En el Sobrarbe, lejos, entre Francia y España, se levanta
una de las más altas cumbres de los Pirineos:
Monte Perdido.
El ascenso es duro. Es difícil llegar a la escarpada cima.
En lo alto hay glaciares, neveros,
abruptos barrancos, empinadas pedreras,
bloques pétreos, helados ibones.
Dicen que allá en lo alto,
en lo más alto,
hay un palacio mágico.
Dicen que fue construido en el origen de los tiempos
por el Encantador de las Cumbres.
Dicen que es un maravilloso palacio de mármol
rodeado de hermosos jardines
pero que su constructor lo hechizó
para que no pudiese entrar cualquiera.
Dicen que sólo se puede entrar en él
a lomos de un pegaso.
Quizá Roldán había oído hablar de ese palacio.
Cuentan que Carlomagno había acudido a frenar la invasión árabe,
que había atravesado los Pirineos con un gran ejército,
que lo acompañaba su sobrino Roldán.
Roldán era el mejor caballero de la corte,
el más diestro, el más bravo, el más fuerte,
el más arrogante.
Cuentan que las tropas del emperador fueron derrotadas
y que Carlomagno ordenó retirada.
En un paso de los Pirineos, la retaguardia del ejército franco,
a cuyo frente iba el conde Roldán,
cayó en una emboscada.
Roldán quedó allí, malherido,
oculto por el cadáver de su caballo.
Despertó Roldán y se encontró solo, rodeado de cadáveres, abandonado.
Con esfuerzo, apartó el cuerpo de su montura,
apoyándose sobre una roca.
Cuentan que aún pueden verse
las huellas de sus dedos sobre la piedra en la que se apoyó
para levantarse.
Debía volver a Francia.
Estaba herido, no tenía caballo, el camino era hostil,
el enemigo estaba cerca.
Tras dos días de penoso avance,
ocultándose entre riscos y árboles,
Roldán llegó a Ordesa.
Aún tenía que salvar
las montañas que cierran el valle.
Las tropas musulmanas le seguían.
Consiguió llegar a lo alto,
pero lo alcanzó la jauría de perros
que lo iba rastreando.
Con su espada Durandarte
logró darles muerte,
pero en ello gastó sus últimas fuerzas.
Miró hacia abajo y vio a sus perseguidores
que avanzaban hacia él.
Debilitado,
comprendió que no llegaría a Francia,
pero quería ver su país una vez más
antes de morir.
Lanzó a Durandarte con violencia
contra la formación rocosa de la cumbre
y la espada partió la piedra en dos.
Allí, desde lo alto de Monte Perdido,
desde la brecha abierta,
Roldán contempló por última vez la tierra
a la que ya no volvería.
Sin embargo, el golpe conmocionó el interior de la montaña,
despertó al hechicero.
Cuando llegaron sus perseguidores
encontraron muerto al caballero
junto a lo que desde entonces se conoce
como brecha de Roldán.
Canciones y romances difundieron el trágico episodio.Pero quizás, en aquellos últimos instantes,
Roldán no vio su patria sino el palacio mágico.
Quizás el Encantador de las Cumbres
se compadeció de tan bravo guerrero,
deshizo el hechizo, abrió las puertas de oro...
Quizás Roldán no ha muerto
sino que vive eternamente
en el palacio mágico
en la cima de Monte Perdido.
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