Tubalcaín nació de Lamech y de Zillah.
Fue el más fuerte y poderoso de los hombres,
cazador infatigable,
guerrero victorioso en todas las batallas.
Fue el buscador de la Luz.
Fue el instructor de los hombres
que trabajaban el hierro con el fuego;
fue el fundador del gremio de los herreros.
Golpeando el hierro con el martillo
Tubalcaín descubrió la música,
las notas musicales,
y con metal forjó los primeros instrumentos
que surgieron así del hierro y del fuego,
surgieron de la fragua.
Fue muerto por su padre
en un accidente de caza.
Ante esa muerte terrible, la tierra se abrió
se estremeció el mundo,
tuvo lugar un espantoso cataclismo.
Los romanos lo creyeron un dios
y lo adoraron bajo el nombre de Vulcano.
Fue adorado como dios de los volcanes,
dios del rayo, dios de los seísmos,
dios de las estrellas y los cometas.
Salomón, para terminar su Templo,
encargó trabajos de herrería y orfebrería.
La fundición se instaló cerca del Jordán.
Tubalcaín se apareció en sueños
al maestro que dirigía las obras,
lo trasportó al centro de la Tierra,
al palacio de Enoch,
y allí le transmitió su conocimiento:
Le explicó que en el comienzo de los tiempos
hubo dos dioses enfrentados,
el dios de la materia y el dios del espíritu,
el dios de la tierra y el dios de la luz.
El dios de la tierra creó los cuerpos,
el dios de la luz creó las almas,
la inteligencia y el pensamiento.
Los hombres son así hijos del barro,
pero también hijos del fuego,
hijos de la luz.
Ésa fue la enseñanza de Tubalcaín
a los constructores del Templo.
Antes de morir, Tubalcaín había viajado a Occidente,
había viajado hacia la puesta de sol.
Allí, cerca de una montaña solitaria,
Tubalcaín fundó una ciudad
y la pobló.
En Tarazona habitó una raza de gigantes
enemiga de los gnomos que moran en el interior del Moncayo.
Una raza de gigantes
conocedores de los secretos de Tubalcaín,
conocedores de los secretos del hierro,
conocedores de la fórmula para forjar la espada mágica.
Decayó la antigua raza de gigantes
y los gnomos se hicieron con la secreta fórmula.
En el interior del Moncayo, los gnomos custodian
la vieja fórmula con la que los gigantes
forjaban la espada mágica.
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