Llego a Peñarroya caminando por la carretera que,
desde Argamasilla, lleva a Ruidera.
El castillo se encuentra a 12 kilómetros de
Argamasilla de Alba.
Unos kilómetros más allá, aguas arriba del
Guadiana,
se extienden las Lagunas de Ruidera.
Me cruzo con un motorista me saluda con la mano.
Es la confraternidad del camino, del viaje.
Todo está verde. Hay flores por todas partes.
Entre la hierba, innumerables flores diminutas,
blancas, amarillas, azules.
Muchísimas lagartijas.
Los campos están desiertos.
El trabajo de la siembra está hecho.
El de la siega aún no ha llegado.
Es tiempo de espera. Tiempo de eclosión.
El castillo aparece de pronto, al borde del
pantano.
Peñarroya es una de las fortalezas que aún se
conservan
en el territorio que los caballeros hospitalarios
poseyeron en La Mancha,
el denominado Campo de San Juan.
En su origen fue una alcazaba árabe
que controlaba el acantilado por el que discurría
el río Guadiana.
Fue tomado por los cristianos el 8 de septiembre
de 1198.
En 1215 fue adscrito a la Orden Militar de San
Juan.
En el siglo XIV era la encomienda más importante
de la Orden
desde el punto de vista económico.
El castillo protegía el aprovechamiento del
territorio:
arrendamiento de pastos y defensa de
repobladores,
y a la vez servía como almacén de bienes,
“caja fuerte” de la Orden.
La fortaleza se alza sobre una peña de piedra
rojiza
desde la que se domina un acantilado en un tramo
del río Guadiana.
Debido a esa situación sobre un cortado
(antes de construirse el embalse),
sólo estaba protegido por muralla por el flanco
que daba a tierra.
Actualmente se accede al castillo por carretera,
pero se conserva el antiguo camino medieval,
que desciende hasta los pies de la presa.
En el siglo XX se construyó junto a la
fortificación una presa
para recoger las aguas del Guadiana
salientes de las Lagunas de Ruidera.
Se inauguró en 1959.
Con ella se abastece a las poblaciones cercanas
de Argamasilla de Alba y Tomelloso.
Se edificó en el antiguo Estrecho de Peñarroya,
un paso donde las aguas salientes de las lagunas
se convertían en ciénagas y acumulaciones pantanosas.
Aprovechando los grandes cortados del
desfiladero,
se levantó una muralla de hormigón para retener
las aguas.
El represamiento del Alto Guadiana
provocó el cese del discurrir libre del río
aguas abajo de Argamasilla de Alba,
donde se infiltraba para alimentar el acuífero
que alimentaba los Ojos del Guadiana y las Tablas
de Daimiel.
Hoy, el Guadiana muere (para resucitar más
adelante)
en la misma presa de Peñarroya.
Aunque en épocas de abundantes lluvias recupera
su antiguo cauce
e inunda la llanura manchega,
como en los viejos tiempos
cuando los habitantes de Argamasilla y Tomelloso
se enfrentaban entre sí,
desviando el cauce natural del río hacia el pueblo
vecino,
porque las avenidas de agua eran constantes y
dañinas.
El Guadiana muere aquí, en este lago azul.
Al otro lado del muro de la presa hay un cauce
seco.
Pero es un río que muere y resucita.
El río que no es río sino escudero
hechizado por el mago Merlín en Ossa de Montiel,
se desvanece en la luz de este lago.
Pero kilómetros más allá, hacia la puesta de sol,
reaparecerá, para, poco a poco,
convertirse nuevamente en río.
En río que espera que alguien deshaga el embrujo
y le permita volver a ser escudero.
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