viernes, 24 de abril de 2015

MECERREYES



No hay constancia de que El Cid pasara por Mecerreyes,
pero aquí, a las afueras del pueblo,
una estatua recuerda su figura.

*** 


Al cabo de tres semanas, cuando la cuarta va a entrar,
mío Cid con sus guerreros consejo va a celebrar:
«El agua nos han quitado, nos puede faltar el pan,
escaparnos por la noche no nos lo consentirán;
muy grandes sus fuerzas son para con ellos luchar;
decidme, pues, caballeros, qué resolución tomar.»
Habló primero Minaya, caballero de fiar:
«De Castilla la gentil nos desterraron acá;
si con moros no luchamos, no ganaremos el pan.
Bien llegamos a seiscientos, y acaso seamos más;
en nombre del Creador, ya no podemos optar;
presentémosles batalla mañana al alborear.»
Díjole el Campeador: «Así quiero oírte hablar;
así te honras, Minaya, como era de esperar.»
A los moros y a las moras los manda desalojar,
para que ninguno sepa lo que en secreto va a hablar.
Durante el día y la noche comienzan a preparar
la salida; al otro día, cuando el sol quiere apuntar,
armado está mío Cid y cuantos con él están;
y así comenzó a decir, como ahora oiréis contar:
«Salgamos todos afuera, nadie aquí debe quedar;
sino sólo dos personas que la puerta han de guardar;
si morimos en el campo, aquí ya nos entrarán;
si ganamos la batalla, mucho habremos de ganar.
Y vos, buen Pero Bermúdez, la enseña mía tomad,
como sois de verdad bueno la tendréis con lealtad,
pero no os adelantéis si no me lo oís mandar.»
Al Cid le besó la mano y la enseña fue a tomar.
Abren las puertas y fuera del castillo salen ya.
Viéronlo los centinelas y hacia sus huestes se van.
¡Qué prisa se dan los moros! Van las armas a empuñar;
el ruido de los tambores la tierra quiere quebrar;
vierais armarse a los moros para pronto pelear.
Al frente de todos ellos dos enseñas grandes van,
y los pendones mezclados, ¿quién los podría contar?
Los pelotones de moros su avance comienzan ya
para llegar frente al Cid y a los suyos atacar.
«Quietas, mesnadas, les dice el Cid, en este lugar,
no se separe ninguno hasta oírmelo mandar.»
Aquel buen Pero Bermúdez ya no se puede aguantar;
la enseña lleva en la mano y comienza a espolear:
«¡Que Dios Creador nos valga, Cid Campeador leal!
En medio del enemigo voy vuestra enseña a clavar;
los que a ella están obligados ya me la defenderán.»
Díjole el Campeador: «¡No lo hagáis, por caridad!»
Repuso Pero Bermúdez: «Dejar de ser no podrá.»
Espoleó su caballo y a los moros fue a buscar.
Ya los moros le esperaban para la enseña ganar;
y aunque le dan grandes golpes no le pueden derribar.
Y así dijo mío Cid: «¡Valedle, por caridad!»


Embrazan ya los escudos delante del corazón
bajan las lanzas en ristre envueltas con el pendón,
inclinan todas las caras por encima del arzón
y arrancan a combatir con ardido corazón.
A grandes voces les dice el que en buen hora nació:
«¡Heridlos, mis caballeros, por amor del Creador!
Yo soy Ruy Díaz, el Cid, de Vivar Campeador.»


Todos van sobre la fila donde Bermúdez entró.
Trescientas lanzas serían, todas llevaban pendón;
cada jinete cristiano a otro moro derribó,
y a la vuelta , otros trescientos muertos en el campo son.

POEMA DE MIO CID

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