miércoles, 19 de marzo de 2014

VALSAÍN. "Convento" de Casarás



Hay un claro en el Pinar
en dirección a Fuenfría
donde aconsejan pasar
antes de que acabe el día.

Una leyenda circula
de un fantasma del lugar
encarnada en la figura
de Hugo de Marignac.

Un caballero templario
que viene del más allá
y tiene como santuario
el Convento Casarás.

Cuyas ruinas pueden verse
en tan siniestro solar,
no invitan a detenerse
ni siquiera a descansar.

Aunque a decir de los sabios
eruditos en el caso,
no cometamos agravios,
que antaño fue Casa Eraso.

Lugar para pernoctar
y reponer energías
antes de continuar
por esta mítica vía.

Buscadores de fortuna
y tesoros escondidos
afirman sin duda alguna
que don Hugo sigue vivo.

Y que hay túneles secretos
que atraviesan el Pinar
desde este punto en concreto
hasta el Palacio Real.

Si los tesoros hallaron,
se lo supieron callar,
mas sí dicen se toparon
con Hugo de Marignac.

¿Es convento de templarios?,
¿Casa de Postas, quizás?,
son significados varios
que se intentan explicar.

Aunque lo más acertado
es este sitio evitar,
siguiendo por otro lado,
por lo que pueda pasar.

Las historias que se cuentan
del Convento Casarás,
¿serán cosas que se inventan?
o, ¿en realidad son verdad?

Francisco Martín Trilla.


***


La Cueva del Monje se halla
frente a la sierra de la Mujer Muerta,
a la espalda de la sierra de la Pedriza,
no lejos del monasterio de El Paular.


En la hoy llamada Cueva del Monje
cuenta la leyenda que vivía un viejo ermitaño.

Se contaba que era un brujo, un maestro
en hechicería, conjuros, magia negra, ciencias secretas.

Pocos se aventuraban a acercarse a la gruta,
si no era para requerir los servicios del nigromante,
al que creían en tratos con Lucifer.


***


Se dice que, cerca de la cueva,
había un convento templario.


El supuesto convento, en realidad,
fue una posada real, un albergue junto al camino,
una casa para descanso y fonda de los reyes
en lo alto del puerto de la Fuenfría.


En el siglo XVI, el enclave era lugar de paso
entre la corte de Madrid y el palacio del bosque de Valsaín
(hoy desaparecido).

Un frío paso de montaña en la sierra de Guadarrama,
entre ambas mesetas,
en el lugar donde se juntan las dos Castillas,
en la divisoria de aguas de Duero y Tajo.

Era el puerto más antiguamente cruzado
de toda la sierra de Guadarrama
que comparten Madrid y Segovia.

Lo había sido desde tiempos de los romanos,
y aún existen restos de una antigua calzada,
cuyo trazado fue el mismo que seguirá
la carretera que se construya en el siglo XX.


Valsaín era un cazadero muy apreciado por Felipe II.

Pero, para llegar allí,
la familia real tenía que atravesar el puerto
y alojarse en él en condiciones precarias,
en la venta pública
o en las humildes casas de los serranos.

Allí parece que llegó a haber una pequeña aldea.
En la planicie donde estaba el caserío
se pueden ver aún algunos basamentos.

Cruzar la sierra entonces era duro;
la travesía era penosa y escasos los lugares de descanso
para personas y animales de tiro o carga.


En el siglo XIV, el Arcipreste de Hita
relataba en el Libro de Buen Amor
que se extravió por la Fuenfría:
«Cuydé yr por el Puerto que diçen la Fuenfría,
herré todo el camino como quien non sabía».

En el siglo XV el talaverano Francisco de Peñalosa
avisaba en un villancico:
«Por las sierras de Madrid tengo d’ir,
que mal miedo he de morir.
Soy chequita e agraciada
en Segovia he mi morada,
mas por verme desposada tengo d’ir,
que mal miedo he de morir».

Y aún en el siglo XVII, Francisco de Quevedo,
en La vida del Buscón llamado Don Pablos,
en el capítulo III, “De lo que hice en Madrid
y lo que me sucedió hasta llegar a Cercedilla, donde dormí”,
narraba el viaje del pícaro a través de la sierra
acompañado por un soldado
que se queja de la dureza del camino diciendo:
«Oh, cómo volaría yo con pólvora gran parte de este puerto,
y hiciera buena obra a los caminantes».


En 1565, Felipe II, aconsejado por Francisco de Eraso,
decidió construir un refugio para aliviar el viaje.
Escogió para su emplazamiento un claro del bosque,
un llano próximo a la Fuente de la Reina,
a unos doscientos metros de la calzada romana,
a un kilómetro de la venta de la Fuenfría,
entre las de Santa Catalina y Santillana;
a unos dos kilómetros del puerto de la Fuenfría.


En Real Cédula, otorgada en El Escorial en 1565, se puede leer:
que se den las carretas y carros necesarios
para la casa de la Fuenfría
que Su Majestad ha ordenado construir
por Hernán García, maestro de obras,
para llevar madera, piedra y ladrillos.

El diseño se encargó a Gaspar de la Vega.
Se acabó en 1571.

Después se añadieron detalles de construcción herrerianos,
pues Juan de Herrera en 1582
incorporó los inclinados tejados de pizarra.


La casa quedó bajo la superintendencia
del secretario del rey don Francisco de Eraso,
quien llevó la administración de la venta hasta su muerte.
Por ello, el sitio será conocido como Casa Eraso,
que derivó en Casarás.


Un solitario edificio en un lugar apartado.

Durante dos siglos sirvió a los reyes como casa de postas,
residencia de paso.


El personaje cervantino Pedro Rincón, de Rinconete y Cortadillo,
se presentaba así:
«Yo, señor hidalgo, soy natural de la Fuenfrida,
lugar conocido y famoso por los ilustres pasajeros
que por él de continuo pasan».


En 1592 visitó el palacete
el gentilhombre flamenco Jean L’Hermite,
ayudante de cámara de Felipe II.
En sus Memorias da cuenta de su estancia allí,
acompañando a su señor, camino de Tarazona:
«Es una casa solitaria que Su Majestad tiene a medio camino,
en lo más alto de la montaña,
llamándose comúnmente del Puerto de la Fuenfría».


En 1656 vuelve a mencionar la casa otro flamenco,
Julio Chifflet, capellán de Felipe IV,
que acompañaba al rey a Valsaín:
«Comió el rey en la Casa llamada de Eraso,
aquel buen secretario que el emperador Carlos V
dio al rey Felipe II su hijo.
Este nombre le ha quedado a causa de que él mismo
fue el que propuso después a este rey edificar esta casa en este lugar
y además tuvo cuidado de ella;
se levanta en una planicie pintoresca,
un poco más allá de la cumbre de la montaña
que se llama el puerto de Guadarrama
y en donde una cruz separa a Castilla la Nueva de Castilla la Vieja».


En 1639 pintó el enclave
el artista aragonés Jusepe Leonardo de Chabacier,
gracias al cual podemos conocer como fue:
En el cuadro se puede apreciar a la izquierda la ermita,
junto a la calzada romana;
detrás de la ermita, la fuente de la Fuenfría
y un poco más allá la venta del mismo nombre;
a los lados de la casa real,
la cuadra y un pilón para los animales;
la mansión tenía dos pisos,
la placa entre dos ventanas frente al espectador
era un reloj de sol;
la extensión a la derecha son los terrenos de La Granja
y el montículo de pinos en el centro es llamado la Camorca.


Esta Casa asimismo sirvió, durante más de dos siglos,
para guardar y conservar nieve
para servir en verano al palacio de Valsaín,
y por ello también se llamó “Casa de la Nieve”.

El palacio del bosque de Valsaín
fue frecuentado por todos los Austrias.
Felipe V en 1721 ordenó la construcción del palacio de La Granja
y ello supuso el abandono del de Valsaín,
pero el acceso desde Cercedilla a La Granja
siguió siendo la Fuenfría.

En 1729 el viajero Esteban de Silhouette
cuenta que el camino ha sido arreglado
desde que el rey ha tomado gusto a este sitio.
Se refiere a Felipe V y al palacio de La Granja.


En 1788, Carlos III encargó a Juan de Villanueva
el trazado de una ruta más cómoda por el puerto de Navacerrada.
El camino fue terminado bajo el reinado de Carlos IV.

La construcción del paso de Navacerrada, de Villalba a La Granja,
fue el fin del tránsito real por el puerto de Guadarrama.

Relatos posteriores ponen de manifiesto el mal estado
en que fue quedando el camino de la Fuenfría,
en el que los precipicios quedaban a dos dedos de las ruedas.

(El fallido proyecto de la vía
conocida como carretera de la República,
impulsado durante la Segunda República,
revitalizó durante un tiempo el antiguo paso de la Fuenfría).

Tras la apertura del puerto de Navacerrada,
la casa de la Fuenfría quedó abandonada,
fue saqueada y pronto se convirtió en desolada ruina
que va desmoronándose.


***


En 1847, Pascual Madoz visitó el lugar, ya medio desplomado,
y, en su Diccionario Geográfico,
haciéndose eco de indicaciones de los lugareños,
afirmó que el edificio se había levantado
sobre los restos de un vetusto cenobio de templarios.
Esto pudo ser el inicio del equívoco.

Casarás era entonces una ruina de aspecto romántico
en un bello paraje.


En 1931, Jesús de Aragón, un escritor segoviano nacido en Valsaín,
ubicó aquí la historia
contada en su novela La sombra blanca de Casarás
(reeditada en 1995).


Así describía Jesús de Aragón el lugar en su narración:
«Casarás fue un monasterio de templarios
que más tenía de fortaleza que de casa de oración.
Lo dicen todavía sus altas torres almenadas,
los anchos fosos que rodean sus murallas
y el ábside monumental de su gran capilla
que todavía se levanta por su parte sur
desafiando todos los embates de los elementos,
que más que en parte alguna
se desencadenan con fuerza arrolladora
en lo alto de la montaña donde está situado».


Y de ese modo la Casa Eraso quedó envuelta en el misterio.

En cuestión de décadas,
la historia literaria imaginada por Jesús de Aragón
se ha transformado en leyenda,
sombría leyenda de fantasmas y tesoros escondidos,
debido a la fascinación que ejercen los templarios
y a que el relato se ha contado en muchas publicaciones
sin mencionar su procedencia.


Aunque siempre cabe pensar que en ese mismo lugar,
entre el valle del río Valsaín y el macizo de Peñalara,
pudiese haber un antiguo edificio
sobre el que el Rey Prudente decidiera levantar
su pabellón de descanso.


Hay quien, creyendo la historia de Aragón, ha investigado
en busca de datos sobre los personajes.
Incluso hay quien ha buscado el tesoro.


***


La novela convertida en leyenda cuenta, más o menos,
que, ante el desastre que amenazaba al Temple,
el senescal Hugo de Marignac, uno de los altos cargos de la Orden,
fue encargado de llevar el oro de ésta
al convento templario de Casarás.

Así pues, el caballero partió de Francia con el tesoro
con la misión secreta de ponerlo a salvo.

Al llegar a los montes de Valsaín, ocultó su carga en Siete Picos.

La corte castellana se hallaba en esos días alojada
en el palacio de Valsaín.

Allí se presentó Marignac, y allí se enamoró de la Condesa Blanca,
dama de la reina de Castilla.

Sin embargo, la joven, enamorada de don Roger de Alenza,
no hizo caso a las pretensiones del senescal.

Entonces el templario decidió recurrir a las malas artes
para conseguir los favores de Blanca,
y acudió al ermitaño de la Cueva del Monje
para solicitar alguno de sus encantamientos.

El monje le pidió a cambio el tesoro escondido.

El ermitaño celebró su ritual,
hizo aparecer por ensalmo la imagen de la Condesa
y ordenó al caballero
que clavara su espada en el corazón de la imagen.
Terminada la ceremonia, el monje exigió su pago
pero el senescal, ya seguro de su éxito,
se negó a dárselo.
El brujo entonces gritó:
“No has conseguido el amor de la Condesa,
sino que tú mismo la has matado”.
Y señaló el cuerpo sin vida de la dama,
a la que el mismo templario había atravesado el pecho.

Hugo mató al monje y salió galopando hacia el convento,
pero nunca llegó.
Dicen que se despeñó en la Ventana del Diablo,
en los Siete Picos.
No se encontraron sus restos.
Su alma sigue cabalgando por los bosques de Valsaín,
convertida en guardián eterno del tesoro
frente a cualquiera que se adentre en el bosque en su busca,
temeroso de que el nigromante descubra el escondrijo
y vaya a cobrarse lo prometido.


En días de tormenta, los leñadores de la zona
ven al fantasma,
la sombra del cuerpo destrozado de Hugo,
sobre un caballo blanco,
recorriendo los bosques, raudo y sin rumbo.

Hoy el espectro del templario es el único habitante de Casarás.


***


Hay, sin embargo, otra historia
(independiente de la novela de Jesús de Aragón)
sobre el ermitaño habitante de la Cueva del Monje.


Historia según la cual no sería un personaje maléfico
sino todo lo contrario,
un hombre santo tentado por Satanás:
El diablo se presentó en la cueva
en busca del alma del monje
pero éste rezó y la Virgen María acudió en su ayuda
e hizo huir al demonio,
que en su precipitación perdió sus dientes,
que quedaron esparcidos por la sierra,
convertidos en piedras.


Hoy, una rústica escalera
permite subir a la parte alta de la cueva.


Allí una cruz y un permanentemente renovado ramo de flores
recuerdan al santo.

2 comentarios:

  1. Hoy mi clase de historia... recibida. Me ha gustado.
    Gracias.

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    Respuestas
    1. Me alegro de que te haya gustado. El lugar es precioso. Y su historia / leyenda, también.

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