Sueltan entonces las
riendas empezando a cabalgar,
Que el plazo para
salir del reino se acaba ya.
Mío Cid llegó a la
noche hasta Espinazo de Can,
Muchas gentes, esa
noche, se le fueron a juntar.
Otro día, de mañana,
comienzan a cabalgar,
Saliendo va de su tierra
el Campeador leal.
No se sabe con seguridad a qué espacio
corresponde este topónimo.
Fue el lugar donde el Cid pasó la noche
cuando salió de San Pedro de Cardeña.
Aquí las huestes de Don Rodrigo aumentaron
con personas deseosas de unírsele.
De aquí se dirigieron al Sur
para salir cuanto antes de los límites del reino
de Castilla,
ya que la orden de destierro debía ser cumplirla
con prontitud.
Puede ser ESPINOSA DE CERVERA,
villa situada en el camino entre Santo Domingo de
Silos y Caleruela,
partido judicial de Salas de los Infantes,
mancomunidad de La Yecla,
en la falda de la Peña Cervera, en los Sabinares
del Arlanza.
Al norte se extiende la Sierra de la Demanda,
al sur comienza la Ribera del Duero.
El Cid fue señor de algunas localidades de los alrededores,
por lo que es coherente que el Cantar afirme
que mucha gente se le unió en aquel lugar.
En la provincia de Burgos,
el autor del Cantar sólo cita cuatro lugares:
Vivar, Burgos, San Pedro de Cardeña y “Espinazo
de Can”,
por lo que éste debía tener alguna relevancia
especial.
Poco antes de llegar allí, había tenido lugar el episodio
que narra Manuel Machado.
***
El ciego
sol se estrella
en las
duras aristas de las armas,
llaga de
luz los petos y espaldares
y flamea
en las puntas de las lanzas.
El ciego
sol, la sed y la fatiga.
Por la
terrible estepa castellana,
al
destierro, con doce de los suyos,
-polvo,
sudor y hierro-, el Cid cabalga.
Cerrado
está el mesón a piedra y lodo...
Nadie
responde. Al pomo de la espada
y al
cuento de las picas el postigo
va a ceder...
¡Quema el sol, el aire abrasa!
A los
terribles golpes,
de eco
ronco, una voz pura, de plata
y de
cristal responde... Hay una niña
muy
débil y muy blanca
en el
umbral. Es toda
ojos
azules, y en los ojos lágrimas.
Oro
pálido nimba
su
carita curiosa y asustada.
“Buen
Cid, pasad... El Rey nos dará muerte,
arruinará
la casa
y
sembrará de sal el pobre campo
que mi
padre trabaja...
Idos. El
cielo os colme de venturas...
¡En
nuestro mal, oh Cid, no ganáis nada!”
Calla la
niña y llora sin gemido...
Un sollozo
infantil cruza la escuadra
de
feroces guerreros.
Y una
voz inflexible, grita: “¡En marcha!”
El ciego
sol, la sed y la fatiga.
Por la
terrible estepa castellana,
al
destierro, con doce de los suyos,
-polvo,
sudor y hierro-, el Cid cabalga.
Manuel Machado
Ilustraciones: JUSTO JIMENO.
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