Ávila
de los Caballeros,
la
de la recia monja andante;
castillo
interior; torreones
contemplan
verdor en el valle.
Tu
sede se eriza de almenas
a
fuera; por dentro, en el ábside,
la
sangre cuajó en los sillares,
la
luz en visiones gigantes.
Sestea
los siglos el toro
berroqueño,
los trashumantes,
rudos
rabadanes celtíberos,
visitan
en sombras errantes
la
vieja cabaña borrada,
arteria
de Iberia en que late
la
vida escondida del alma
que
al paso de la mesta pace.
Mira
a tu pastor, Prisciliano,
peregrino
celta, sus manes
en
Compostela reconquistan
la
España que en sed de Dios arde.
Ávila
de los Caballeros,
hueso
de la patria más grande,
le
diste, nodriza, tu tuétano,
fuerte
leche, a la monja andante.
Miguel
de Unamuno
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