformas de la primera mitad del siglo XV,
para
las cuales las monjas vendieron el Monte de la Reina.
Se
realizaría, pues, un siglo después del fallecimiento de María.
La
indumentaria de doña María corresponde
a
la moda de comienzos del siglo XV
y
los relieves que decoran la urna son de estilo “gótico internacional”.
Hacia
1600, cuando se remodeló el templo,
el
sepulcro también fue restaurado.
La
información que hay sobre el mismo antes de esta reforma
procede
de Ambrosio de Morales, cronista de Felipe II,
que
lo vio y lo describió:
«La
reina tiene corona, mas está en hábito honesto,
sin
tener letra alguna, tiene los escudos con castillo y león y otros,
solo
león y castillo por orla, que parece fueron las armas de su padre,
el
Infante don Alfonso de Molina».
El
basamento está sostenido por seis cabezas de león.
En
los laterales del sepulcro figuran grandes escudos:
las
armas del reino de Castilla y León de la reina consorte
y
los leones rampantes rodeados de ocho castillos,
armas
heredadas de su padre el infante don Alfonso de Molina,
hijo
del rey Alfonso IX de León.
Los
escudos enmarcan las figuras de los patronos
de
la Orden cisterciense: la Virgen y San Bernardo.
En
la escena frontal aparece la reina entregando a siete monjas,
cubiertas
con pintorescos tocados,
la
carta de fundación del monasterio.
Sobre
el sepulcro, la estatua yacente de María,
vestida
con una saya ajustada con ceñidor y un manto.
Ya
no lleva la corona de reina que cita Morales, sino toca y rebozo;
las
manos cruzadas sobre el regazo sujetan un rosario y un libro.
Un
perro simboliza la fidelidad a los pies de la dama.
En
la reforma de hacia 1600
se
añadieron las pilastras estriadas de los ángulos del sepulcro.
***
En
el siglo XVII las Huelgas vivió su mejor época.
«El
Prado de la Magdalena fue un ameno paraje,
de
lo más frecuentado en la época dorada de Valladolid.
Sus
praderas regadas por el Esgueva
eran
recorridas en aquellos años
por
lo más granado de la vida cortesana de la ciudad;
era
uno de los principales lugares
donde
las damas se exhibían en sus carrozas
y
los caballeros de capa y espada
alardeaban
su habilidad como jinetes.
En
su espacio se hallaba este gran jardín
en
cuyo centro estuvo la celebrada casa de las Chirimías,
de
la que se decía que cada vecino poseía una teja;
en
ella se interpretaban las músicas
que
amenizaban aun más el lugar.
A
poca distancia se alza
el
importante monasterio de las Huelgas Reales,
adosado
a la iglesia de la Magdalena».
Tras
los momentos críticos del siglo XIX,
la
invasión francesa y la desamortización,
que
destruyeron parte del patrimonio de la congregación,
la
comunidad se recuperó.
En
1895 las monjas abrieron un Colegio.
En
los años 70 del siglo XX se efectuaron obras
de
adaptación del convento a centro de enseñanza
y
se destruyó uno de los claustros y la sala capitular.
En
2007 la comunidad de las Huelgas finalizó obras de restauración.
Posee
el monasterio un espléndido archivo documental
con
más de doscientos pergaminos, algunos con notables miniaturas.
Posee
también un museo con destacadas obras de arte.
En
el recibidor de la clausura hay dos retratos,
de
Sancho el Bravo y María de Molina, anónimos del siglo XVII.
Él
viste armadura.
Ella
aparece entregando el acta de fundación a cuatro religiosas.
El
monasterio es especialmente destacable
en
los anales de la Orden Cisterciense
debido
a su historia, a su archivo, a su edificio...
Sin
embargo, hoy nada en su exterior hace suponer
la
grandeza de su pasado.
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