La villa y el castillo de Alarcón se encuentran
en un promontorio,
en el interior de un cerrado meandro del río
Júcar,
cuya abrupta hoz envuelve la población
convirtiéndola en una especie de pequeña
península.
El Castillo de las Altas Torres
domina lo alto del peñón sobre el que se asienta
la localidad
rodeada por la profunda garganta del río.
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Hay indicios de asentamientos íberos y romanos en
la zona,
pero ésta adquirió importancia con los árabes.
Algunos historiadores creen que su nombre
deriva del árabe “Al-Arkum” (la fortaleza).
El castillo fue construido por los sarracenos en
el siglo VIII
y, emplazado en un enclave estratégico de muy
díficil acceso,
fue un baluarte defensivo considerado inexpugnable;
constituyó un verdadero bastión para los
musulmanes,
bien en sus luchas internas, bien, más tarde,
frente a los cristianos.
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A finales del siglo XI, “Al-Arkum” se convirtió
en tierra fronteriza:
En 1085 el castillo fue tomado por Alfonso VI
pero meses después fue recuperado por los
musulmanes
y durante un siglo la plaza, de gran valor
estratégico,
vivirá en un estado de guerra constante,
principal objetivo de las campañas por tierras
conquenses.
A partir de 1177, tras la conquista de Cuenca,
Alfonso VIII concentró sus esfuerzos en Alarcón.
En 1184, tras un duro asedio de nueve meses,
Fernán Martínez de Ceballos, capitán del ejército
de Alfonso VIII,
ganó la plaza definitivamente.
Tras una jornada épica, y en un alarde de valor,
el capitán
escaló las murallas apoyándose en dos dagas
vizcaínas,
facilitando a sus hombres la entrada en la
ciudad.
Como recompensa,
el rey otorgó a don Fernán el privilegio
de tomar el nombre de la villa por apellido,
pasando así éste a llamarse Martínez de Alarcón
y dando origen a un nuevo linaje.
En 1186 Alfonso VIII ordenó la repoblación de la
comarca
y la dotó de Fuero propio.
Todos los territorios reconquistados
de La Mancha conquense y albaceteña
fueron anexionados a Alarcón,
constituyéndose un amplio señorío.
Al mismo tiempo, el rey
ordenó la construcción de un nuevo castillo
sobre los restos de la fortaleza musulmana,
que fue derribada, no conservándose de la misma
más que los cimientos y el aljibe.
En 1194 la Corona dejó la defensa de la extensa
tierra
en manos de la Orden de Santiago,
a la que entregó el nuevo castillo de Alarcón.
La Orden construyó en la población un hospital
para peregrinos.
En 1211 Alfonso VIII estableció en Alarcón su
Corte,
durante casi un año,
mientras preparaba el enfrentamiento con los
almohades.
En 1212 el Concejo de Alarcón concurrió
a la batalla de las Navas de Tolosa
con sus propias tropas,
temibles guerreros entrenados en la fortaleza.
En el siglo XIII Alarcón se convirtió en una
comunidad próspera;
las numerosas mercedes otorgadas por los reyes
castellanos
propiciaron el rápido crecimiento del poblado,
que se erigió en cabeza del Común de Tierra y
Villa de la zona,
en la que se instalaron linajes importantes
y donde se creó un entramado artesanal y
comercial
que acabó siendo codiciado por los nobles.
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En 1304 Fernando IV donó el lugar a don Juan
Manuel.
El aristócrata acometió obras de mejora del
castillo,
lugar en el que escribió El Conde Lucanor.
Las torres se levantaron en esta época.
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Tras la muerte de don Juan Manuel,
población y castillo retornaron a la Corona.
En 1445, tras la notable participación de Juan
Pacheco
en la batalla de Olmedo,
Juan II entregó Alarcón a don Juan
como parte de los dominios del Marquesado de
Villena.
Las reformas introducidas por los Pacheco
darán al castillo su perfil actual.
El Marquesado, en las personas de don Juan
y de su hijo don Diego López Pacheco,
tomó partido por Juana la Beltraneja
en contra de las aspiraciones al trono de Isabel
de Castilla
y en defensa de sus propios privilegios
nobiliarios.
Alarcón se convirtió en reducto del segundo
marqués,
que desde aquí emprendió alguna de sus campañas
contra Isabel.
Perdidas sus demás posesiones,
don Diego buscó refugio en Alarcón, donde se hizo
fuerte.
Los Reyes Católicos no lograron tomar el
castillo.
En 1480, tras el reconocimiento de los nuevos
monarcas,
don Diego recuperó la mayoría de sus propiedades,
aunque no el rango de Marquesado.
Ésas fueron las últimas batallas disputadas en
Alarcón.
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A partir de este momento empezó una etapa de
abandono.
La ciudadela dejó de ser referente de la comarca,
en los conflictos posteriores al siglo XV perdió
su valor estratégico
y ello evitó que sus muros recibieran ataques de
artillería,
lo que ha facilitado su conservación.
El alcaide de Alarcón siempre vivió en el
castillo hasta el siglo XIX,
y ello también contribuyó a su preservación.
El castillo fue propiedad privada hasta 1964.
Ese año, el Ministro de Información y Turismo,
Fraga Iribarne,
expropió el terreno a Rafael Álvarez Torrijos,
el último miembro de la familia propietaria,
y se emprendieron obras de rehabilitación y
acondicionamiento
para su uso como Parador Nacional “Marqués de
Villena”.
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La plaza fuerte consta de tres recintos
amurallados.
El primero de ellos, de reducido tamaño,
alberga el potente alcázar;
la torre del homenaje, casi carente de ventanas,
está flanqueada por torreones en las esquinas.
El segundo recinto, más amplio, acoge el caserío
de la villa.
El tercero se extiende por los cerros circundantes,
y está constituido por muchos kilómetros de
muralla,
que llegan hasta el río y ascienden por las
laderas,
enlazando unos pequeños castilletes
independientes:
cinco torreones exteriores aislados y
estratégicamente dispuestos,
que aumentan el radio de acción y la fuerza del
castillo.
Una torre defiende la parte frontal del castillo.
Actualmente tiene un portillo nuevo a nivel de
suelo,
por lo que es posible acceder a su interior,
al contrario de lo que sucede en el resto de las
torres.
Éstas se corresponden con las puertas de la línea
de muralla exterior
y con los dos puentes, de origen romano.
Hoy, bajo la protección de todo ese alarde
defensivo,
en el Parador de Turismo, por las noches,
pasean los fantasmas.
Te puedo asegurar que yo no vi ninguno...
ResponderEliminarMmmmm... No se les ve con facilidad... Hay que estar atento, buscar la soledad, escrutar las sombras...
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