domingo, 27 de octubre de 2013

TOLEDO. Catedral (IV). Pedro González de Mendoza, Cardenal de España



Los Mendoza eran en el siglo XV
una de las familias más poderosas de Castilla,
en una época convulsa
marcada por los enfrentamientos entre los nobles
y por la debilidad de unos reyes
manejados por sus privados.

Los Mendoza eran un linaje muy cohesionado
que había ido acumulando poder durante siglos
y que, en tiempos del Gran Cardenal,
constituían una de las primeras familias nobiliarias de Castilla.

En su época, el escudo nobiliario de los Mendoza,
con las bandas verdes y la divisa “Ave María”,
era respetado en toda la península.


***

***

Pedro González de Mendoza nació en Guadalajara en 1428.

Su padre, el Marqués de Santillana, fue,
además de uno de los grandes literatos castellanos del Medievo,
una de los nobles más influyentes en la política de su época.

Su madre, Catalina Suárez de Figueroa,
era hija de Lorenzo Suárez, Maestre de la Orden de Santiago.

Como quinto hijo del matrimonio,
Pedro fue destinado a la carrera eclesiástica.
(Sus cuatro hermanos mayores se convirtieron,
en orden de nacimiento,
en el primer duque del Infantado: Diego;
primer conde de Tendilla: Íñigo López;
conde de Coruña: Lorenzo Suárez;
y, por matrimonio con Inés Carrillo, señor de Mondejar: Pero Lasso).


Con 12 años Pedro fue designado arcipreste de Hita.
En 1442 fue enviado a Toledo para que se educase junto a su tío,
el arzobispo Gutierre Álvarez de Toledo.

En 1452 ingresó como capellán en la corte de Juan II,
con lo que inició su carrera política.
En poco tiempo, se ganó el favor del rey
y entabló provechosas amistades.

En 1454 falleció Juan II,
lo que dejó momentáneamente a Pedro González sin protector.
Pero, un mes antes de su muerte,
el rey había solicitado la concesión del obispado de Calahorra
para Pedro González de Mendoza,
que así, a los 26 años, se convertía en obispo.

Fue nombrado obispo de Calahorra en 1454, de Sigüenza en 1467,
arzobispo de Sevilla en 1474, obispo de Osma en 1478.


Pero Pedro González de Mendoza siempre se mostró
más interesado por la vida cortesana y la actividad política
que por los asuntos de la Iglesia.
Por ello, al año siguiente de ser nombrado obispo,
abandonó su sede y regresó a la corte.
Desde ese momento,
paralelamente a su fulgurante ascenso eclesiástico,
don Pedro devino una de las principales figuras de la corte.


A la muerte de Juan II, subió al trono Enrique IV.

En 1458 murió el padre de don Pedro, el Marqués de Santillana.

El primogénito del Marqués era Diego Hurtado de Mendoza,
el iniciador de la Casa del Infantado,
pero las malas relaciones
entre el primer Duque del Infantado y Enrique IV
determinaron que Pedro González de Mendoza se convirtiera
en el garante de los intereses familiares en la corte.

Fue fiel consejero de Enrique IV,
de quien recibió numerosas mercedes
y por quien combatirá en 1467 en Olmedo, junto a su familia,
contra el bando del Marqués de Villena.

En 1459 estalló el enfrentamiento entre los Mendoza
y el Marqués de Villena, favorito del rey.
El Marqués pretendió hacerse con el patrimonio de Álvaro de Luna,
para lo que buscó el matrimonio
entre el primogénito del Marqués, Diego López Pacheco,
y María de Luna, hija y heredera de Álvaro de Luna.
Juana de Pimentel, la viuda de Álvaro de Luna,
se negó a ello y acordó el matrimonio de su hija
con Íñigo López de Mendoza,
primogénito de Diego Hurtado de Mendoza.

El conflicto llegó a las armas.
El Marqués contó con el apoyo de las tropas reales.
En 1460 se llegó a un acuerdo
y para sellarlo se concertó el matrimonio
entre Beltrán de la Cueva, nuevo privado del rey,
y Mencía de Mendoza y Luna, sobrina de don Pedro
(hija de su hermana Mencía de Mendoza).

Ello coincidió con el nacimiento
de la infanta y heredera de la corona, Juana,
conocida como la Beltraneja
por la supuesta infidelidad de la reina con Beltrán de la Cueva.

Enrique IV concedió a Beltrán el maestrazgo de la Orden de Santiago,
lo que provocó la indignación del Marqués de Villena,
que comenzó a conspirar contra el rey.

Descubierto, el rey lo destituyó de sus cargos
y lo sustituyó en ellos por Beltrán de la Cueva.

Éste, junto con Pedro González de Mendoza,
auténtico cabeza de la familia,
ingresaron en el Consejo Real y se hicieron con su control.

A partir de ese momento el Marqués de Villena
se convirtió en principal enemigo del rey
y se dedicó a intentar sustituirlo por su hermano Alfonso.
Los Mendoza se erigieron en defensores de Enrique IV
y valedores de la infanta Juana,
que quedó como rehén en los feudos mendocinos
a cambio de la participación del clan
en las luchas que enfrentaban al rey y sus enemigos.

Como guardianes de la princesa Juana,
los Mendoza eran importantes partidarios de su causa.

Pero llegó un momento en que casi sólo ellos
continuaban apoyando la legitimidad dinástica de Juana.

Tras la muerte del infante Alfonso,
los nobles conjurados acogieron como aspirante al trono
a su hermana la infanta Isabel.

Por indicación real, Pedro González de Mendoza
fortificó los castillos de la familia Mendoza en la frontera con Aragón,
para evitar una posible invasión por parte del príncipe Fernando
y para impedir que éste entrara en Castilla.
Pero Fernando de Aragón logró sortear las defensas
y entró en Castilla para casar con la princesa Isabel.

La boda se celebró en 1469.
Ello provocó el inicio del conflicto armado.


En 1472 Sixto IV envió al cardenal Rodrigo Borja
(futuro Alejandro VI)
para que mediara en el conflicto que enfrentaba
a Enrique IV con su hermana Isabel.
Pedro González de Mendoza fue encargado por Enrique IV
de dar la bienvenida al legado papal,
para lo que se desplazó hasta Valencia.
Los dos eclesiásticos hicieron rápida amistad
durante el tiempo en que el cardenal Borja
residió en el palacio Mendoza de Guadalajara.
Quizás fuera entonces cuando Pedro González se familiarizó
con las nuevas corrientes artísticas del Renacimiento.

Borja instó a Sixto IV para que nombrase cardenal a Pedro González,
el cual además contaba con el apoyo de Enrique IV.
De este modo, en 1473
don Pedro fue nombrado cardenal de la Santa Cruz.
Dada la problemática política del momento,
Enrique instó al nuevo cardenal
a que se intitulase Cardenal de España,
título que acabó convirtiéndose en el de Gran Cardenal de España.
En la Edad Media había un sólo cardenal para toda España
que tenía bajo su jurisdicción a todos los religiosos del país.
Este título era pues de gran importancia
y situaba a su poseedor en un puesto
comparable al de los propios reyes.
El Cardenal de España mantenía su propia basílica en Roma,
gracias a las inmensas rentas que recibía.

Enrique IV le nombró además canciller de Castilla y Toledo.

Sin embargo, en 1473 los Mendoza cambiaron de bando
y asumieron la causa de Isabel.

Ya los apoyos a Juana eran tan escasos
que sus posibilidades de éxito eran mínimas.
Hasta su propio padre había puesto en duda su legitimidad
en el Pacto de los Toros de Guisando.
Isabel y Fernando debieron ofrecer a don Pedro
grandes recompensas si se unía a ellos.
Además, Fernando de Aragón era tataranieto
de Pedro González de Mendoza
que murió en la batalla de Aljubarrota
(bisabuelo de don Pedro).
A todo ello se unió la intercesión a favor de los príncipes
realizada por el cardenal Rodrigo Borja,
que consiguió el cardenalato para don Pedro
y reforzó con ello el encumbramiento de la familia.

Este cambio de bando dejó a Enrique IV, y a Juana,
sin aliados poderosos.

En 1474 Enrique IV falleció en Madrid,
puede que envenenado.

Don Pedro fue designado como su albacea testamentario
y, en referencia a Juana, el rey ordenó antes de morir
que: “se hiziesse de doña Ioana lo que él ordenasse”.

Don Pedro mantuvo hasta el final cierta lealtad hacia Enrique,
pues, si el rey fue enterrado honrosamente,
fue gracias a la intervención de los Mendoza.

Todos los gastos del sepelio,
incluido el traslado del cadáver al monasterio de Guadalupe,
fueron costeados por don Pedro.


Inmediatamente después el Cardenal se desplazó a Segovia,
estando presente el día
de la proclamación de Isabel como Reina de Castilla.

En la batalla de Toro de 1476,
en la que fueron definitivamente derrotados
los partidarios de la Beltraneja,
la participación de las mesnadas de los Mendoza fue decisiva.
En reconocimiento a esta intervención,
dos meses después de la batalla,
la reina legitimó a los hijos
de Pedro González y Mencía de Lemos.

Pedro González de Mendoza, como cabeza de la familia,
fue el responsable de que su linaje apoyara a Isabel y Fernando
cuando se produjo la ruptura última con Enrique IV.
Desde ese momento la fidelidad del dirigente de la familia Mendoza,
y por tanto de todos sus miembros,
estuvo de parte de los futuros Reyes Católicos.


Rápidamente don Pedro se convirtió
en uno de los principales consejeros de la joven pareja,
hasta el punto de que sus enemigos le acusaron
de gobernar en la sombra
y de tener a los reyes sometidos.
Como consejero de los Reyes Católicos
contribuyó a la pacificación y engrandecimiento del reino
y al sometimiento de la nobleza,
sobre todo en lo referente a las órdenes militares.
Su influencia era tanta
que llegó a ser llamado el tercer Rey de España.

Introdujo en la corte a fray Hernando de Talavera
como confesor de la reina Isabel.
Cuando fray Hernando se convirtió en arzobispo de Granada,
fue también don Pedro quien trajo a la corte,
como nuevo confesor,
a Francisco Jiménez de Cisneros,
que era entonces prior del convento de La Salceda
y que llegaría luego a arzobispo y cardenal.

A lo largo de todos esos convulsos años,
don Pedro consiguió ir incrementando
su poder político, militar y eclesiástico
y la influencia de su familia.


En 1482 falleció Alfonso Carrillo de Acuña, arzobispo de Toledo.
Fue el propio Carrillo quien eligió a don Pedro
como su sucesor al frente de la diócesis primada.
Ese mismo año Mendoza fue designado arzobispo de Toledo,
primado de España y patriarca de Alejandría.
El arzobispado de Toledo era el cargo más alto
al que se podía acceder en el clero hispano,
por lo que el Cardenal renunció en ese momento
al resto de sus cargos,
salvo al obispado de Sigüenza, por el que sentía un especial apego.
Pese a la importancia del puesto, don Pedro tardó dos años
en presentarse en la sede toledana para tomar posesión.
En ese acto, la propia reina Isabel
entró en Toledo al lado del Cardenal,
en incuestionable demostración de aprecio.


El Cardenal se distinguió tanto en la guerra civil
(sitio de Zamora y batalla de Toro)
como en la guerra de Granada.

Desde 1485 Pedro González de Mendoza se comprometió
en la empresa granadina de los Reyes Católicos
y desarrolló una actividad febril.
Como uno de los principales nobles del reino,
comandó sus propias huestes en numerosos combates.
Como jefe de su clan, impulsó
la participación de los Mendoza en la toma Granada;
a instancias del Cardenal, los Mendoza en pleno
acudieron a la llamada de los Reyes Católicos;
especialmente significativos fueron los ejércitos enviados
por el duque del infantado y el conde de Tendilla
(uno de los delegados castellanos
que negociarán la rendición de Boabdil
a partir de octubre de 1491);
pero no sólo acudió la familia Mendoza,
también se presentaron multitud de caballeros de Guadalajara
como Martín Vázquez de Arce, el famoso Doncel de Sigüenza.
El primogénito del Cardenal
tuvo un papel relevante en la guerra de Granada.
Pese a todo ello, fueron las tropas reunidas por don Pedro
las que más destacaron en la guerra granadina.

En 1485, al inicio del conflicto,
Mendoza se encontraba en Córdoba junto con el rey Fernando.
En 1487 participó en la conquista de Málaga.
Cuando en 1492 se produjo la toma definitiva de Granada,
el Cardenal estuvo
entre los primeros caballeros que entraron en la ciudad.
Tanto por sus servicios como por su alta dignidad eclesiástica,
el Cardenal fue el encargado de bendecir el reino granadino
en cuanto se produjo la conquista.

Alonso de Quintanilla puso en contacto
a Cristóbal Colón y el Cardenal
y a su vez don Pedro presentó al navegante a los Reyes Católicos.
Desde 1490 Mendoza protegió activamente al aventurero
y contribuyó a que no fuera a exponer su proyecto a otros reinos.
Todo el grupo de los Mendoza, dirigidos siempre por el Cardenal,
fueron los mejores valedores del proyecto colombino ante la corte.
Luis de la Cerda, duque de Medinaceli y sobrino del Cardenal,
alojó al marino en su palacio,
y fue uno de los que más hicieron
para que el marino no abandonase Castilla.
En 1493, cuando Colón regresó de su primer viaje,
el Cardenal lo introdujo en la nobleza.

En 1494 el Cardenal empezó a encontrarse enfermo
y se retiró a su palacio de Guadalajara.
Sufría una enfermedad renal, quizás un cáncer,
que le hizo padecer fuertes dolores y largas estancias en cama.
El Cardenal Pedro González de Mendoza,
el llamado Gran Cardenal y Tercer Rey de España,
murió en 1495 en su palacio.
Los presentes aseguraron haber visto una cruz blanca
destellar en el momento del óbito.
Legó la mayor parte de sus bienes al Hospital Santa Cruz de Toledo.
Su cadáver fue transportado en angarillas hasta Toledo
acompañado por un suntuoso cortejo
del que formaron parte los propios Reyes Católicos
y la familia Mendoza al completo.
El recorrido duró cuatro días.

Le sucedió Cisneros en el arzobispado de Toledo.


A pesar de su condición eclesiástica, don Pedro tuvo tres hijos,
lo que no era infrecuente en la época.
Los dos primeros
(Rodrigo Díaz de Vivar y Mendoza y Diego Hurtado de Mendoza)
con la portuguesa Mencía de Lemos,
con la que, en la década de los 60,
durante dos años vivió varios periodos
en el castillo de Manzanares.
Más adelante tuvo un tercer hijo con la vallisoletana Inés de Tovar
(Juan Hurtado de Mendoza y Tovar).
Los tres fueron legitimados.
Se criaron en la corte de los Reyes Católicos
y se convirtieron en perfectos cortesanos,
absolutamente fieles a los Reyes Católicos,
a los que prestaron buenos servicios
y de los que recibieron importantes rentas y títulos nobiliarios.

Los sobrinos "tendillas" del Cardenal, Iñigo y Diego,
y en particular don Diego Hurtado de Mendoza,
se encargarán de ejecutar el proyecto funerario de éste.


***


Sin llegar a la altura de su padre el Marqués de Santillana,
el Gran Cardenal Mendoza fue un hombre muy educado
que participó asiduamente en la vida cultural del momento.

De no ser por la sombra del Marqués de Santillana,
don Pedro quizás ocuparía
un lugar más relevante en la historia cultural española.

Como toda la familia,
don Pedro fue hombre de gran formación.

Tuvo un de las mejores bibliotecas de su tiempo.

Fue un gran mecenas de las artes
y uno de los que introdujeron en España
el estilo arquitectónico renacentista italiano,
cuando el estilo preponderante en la corte de los Reyes Católicos
era el gótico hispano-flamenco.

También escribió poemas,
aunque no muy reseñables.

Y realizó una traducción de la Ilíada a petición de su padre,
tomando como base la versión latina de Pier Cándido Decembrio.

Ordenó obras importantes en la Catedral de Toledo.

Inició los preparativos de la construcción
del Hospital de Santa Cruz de Toledo,
cuya edificación comenzó en 1503,
ocho años después de la muerte del Cardenal.

Pero donde más influyó su gusto artístico fue en Guadalajara,
donde levantó un magnífico palacio,
en el que centralizó sus actividades y las de su familia,
convirtiendo así Guadalajara
en uno de los principales núcleos de España;
no obstante, fracasó en el empeño de convertir Guadalajara
en el centro de la Iglesia española,
primacía que continuó establecida en Toledo;
y fue vano el intento de fijar en Guadalajara algún órgano político.
Pese a ello, en Guadalajara y su comarca se levantaron
palacios, castillos, iglesias, monasterios, jardines;
se custodiaron colecciones de arte y de joyas;
se celebraron fiestas suntuosas...

La importancia de los Mendoza y su interés por las artes
se manifestó en su esplendorosa corte de Guadalajara,
que se convirtió en importante núcleo cultural de Castilla.
La magnificencia de la corte guadalajareña
atrajo a un gran número de nobles menores
que conformaron una extensa clientela,
base del poder de los Mendoza.

Pedro González de Mendoza ordenó levantar gran número de edificios
por el resto de Castilla,
aunque la mayor labor arquitectónica la realizó en Guadalajara:
su propio palacio en la ciudad
(destruido en el siglo XVIII por un incendio);
los castillos de Jadraque y Pioz;
las reformas de los monasterios
de Sopetrán y San Francisco de Guadalajara.

Tras Guadalajara, Sigüenza fue el objeto principal de su actividad,
a la que se deben
la catedral, la Universidad y la plaza mayor.

Su patronazgo cultural
le granjeó la amistad de los mejores humanistas.
En 1481, Nebrija le dedicó sus Introductiones latinae.
En 1492, don Pedro trajo a la corte castellana
al humanista italiano Pedro Mártir de Anglería
para que educara a los jóvenes nobles.

Fue un brillante representante del Renacimiento en Castilla:
sabe latín y lee a los clásicos,
se interesa por el arte,
es mecenas de artistas y pensadores...

Fue un poderoso aristócrata que encabezaba a la más influyente
de las familias nobiliarias de la Castilla bajomedieval.
Un político hábil que actuaba en las más altas esferas.
Un típico representante de la Iglesia de su tiempo,
acaparando títulos y prebendas
e incumpliendo los votos eclesiásticos,
pero al mismo tiempo reivindicando una reforma de la Iglesia.
Un general brillante que ocupó un papel destacado en las batallas.
Un mecenas de las artes
que subvencionó obras arquitectónicas
y fue coleccionista de pinturas.
Introdujo en la corte maneras cortesanas italianas...

La biografía de don Pedro quedó recogida
en la Vida del Cardenal don Pedro González de Mendoza
de Francisco de Medina y Mendoza,
en la Chrónica del Gran Cardenal de España
de Pedro de Salazar y Mendoza,
así como entre las Vite del italiano Vespasiano da Bisticci.


***

***

En 1493 el Cardenal había manifestado su deseo
de ser enterrado en el presbiterio de la catedral.
En un primer momento el cabildo se opuso,
pues era espacio de enterramiento real.
Sin embargo, los Reyes Católicos mediaron a favor del Cardenal
y los tres hijos de don Pedro presionaron en tal sentido
y al final hubo de cambiarse la estructura del coro
y mover sepulturas de reyes
para acomodar el mausoleo de don Pedro.

El monumento se ubicó en el lateral izquierdo del altar mayor.


Fue el primer sepulcro castellano renacentista.
Seguía un modelo de arco triunfal romano
que escandalizó en su época
tanto por su espectacularidad
como por el abandono que suponía del estilo gótico
que hasta ese momento se consideraba el adecuado.
La autoría de la obra no está clara,
aunque su artífice debió ser italiano.
Tuvo gran influencia sobre la factura de sepulcros posteriores:
el de Fadrique de Portugal,
el de Pedro López de Ayala,
el de Fernando de Arce,
fueron imitación parcial de este nuevo modelo.


Bajo el arco se encuentra la urna y la figura yacente del Cardenal,
del lado del presbiterio.
En el lado que mira a la girola se ubica un grupo escultórico:
El Cardenal arrodillado ante la Cruz;
la Cruz es sostenida por santa Elena;
tras el cardenal se halla su santo titular, san Pedro.


El presbiterio de la catedral de Toledo
era el lugar de mayor categoría de toda Castilla para ser enterrado.

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