En la primavera de 1149,
el conde de Barcelona Ramon Berenguer IV
y el conde de Urgel Ermegol VI
pusieron sitio a Lérida desde la colina de Gardeny,
en la que ya en época romana había existido una fortificación.
Desde allí se dominan los llanos del Segre
y la loma enfrentada
donde desde antiguo se había emplazado la ciudad de Lérida,
Iltirta para los iberos,
Ilerda para los romanos,
Lerita para los visigodos,
Larida para los árabes…
En esa campaña los condes recibieron la valiosa ayuda del Temple.
Una vez tomada la ciudad, el 23 de octubre,
el conde Ramon, en agradecimiento,
cedió Gardeny y las tierras de su alrededor
a los templarios.
Gran parte de la nobleza militar que participó en el asedio
se vinculó espiritualmente a la Orden del Temple
y la dotó de un importante patrimonio.
Las primeras noticias sobre la constitución
de la encomienda templaria de Gardeny
son de 1152
y su primer comendador fue nombrado en 1156:
Fray Pere de Cartellá.
Pere de Cartellá
pertenecía a un linaje de caballeros gerundenses.
Había participado en el asedio.
Desde agosto de 1152
está al mando de un reducido grupo de freires
que lleva a cabo varias acciones en la zona de Lérida,
en territorios que serán administrados
por la futura encomienda de Gardeny.
En octubre de 1152
se produce la primera actuación
en los restos defensivos del cerro
y en unas casas de la ciudad,
actuación en la que figura el maestre provincial,
junto con fray Galceran de Pinós y fray Pere de Cartellá.
En 1154 vuelve a aparecer Pere de Cartellá, como procurador,
firmando en la concordia
entre el obispo Guillem Pere de Ravidats
y el maestre provincial Pere de Rovira,
relativa a los derechos del obispado de Lérida
sobre las tierras de los templarios de Monzón y Gardeny.
En 1156, el maestre provincial, fray Pere de Rovira,
crea una nueva Domus para gestionar las cuantiosas donaciones
y funda la Casa de Gardeny.
El procurador fray Pere de Cartellá
pasó a ser su comendador.
Desde enero de 1156 figura fray Pere
como primer comendador de Gardeny
con un título que varía en los documentos,
quizás porque aún no hay denominación clara
para el jefe de una encomienda:
comendator, maestre, magister domo Gardeni.
De diciembre de 1165 es el último documento
en que aparece fray Pere, ya no como comendador
sino como lugarteniente de fray Aimeric de Torrelles,
que lo había sustituido en el cargo.
En esos primeros años se inició la construcción
del castillo, el convento
y la contigua iglesia de Santa María.
A diferencia de otros enclaves templarios,
en cuya obra se aprovecharon fortalezas preexistentes,
Gardeny fue una construcción de nueva planta.
La primera referencia documental
de la iglesia de Santa María de Gardeny
es del año 1156
cuando Guillem de Ponts y su mujer Estefania
otorgan varios bienes a Gardeny
para remedio de sus almas y de la de su hijo,
“qui apud Gardenum
in ecclesia predictorum militum sepultus est”.
En 1161, el conde Ermengol VII de Urgel
dotó a la Casa de Gardeny con cien sueldos anuales
de las rentas de las tiendas de los sarracenos de Lérida
para que un presbítero rezase
por el alma de los fieles difuntos.
En el siglo XIII, la iglesia de Santa María
se convirtió en un destacado centro religioso,
en el que se veneraba a la Virgen de Gardeny,
que presidía el altar mayor del templo.
La devoción popular creció y originó peregrinaciones.
Fueron tantas las mandas de los benefactores
que dejaban rentas en dinero y en especie
para que ardiesen candelas en este altar,
que la encomienda creó una institución de religiosos seculares,
llamada Lampada Charitatis,
que se encargaba de gestionar estas fundaciones,
así como los beneficios legados por los fieles
para las creación de nuevas capillas.
Día y noche, en los altares,
ardían, con cargo a las donaciones,
cirios y lámparas de aceite.
Los benefactores, casi siempre laicos nobles,
solían solicitar además, a cambio de sus donaciones,
ser enterrados en el cementerio de la Orden.
Éste se llenó de nombres
de la nobleza catalana de la zona,
muchos de cuyos enterrados
utilizaron el hábito templario como mortaja.
Tal devoción llegó a despertar el recelo
del obispo de Lérida,
pues restaba afluencia de parroquianos
a otras iglesias de la ciudad,
y asimismo suponía un mengua
en las dádivas entregadas a las parroquias.
La catedral de Lérida se alzaba
en lo alto de la colina
en cuyas faldas se asentaba la villa.
La construcción del templo se inició en 1203
sobre la antigua mezquita,
junto al castillo de la Suda, la residencia real.
Durante todo el siglo XIII, el obispo y el comendador
representaron a sus respectivos ámbitos
en lo alto de las colinas gemelas.
Hubo fricciones entre el episcopado y la encomienda.
En 1295, el prelado llegó a amenazar con penas eclesiásticas
a los fieles que asistiesen a los oficios litúrgicos de Santa María.
El obispo había hecho el cálculo
de la cantidad que las iglesias de Lérida habían dejado de percibir
por derechos de enterramiento
de los parroquianos que solicitaban su inhumación en Gardeny.
Puso fin al conflicto un acuerdo
por el que los bienes dejados por razón de sepultura
se asignaban a medias al clero secular y a los templarios.
La encomienda de Gardeny,
a pesar de no ser la sede habitual del maestre provincial,
pronto recibió un gran impulso
y tendrá un papel relevante en la política templaria de la Corona,
debido a su riqueza
y a estar ubicada junto a la que será una importante ciudad,
sede frecuente de la corte real.
Gardeny constituyó
uno de los principales centros de la milicia del Temple
en la Corona de Aragón.
Su patrimonio creció incesantemente
con privilegios condales
y entregas de los cofrades (la nobleza local):
tierras, dinero, caballos y armas o ropajes,
incrementándose sus fincas, sus cultivos
y sus cabezas de ganado.
Tanto la comandancia como la iglesia
recibieron constantes donaciones,
para gestionar las cuales se crearon nuevos cargos
y se instituyeron las encomiendas de Corbins y Barbens,
dependientes de la Casa madre de Gardeny.
En el siglo XIII llegó a ser
uno de los principales dominios feudales del territorio de Lérida,
propietario de rebaños y molinos,
granjas, pastos, huertas y campos de cereales.
Gardeny abastecía con caballos y armas a los ejércitos condales
y actuaba como casa de depósitos,
tanto en concepto de custodia
como de garantía de préstamos otorgados a magnates y a reyes.
Jaime I hizo constar que las joyas de la Corona
y varios ornamentos eclesiásticos
fueron custodiados en las casas de Monzón y Gardeny.
Jaime II, como prenda de un préstamo,
tuvo confiadas en la casa de Gardeny
una corona de oro adornada con zafiros, esmeraldas y perlas,
dos cetros de plata y oro,
una cruz de oro con incrustaciones de perlas y zafiros,
un broche de perlas y rubíes...
Gardeny custodió joyas y objetos valiosos, documentos, dinero...
La comunidad llegó a estar integrada
por más de veinte freires, entre curas, caballeros y escuderos,
más el personal de servicio ajeno al convento,
encargado de las tareas domésticas y artesanales
(porteros, zapateros, sastres,
cocineros, porteadores de agua
e, incluso, en el siglo XIV, un barbero),
más medio centenar de cautivos
que trabajaban como sirvientes,
más los diez o doce clérigos
que, sin pertenecer a la Orden, vivían en el convento,
ayudando en los servicios religiosos,
más los casi cien cofrades, caballeros
que realizaban servicios temporales
bajo la dirección de los freires,
a cambio de ser enterrados en el cementerio de la Casa.
A lo largo del siglo XIII, Gardeny
se convirtió en residencia del lugarteniente del maestre
y lugar de celebración
de importantes asambleas y capítulos provinciales.
A uno de ellos, el año 1294,
asistió el último Gran Maestre de la Orden, Jacques de Molay.
El objeto de la reunión era la permuta de unos bienes
con el monarca.
En el verano de 1305,
el occitano Esquin de Floriau,
expulsado de la Orden cuatro años atrás
y encarcelado por varios crímenes,
acudió a Lérida para ver al rey Jaime II
y exponerle ciertas denuncias y acusaciones contra la Orden.
Ante la indiferencia del monarca aragonés,
Esquin marchó a Francia
para manifestar lo mismo al rey Felipe IV,
que le prestó atención
e inició el proceso que condujo a la abolición del Temple
en toda Europa.
Gardeny será uno de los lugares donde,
en la fase final del proceso,
se interrogó bajo tortura a un número importante de freires.
En 1312, en el Concilio de Tarragona,
los templarios de la Corona de Aragón fueron exculpados.
Sin embargo, ese mismo año el papa Clemente V
dictaba el decreto de disolución total de la Orden.
Los bienes de los templarios aragoneses
fueron entregados a la Corona, y el rey los cedió
a los Caballeros Hospitalarios de San Juan de Jerusalén.
En Lérida, la Orden del Hospital ya tenía
un establecimiento en la ciudad, la encomienda de Sant Joan.
En Gardeny se estableció una nueva comunidad,
independiente de Sant Joan.
Once de los templarios de Gardeny,
que, tras años de prisión y torturas,
fueron absueltos en el Concilio de Tarragona,
se quedaron en la fortaleza,
mantenidos por la Orden del Hospital.
En manos de los Hospitalarios estuvo Gardeny
durante tres siglos.
En el siglo XVIII se convirtió de nuevo en plaza estratégica
y se reforzaron sus defensas.
La parte baja del castillo fue colmada
para dar consistencia a las nuevas murallas.
El año 1772, castillo e iglesia
fueron transformados en fortín y cuarteles.
Allí ha habido acuartelamiento,
almacenes, cocinas, caballerizas, polvorín,
durante otros tres siglos.
Fortaleza y templo sufrieron grandes reformas
y serio deterioro.
Como lugar estratégico, también la catedral de Lérida
se vio afectada en el siglo XVIII por las sucesivas guerras:
Perdió su condición de sede episcopal
y fue convertida en fortaleza y cuartel;
se instalaron en ella dormitorios,
cocinas, cuadras, almacenes, polvorines...
Cuando, años después, cese su uso militar,
la Vieja Catedral no recuperará su función religiosa,
en la que ha sido sustituida por un nuevo edificio,
sino que queda como monumento restaurado,
una extraña catedral abandonada...
En el siglo XX se estableció en el cerro de Gardeny
una base militar, que fue cerrada en 1996.
Tomaron las ruinas entonces los vándalos,
fueron refugio de gamberros
que cubrieron los muros de grafitis
y de basura los suelos,
rompieron puertas y ventanas,
encendieron hogueras,
se empeñaron en dejar sus huellas...
Quedan vestigios del conjunto original.
Se conserva parte del perímetro de murallas,
la torre-residencia o torre donjón de dos plantas
con diversas dependencias
(almacenes y calabozo en la planta baja,
y espacios de habitación de la comunidad
y sala de armas en la planta alta),
una torre del homenaje adosada
que acogía las dependencias nobles de la Casa
(archivo, tesoro y sacristía
y residencia del Comendador),
y la iglesia conventual.
Dentro del recinto amurallado,
junto al castillo-torre, existirían, alrededor de un patio central,
construcciones para otros servicios:
caballerizas, silos, bodegas y cisternas.
El castillo, en su época, no tenía puerta,
la única entrada estaba a unos metros del suelo
y sólo se podía acceder a ella mediante escaleras móviles.
A la planta inferior se llegaba desde la superior
por una escalera de caracol.
A pesar de los sucesivos expolios,
recientemente se han descubierto en la iglesia,
en la capilla del Salvador
y en un lateral de la nave contiguo a la capilla,
restos de pinturas murales datadas en el siglo XIII.
En una primera fase aparecieron,
en un trozo de muro y un trozo de bóveda de la capilla,
dos grupos de figuras:
En la franja superior
seis personajes con nimbo y un libro en la mano
y en la franja inferior
otras seis figuras que debían representar
a los elegidos en el juicio final,
sin nimbo y con las manos juntas en oración,
mirando hacia lo que ahora es el resto de una mandorla
que posiblemente contenía un pantocrátor.
Estas pinturas ya no están en la iglesia.
Fueron desprendidas de su emplazamiento
y guardadas en la casa consistorial,
cuando se iniciaron las labores de restauración.
Lo que hoy puede verse en la iglesia
es lo encontrado en una segunda fase:
un escudo, unas estrellas
y un pedazo de una extravagante decoración
a base de dibujos geométricos.
¿Por qué, un día,
los templarios se volvieron locos
y se pusieron a cubrir los desnudos muros cistercienses
con esta extravagante decoración?
Todos estos fragmentos constituyen
una de las escasas manifestaciones, en toda Europa,
de pintura mural en un edificio templario,
similar a las que se encontraron
en la encomienda templaria de Puig-reig
o en la italiana de San Bevignate de Perugia.
Habría sido preferible que el ayuntamiento
no se llevara y escondiera
la parte más significativa de estos frescos.
Lo hizo para ponerlos a salvo de los vándalos,
pero, a la vez, contribuyó al despojamiento...
El plan de restauración incluye
la construcción de una cafetería adosada a la iglesia.
Quizás, con suerte, esto no llegue a hacerse...
Cerro de Gardeny |
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