“El solar del Cid”
Ramón Menéndez Pidal
Revista de las Españas
Madrid, junio de 1926
***
Vivar está en uno de los altos valles de la meseta
del Duero.
La mayor parte de esta elevada meseta se compone de
vastas planicies abrasadas por los soles y resquebrajadas por los hielos.
Estas llanuras castellanas, si de aspecto austero,
no tienen tristeza de páramo. Ricas en trigos y viñas, son siempre el solar de
aquellos poderosos ciudadanos cuya opulencia envidiaba el poeta de Alfonso VII,
unos cincuenta años después de muerto el Cid, como superior a la de los otros
vasallos del emperador:
Non est
paupertas in eis, sed magna facultas.
En la parte Norte de esa elevada meseta del Duero
se destaca, por su importancia, la Tierra de Campos. Esta llanura dorada de
espigas, y cuyo centro político era Carrión, patria de la poderosa familia de
los Vanigómez, se prolonga hacia Noroeste en otra llanura menor, más alta y
fría, a cuyo extremo septentrional están la ciudad de Burgos, cabeza de
Castilla, y la aldea de Vivar. Vivar es la patria del Cid, rival histórico de
los Vanigómez.
La tierra de Burgos es más pobre que la de Carrión.
Constitúyenla las últimas llanuras de la meseta del Duero, con sus valles
formados por erosión de las aguas; un poco más al Norte de Burgos empiezan ya
los valles formados por el arrugamiento de la corteza terrestre, empiezan a
elevarse los repliegues de las montañas cantábricas. Burgos participa todavía
de la flora mediterránea: las duras encinas, los leñosos y perfumados tomillos,
las espinosas aliagas; pero algo más al Norte, en el partido de Sedaño,
comienza ya a iniciarse la flora de los bosques boreales, caracterizada por el
haya y por la abundancia de las praderías.
Este tan señalado límite de regiones naturales fue
límite político sólo en un breve momento de la Reconquista, cuando nació el
Cid. Vivar estaba entonces en frontera con el reino de Navarra; así el Cid fue
desde su infancia un hombre de las fronteras, un hombre del peligro y de la
lucha.
* * *
La aldea de Vivar, nueve kilómetros al Norte de
Burgos, tiene hoy sesenta casas, con menos de doscientos habitantes.
La tierra de Vivar, ni muy rica ni muy pobre, se
dilata llana, cubierta de sembrados, en su mayoría de trigo; y las
rectangulares heredades, no sólo ocupan toda la llanura, sino que suben allá
lejos, cuanto pueden, por las cuestas que limitan el valle a un lado y a otro;
suben hasta morir en el verdor inútil que cubre la cima de los cerros, o hasta
tocar en la blancura estéril de los carcavones, donde la erosión de las lluvias
deja al descubierto las calizas y las margas que forman la entraña de aquel
terreno.
Este valle es de secano. Sólo fluye por medio de él
el escaso caudal del Ubierna. Con las aguas de este río, un molino en Vivar,
tres en Sotopalacios, cuatro en Ubierna... mueven sus ruedas, permanentemente
en invierno, pero a represas o con intermitencia durante el estiaje. Mueven
también estos molinos algún cedazo mecánico moderno; mas, con todo, rebosan
arcaísmo y llevan nuestro pensamiento a los molinos que allí poseía Mío Cid.
Solía ser en la Edad Media el molino un monopolio de privilegio señorial muy
estimado; mas, sin embargo, los orgullosos Vanigómez se mofaban del héroe, como
si administrase demasiado directamente la molienda, a modo de pequeño propietario:
¡Quién nos
daría nuevas de Mío Cid el de Vivar!
¡Váyase a
río de Ubierna los molinos a picar
y a cobrar
maquilas, como las suele cobrar!
¿Quién le
daría sus hijas con los de Carrión casar?
A las orillas del Ubierna, junto a estos molinos y
por estos trigales, corrió la infancia de Rodrigo.
* * *
Era Vivar entonces, como hemos dicho, un pueblo
fronterizo con el reino de Navarra. Tan fronterizo era, que el vecino
pueblecito de Ubierna ya pertenecía a los navarros. Éstos estrechaban por todas
partes. Burgos no distaba tampoco de la frontera navarra por el Este sino unos
15 kilómetros: los navarros estaban en el pueblo de Arlanzón.
El reino pirenaico había sido llevado a una
extensión territorial máxima por el enérgico talento de Sancho el Mayor: comprendía,
no sólo todo el territorio de lengua vasca, como centro, sino alrededor muchos
otros territorios de lengua románica, entre los que hay que contar por el
Occidente gran parte de las actuales provincias de Santander y de Burgos. Pero
tal florecimiento fue muy pasajero; en ciento cincuenta años, el que parecía un
fuerte reino vasco se descompuso, falto de iniciativas y de cohesión, ante el
mayor empuje de Castilla. Cuando el rey castellano Fernando I derrota a los
navarros en Atapuerca (1054) empieza la decadencia de Navarra.
Rodrigo de Vivar era entonces niño de unos once
años, y vio a su padre distinguirse en los sucesos que siguieron a esa batalla.
Diego Laínez, que así se llamaba el padre del Cid, recobró por entonces del
poder de los navarros el castillo de Ubierna, siete kilómetros al Norte de
Vivar; y luego el también cercano de Urbel, con el pueblo de La Piedra; venció,
además, a sus enemigos en una batalla campal que les quitó para siempre la
posibilidad de reaccionar contra él.
Nada más sabemos de la niñez del héroe ni de su
primera mocedad. Las crónicas de fines del siglo XII y las del XIV nos cuentan
que el joven Rodrigo venció cinco reyes moros y los llevó presos a Vivar, ante
su madre, dejándolos luego ir libres; cuentan también que tuvo lid con el conde
don Gómez de Gormaz, en la cual le mató, y que luego Jimena Gómez, hija del
conde muerto, se querelló ante el rey Fernando, y al fin, rogó al rey que, para
ella perdonar aquel homicidio, tuviese a bien casarla con el matador; ruego que
fue grato al rey y más grato a Rodrigo, así que pronto se celebraron las bodas,
bendecidas por el obispo de Palencia. Pero todo esto son cuentos de juglares,
invenciones de poetas. No importa que un docto benedictino como fray Prudencio
de Sandoval, después de examinar viejos epitafios, se halle dispuesto a
admitir, y otros muchos con él, que Rodrigo se casó en primeras nupcias con
esta Jimena Gómez, y luego con Jimena Díaz; la Historia no conoce más que a
esta última, y Rodrigo no se casó con ella en temprana edad, sino hacia los
treinta años. Estas primeras mocedades del héroe no tienen más realidad que la
muy elevada que les dio la poesía. La lucha de agravio y amor entre Jimena y
Rodrigo alcanza su mayor valor histórico cuando Guillén de Castro la realza dentro
del sistema teatral de Lope de Vega y la impone a la mente de Corneille, o
cuando éste hace servir el conflicto dramático español para componer la obra
más leída de la literatura francesa, ennobleciendo con sus versos la causa de
una reina española combatida por el cardenal Richelieu. El relato de la primer
entrevista del mozo de Vivar con el rey, cuando éste llama al joven para
casarlo con Jimena, no tiene lugar alguno en la grandiosa historia de Fernando
I, sino en la malhadada de Fernando VII, cuando servía para recrear el
sentimiento liberal de los españoles, que desahogaban contra la tímida
severidad de la censura gubernativa, repitiendo por lo bajo los versos del
romancero:
Por besar
mano de rey no me tengo por honrado.
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