La boda se celebró en la catedral de Valencia.
La ofició el papa Benedicto XIII.
El infante Alfonso de Aragón se casaba con su prima María,
hija de Catalina de Lancaster y de Enrique III de Castilla,
hermana de Juan II de Castilla
y tía de Isabel la Católica.
María tenía catorce años y Alfonso diecinueve.
La ciudad de Valencia regaló a la novia
un collar de perlas y piedras preciosas.
Durante dos días hubo grandes fiestas,
fuegos artificiales, hogueras, bailes públicos.
El festejo fue interrumpido porque la desposada cayó enferma.
María era una muchacha alegre, buena conversadora,
aficionada a la lectura y a la música. Pero débil.
La boda se celebró porque así lo habían dispuesto sus padres,
pero los novios no se querían.
María era una muchacha buena, pero poco atractiva.
A Alfonso, fuerte y dinámico, no le gustaba esa niña enfermiza.
Se decía que Alfonso estaba enamorado de su cuñada Catalina,
hermana de su esposa.
Pero su padre prefirió casar a Alfonso con María.
Alfonso nunca querrá a su esposa.
Meses después de la boda murió el rey Fernando
y Alfonso fue coronado rey de Aragón.
A María de Castilla no le estuvo permitido
acercarse al lecho de muerte de su suegro
ni asistir a las ceremonias del entierro.
Alfonso no quería tenerla cerca
y ella permanecía en un convento
esperando las órdenes de su marido el rey.
Al nuevo monarca de Aragón le gustaba
ejercitarse como caballero
y le gustaba leer en los libros las historias de sus antepasados.
Era un joven delgado y atlético, de mediana estatura,
tez pálida, nariz aguileña, barbilla partida,
ojos brillantes y cabello negro,
gestos enérgicos, poco comedor.
Era un joven lleno de ilusiones, inteligente y activo,
le gustaba cuidar su aspecto físico y causar buena impresión.
Siempre impecablemente vestido con la última moda francesa,
bailaba con soltura y luchaba con valentía,
sabía tocar varios instrumentos de música,
era un excelente jinete y un gran cazador.
Le gustaban los placeres de la corte y los peligros de la batalla.
No era un hombre cualquiera, no pasaba desapercibido,
llamaba la atención por su aspecto refinado y moderno
y por su conversación interesante y cortés.
Sabía que pertenecía a una familia importante
y que tenía que comportarse adecuadamente.
Resultaba atractivo a todos:
a las damas de la corte, por su simpatía y delicadeza;
a los embajadores extranjeros que visitaban su casa,
por su comportamiento prudente y correcto.
Era un joven alegre,
pero sabía ponerse serio y razonar como un hombre mayor.
Tenía un espíritu aventurero, inquieto y ambicioso;
era un príncipe guerrero.
Le encantaban el ejercicio físico y las competiciones.
Participaba en tantos torneos y se arriesgaba tanto en ellos
que en Valencia la gente llegó a hacer rogativas para que saliera ileso.
El embajador de Francia en Aragón
comunicaba a los suyos sobre el nuevo rey:
- Maneja la espada a la perfección, monta muy bien,
es muy elegante en el vestir,
toca toda clase de instrumentos musicales, baila admirablemente.
María escribía a su madre desde Valencia:
- No tengo queja alguna de mi esposo el rey.
Alfonso me ama con todo su corazón, me trata bien
y yo estoy muy contenta.
Pero no era cierto.
Durante los años en que María vivió con Alfonso,
la reina fue como una sombra silenciosa.
El rey no se ocupaba de ella, no la incluía en sus planes.
Pero a lo largo de ese tiempo la reina se fue enamorando de Alfonso.
María tenía una dama de honor llamada Margarita de Híjar.
Se decía que el rey mantenía relaciones con ella,
que habían tenido un hijo, y que la reina se había enterado.
Margarita murió misteriosamente
y se dijo que la reina la había hecho asesinar,
aunque no hubo pruebas.
También se dijo que ese niño no era hijo de Margarita sino de Catalina,
la hermana de María, casada con el infante Enrique,
a la que Margarita había encubierto y por la que murió.
Alfonso tuvo aventuras amorosas
y al mismo tiempo se convirtió en un hombre sabio y educado.
Le gustaba el arte; le gustaba la poesía.
Su tío, Enrique de Aragón, marqués de Villena,
Enrique “el nigromántico”,
lo puso en contacto con los poetas de la época.
Trovadores de todas partes acudieron a su corte valenciana,
atraídos por la generosidad con que Alfonso trataba a los escritores.
Al rey le gustaban la cultura y el lujo,
y su corte resultaba muy atractiva para los artistas.
Alfonso disfrutaba con ellos y era dadivoso.
La corte de Alfonso se transformó en un lugar sofisticado
cuya fama se extendió por Europa.
Alfonso era un hombre moderno,
aficionado a las novedades, atento a la moda.
Pedía a sus embajadores
que observaran los nuevos estilos de los demás países y se los contaran;
su representante en Francia le envíaba los tejidos, los trajes
y las vistosas armaduras de estilo francés
que era en ese momento el favorito entre los europeos.
E igual que encomendaba a sus hombres
la compra de ropa de moda en el extranjero,
también les encargaba que le comprasen libros,
y asimismo halcones y perros de caza.
Valencia era una ciudad grande y rica,
habitada por comerciantes y artesanos
y a donde sin cesar llegaba gente de otros reinos para establecerse.
Los valencianos concedieron a Alfonso
el dinero necesario para poner en marcha su proyecto italiano.
En 1432, en Castellón de la Plana,
Alfonso embarcó para marchar a Italia, al frente de una poderosa flota.
Nacido y educado en la seca meseta castellana,
Alfonso sin embargo pronto se había aficionado al mar y a los barcos.
Antes de iniciar el viaje,
el rey nombró gobernadora de los reinos a su esposa María.
El matrimonio no había tenido hijos.
María nunca viajará a Italia sino que permanecerá en Valencia,
apartada de su marido,
dedicada al heroico trabajo de llevar, ella sola, durante muchos años,
la carga del Estado.
Sus cuñados, los infantes de Aragón Juan y Enrique,
hermanos de Alfonso,
que vivían en Castilla acosando al rey castellano Juan II,
hermano de María,
a menudo pedían ayuda a Aragón.
Y María se vio obligada a luchar contra su tierra de origen, Castilla,
y contra su hermano Juan,
en defensa de sus cuñados, los hermanos de su esposo.
Al menos, la reina conseguirá el cariño y el respeto de sus súbditos.
María era una mujer virtuosa, sensata y justa.
Las tropas de Alfonso entraron en la ciudad de Nápoles,
tras asediarla durante varios meses.
El rey escribió a su esposa María la buena noticia:
- La ciudad de Nápoles ha sido vencida y ocupada.
Alfonso se instaló en Italia.
Nunca regresará a Aragón. Y nunca volverá a ver a su esposa,
aunque le escribía cartas afectuosas.
Alfonso sigue escribiendo en castellano,
aunque poco a poco en las cartas se nota
que Alfonso ha convertido el italiano en su nuevo idioma.
Se decía que Alfonso permanecía lejos de Aragón
porque no amaba a su esposa.
Se decía que Alfonso se había enterado
de que María había hecho asesinar a su dama de honor Margarita,
y que por eso no quería volver a verla nunca.
Lo cierto era que a Alfonso le encantaba Italia.
En Nápoles Alfonso vive espléndidamente.
Adopta las refinadas costumbres de los señores italianos.
Derrocha sin medida, crea una corte fastuosa.
A Alfonso le gusta hacer regalos
y además con ello intenta ganarse las simpatías
de sus nuevos súbditos napolitanos.
Agasaja a sus invitados;
no hay rey que reciba mejor a quienes le visitan,
ofrece a todos un trato exquisito,
nunca se cansa de organizar fiestas.
Los escritores italianos conocen la fama de Alfonso
como monarca generoso al que le gusta rodearse de artistas,
a los que paga bien.
Por eso acuden a su corte
y dedican a Alfonso poesías en las que lo comparan
con los gloriosos guerreros y sabios de la antigüedad.
Alfonso, halagado por esos elogios, se ve a sí mismo como un héroe
protagonista de grandes hazañas.
Los escritores que viven en su corte y a su costa,
a cambio le prodigan grandes elogios.
Los que aún no han conseguido sus favores,
también le dirigen escritos de halago y alabanza
para llamar su atención y recibir sus mercedes.
Junto con los poetas acuden a la corte pintores y escultores,
que realizan infinidad de retratos de Alfonso,
como guerrero victorioso
y como intrépido cazador enfrentándose a animales salvajes.
En medio de su corte napolitana lujosa y culta,
la figura del rey Alfonso impresiona,
y los mensajeros de Cataluña lo saludan
arrodillándose y besándole manos y pies.
Alfonso trata las cuestiones aragonesas desde Nápoles;
multitud de embajadores y mensajeros van y vienen constantemente.
Sus secretarios no son hombres corrientes,
sino destacados escritores y filósofos italianos.
Incluso sus adversarios sienten admiración hacia sus logros.
Alfonso disfruta intensamente de su vida en Italia.
Admira las grandes obras de los griegos y los romanos,
la cultura antigua.
Y admira también a los grandes hombres de su propia época,
y le gusta escuchar a los sabios.
Le gusta coleccionar manuscritos de siglos pasados
y le gusta leer; se dice que disfruta tanto con la lectura
que leyendo hasta se le curan sus enfermedades;
que es capaz de ceder la victoria en una batalla
a cambio de un libro que desea;
que cuando lee se abstrae de tal modo
que no se entera de lo que le rodea.
Le gusta salir a pasear por el campo;
siempre lleva consigo algún libro;
se sienta a la sombra de los árboles y lee.
Anhela llegar a ser un segundo Julio César,
al mismo tiempo un hombre sabio y un gran guerrero,
extraordinario con las palabras y con la espada.
Deseoso de realizar nuevas hazañas y obtener nueva fama,
Alfonso escribe al emperador turco
y le desafía a un combate cuerpo a cuerpo,
para resolver la larga guerra que enfrenta a turcos y cristianos.
Alfonso sueña con destruir de ese modo el imperio turco
y convertirse en un héroe para toda la cristiandad.
Pero el turco no responde.
No importa. En Italia Alfonso ha conocido
a una hermosa y esbelta muchacha llamada Lucrecia de Alagno,
y se ha enamorado de ella.
Incluso piensa en divorciarse de María para casarse con la napolitana.
María en cambio siempre permanecerá fiel a su esposo ausente.
Alfonso sigue escribiendo atentas cartas a su esposa,
pero el recuerdo de María es cada vez más lejano y borroso.
Lucrecia es una joven espléndida.
Alfonso pierde el corazón y la cabeza por ella, la adora,
llena de favores y regalos a su familia,
gasta una fortuna en organizar festejos para complacerla,
derrocha energía como si fuera un muchacho y no un hombre mayor.
Lucrecia hace lo que quiere con el viejo rey, que está a su merced.
Lucrecia es inteligente, hábil, ambiciosa y algo vanidosa,
se siente halagada y sabe sacar partido de la pasión del rey.
Toda la ciudad comenta estos amoríos
que Alfonso no hace nada por ocultar.
Al rey le gusta todo lo que le rodea en su nuevo reino italiano:
las costumbres de los napolitanos y la compañía de Lucrecia.
En Nápoles, Alfonso ha creado al mismo tiempo un reino y una familia.
Aquélla se ha convertido en su tierra;
no echa de menos Aragón ni a su esposa María.
***
En Valencia, María, que sigue enamorada de Alfonso,
se esfuerza por complacer a éste, es su único deseo.
Pero nunca parece conseguirlo.
Enferma y abandonada,
se siente cada día más sola y más cerca de la muerte,
al frente de un reino descontento.
Definitivamente sin hijos,
María en 1434 se había hecho cargo
de la hija bastarda de Enrique de Villena,
Leonor Manuel, nacida cuatro años antes, de una dama valenciana,
en el tiempo que el marqués pasó en Valencia.
Muerto su padre, quizás también su madre,
Leonor fue acogida por la reina.
La niña creció junto a la reina María en el Palacio Real de Valencia,
educándose como una princesa en el ambiente aventurero y abierto
de la que seguía siendo corte de Alfonso V.
La reina eligió a los mejores maestros
para la formación de su prima, a la que consideraba como hija suya.
En 1444 la reina, mujer religiosa,
fundó cerca del Palacio Real, extra-muros,
el monasterio de la Santísima Trinidad, para monjas franciscanas.
Llegaron diecisiete hermanas procedentes del convento de Gandía.
Un año después Leonor era la primera novicia
que ingresó en el nuevo cenobio,
y en 1446 vistió el hábito de clarisa,
trocando su nombre por el de Isabel.
El convento de la Trinidad, bajo el patrocinio de la reina,
era un cenáculo literario
al que acudían los grandes escritores valencianos.
Con el impulso de Isabel y la ayuda de María
se formó en el cenobio una notable biblioteca.
La Trinidad en el siglo XV
fue unos de los grandes focos culturales de Valencia
y de toda la Corona de Aragón.
Una personalidad como Jaume Roig, escritor y médico,
fue el doctor de la comunidad clarisa,
y Sor Isabel mantuvo con él largas charlas literarias,
a veces en compañía de la reina,
cuando ésta se retiraba allí para vivir como una simple religiosa.
Aún se conserva en el convento el llamado Tocador de la Reina,
el espacio que ésta reservó para sí al construir el cenobio,
un lugar separado pero dentro de la clausura,
Y en el hermoso y sencillo claustro gótico
pasaron Isabel y María muchas horas.
Quizás las horas más felices en la vida de la desdichada María.
***
En 1457, cuando Alfonso tiene sesenta y tantos años
y Lucrecia veintitantos,
la joven napolitana viaja a Roma.
Lleva un séquito propio de una reina, proporcionado por Alfonso.
Y viaja con un propósito secreto:
conseguir que el papa dé permiso al rey
para divorciarse de María y casarse con ella.
Es la ilusión de Alfonso,
y resulta evidente que a éste le queda poco tiempo de vida.
El papa la recibe como a una reina, pero no accede a la petición,
porque, dice a Lucrecia:
- Sería un acto injusto e ingrato hacia doña María,
y podría costarnos el infierno.
De todas formas, hasta el final de la vida de Alfonso,
Lucrecia vivirá a su lado como si fuera su esposa.
Alfonso no ha tenido hijos con Lucrecia,
pero con ellos viven los dos hijos bastardos de Alfonso:
Ferrante y Blanca María.
Ferrante es italiano,
aunque se dice que el niño en realidad no ha nacido en Italia,
sino que el rey lo llevó allí consigo desde Aragón;
unos dicen que es hijo de Margarita,
la dama de honor de la reina con la que Alfonso tuvo relaciones;
otros dicen que es hijo de Catalina,
la cuñada de Alfonso, que murió al dar a luz...
Es un hijo bastardo, pero Alfonso lo quiere mucho.
Sabe que Ferrante no puede heredar la Corona de Aragón,
pero el muchacho es un italiano, los napolitanos lo aceptarán.
Así que Alfonso decide separar Nápoles del resto de sus reinos
y dejárselo en herencia a Ferrante.
Es el único modo de que Ferrante sea rey.
Los últimos años de la vida de María
se vieron crecientemente amargados
por la existencia de esa familia ilegítima,
por la presencia constante, junto al rey, de esa joven
a la que, por orden de Alfonso, se le daba tratamiento de reina.
Si alguien quería algo del rey, debía de pedírselo a “Madama Lucrezia”.
En 1457, María, enferma, escribe a su marido desde Valencia:
- Hace mucho tiempo que no recibo carta vuestra,
y Dios sabe el mucho placer y consuelo que me produce el recibirlas
y saber que os encontráis bien.
Por ello, os suplico humildemente que me escribáis
o que al menos me enviéis a alguien que me dé noticias de vos.
En mayo de 1458 Alfonso coge frío y le sube la fiebre.
En Barcelona su esposa ordena hacer rogativas
para que el rey recobre la salud,
pero sólo acuden 20 fieles,
y los curas parece que más que rogar a Dios por la curación del rey
le están pidiendo su muerte.
Un mes después muere Alfonso V en Nápoles, a la edad de 62 años.
Se dice que justo antes de su muerte
un cometa grande y resplandeciente, de larga cola,
atravesó el cielo iluminándolo como si fuera de día.
Es enterrado en un convento dominico de la ciudad de Nápoles.
En el testamento del rey no hay la más mínima mención a María.
El reino de Aragón pasó a manos del infante Juan,
hermano de Alfonso.
Alfonso ha sido rey de Aragón durante 42 años,
pero ha pasado 24 de ellos en Italia.
Sin embargo, pese a todas las críticas,
Alfonso conserva al morir cierta aureola de héroe.
En Valencia recibió la reina la noticia de la muerte de su esposo.
Cayó de rodillas.
Una de sus damas le cubrió la cabeza con un velo negro.
La reina pidió que la dejaran sola.
María, ignorada y despreciada por su esposo
desde la boda hasta la muerte,
expiró el 4 de octubre de ese mismo año.
Jaume Roig certificó su fallecimiento.
En agosto había hecho testamento:
El heredero de todos sus bienes es su cuñado don Juan,
cuyas ambiciones e intrigas había tenido que sufrir María
toda su vida.
Pero no tiene otra familia.
Tal como ha dispuesto,
es enterrada en el monasterio de la Trinidad,
en el claustro donde había vivido sus horas más felices.
Bajo un sencillo arcosolio,
un sarcófago decorado con las armas reales
conserva los restos de la olvidada María,
la que, durante muchos años,
fue, desde el Palacio Real de Valencia,
solitaria reina de los territorios de Aragón,
mientras su marido disfrutaba en Nápoles.
Alfonso y María, que han pasado gran parte de su vida
lejos el uno del otro,
fallecen casi al mismo tiempo
pero seguirán separados en la muerte.
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ACTUALIZACIÓN:
Enero de 2014:
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