viernes, 22 de julio de 2011

VILCHES



Al atardecer

el cerro se convierte en un ámbito fantasmagórico,

las calles de cuevas son un laberinto

por alguno de cuyos múltiples accesos

quizás se pudiera

llegar al averno.


En el paisaje,

la plana extensión de agua de los embalses,

la enloquecida sucesión de hileras de árboles,

la dulce línea de colinas,

todo se confunde en un solo mar azulado,

brumoso,

irreal.

El cerro es una isla

elevándose sobre ese mar difuminado,

una isla en la que habitan

extraños seres de ultratumba

que van y vienen de este mundo al otro

por túneles que comunican con lo desconocido.



Al atardecer

tiene lugar aquí un extraño sortilegio diario,

el pueblo desaparece engullido

por el mar mágico

y el cerro se eleva sobre las aguas mansas

fantástico, sobrenatural.


Recorrer estas calles de cuevas

estremece.

Me asomo a alguna de ellas.

En el interior, la oscuridad es absoluta;

pero no están deshabitadas.

Oigo vagos murmullos,

pasos sigilosos, voces que susurran,

un leve tintineo, un crujido sutil...



Son ellos.

El interior de estos pozos no está deshabitado.

Ahí dentro hay seres que no quieren darse a conocer,

seres que están esperando a que me vaya

para salir a respirar el aire de la noche,

para salir a pasear por el cerro-isla

y a contemplar el mar.


Quizás aguardan la llegada de algún barco,

algún navío místico

en el que viajar, por la noche,

lejos de estas cuevas

en las que se ocultan durante el día.


Oigo sus murmullos

y me siento observada.

Camino por estas calles lóbregas

a la luz de unas pocas farolas

y me siento seguida.

Me vuelvo y no veo a nadie.

Son seres huidizos,

quizás son seres transparentes,

quizás están rodeándome y no los veo,

pero siento su cercanía,

sus ojos, sus respiraciones.

Me vigilan.

Si intentara, a través de uno de esos canales-cueva,

penetrar en su mundo ultraterreno,

me lo impedirían,

soy la especie invasora,

me dejan caminar entre ellos

porque he venido con el corazón desarmado

pero su espacio me está prohibido,

nos está prohibido.

Por la noche, caminar entre estas cuevas

es bordear el averno,

es moverse entre seres abisales

que protegen la entrada

al centro de la tierra.


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