sábado, 15 de septiembre de 2012

TORRE DE LA HIGUERA




La torre de La Higuera se encuentra
a 2 kilómetros de Torre de Juan Abad,
pero en el término municipal de Villamanrique,
junto al camino que lleva al castillo de Montizón
desde la carretera que une Torre de Juan Abad
con Castellar de Santiago,
en la margen izquierda.


Es un torreón aislado, situado sobre un cerro
que se eleva sobre el arroyo de La Cañada
y que permite la comunicación visual
con todas las fortalezas de la zona.


Su amplio dominio visual es el más extenso
de los que se divisan desde las atalayas del entorno,
por lo que fue punto de enlace entre Eznavejor y Montizón.


Su función era de torre vigía.


En su alrededor existen restos de muro de argamasa,
idénticos a los de las Torres de Xoray o Eznavejor.


Se encuentra en estado de ruina progresiva.


No es propiedad de nadie.


En las Relaciones Topográficas se explicaba:
«Junto a la Torre La Higuera, que está a media legua de Juan Abad,
hay dos fuentes a diez pasos la una de la otra,
y una tiene unas sanguijuelas pintadas,
y en ella hay sanguijuelas que tienen la virtud
de que cualquier persona que sufra apostemas
en cualquier parte del cuerpo,
yendo a esta fuente a echarse las sanguijuelas
o llevándolas a donde se encuentre la persona
que se las quiere poner,
cuidando de no sacarlas de su propia agua,
se las pone en la parte donde está la apostema o enfermedad
y chupan hasta hartarse, y cuando ya están hartas
ellas mismas se sueltan sin herir en nada a la persona
sino que la sanan de su enfermedad,
y vienen gentes de fuera de más de cincuenta leguas de distancia
para ponerse las sanguijuelas;
los médicos dicen que solamente hay de estas sanguijuelas
en dos fuentes de Europa y África».






***






«Hay otro castillo, que se llama de Joray,
que está derribado como la torre.
Y otro castillo en la dehesa de esta villa
y otro en la Cabeza de Buey
y otras dos atalayas en la sierra del Cabrón.


Todos están desechos».




***




Torres de Joray, Eznavejor, Feznavessore,
Avenxore, Hisna Xarif, Hisn abu Xoray...
son los diversos nombres con que se conoce
a las ruinas que presiden un angosto corredor
conocido como Estrecho del Dañador o de Las Torres.


La fortaleza dominaba el paso de La Mancha a Andalucía,
que hoy es la carretera de Torre de Juan Abad a Villamanrique.
Ocupaba casi totalmente la cima del pequeño monte.
En ella estuvo preso Hixem III, el último califa de Córdoba,
cuando fue derrocado en 1031.


En 1213, Alfonso VIII reconquista las Torres de Joray
y en 1214 las dona a los caballeros de Santiago.


Durante la primera mitad del siglo XIII esta fortaleza debió ser
una de las más importantes de la zona,
ya que, cuando en 1239 tuvo lugar una partición de tierras
entre las Órdenes de Calatrava y Santiago, en el Sur de Ciudad Real,
se hizo tomando como base los castillos de Salvatierra y Eznavexore.


Pero junto al castillo se establecieron las actuales poblaciones
de Villamanrique y Torre de Juan Abad.
Y en 1243 la fortaleza ya está despoblada y abandonada.


Es un lugar cargado de historia y de leyendas.


Como la de la Encantada:
Cautiva cristiana que todas las noches de San Juan baja hasta el río
para peinarse sus hermosos cabellos
esperando que un caballero cristiano
la rescate del rey moro de Joray.


Le gustaba a Quevedo la melancólica soledad de estas ruinas
que visitaba a menudo
y sobre las cuales escribió:






***






“Son las Torres de Joray
(Funeral a los huesos de una fortaleza
que gritan mudos desengaños)”:


Son las torres de Joray
calavera de unos muros
en el esqueleto informe
de un ya castillo difunto.

Hoy las esconden guijarros,
y ayer coronaron nublos.
Si dieron temor armadas,
precipitadas dan susto.


Sobre ellas, opaco, un monte
pálido amanece y turbio
al día, porque las sombras
vistan su tumba de luto.

Las dentelladas del año,
grande comedor de mundos,
almorzaron sus almenas
y cenaron sus trabucos.


Donde admiró su homenaje
hoy amenaza su bulto:
fue fábrica y es cadáver;
tuvo alcaides, tiene búhos.

Certificóme un cimiento,
que está enfadando unos surcos,
que al que hoy desprecia un arado,
era del fuerte un reducto.


Sobre un alcázar en pena,
un balüarte desnudo
mortaja pide a las yerbas,
al cerro pide sepulcro.

Como herederos monteses,
pájaros le hacen nocturnos
las exequias, y los grajos
le endechan los contrapuntos.


Quedaron por albaceas
un chaparro y un saúco,
fantasmas que a primavera
espantan flores y fruto.

Guadalén, que los juanetes
del pie del escollo duro
sabe los puntos que calzan,
dobla por el importuno.


Este cementerio verde,
este monumento bruto,
me señalaron por cárcel:
yo le tomé por estudio.

Aquí, en cátreda de muertos,
atento le oí discursos
del bachiller Desengaño
contra sofísticos gustos.


Tú, que te das a entender
la eternidad que imaginas,
aprende de estas rüinas,
si no a vivir, a caer.

El mandar y enriquecer
dos encantadores son
que te turban la razón,
sagrado de que presumo.


Este mundo engañabobos,
engaitador de sentidos,
en muy corderos balidos
anda disfrazando lobos.

Sus patrimonios son robos,
su caudal insultos fieros;
y en trampas de lisonjeros
cae después su imperio sumo.


Las glorias de este mundo
llaman con luz para pagar con humo.

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