Por la noche
desaparecen los vivos
y surgen las sombras.
Desaparecen las mujeres que entran y salen de la catedral,
los hombres que dormitan
sentados en los bancos bajo el cobijo
de las grandes copas de los árboles,
desaparecen las carreras de los niños,
las risas de las adolescentes,
las charlas, los paseos,
y la plaza se llena de sombras.
Y entonces hay algo sobrecogedor
en el ambiente.
Se escuchan pisadas
y uno cree ver siluetas negras
escabulléndose.
Intentas seguirlas y se esfuman
pero reaparecen en los espacios sin luz
que dejan las farolas.
Por la noche
se abren las piedras
y surgen estas presencias sin rostro
convocadas a una reunión secreta.
Pertenecen a una misteriosa hermandad
guardadora de claves ocultas
y no es fácil que te permitan
aistir a su cónclave.
Pero a mí me han dejado.
Me han permitido verlos porque he acudido
con el espíritu desprotegido,
he acudido con el corazón abierto
y la mirada dispuesta a ver prodigios.
Sé que, cuando mañana vuelva a salir el sol
y la plaza recobre su aspecto cotidiano,
no podré contar nada
de lo que aquí haya presenciado.
Sé que, aunque lo contara,
nadie me creería,
se reirían de mí,
me mirarían con conmiseración
o con reproche.
Pero no importa.
Esta noche estoy aquí con ellos.
La búsqueda, la lucha
obtienen aquí su recompensa.
He tenido que despojarme de todo,
he tenido que alejarme de todos.
He tenido que arriesgarme a perder
a cambio de nada.
Pero ahora estoy aquí
y todo cobra sentido.
Aunque no se lo pueda explicar a nadie.
Pero aquí estoy.
Y ellos acuden
y me dejan quedarme.
Me dejan verlos.
En esta plaza,
cuando se acaba el tráfico diurno,
se reúnen unas sombras antiguas
a hablar de cosas secretas.
Yo no entiendo del todo lo que dicen
pero el sonido apagado de sus voces
es suficiente para transmitirme
algo de su conocimiento.
No puedo hablar de ello
pero he estado en esta plaza por la noche
y he participado
en la reunión secreta
de las sombras.
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