Éstas son las tierras que Garcilaso recorrió de
niño.
Los montes donde creció,
los montes por los que cabalgó por primera vez.
Lo que durante un tiempo fue su morada
hoy es triste ruina sin encanto al borde de la
carretera.
Unas pobres paredes rodeadas por pobres cultivos
a las afueras de la población.
La piedra de uno de sus muros
fue utilizada para hacer el camino.
Entre los restos no quedan ni espectros.
Expulsados por el ruido de los motores,
Garcilaso y los suyos han abandonado
el viejo solar paterno.
Seguramente andan por los montes,
condenados a errar para siempre.
Han abandono el lugar profanado
y vagan por las montañas.
Se han ido hacia el Oeste,
hacia los montes que cierran el horizonte.
Han dejado el llano, han tomado el sendero
ascendente,
se han internado en el bosque.
Por allí andarán,
por los cerros tras los que se pone el sol.
Por aquellos bosques por los que Garcilaso, de niño,
jugaba, solitario, con los animales,
entre árboles y moles de granito.
Por allí anduvo el niño Garcilaso,
aprendiendo a cazar ciervos y jabalíes.
Se entretenía contemplando el vuelo de las águilas,
recortándose contra el cielo radiante.
Vadeaba arroyos,
escuchaba el croar de las ranas
que se zambullían en el agua a su paso.
Allí, a lo lejos, anda el mismo pastor
con el que él se cruzaba,
vigilando a las mismas ovejas,
acompañado por el mismo perro.
Ahí está el águila,
trazando círculos sobre la peña.
Garcilaso ha de estar por aquí.
Por aquí, donde el silencio penetra
hasta lo más profundo del corazón.
Camino, como lo hizo Garcilaso,
entre árboles y rocas.
Me siento, como él, en el punto más alto,
a contemplar el cielo y el horizonte.
Y, de pronto, sé que está a mi lado.
Sé que hay alguien conmigo.
No me vuelvo a mirarlo,
pero sé que se ha sentado junto a mí.
Torre de los Moros (Ventas con Peña Aguilera) |
Y así, sentados los dos sobre la misma roca,
callados,
contemplamos los dos el vuelo del águila,
mientras el sol empieza a declinar.
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