A
comienzos del siglo XIII llegaron a Valladolid los franciscanos.
Desde
el principio contaron con la protección y el mecenazgo
de
las reinas de Castilla.
Juan
Antolínez de Burgos dice en su Historia
de Valladolid:
«La
fundación del convento del Señor San Francisco de Valladolid
fue
en la era de 1248, que es año de 1210,
por
uno de los compañeros del Santo llamado fray Gil».
Otros
historiadores han señalado como fecha de fundación el 1230,
cuando
la reina Berenguela, esposa del rey
de León Alfonso IX,
cedió
a los franciscanos una finca
en
la zona conocida como Río de Olmos,
bastante
alejada del núcleo urbano.
En
1217 doña Berenguela y su hijo Fernando III
habían
sido proclamados como reina y rey de Castilla
en
Valladolid, en un descampado extramuros
(lo
que después será plaza Mayor,
donde
hoy hay una placa que recuerda el acto,
en
la fachada del Ayuntamiento).
En
1267 la reina Violante, esposa de
Alfonso X,
donó
a los franciscanos un amplio terreno más próximo a la villa:
ese
descampado donde se produjera la proclamación
de
la abuela y el padre de don Alfonso,
en
el espacio que hoy ocupa la plaza Mayor, fuera de la muralla
pero
cerca de la extensión que se empezaba a utilizar como mercado
(que
hasta entonces estaba instalado en la plaza de Santa María),
junto
a la puerta llamada postigo del Trigo,
por
donde los mercaderes entraban los alimentos.
Allí
se trasladó el convento.
En
el siglo XIV la reina María de Molina,
esposa de Sancho IV,
les
entregó unas casas-palacio de su propiedad,
adyacentes
al convento, que sirvieron para la ampliación de éste.
***
La
casa franciscana adquiría así grandes dimensiones,
ocupando
lo que hoy es una manzana completa:
El
perímetro conventual se extendía por todo el frente
que
daba a la plaza del Mercado
(futura
Acera de San Francisco de la plaza Mayor),
giraba
en la calle de Olleros (actual Duque de la Victoria)
y
por ésta llegaba a la calle del Verdugo (actual Montero Calvo),
por
la que proseguía hasta desembocar en la calle de Santiago
y
por ella regresaba a la Acera de San Francisco.
En
una superposición del plano de Ventura Seco de 1738
sobre
la distribución actual,
se
puede apreciar las dimensiones del recinto
(hoy
atravesado por dos calles que entonces no existían:
la
calle Constitución se sitúa sobre la iglesia
y
la calle Menéndez y Pelayo sobre dependencias y huertas).
El
conjunto estaba rodeado por una cerca.
En
su interior se hallaban las dependencias monacales,
hospedería
y hospital, corrales, huertas y jardines, pozo y algibe...
La
puerta principal daba al mercado.
La
otra entrada, Puerta de las Carretas, estaba por la calle Santiago.
En
la plaza se fueron instalando tiendas y gremios,
en
torno al gran convento de San Francisco.
En
1338 los frailes cedieron un espacio en su recinto,
junto
a la entrada principal,
para
el primitivo Consistorio de la ciudad.
La
zona cobró tanta importancia que en 1499
los
Reyes Católicos ordenaron que el edificio para Ayuntamiento
«se
haya de facer de aqui adelante en la plaça Mayor»;
el
documento fecha la construcción del Consistorio en la plaza
y
la denomina “Mayor” por primera vez.
El
Ayuntamiento se edificó al otro lado de la plaza,
frente
al convento.
Desde
el XVI se generalizó la denominación de plaza Mayor,
convertida
en el centro de la ciudad.
Fray
Alonso de Burgos, fundador del Colegio de San Gregorio,
costeó
parte de la obra del claustro principal.
***
En
mayo de 1506 moría en Valladolid Cristóbal
Colón,
asistido
por los franciscanos, quizás en este mismo convento.
En
cualquier caso, aquí fue enterrado, en la iglesia.
Colón
había estado en Valladolid en diversas ocasiones:
En
1486, en su primera visita a la ciudad,
cuando
estuvo alojado en el monasterio jerónimo del Prado,
asentado
extramuros, junto al Pisuerga,
del
que era prior fray Hernando de Talavera,
confesor
y consejero de la reina Isabel, con el cual se entrevistó
y
que fue el primero en aconsejar a la reina
la
conveniencia de asumir su arriesgada propuesta
de
buscar un nuevo camino hacia las Indias.
En
1496, a su regreso de su segundo viaje a América.
Había
desembarcado en Cádiz vistiendo una saya franciscana
y
de camino a Burgos, por entonces residencia de la Corte,
pasó
un mes en Valladolid,
donde
gastó una considerable suma de dinero en comprar ropa
con
la que presentarse ante los Reyes Católicos.
En
abril de 1506 Colón visitó Valladolid por tercera vez.
Se
encontraba enfermo, probablemente de artritis.
Quizás
se instaló en San Francisco.
Iba
para negociar la recuperación de sus privilegios indianos.
Pero
su estado empeoró y ya no se recobró.
Colón
fue enterrado en la capilla llamada de los condes de Cabra,
por
consentimiento de doña Francisca, viuda de Luis de la Cerda,
patrono
de la capilla.
(Durante
la conmemoración del V centenario de su muerte,
el
Ayuntamiento colocó una placa en su recuerdo
en
la pared de un edificio que ocupa parte del lugar
donde
se hallaba el convento, en la Acera de San Francisco).
Pocos
años después sus restos fueron trasladados a Sevilla,
a
la capilla de Santa Ana de la cartuja de Santa María.
Fue
sólo el comienzo de una larga peripecia.
***
El
21 de septiembre de 1561 hubo un gran incendio en Valladolid
que
se prolongó hasta el día 23
y
que destruyó al menos 440 casas de la ciudad.
Afectó
también a la plaza del Mercado y al convento franciscano.
El
mismo día 24 de septiembre el concejo inició la reedificación
y
solicitó ayuda a Felipe II.
Las
obras de reconstrucción de la plaza siguieron
las
pautas establecidas en 1564 por Real Orden de Felipe II,
que
incluyeron la remodelación del espacio,
que
se convirtió en la actual plaza Mayor.
Para
la Acera de San Francisco, Felipe II dispuso en 1564:
«Que
se haga la portada de Sant Francisco,
sacándola
a nivel de las demás
y
encima se haga un corredor con un altar para decir misa
y
sobre este corredor, aya otros
hasta
ygualar con el alto de las casas de vn lado y del otro,
de
manera que el texearoz sea todo vno».
Se
reformó, pues, la fachada,
sacándola
al nivel de las otras casas de derecha e izquierda
y
levantando un segundo piso con un balcón corrido
donde
se podía instalar un altar en el que decir misa hacia la calle,
para
que los mercaderes pudieran oirla sin dejar su trabajo.
La
reconstrucción de la plaza Mayor de Valladolid
constituye
un hecho excepcional en el siglo XVI.
El
proyecto de Francisco de Salamanca supone
la
aplicación de concepciones del urbanismo moderno
por
primera vez en España.
El
recinto será escenario de torneos y juegos de toros,
autos
de fe y ejecuciones.
Urueña
describe así la plaza:
«Es
fácil imaginar la barahúnda de animales de granja,
productos
del campo, carnes, pescados y cacharros de todas clases
que
llenarían la zona,
con
una ensalada de balidos, cacareos, voces de las verduleras
y
golpeteos metálicos en los talleres de los artesanos.
Entre
aquel gentío proliferarían
los
pícaros y comerciantes sin escrúpulos,
y
en los documentos de la ciudad abundan
las
ordenanzas municipales
que
intentaban poner coto a fraudes y abusos.
Hay
montones de ellas, alguna tan alarmante
como
el edicto del intendente corregidor, de mayo de 1787,
en
el que se ordena a fruteras y hortelanos que tengan cuidado
y
no “mezclen (como alguna vez a sucedido funestamente)
cicuta
con el peregil”».
La
Acera de San Francisco se convirtió
en
la arteria principal de Valladolid,
toda
la vida social, de clases altas y bajas, discurría por ella,
allí
proliferaron los comercios, las reuniones y hasta los timos.
***
Del
aspecto interior del convento apenas ha quedado información.
Lo
que se sabe de él es a través de una Historia
escrita en 1660
por
el “Indigno Fraile Menor” Matías de
Sobremonte,
en
cuyo manuscrito hay acotaciones posteriores anónimas.
Cabe
deducir que su arquitectura,
constituida
por una acumulación de dependencias y estilos,
no
fue tan destacada como sus riquezas escultóricas y pictóricas,
aportadas
por los sucesivos patronos.
Llegó
a tener 33 capillas, unas en la iglesia y otras en los claustros,
lo
que revela la importancia de los patronazgos.
Pero
sólo disponemos de un plano del conjunto,
levantado
en 1830 por el arquitecto Francisco
Benavides,
plano
que, por estar realizado a la altura de cubiertas,
no
permite diferenciar las dependencias.
A
ello se añade la escasez de documentos escritos,
lo
que impide hacer una reconstrucción precisa del monumento.
Parece
ser que llegó a tener
cuatro
claustros, cuatro jardines y algún otro patio.
En
cambio, la fachada era muy estrecha y poco brillante:
Iglesia
y convento se extendían tras las casas
que
había junto a la puerta del convento.
Se
conoce la portada que daba a la plaza Mayor
gracias
a tres documentos gráficos:
un
cuadro de 1506 conservado en Bélgica
(en
el castillo de la Folie en Ecaussines d’Enghien),
que
representa una fiesta de cañas en la Plaza Mayor;
un
lienzo de 1656 que pintó quizá
Felipe Gil de Mena
para
conmemorar unos festejos de la Vera Cruz;
y
un dibujo del siglo XVIII hecho por
Francisco Ventura Pérez
para
ilustrar la Historia de Valladolid de
Juan Antolínez de Burgos.
En
este dibujo se advierte que los escudos de Valladolid
eran
postizos y estaban colgados en argollas, como simbolizando
que
el Ayuntamiento estuvo en el convento, pero de prestado.
***
En
sus orígenes el convento fue una fundación real
(patronazgo
de tres reinas, Berenguela, Violante y María de Molina).
Varios
personajes de la realeza fueron sepultados en él:
Pedro de Castilla, hijo de Alfonso X y Violante de Aragón y Hungría,
que
falleció en 1283 en Ledesma.
Enrique de Castilla, “el Senador”,
hijo
de Fernando III el Santo y hermano de Alfonso X el Sabio,
y
por tanto tío del infante Pedro,
fallecido
en 1303 en Roa.
Junto
a ambos fueron enterradas sus respectivas esposas.
También
se hallaban en el convento las tumbas
de
Leonor “la de los leones” y de su
madre Leonor Álvarez.
Enrique
II tuvo amores con una dama llamada Leonor Álvarez,
de
los que nació una niña a la que bautizaron Leonor.
(Por
parte paterna era nieta de Alfonso XI de Castilla
y
de su amante, Leonor de Guzmán;
fue
hermana de Fernando de Castilla,
que
contrajo matrimonio con Leonor Sarmiento,
y
hermanastra de Leonor de Trastámara,
que
fue reina consorte de Navarra).
Don
Enrique dudó de que la niña fuera hija suya
y
la arrojó a unos leones;
las
bestias no hicieron daño a la niña,
lo
que Enrique tomó como una señal divina
y
devolvió el favor a madre e hija;
según
el Libro de Memorias del convento de San Francisco,
Leonor
de Castilla fue conocida por esto como la de los Leones.
Enrique
II concedió a su madre y a ella numerosos bienes,
entre
ellos el señorío de Dueñas, en Palencia.
Leonor
Álvarez murió en Valladolid,
y
en el convento se celebraron solemnes honras fúnebres.
Leonor
de Castilla en su testamento
declaró
herederas de todas sus propiedades
a
las religiosas del convento de Santa Clara de Valladolid.
Y
a los frailes de San Francisco,
en
el que Leonor deseaba ser enterrada junto a su madre,
les
legó el dinero que quedara cuando se hubieran cumplido
todas
sus disposiciones testamentarias,
para
que con él se sostuvieran dos capellanías en su convento
y
una lámpara ardiera junto al Santísimo Sacramento.
Sin
embargo, cuando los franciscanos acataron la Observancia,
cedieron
a las monjas clarisas vallisoletanas
todos
las rentas que Leonor les había legado.
En
el testamento, Leonor también ordenó
edificar
en el convento una capilla,
que
fue conocida como capilla de los Leones,
donde
ser enterrada junto con su madre.
Dispuso
también que acudieran a su entierro
todos
los religiosos de Valladolid
y
«que se canten el dia de mi enterramiento
en
Sant Françisco de la dicha villa de Valladolid
sesenta
e dos misas,
e
que las canten los dichos frayles del dicho monesterio.
E
sy por aventura no oviere tantos frayles que las digan,
mando
a mis testamentarios que fallen
frayles
o clérigos que las digan,
e
que les den por cada misa çinco marauedies».
Además
Leonor dispuso que cada día se cantara en su capilla
una
misa por su padre y otra por ella mima y por su madre,
para
lo cual estableció que en su capilla hubiera dos capellanes,
y
que cada mes los frailes celebraran un aniversario perpetuo
con
«vigilia de difuntos, misa de réquiem, procesión y responso»,
y
en la festividad del Nacimiento de la Virgen y en la Septuagésima
celebraran
otros dos aniversarios solemnes;
y
que después de su muerte se celebraran diez treintanarios
y
que al día siguiente del aniversario de su defunción
los
franciscanos celebraran una misa de réquiem.
Leonor
donó numerosos ornamentos litúrgicos,
paños,
alfombras y tapices,
y
telas para dalmáticas, amitos, casullas y albas,
para
su capilla, para todo el convento
y
en particular para uno de sus frailes.
A
pesar de su generosidad con el convento en otros aspectos,
Leonor
insistió en que las telas fueran
de
«lo que mas de barato valiere»,
seguramente
porque en las Constituciones de los franciscanos
se
prohibía que los frailes utilizaran tejidos costosos.
Leonor
ordenó también en su testamento
que
junto a su sepultura fueran enterradas tres de sus criadas.
Leonor
de Castilla falleció en 1413.
Madre
e hija fueron enterradas en sendos sepulcros de alabastro
colocados
frente al altar de la capilla,
aunque
el de Leonor Álvarez era
«un
tercio de vara más alto que el de la hija».
Se
dice que el sepulcro de ésta estaba decorado con leones.
Años
después los restos de madre e hija fueron exhumados
y
colocados bajo losas de pizarra en el suelo de la capilla,
con
un epitafio con datos equivocados:
«AQUI
YACEN ENTERRADAS DOÑA LEONOR DE LOS LEONES
Y
DOÑA LEONOR SU HIJA Y DEL REY DON ENRIQUE EL VIEJO,
QUE
DIOS DE SANTO PARAISO.
FINO
LA MADRE AQUI EN VALLADOLID
EN
LA ERA MCCCCVII
Y
LA HIJA FINO EN LA VILLA DE GUADALAJARA
EN
LA ERA MCCCCXIII.
Y
LA DICHA LEONOR HIZO HACER
ESTA
CAPILLA Y ESTAS SEPULTURAS
PARA
QUE LA ENTERRASEN A ELLA Y A SU MADRE,
A
LAS CUALES DIOS POR SU SANTÍSIMA MISERICORDIA
QUIERA
PERDONAR SUS ALMAS».
En
el testamento de Aldonza de Mendoza, de 1435,
dicha
dama, que era nieta de Enrique II,
se
refirió a Leonor de Castilla como su tía
y
entregó al convento de San Francisco 15.000 maravedís
para
que los frailes rogasen a Dios por su alma.
En
1534 el presbítero Luis de Castilla
Cristóbal de Santisteban,
regidor
de Valladolid y caballerizo mayor de Carlos I,
reedificó
la capilla y la dedicó a panteón familiar.
La
capilla de los Leones no estaba dedicada a ningún santo
y
desde el siglo XVI ni siquiera podía considerarse una capilla,
ya
que su altar fue retirado en 1576,
cuando
se construyó la nueva sacristía del templo,
para
dejar paso para acceder a ésta desde el claustro y la iglesia.
Pasados
los siglos, el mecenazgo lo ejercieron otros personajes,
bien
nobles, bien mercaderes ricos.
Con
anterioridad, Juan Hurtado de Mendoza,
tutor de Enrique III,
había
sido enterrado bajo la bóveda de la capilla
mayor
y
allí estuvo hasta que Juan II lo hizo trasladar al centro de la iglesia,
donde
se acomodó una sepultura para él y otra para su esposa.
En
1530, y a petición de su descendiente el conde de Castro,
el
Capítulo concedió a los Mendoza cuatro sepulturas en cuadro
dentro
de la capilla mayor y en lugar preferente.
A
su alrededor se fueron enterrando algunos de los religiosos.
Entonces
la familia Gómez Manrique de Mendoza
quiso
acceder al patronazgo de la capilla mayor,
pero
los frailes se opusieron.
Aun
así, en 1613 Carlos Manrique de Mendoza, conde de Castro,
enterró
en esta capilla a sus padres.
Además
de la capilla mayor, el templo contaba con diez capillas.
Todas
fueron fundadas y patrocinadas
por
las familias de más linaje e influencia de la ciudad,
que
además las convirtieron en lugar de enterramiento propio.
Don Álvaro de Luna, decapitado en Valladolid,
fue
enterrado en este convento, según su deseo.
Más
tarde, sus restos fueron trasladados a la catedral de Toledo,
junto
con los de su mujer y otros miembros de su familia.
Familia Venero Leyva |
En
la capilla de Santa Catalina, de
grandes proporciones,
eran
enterrados los vallisoletanos más ilustres,
por
lo que se la conoció como “Capilla de los Linages”.
En
1602 se concedió su patronazgo a Carlos de Venero y Leyva,
capellán
de Felipe III y canónigo de la catedral de Toledo.
Para
obtener el patronazgo, don Carlos tuvo que litigar con los frailes,
aduciendo
que sus antepasados se enterraban allí
desde
hacía 200 años
y
que habían financiado costosas obras en ella.
Don
Carlos reedificó la capilla y puso en ella sus escudos de armas,
convirtiéndola
en panteón familiar.
Allí
fueron enterrados los padres de don Carlos,
Andrés
de Venero y Leyva y María Hondegardos,
con
sendas estatuas orantes;
también,
don Carlos y su hermano Jerónimo Venero y Leyva,
con
otras dos estatuas orantes.
Los
bultos funerarios de la familia Venero
Leyva
fueron
realizados por seguidores de Pompeo Leoni;
en
el siglo XIX fueron trasladados a la catedral.
Familia Venero Leyva |
Don
Carlos había sido colegial del Colegio de Santa Cruz,
y
en su testamento, otorgado en 1624,
cedía
a los colegiales y familiares del Colegio
la
posibilidad de enterrarse en su capilla.
La
capilla de San Carlos Borromeo no
tenía acceso a la iglesia
sino
que era como un apéndice de la anterior.
Fue
costeada por Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán,
que
había sido huésped del convento.
En
1567, María de Mendoza,
ya
viuda del secretario de Carlos I, Francisco de los Cobos,
donó
una limosna para que los frailes pudieran reparar
las
bóvedas que se habían hundido.
Fue
comprada y reedificada por los Leyva en 1624.
La
capilla del Sepulcro fue construida
por
fray Antonio de Guevara,
franciscano,
obispo de Mondoñedo, escritor y cronista de Carlos I,
como
su capilla funeraria.
Para
el retablo de la capilla recurrió a Juan de Juni,
que
realizó un gran grupo escultórico sobre el Entierro de Cristo.
Costeó
también otras obras en el convento.
Murió
en 1545.
Así
la iglesia y los claustros, suelos y paredes,
se
fueron llenando de lápidas.
El
convento se fue convirtiendo en un inmenso panteón,
lugar
de enterramiento de miembros de la realeza,
nobles
y religiosos,
de
algunos de los cuales ni siquiera se sabe su emplazamiento.
Y
también de niños expósitos,
que
eran enterrados en uno de los claustros.
E
incluso de reos y condenados a muerte:
El
convento estuvo muy vinculado a la Cofradía
de
la Pasión y de San Juan Bautista Degollado
(cuya
sede estaba muy cercana al convento de San Francisco),
que
era la encargada de buscar por los caminos
los
cadáveres de los ajusticiados
(aquéllos
que no habían sido descuartizados
y
cuyos restos no habían sido esparcidos por los caminos,
según
costumbre para los delitos de sangre)
y
llevarlos, el Domingo de Lázaro, al convento de San Francisco,
donde
eran enterrados en la capilla-osario de
los Ajusticiados
o capilla de la Sagrada Pasión, construida en 1598 y situada
entre
la puerta de la iglesia
y
el muro de la casa de Baltasar de Paredes;
en
el altar de la capilla siempre había una vela encendida;
en
el suelo había losas de enterramiento para los ajusticiados,
salvo
los degollados, que eran enterrados en el claustro.
Por
las paredes de la capilla corría una inscripción
que
informaba del patronazgo ostentado por la Cofradía
y
de las indulgencias para los que rezasen en la capilla
por
el alma de los enterrados allí.
En
1752 se construyó una nueva capilla junto a la antigua,
para
enterramiento de nobles y muertos por garrote.
***
En
el convento tuvieron lugar importantes eventos
de
la vida religiosa y civil de la ciudad.
Sin
embargo, durante siglos sus aledaños fueron bastante agrestes,
según
relato de Ventura Pérez:
«Año
de 1736, día 19 del mes de enero,
se
halló un lobo en la huerta de San Francisco,
del
tamaño de un perro mastín.
Lo
mataron a la puerta de la capilla de los ajusticiados;
no
hizo daño alguno.
Lo
llevaron a Malcocinado y allí lo tuvieron colgado mucho tiempo.
Este
lobo estaba mojado,
se
discurrió que pasó el río por las tenerías, y se desatinó,
y
se metió en la ciudad, porque detrás del Prado se crían bastantes.»
La
existencia del convento incidió mucho
en
la vida social y religiosa de Valladolid.
Quizás
fue el complejo conventual más importante de Valladolid,
tanto
por sus dimensiones
como
por su influencia espiritual, cultural y económica.
Fue
cabeza de la Provincia franciscana de la Inmaculada
y
uno de los tres grandes conjuntos monacales de la ciudad,
junto
a San Pablo y San Benito.
A
comienzos del siglo XVII los frailes eran tantos
“que
no cabían en el coro”.
***
La
invasión francesa y la Guerra de la Independencia
interrumpieron
la actividad monacal.
En
1811 fue derruida la fachada principal
y
parte de los terrenos del convento fue vendida a particulares,
que
iniciaron la construcción de casas.
En
1814, terminada la guerra,
los
franciscanos volvieron a lo que quedaba del convento.
La
Desamortización supuso su desalojo definitivo.
En
1836 se sacó a pública subasta el complejo monacal.
En
el Boletín Oficial de Valladolid del 6 de agosto de 1836
se
anunciaba su venta:
«Edificio
que fue convento de San Francisco
situado
en la Acera a que da nombre,
con
su iglesia, capillas, habitaciones altas y bajas, bodega, patios,
huerta
con su noria, aljibe,
siete
pozos de agua potable, otro para nieve,
cuadras
y pajares».
Nadie
acudió a la oferta,
por
lo que la Junta de Ventas de la Desamortización se hizo cargo,
ordenó
la demolición de los edificios, que tardó más de un año,
y
tras el derribo se pusieron a la venta los solares.
La
mayor parte de las obras de arte desaparecieron.
Unas
pocas pasaron al Museo Nacional de Escultura.
La
desaparición de San Francisco durante unos años
desestabilizó
la actividad de Valladolid,
ya
que gran parte de ella se desarrollaba en torno al convento.
Los
frailes se repartieron por otros monasterios.
La
Orden regresó a la ciudad en 1924,
instalándose
en el convento de la Sagrada Familia;
en
1959 los frailes se trasladaron al paseo de Zorrilla,
donde
se conserva parte del archivo de San Francisco.
Los
materiales del convento fueron aprovechados en algunas obras.
Las
baldosas del convento sirvieron
para
pavimentar el Ayuntamiento viejo
y
para construir la torre del reloj.
En
1914 el presidente de la Sociedad Castellana de Excursiones
explicaba:
«Una
persona de Valladolid, respetable y digna de todo crédito,
me
comunica la noticia de que la estatua de san Francisco
que
había sobre la puerta de su convento en esta ciudad,
está
enterrada en la calle de Mendizábal,
al
pie de la verja de hierro en que hay dos leones de piedra,
y
da paso al jardín perteneciente a la casa número 10
de
la calle de la Constitución».
Hoy
nada se sabe de ella, no está en ningún museo.
***
En
1847 el industrial Pedro Ochotorena compró todo el terreno,
comprometiéndose
a abrir la calle requerida
entre
la calle de Santiago y la calle de Olleros
(la
calle Constitución).
Abrió
también otra vía perpendicular a Constitución
que
comunicaba ésta con la calle del Verdugo
(entonces
llamada de Caldereros),
nueva
calle que fue bautizada con el nombre de Mendizábal
(la
actual Menéndez Pelayo).
Así
Ochotorena reformó el trazado urbanístico de la zona,
dándole
la fisonomía actual.
En
1884 se inauguró el Teatro Zorrilla,
situado
en el lugar que ocupaba parte del convento.
Inicialmente
tuvo entrada por la calle de la Constitución.
Su
acceso actual está donde estaba la entrada principal del convento.
Entre
finales del siglo XIX y principios del XX se construyeron
viviendas
particulares y edificios singulares:
el
primitivo Círculo de Recreo,
que
luego fue derribado para construir el actual en 1901;
un
gran palacio con jardín,
que
en 1900 pasó a ser la sede del Banco Castellano
y
en la actualidad es propiedad del Banco de Bilbao;
el
edificio de Telefónica en la calle Duque de la Victoria;
la
Unión y el Fénix, en la esquina de Santiago con Constitución;
el
hotel Europa, en la calle de la Constitución
(después
Galerías Preciados y actual Corte Inglés)...
En
1901, al construir el nuevo Círculo de Recreo (Casino Cultural)
sobre
lo que había sido parte de la iglesia del convento,
se
descubrieron abundantes restos humanos
que
fueron trasladados al osario general del cementerio católico.
Lo
mismo ocurrió a finales del siglo XX
cuando,
en otra zona de lo que fuera iglesia,
se
hicieron excavaciones para cimentar el centro comercial.
Del
inmenso complejo monástico no se conserva ningún vestigio
y
casi tampoco ninguna memoria.
Lo
urbanizado sobre su solar en nada lo evoca.
Aunque
no es su denominación oficial,
al
tramo de soportales de la plaza que se corresponden con él
los
mayores lo siguen llamando Acera de San Francisco.
En
el lado contrario de la plaza
hay
un callejón sin salida que antaño desembocaba en la plaza:
el
callejón de San Francisco
(hoy
cegado por el edificio del Banco de Santander).
Su
fondo (el muro del banco) es un gran trampantojo:
En
la pared se reproduce, en cerámica,
la
parte de la fachada del convento
que
en su tiempo se vería desde allí.
Está
copiada del dibujo de Ventura Pérez.
Esta
evocación del convento incluye al pie una leyenda,
las
instrucciones del siglo XVI sobre la fachada:
«Que
se haga la portada de Sant Francisco,
sacándola
a nivel de lo demás
y
encima se haga un corredor con un altar para decir misa
y
sobre este corredor haya otros
hasta
igualar con el alto de la casas».
Como
ha escrito María Antonia Fernández del Hoyo:
«Nunca se insistirá suficientemente en resaltar
las lamentables consecuencias que para el patrimonio artístico y para la
reconstrucción de nuestro pasado cultural tuvo la Desamortización de los
bienes eclesiásticos realizada en el siglo XIX, singularmente durante el
ministerio de Mendizábal.
Gracias a la labor de Academias y Comisiones de
Monumentos locales se pudieron rescatar y reunir en los incipientes museos
esculturas y pinturas, y es cierto que muchos edificios se han conservado hasta
nuestros días aunque ajenos a su antigua dedicación, pero lo que no se pudo
evitar fue la desaparición de conjuntos conventuales y monasteriales en los
que arquitectura, escultura y pintura se aunaban en un todo vivo, armónico y
único».
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