Hay dos vías para llegar a Alarcos a pie:
Desde Ciudad Real, por el trayecto de la romería:
Un recorrido feo,
que atraviesa el desgalichado núcleo urbano de La
Poblachuela.
Sale de Ciudad Real por el Camino Viejo de
Alarcos,
entre las carreteras a Piedrabuena y a
Puertollano,
y avanza por sucesivos caminos:
Camino de las Huertas,
Camino del Campillo,
Camino del Arzollar.
Se llega a la cantera de basalto.
Se cruza por delante de la finca “Las Barracas”.
Lo primero que se ve es la ermita,
en lo alto del cerro de Alarcos.
Hay otro camino, desde Poblete.
A través del que fue campo de batalla.
Un camino, en invierno, desierto y silencioso,
que atraviesa una tierra poblada por vacas y
ovejas
y sobrevolada por cigüeñas y pájaros.
Hay muchas madrigueras de conejos;
se ve a éstos saltando por el campo helado.
El castillo, en la lejanía,
pasa casi desapercibido, confundido con el
paisaje.
Como si hubiera emergido de la tierra
en el principio de los tiempos.
Sólo unos cuantos postes eléctricos
marcan una diferencia con el pasado.
Ésta es tierra volcánica.
Al pensar en volcanes, uno imagina un paisaje
abrupto,
pero éste no lo es.
Es un paisaje llano, suave, sencillo...
Pero cargado de misterio.
A lo lejos, los Montes de Toledo.
Y aquí, en la llanura, la muerte.
La muerte antigua.
******
En 1190 Alfonso VIII inició la construcción, en
el cerro de Alarcos,
de una ciudad nueva.
Junto al único vado del río Guadiana en la zona.
Sobre el antiguo castillo musulmán,
que había formado parte de la dote de la mora
Zaida
en su matrimonio con Alfonso VI.
La muralla se levantaba sobre la roca madre
y se utilizaba para erigir sus muros
la piedra volcánica de la región.
El castillo estaba siendo reestructurado.
La nueva ciudad-fortaleza era un gran proyecto
en el que el rey había puesto mucha ilusión.
Los hallazgos arqueológicos demuestran
la ocupación humana del cerro desde la Edad del
Bronce,
con un largo periodo intermedio de despoblación
en las épocas romana y visigoda.
Ahora iba a ser una gran ciudad fortificada,
capital de la región sur de Toledo.
***
La villa de Alarcos estaba aún en construcción,
no tenía terminada su muralla,
ni asentados a sus pobladores,
cuando una expedición,
dirigida por el belicoso arzobispo de Toledo,
Martín López de Pisuerga,
saqueó las cercanías de la capital almohade,
Sevilla.
En los últimos años del siglo XII
había crecido el poderío almohade en la Península
con Abu Yaqub Yusuf,
Yusuf II, califa desde 1184,
que dio al imperio almohade en al-Andalus
el periodo de máximo esplendor.
Encontrándose el califa en África,
el arzobispo de Toledo ordenó una expedición
contra Sevilla.
El desafío de las fuerzas castellanas enfureció a
Yusuf,
quien decidió recurrir a todos sus medios
disponibles
para contener a los cristianos.
***
El 1 de junio de 1195, Yusuf,
al frente de sus poderosas huestes almohades,
cruzó el estrecho de Gibraltar y desembarcó cerca
de Tarifa.
En Sevilla logró reunir un ejército de 300.000
hombres,
entre caballería y peones, mercenarios y tropa
regular.
El 4 de julio Yusuf partió de Córdoba,
cruzó Despeñaperros por el puerto del Muradal
y avanzó sobre la explanada de Salvatierra,
camino de Alarcos.
Un destacamento de la Orden de Calatrava,
junto a algunos caballeros de fortalezas cercanas
que intentaban localizar a las fuerzas almohades,
de cuya proximidad habían tenido noticia,
se toparon con ellas
y encontraron un ejército numerosísimo
que los exterminó.
Alfonso VIII, alarmado,
se apresuró a reunir a todas las tropas
disponibles,
los caballeros de Toledo,
y a marchar hacia Alarcos.
En el camino se le unieron
los Maestres de las Órdenes Militares de Santiago y
de Calatrava
con sus mesnadas.
El monarca castellano consiguió la ayuda
de los reyes de León, Navarra y Aragón,
puesto que el poder almohade los amenazaba a
todos.
Alarcos era el extremo de las posesiones de
Castilla,
la frontera con al-Andalus.
Era determinante cortar el paso a los musulmanes
e impedir su avance.
Por darse prisa en acudir a la lucha,
el castellano no esperó los refuerzos de los
demás reyes cristianos,
que estaban en camino.
El 16 de julio el gran ejército almohade fue
avistado
y era tan numeroso
que no se pudo calcular cuántos hombres lo
formaban.
Aun así, imprudentemente, Alfonso VIII,
confiando en la fuerza de la caballería pesada
castellana,
en vez de retirarse a Talavera,
que estaba sólo a unos pocos días de distancia
y a donde habían llegado las huestes leonesas,
decidió presentar batalla
al día siguiente de llegar las tropas musulmanas
a los alrededores de Alarcos (el 17 de julio).
El 18 de julio Yusuf acampó en el Cerro de La
Cabeza,
a dos tiros de flecha de Alarcos.
Sin embargo, el califa no aceptó dar batalla ese
día,
sino que prefirió esperar al resto de sus
fuerzas.
***
Al día siguiente, en la madrugada del 19 de
julio,
el ejército almohade formó alrededor de la colina
de La Cabeza,
frente a Alarcos.
Por parte de las tropas musulmanas,
en vanguardia se hallaba la milicia de
voluntarios benimerines,
que eran unidades básicas y muy maniobrables.
Tras ellos estaban los henteta, la tropa de élite
almohade.
En los flancos, las fuerzas de al-Andalus,
la caballería ligera equipada con arco.
En la retaguardia, el propio califa con su
guardia personal.
El califa había dividido su numeroso ejército,
dejando que los soldados de las provincias
militarizadas
y los cuerpos de voluntarios del jihad
sufrieran las primeras embestidas del ejército
cristiano
para más adelante,
aprovechando la superioridad del ejército
almohade,
y el agotamiento del ejército cristiano,
atacar con las tropas de refresco que mantenía en
reserva:
la guardia negra y los almohades.
El califa dio a su visir el mando de la poderosa
vanguardia:
en la primera línea,
inmediatamente detrás de los voluntarios
benimerines,
con un gran cuerpo de arqueros
y las cabilas zeneta y henteta y otras tribus magrebíes.
Detrás de ellos, en la colina, estaba el
estandarte del califa.
El propio califa llevaba el mando de la
retaguardia,
las mejores fuerzas almohades
y la fuerte guardia negra de los esclavos.
Se trataba de un formidable ejército,
cuyos efectivos Alfonso VIII había subestimado.
El ejército cristiano estaba integrado por dos
núcleos,
dos regimientos de caballería:
En primera línea,
la caballería pesada, unos 10.000 hombres,
al mando de don Diego López de Haro,
y, en la retaguardia, Alfonso VIII y sus caballeros.
La batalla de Alarcos
(árabe: معركة الأرك ma'rakat al-Arak),
también conocida como el desastre de Alarcos,
se libró junto al castillo de Alarcos (árabe: الأرك) al-Arak).
***
La vanguardia musulmana avanzó.
La carga cristiana fue un tanto desordenada
pero su impulso fue enorme.
El primer envite fue rechazado por los
benimerines y los zenetas;
los cristianos retrocedieron y volvieron a cargar
y de nuevo fueron rechazados.
Sólo a la tercera carga consiguió la caballería
cristiana
romper la formación del centro de la vanguardia
almohade,
haciéndolos retroceder colina arriba,
donde habían formado antes de la batalla,
y causando cuantiosas bajas entre los
benimerines,
los zenetas, que trataron de proteger al visir,
y la élite henteta donde se encontraba el visir,
que cayó en combate.
A pesar de la muerte del visir,
el ejército almohade prosiguió con el ataque.
Tres horas habían pasado desde el comienzo de la
batalla,
llegaba el mediodía.
El calor y la fatiga comenzaron a afectar
a la pesada caballería cristiana.
Tras repetidas maniobras de desgaste,
los musulmanes cerraron la salida a los
cristianos:
En un rápido movimiento envolvente,
con su caballería ligera rebasaron por los
flancos
a las desconcertadas tropas cristianas
y las atacaron por la retaguardia;
los arqueros cerraron el cerco por los flancos.
El ejército cristiano no estaba preparado
para aquella nueva táctica,
que desbarató los cuadros castellanos.
Incapaces de reaccionar, los cristianos fueron
masacrados.
El combate fue encarnizado
y las flechas de los arqueros almohades
hicieron estragos en el campo cristiano.
Diego López de Haro trató de mantener su posición
a toda costa,
pero finalmente tuvo que refugiarse en el
inacabado castillo
con los restos de su derrotado ejército.
La fortaleza fue cercada por 5.000 hombres.
Mientras Alfonso VIII salía por el norte de la ciudad hacia
Toledo,
el castillo opuso resistencia, pero acabó por
rendirse.
Las crónicas árabes describieron la batalla:
Obscurecióse el día
con la polvareda y el vapor de los que peleaban,
que parecía noche:
Las cabilas de voluntarios alárabes y algazaces y
los ballesteros
acudieron con admirable constancia,
y rodearon con su muchedumbre a los cristianos
y los envolvieron por todas partes.
Senanid, con sus andaluces, zanetes, musamudes y
gomares,
se adelantó al collado donde estaba Alfonso,
y allí venció, rompió y deshizo sus tropas
infinitas,
que eran más de trescientos mil entre caballería
y peones.
Allí fue muy sangrienta la pelea para los
cristianos,
y en ellos hicieron horrible matanza.
Había entre ellos diez mil caballeros de los
armados de hierro
como los primeros que habían acometido,
que eran la flor de la caballería de Alfonso,
y habían hecho su azala cristianesca
y jurado por sus cruces que no huirían de la
pelea
mientras quedase hombre con vida,
y Dios quiso cumplir y verificar su promesa en
favor de los suyos.
Cuando la batalla andaba muy recia,
muy trabada contra los cristianos,
éstos viéndose ya perdidos comenzaron a huir
y acogerse al collado en que estaba Alfonso
para valerse de su amparo,
y encontraron allí a los muslimes
que entraban rompiendo y destrozando,
y daban cabo de ellos.
Entonces volvieron brida y tornaron sobre sus
pasos,
y huyeron desordenadamente hacia sus tierras y a
donde podían.
Entraron por fuerza en la fortaleza los vencedores
quemando sus puertas y matando a los que las
defendían;
apoderándose de cuanto allí había,
armas, riquezas, mantenimientos, provisiones,
caballos y ganado.
Halláronse en Alarcos veinte mil cautivos,
a los cuales dio libertad Amir Amuminin
después de tenerlos en su poder,
cosa que desagradó a los almohades y a los otros
muslimes,
que lo tuvieron por una de las extravagancias
caballerescas
de los reyes.
***
Los muertos entre los castellanos fueron muy
numerosos.
Entre los que cayeron en la batalla se encontraban
los obispos de Ávila, Segovia y Sigüenza,
y los Maestres de la Orden de Santiago
y de la portuguesa Orden de Évora.
López de Haro será liberado a cambio de algunos
rehenes.
Los supervivientes, incluido el rey,
se refugiaron en Toledo.
La noticia de la derrota estremeció a la cristiandad:
La frontera occidental se tambaleaba.
La noticia de la derrota estremeció a la cristiandad:
La frontera occidental se tambaleaba.
El califa, a raíz de la batalla,
tomó el sobrenombre de “al-Mansur”, “el
Victorioso”.
Durante su reinado se construyó la mezquita de
Sevilla
(en cuyo espacio luego se alzaría la catedral),
proyectada por su padre,
con su minarete, La Giralda.
Tras la batalla de Alarcos,
los almohades se adueñaron de las tierras
entonces controladas por la Orden de Calatrava
y llegaron hasta las proximidades de Toledo.
Todas las fortalezas de la región cayeron en
manos musulmanas:
Calatrava, Benavente, Caracuel, Guadalerzas...
La frontera quedó establecida en los Montes de
Toledo
y las riberas del río Tajo.
Los calatravos se retiraron a Ciruelos.
En 1196 murió su prior, Diego Velázquez,
en el monasterio cisterciense de San Pedro,
en la localidad burgalesa de Gumiel de Izán.
(De su tumba hoy queda sólo un sepulcro vacío,
pues durante la invasión napoleónica
los franceses ocuparon el monasterio
y removieron los restos del fraile caballero).
***
La derrota desestabilizó por completo el Reino de
Castilla
y frenó todo intento de reconquista.
El avance castellano hacia el sur se vio detenido
durante años.
Sin embargo, en 1212 la batalla de las Navas de
Tolosa
marcó un punto de inflexión en la reconquista.
El Imperio Almohade se derrumbó poco tiempo
después.
***
La inacabada ciudad de Alarcos fue
definitivamente abandonada.
Nadie quiso poblar su tierra ensangrentada,
nadie quiso ocupar sus casas habitadas por
espíritus.
Los supervivientes fueron trasladados a una aldea
próxima,
llamada Pozo Seco de Don Gil,
que Alfonso X refundará como nueva capital
con el nombre de Villa Real.
Más tarde se le otorgó el título de ciudad
pasando a denominarse Ciudad Real.
El material de construción de Alarcos
fue reutilizado en Villa Real.
En el siglo XIII en Alarcos se edificó
una ermita dedicada a la Virgen,
coincidiendo con el período de crecimiento de la
nueva capital.
******
En los siglos siguientes,
el castillo de Alarcos fue enterrándose a sí
mismo:
el viento fue arrastrando tierra sobre él
hasta hacerlo desaparecer.
Durante mucho tiempo,
en el cerro de Alarcos nada hacía recordar
la ciudad destruida por los árabes,
la ciudad maldita.
Desde 1984, trabajos de excavación y restauración
han desenterrado el castillo de los espíritus.
Se ha recuperado un sector de la trama urbana
de la primitiva ciudad ibérica,
y de la muralla y de la población medieval.
Sin embargo,
la mayor parte de la proyectada ciudad de Alfonso
VIII
permanece oculta.
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