Según cuenta el Poema de El Cid,
éste fue desterrado por el rey Alfonso VI.
Las condiciones del destierro fueron muy duras,
ya que el rey Alfonso prohibió
a los burgaleses
que ayudaran al Cid o le
dieran posada o alimento,
bajo pena de perder sus bienes
“y los ojos de la cara”.
El Cid y sus huestes salieron
de la ciudad
por la puerta de Santa María,
cruzaron el río y, la primera
noche de su destierro,
acamparon extramuros, en la
Glera del Arlanzón,
frente al actual Paseo del Espolón.
Aquí tuvo lugar el legendario episodio del Cofre,
en el que el Cid ha de recurrir a un engaño para
obtener provisiones.
Y aquí un monolito recuerda esa acampada
y reproduce los versos del Cantar que evocan el
hecho:
«Mio Cid
Roy Diaz, el que en buena cinxó espada,
posó en
la glera cuando nol coge nadi en casa,
derredor
dél una buena compaña».
(vv.
58-60)
«La cara
del caballo tornó a Santa María,
alzó su
mano diestra, la cara se santigua.
“A ti lo
gradesco, Dios, que cielo y tierra guías;
válanme
tus vertudes, gloriosa Santa María”».
(vv.
215-218)
*** ***
POEMA DE MIO CID. CANTAR PRIMERO
DESTIERRO DEL CID
En 1079 el rey Alfonso envía al Cid
para cobrar las parias del rey moro de Sevilla.
Éste es atacado por el conde castellano García
Ordóñez,
amigo de Alfonso VI.
El Cid, amparando al moro vasallo del rey de
Castilla,
vence a García Ordóñez y lo mantiene varios días
encadenado.
Al-Mutamid paga los tributos
y hace varios regalos personales al Cid, entre
ellos Babieca.
El Cid torna a CastilIa con las parias,
pero sus enemigos le indisponen con el rey;
El conde García acusa al Cid
de apropiarse de parte de las parias de Sevilla
y de estar tramando el derrocamiento del monarca.
Alfonso hace caso de su amigo García y destierra al
Cid en 1081.
1
El Cid convoca a sus vasallos. Éstos se destierran
con él.
El Cid se despide de Vivar.
Por sus ojos mío Cid va fuertemente llorando;
volvía atrás la cabeza y se quedaba mirándolos.
Miró las puertas abiertas, los postigos sin
candados,
las alcándaras vacías, sin pellizones ni mantos,
sin los halcones de caza ni los azores mudados.
Suspiró entonces mío Cid, de pesadumbre cargado,
y comenzó a hablar así, justamente mesurado:
«¡Loado seas, Señor, Padre que estás en lo alto!
Todo esto me han urdido mis enemigos malvados.»
2
Hay agüeros en el camino de Burgos.
Ya aguijaban los caballos, ya les soltaban las
riendas.
Cuando de Vivar salieron, vieron la corneja
diestra,
y cuando entraron en Burgos, la vieron a la
siniestra.
Movió mío Cid los hombros y sacudió la cabeza:
«¡Albricias, dijo Álvar Fáñez, que de Castilla nos
echan,
mas a gran honra algún día tornaremos a esta
tierra!»
3
El Cid entra en Burgos.
Mío Cid Rodrigo Díaz en Burgos, la villa, entró;
hasta sesenta pendones llevaba el Campeador;
salían a verle todos, la mujer como el varón;
a las ventanas la gente burgalesa se asomó
con lágrimas en los ojos, ¡que tal era su dolor!
Todas las bocas honradas decían esta razón:
«¡Oh Dios, y qué buen vasallo, si tuviese buen
señor!»
4
Nadie da hospedaje al Cid por
temor al Rey.
Sólo una niña le dirige la palabra, para pedirle
que se aleje.
El Cid acampa fuera de la ciudad, en la glera del
Arlanzón.
De grado le albergarían, mas ninguno se arriesgaba:
que el rey don Alfonso al Cid le tenía grande saña.
La noche anterior, a Burgos, la real carta llegaba
con severas prevenciones y fuertemente sellada:
que a mío Cid Ruy Díaz nadie le diese posada,
y si alguno se la diese supiera qué le esperaba:
que perdería sus bienes y los ojos de la cara,
y que además perdería salvación de cuerpo y alma.
Gran dolor tenían todas aquellas gentes cristianas;
se escondían de mío Cid, no osaban decirle nada.
El Campeador, entonces, se dirigió a su posada;
así que llegó a la puerta, encontrósela cerrada;
por temor al rey Alfonso acordaron el cerrarla,
tal que si no la rompiesen, no se abriría por nada.
Los que van con mío Cid con grandes voces llamaban,
mas los que dentro vivían no respondían palabra.
Aguijó, entonces, mío Cid, hasta la puerta llegaba;
sacó el pie de la estribera y en la puerta
golpeaba,
mas no se abría la puerta, que estaba muy bien
cerrada.
Una niña de nueve años frente a mío Cid se para:
«Cid Campeador, que en buena hora ceñisteis la
espada,
sabed que el rey lo ha vedado, anoche llegó su
carta
con severas prevenciones y fuertemente sellada.
No nos atrevemos a daros asilo por nada,
porque si no, perderíamos nuestras haciendas y
casas,
y hasta podía costarnos los ojos de nuestras caras.
¡Oh buen Cid!, en nuestro mal no habíais de ganar
nada;
que el Creador os proteja, Cid, con sus virtudes santas.»
Esto la niña le dijo y se volvió hacia su casa.
Ya vio el Cid que de su rey no podía esperar
gracia.
Partió de la puerta, entonces, por la ciudad
aguijaba;
llega hasta Santa María , y a su puerta descabalga;
las rodillas hincó en tierra y de corazón rezaba.
Cuando acaba su oración, de nuevo mío Cid cabalga;
salió luego por la puerta y el río Arlanzón
cruzaba.
Junto a Burgos, esa villa, en la glera acampaba;
manda colocar la tienda y luego allí descabalga.
Mío Cid Rodrigo Díaz, que en buen hora ciñó espada,
en el arenal posó, nadie le acogió en su casa;
pero en torno de él hay mucha gente que le
acompañaba.
Así acampó mío Cid, como si fuese en montaña.
También ha vedado el rey que en Burgos le vendan
nada
de todas aquellas cosas que puedan ser de vianda:
nadie osaría venderle ni aun por una dinerada.
12
El Cid monta a caballo y se despide de la catedral
de Burgos.
Mío Cid y sus vasallos cabalgan a toda prisa.
La cara de su caballo vuelve hacia Santa María,
alza su mano derecha y la cara se santigua:
«¡A Ti lo agradezco, Dios, que el cielo y la tierra
guías;
que me valgan tus auxilios, gloriosa Santa María!
Aquí, a Castilla abandono, puesto que el rey me
expatría;
¡Quién sabe si volveré en los días de mi vida!
¡Que vuestro favor me valga, oh Gloriosa, en mi
salida
y que me ayude y socorra en la noche y en el día!
Si así lo hicieseis, oh Virgen, y la ventura me
auxilia,
a vuestro altar mandaré mis donaciones más ricas;
en deuda quedo con Vos de haceros cantar mil misas.»
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