La torre de La Higuera se encuentra
a 2 kilómetros de Torre de Juan Abad,
pero en el término municipal de Villamanrique,
junto al camino que lleva al castillo de Montizón
desde la carretera que une Torre de Juan Abad
con Castellar de Santiago,
en la margen izquierda.
Es un torreón aislado, situado sobre un cerro
que se eleva sobre el arroyo de La Cañada
y que permite la comunicación visual
con todas las fortalezas de la zona.
Su amplio dominio visual es el más extenso
de los que se divisan desde las atalayas del entorno,
por lo que fue punto de enlace entre Eznavejor y
Montizón.
Su función era de torre vigía.
En su alrededor existen restos de muro de argamasa,
idénticos a los de las Torres de Xoray o Eznavejor.
Se encuentra en estado de ruina progresiva.
No es propiedad de nadie.
En las Relaciones Topográficas se explicaba:
«Junto a la Torre La Higuera, que está a media
legua de Juan Abad,
hay dos fuentes a diez pasos la una de la otra,
y una tiene unas sanguijuelas pintadas,
y en ella hay sanguijuelas que tienen la virtud
de que cualquier persona que sufra apostemas
en cualquier parte del cuerpo,
yendo a esta fuente a echarse las sanguijuelas
o llevándolas a donde se encuentre la persona
que se las quiere poner,
cuidando de no sacarlas de su propia agua,
se las pone en la parte donde está la apostema o
enfermedad
y chupan hasta hartarse, y cuando ya están hartas
ellas mismas se sueltan sin herir en nada a la
persona
sino que la sanan de su enfermedad,
y vienen gentes de fuera de más de cincuenta
leguas de distancia
para ponerse las sanguijuelas;
los médicos dicen que solamente hay de estas
sanguijuelas
en dos fuentes de Europa y África».
***
«Hay otro castillo, que se llama de Joray,
que está derribado como la torre.
Y otro castillo en la dehesa de esta villa
y otro en la Cabeza de Buey
y otras dos atalayas en la sierra del Cabrón.
Todos están desechos».
***
Torres de Joray, Eznavejor, Feznavessore,
Avenxore, Hisna Xarif, Hisn abu Xoray...
son los diversos nombres con que se conoce
a las ruinas que presiden un angosto corredor
conocido como Estrecho del Dañador o de Las Torres.
La fortaleza dominaba el paso de La Mancha a
Andalucía,
que hoy es la carretera de Torre de Juan Abad a
Villamanrique.
Ocupaba casi totalmente la cima del pequeño monte.
En ella estuvo preso Hixem III, el último califa
de Córdoba,
cuando fue derrocado en 1031.
En 1213, Alfonso VIII reconquista las Torres de
Joray
y en 1214 las dona a los caballeros de Santiago.
Durante la primera mitad del siglo XIII esta fortaleza
debió ser
una de las más importantes de la zona,
ya que, cuando en 1239 tuvo lugar una partición de
tierras
entre las Órdenes de Calatrava y Santiago, en el Sur
de Ciudad Real,
se hizo tomando como base los castillos de
Salvatierra y Eznavexore.
Pero junto al castillo se establecieron las actuales
poblaciones
de Villamanrique y Torre de Juan Abad.
Y en 1243 la fortaleza ya está despoblada y abandonada.
Es un lugar cargado de historia y de leyendas.
Como la de la Encantada:
Cautiva cristiana que todas las noches de San Juan
baja hasta el río
para peinarse sus hermosos cabellos
esperando que un caballero cristiano
la rescate del rey moro de Joray.
Le gustaba a Quevedo la melancólica soledad de estas
ruinas
que visitaba a menudo
y sobre las cuales escribió:
***
“Son las Torres de Joray
(Funeral a los huesos de una fortaleza
que gritan mudos desengaños)”:
Son las torres de
Joray
calavera de unos muros
en el esqueleto
informe
de un ya castillo
difunto.
Hoy las esconden
guijarros,
y ayer coronaron nublos.
Si dieron temor
armadas,
precipitadas dan
susto.
Sobre ellas, opaco, un
monte
pálido amanece y
turbio
al día, porque las
sombras
vistan su tumba de
luto.
Las dentelladas del
año,
grande comedor de
mundos,
almorzaron sus almenas
y cenaron sus trabucos.
Donde admiró su
homenaje
hoy amenaza su bulto:
fue fábrica y es
cadáver;
tuvo alcaides, tiene
búhos.
Certificóme un
cimiento,
que está enfadando
unos surcos,
que al que hoy
desprecia un arado,
era del fuerte un
reducto.
Sobre un alcázar en
pena,
un balüarte desnudo
mortaja pide a las
yerbas,
al cerro pide
sepulcro.
Como herederos
monteses,
pájaros le hacen
nocturnos
las exequias, y los
grajos
le endechan los
contrapuntos.
Quedaron por albaceas
un chaparro y un
saúco,
fantasmas que a
primavera
espantan flores y
fruto.
Guadalén, que los
juanetes
del pie del escollo
duro
sabe los puntos que
calzan,
dobla por el
importuno.
Este cementerio verde,
este monumento bruto,
me señalaron por
cárcel:
yo le tomé por
estudio.
Aquí, en cátreda de
muertos,
atento le oí discursos
del bachiller
Desengaño
contra sofísticos
gustos.
Tú, que te das a
entender
la eternidad que
imaginas,
aprende de estas
rüinas,
si no a vivir, a caer.
El mandar y enriquecer
dos encantadores son
que te turban la
razón,
sagrado de que presumo.
Este mundo
engañabobos,
engaitador de
sentidos,
en muy corderos
balidos
anda disfrazando
lobos.
Sus patrimonios son
robos,
su caudal insultos
fieros;
y en trampas de
lisonjeros
cae después su imperio
sumo.
Las glorias de este
mundo
llaman con luz para
pagar con humo.
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