Éste es el final del camino,
el final de la peregrinación,
la última fortaleza.
Después, Granada.
Después, el reto decisivo.
Desde estos montes neblinosos
los monjes otearon la vega,
vigilaron la frontera,
defendieron el territorio.
Paso aquí muchas horas, muchas horas,
tratando de comunicarme con las sombras.
Desde la altura de la fortaleza
contemplo la vastedad de los campos
difuminados por una neblina
venida del pasado.
Es una niebla cargada de presencias.
Una niebla azul a través de la cual
Paso aquí muchas horas contemplándola
y en ella veo a los jinetes.
Son jinetes blancos.
Jinetes envueltos en largas capas blancas.
Jinetes con armaduras blancas, espadas blancas,
blancos corceles.
Cabalgan a través de la niebla recorriendo los montes,
vigilantes, despiertos para siempre.
Son silenciosos.
Sólo escucho el vago relinchar de los caballos
Todo el camino ha sido
una preparación para esto,
para ver esto, para comprender esto.
No habría podido verlo
sin el camino previo,
sin la dureza del camino previo,
sin el aprendizaje.
De nada habría valido
acercarme hasta aquí cómodamente.
No habría visto nada;
no habría entendido nada;
Sólo tras la larga iniciación del camino
esta niebla cobra sentido.
Durante muchos días
he caminado por senderos solitarios,
durante muchos días
he caminado sin otra compañía
que la de los seres invisibles
que han ido saliendo a mi encuentro
Ellos me han enseñado
cómo tenía que mirar para ver esto,
cómo tenía que abrir el corazón.
He pasado sed; he tenido frío;
he estado sola.
He tenido que estar sola
para que los seres invisibles se manifestasen
y me enseñaran cuál era la actitud adecuada
para llegar hasta aquí,
cuáles eran las condiciones
para entender esta niebla,
Y ahora, veo.
Ahí están, los jinetes.
He llegado cansada
pero con el corazón abierto.
Todos esos caminos,
todo el sol,
las jornadas de polvo y las de escarcha,
las jornadas de horizonte interminable
y las del misterio de los bosques,
todo conducía hasta aquí, hasta esta niebla
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