Llego a Almagro desde Membrilleja,
por un camino rural de 8 kilómetros, recién
asfaltado:
Oigo el sonido de mis pisadas sobre la grava
recién echada.
La llanura ofrece un paisaje pobre, sencillo,
solitario.
Me cruzo con una mujer joven que me sonríe y me
saluda:
Tienen un gran valor esas sonrisas de
desconocidos
con los que uno se encuentra por los caminos.
Me cruzo con un viejo en bicicleta que me saluda
con familiaridad:
Es la camaradería que crea el camino.
Desconocidos que se cruzan en medio de la
llanura,
se saludan, se reconocen, se alejan.
Pasa el tren, muy cerca del sendero.
Ese tren que atraviesa estos campos adustos
parece salido de la literatura de otra época...
***
A comienzos del siglo XIX, los calatravos,
cansados de la aspereza del sacro
convento-castillo,
aislado en lo alto de un cerro rocoso
sometido a las inclemencias del tiempo,
dejaron la fortaleza y se trasladaron a Almagro,
principal ciudad de la Orden.
Pero la comodidad sólo les duró unos pocos años.
En 1836 los frailes fueron exclaustrados
por las leyes desamortizadoras de Mendizábal.
Antes de abandonar los que durante siglos
habían sido sus territorios,
los frailes regresaron al sacro
convento-castillo,
donde aún se custodiaban sus archivos.
En un extraño acto,
quizás de orgullo, quizás de locura,
quizás de protección de sus secretos antiguos,
demolieron su propia fortaleza.
Sólo dejaron ruinas a ese nuevo enemigo
que no combatía con espadas sino con decretos.
Antes de que el enemigo profanara el cementerio
de sus mártires,
ellos mismos lo destruyeron.
Antes de que los sicarios de la desacralización
invadieran las capillas y el claustro de su
iglesia,
ellos mismos arrasaron el templo.
Se dijo que habían actuado
movidos por la ira y el despecho,
pero quizás, en aquella fortaleza construida con
piedra y sangre
en los tiempos en que se combatía con espada,
había algo que no podían llevarse
pero que no debía caer en manos extrañas.
Algo que debía ser protegido,
aunque fuese a costa de la destrucción.
Quien lo dude, quien crea que Calatrava
es sólo un montón de piedras maltrechas
visitado de cuando en cuando por los turistas,
puede subir a pie el escarpado cerro,
sentarse en las ruinas rojizas
y esperar...
***
Hoy todo en Almagro gira en torno al teatro.
Las antiguas Casas Maestrales, ubicadas junto a la Plaza Mayor,
los Palacios que fueron residencia de los
Maestres de la Orden,
son hoy Museo Nacional del Teatro,
y tan sólo en el patio se conserva algo
de la primitiva construcción.
Junto a él, en el siglo XVII,
se construyó el Colegio-Iglesia de San Bartolomé,
de los padres jesuitas.
Cuando éstos fueron expulsados, en 1777,
la iglesia fue convertida en parroquia
y el colegio fue ocupado por la Orden de
Calatrava.
Pero tampoco de esta presencia de los calatravos
queda rastro.
Había en Almagro muchos edificios con solera
en los que instalar el Museo,
los Palacios Maestrales podrían haberse
conservado
como lo que fueron,
podrían haberse aprovechado
para guardar en ellos la memoria de los
caballeros.
***
En la calle Ejido de Calatrava, a la entrada del
pueblo,
fuera de lo que fue recinto amurallado,
se halla el monasterio de la Asunción de las
Calatravas.
En la portada situada a los pies del templo,
ocho dragones enfrentados se alternan
con tondos presididos por la Cruz de Calatrava.
El sitio fue fundado en 1504
por el Comendador Mayor de la Orden Don Gutierre
de Padilla,
quien donó una gran cantidad de dinero
para la construcción de un hospital.
Pero en 1523 el Capítulo General de la Orden
decidió que la villa tenía suficiente atención
hospitalaria
y destinó el dinero del Comendador
a la fundación de un monasterio de monjas
calatravas.
En 1544, con el monasterio en obras,
llegaron las cuatro primeras monjas,
procedentes del convento cisterciense de San
Clemente en Toledo.
Las monjas calatravas lo habitaron hasta 1815,
año en que la comunidad fue repartida por
monasterios de la Orden
en Toledo, Madrid y Burgos.
Desde entonces hasta la exclaustración de 1836
lo ocuparon freires calatravos.
Después, durante medio siglo se utilizó
como almacén de trigo y de vino.
En 1903 fue ocupado por una comunidad de
dominicos.
Desde 1980 el claustro se utiliza como escenario
para las representaciones teatrales que tienen
lugar en julio,
y los servicios técnicos del Festival se ubican
en el segundo piso del claustro.
***
Cuando llego, el claustro está cerrado a las
visitas,
pero hay un hombre regándolo, y la puerta está
entreabierta.
Quizá es un dominico, aunque no lleva hábito.
Me asomo y el hombre me ve.
Primero no dice nada, pero unos momentos después
me dice:
- Me parece que quieres ver el claustro.
Le respondo que sí, y me invita a pasar.
Es una impresionante construcción renacentista.
En la decoración tallada en puertas y ventanas,
abundan las cabezas de hombres barbados y
lampiños,
guerreros y monjes,
animales y otras representaciones.
Como el hombre está esperándome para cerrar,
no me demoro tanto como me gustaría,
le doy las gracias y me marcho con la intención
de volver.
Y en efecto vuelvo, de buena mañana, para tener
tiempo de sobra.
Los claustros no se pueden visitar de prisa.
Hay que pasar en ellos mucho rato,
dejándote impregnar por su atmósfera,
tratando de captar pasos y murmullos inaudibles,
adivinando siluetas invisibles,
convirtiéndote, mientras estás allí,
en uno más de los religiosos de riguroso hábito
que en siglos pasados han paseado por sus
galerías.
Ahora es una mujer la que atiende la entrada.
Me indica las estancias que puedo visitar,
subraya el valor del artesonado.
Me lleva cogida del brazo; me dice:
- Pues hala, el claustro es tuyo.
Le tomo la palabra y me adentro dispuesta a pasar
la mañana
como si el claustro fuera mío.
Cuando me canso de pasear,
me siento en las escaleras que llevan al primer
piso
y desde allí contemplo el patio y sus fantasmas.
Durante la mañana sólo lo visita una pareja.
Cuando salgo, casi a la hora de comer, la mujer
me dice:
- ¡Uy, si me había olvidado de ti!
Me apunta que aún puedo entrar a ver la iglesia,
que acaba de terminar la misa.
Cuando entro, la iglesia ya se ha vaciado
y el dominico al que había visto regando el
claustro
me aguarda para cerrar.
En un edificio contiguo al claustro
está lo que fuera hospedería del monasterio,
reconvertida hoy en hostal que conserva el nombre
de Hospedería Convento de la Asunción.
Su exterior es atractivo,
pero el interior es más bien cochambroso.
Algún huésped deambula descalzo por la zona de
recepción,
como recién salido de la cama o la ducha.
La terraza no está muy limpia,
tiene macetas de plástico y sillas y mesas de
plástico,
está mal atendida por camareros
a los que se les olvidan las comandas.
Los aseos están sucios.
El hostal parece una especie de albergue
descuidado...
No me he equivocado al escoger otro alojamiento.
***
En invierno Almagro es una población un poco
triste,
a menudo envuelta en una espesa niebla.
Una niebla a través de la cual apenas se adivinan
las torres de las iglesias, las calles antiguas,
el campo aterido...
Una densa niebla que el sol no consigue atravesar.
Una nada blanca.
Pero en verano el pueblo se transfigura.
La tristeza se disuelve y deja paso a la
animación.
Es agradable cenar en la Plaza Mayor
en una noche de verano.
La plaza está llena hasta muy tarde.
Hay muchos niños jugando juegos anticuados:
el escondite, el tú-la-llevas, la goma.
Niños muy pequeños, alegres y rientes.
Dos niñas pequeñísimas, bonitas, vestidas como
muñecas,
se esconden acurrucadas tras un banco de piedra;
de vez en cuando se asoman;
acaban levantándose; caminan sigilosas,
encogidas, de puntillas,
como los personajes que quieren pasar
desapercibidos
en los dibujos animados.
El camarero es simpático;
va vestido de negro, es muy moreno, con un gran
bigote castaño.
Cuando le pido la cuenta se equivoca
y lo que hace es traerme otra copa.
Le digo que lo que que quería era la cuenta y me
responde:
- Tómate la copa de todas formas. No te la
cobro.
Así que sigo allí un rato más;
el pacharán brilla, muy frío, en el vaso,
y la noche es plácida.
y la noche es plácida.
***
Al día siguiente visito Bolaños.
Sólo 4 kilómetros separan a ambos pueblos;
4 kilómetros de paisaje degradado:
Unos pocos olivos, unos pocos viñedos, casas
nuevas.
En Bolaños hay una fortaleza urbana,
que perteneció a la reina doña Berenguela
y fue donada por ésta a la Orden de Calatrava,
que la convirtió en sede de la Encomienda de
Bolaños.
Cuenta la tradición que aquí nació Fernando III
el Santo.
***
Vuelvo a Almagro para tomar el tren.
La estación está cerrada.
Los domingos, todas las estaciones de estos pueblos
están cerradas.
Hay que esperar el tren en el más absoluto
desamparo,
en un andén desierto,
dudando de que por allí vaya a volver a pasar un
tren alguna vez...
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