Si destruyéramos todas
las obras con cuyos principios inspiradores no estuviéramos de acuerdo, la
Historia de las civilizaciones sería un desierto. Tendríamos que demoler casi
todo lo existente: la muralla china, las pirámides egipcias, las ciudades
mayas, el coliseo romano, las catedrales góticas, el Vaticano, El Escorial,
Versalles, el palacio de Luis de Baviera, el teatro de Wagner en Bayreuth, la
plaza roja de Moscú...
¿Qué nos quedaría? ¿Qué
consideraríamos “correcto” conservar?
Y, después de destruirlo
todo, presas del furor iconoclasta que ya nos ha enajenado en otras ocasiones,
presas de la locura talibán, después ¿seríamos mejores?
Desde comienzos del siglo
XIX hasta el primer tercio del siglo XX, España ha sido devastada. Los
incendios y saqueos de los franceses durante la invasión napoleónica, los robos
y demoliciones derivados de la Desamortización, los destrozos y pillajes
durante la Guerra Civil... ¿No hemos destruido ya bastante?
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