miércoles, 11 de julio de 2012

CALATRAVA LA VIEJA



Desde Carrión, hay 5 ó 6 kilómetros hasta la fortaleza.


El camino arranca del cementerio.


En el buen tiempo, debe ser un sendero transitado,
porque hay algún banco en el que descansar.


En invierno no pasan caminantes ni vehículos.


Hay una niebla espesa y helada.


En las ramas desnudas la niebla se convierte en hielo.


Se oye el motor de un tractor, invisible.






La tierra está yerta.


Un perro solitario vaga por el campo.
Tras una valla hay un caballo
de un blanco sucio, flaco. Rocinante.
Pasa un coche de la Guardia Civil.




La fortaleza aparece de repente.
Casi en llano. Aislada en la estepa. Impresionante.






Piedras antiguas. Trozos de roca volcánica, de colores rojizos.
Color de sangre vertida.








***








No existen en la zona restos que permitan suponer
la existencia de ocupación en época romana o visigoda,
debido probablemente a lo insalubre del entorno.




Sin embargo, durante la Alta Edad Media,
Calatrava fue la única ciudad importante de al-Andalus
en el valle medio del río Guadiana.


Durante siglos fue la plaza más habitada de la región.




La palabra Qal'a (“fortaleza”) es una de las más repetidas
en la toponimia árabe de la Península Ibérica,
y está muchas veces unida a nombres,
en cuyo caso toma una “t” final: Qal'at.
También aparece sola,
precedida del artículo “al” (Alcalá).








A mediados del siglo VIII
los árabes construyeron una ciudad-fortaleza
sobre un cerro junto al río Guadiana.


Fue llamada “Kaalat Rawaah” o “Qalat Rabah”:
“Castillo de la Llanura”.








El lugar era paso obligado del centro peninsular,
cruce de caminos
entre el Norte y el Sur, entre Levante y Poniente,
lo que pronto la convirtió en permanente escenario bélico.








***








Calatrava la Vieja se sitúa en la península fluvial
formada en la confluencia
del río Guadiana y el arroyo de Valdecañas,
en una zona lagunar, cerca de las Tablas de Daimiel,
y en lo alto de un cerro amesetado
desde donde se controla el cruce del Guadiana.








El río, ancho y pantanoso en aquella época,
protegía la ciudad por el Norte.


En el resto, la fácil accesibilidad del cerro
fue paliada mediante sólidas murallas.


El perímetro amurallado incluía un total de 44 torres.


Además, salvo por el Norte, defendido por el río
y en donde se sitúan las corachas de abastecimiento de agua,
el recinto estaba rodeado por un foso
en su mayor parte excavado en la propia roca del cerro
y alimentado por las aguas del Guadiana.


Ello convertía a la ciudad en una isla.




Quedan restos de ingenios hidráulicos
de gran complejidad tecnológica para la época,
como las cuatro corachas que elevaban el agua
desde el río a la ciudad para abastecerla.


Parte del agua era desviada
al castellum aquæ situado en la torre pentagonal,
desde la que, a través de un sistema de cañerías,
de numerosas bajantes de cerámica que atraviesan sus muros,
se vertía a alta presión en el foso.


La coracha del alcázar y el castellum aquæ
constituían el núcleo de un mecanismo hidráulico
único en la arquitectura militar de la época.


Fue configurado durante la reconstrucción de la ciudad en el año 854
no sólo como eficaz sistema defensivo
sino también como nueva y espectacular manifestación
del lenguaje del poder omeya:


Era un impresionante vehículo de propaganda política.






***






Tras la reconquista de Toledo,
Calatrava constituyó el bastión árabe más avanzado.


Cuando la ciudad pasó a poder de Alfonso VII,
Calatrava se convirtió
en la plaza cristiana más adelantada frente a los musulmanes.




***




Tras la reconquista de Toledo en 1085 por Alfonso VI,
los cristianos comenzaron las incursiones
hacia los llanos del Sur.


Calatrava se convirtió en objetivo principal,
pues, siendo la plaza enemiga más avanzada,
desde allí los musulmanes podían atacar Toledo.


En 1095 Alfonso VI casó con la mora Zaida,
que aportó como dote numerosos castillos:
Alarcos, Caracuel,
Consuegra, Mora, Ocaña, Oreja, Uclés, Cuenca...,
aunque en los años siguientes algunos de ellos
fueron recuperados por los moros.
Zaida, convertida al cristianismo,
tuvo un hijo, Sancho Alfónsez,
que murió en Uclés en la batalla de los Siete Condes.


Alfonso VI falleció en 1109 y le sucedió su hija Urraca,
y a ésta su hijo Alfonso VII en 1126.


Tras repetidos intentos,
finalmente en 1147 Alfonso VII ganó la plaza de Calatrava
y consiguió el control del poco poblado valle del Guadiana.


En los años siguientes, la defensa de Calatrava,
situada en la frontera,
fue una cuestión tan necesaria como difícil.


En 1150 Alfonso VII confió la fortaleza
a la Orden del Temple, fundada en 1118.


Los cristianos continuaron las expediciones hacia el Sur.
En una de ellas murió el rey, en agosto de 1157.


Le sucedió su hijo Sancho III, que sólo reinó un año,
de agosto de 1157 a agosto de 1158.


A lo largo de ese año, los árabes recrudecieron
la presión sobre Calatrava.


En el otoño de 1157 los templarios
renunciaban a su misión de defender la plaza,
por considerarlo imposible,
dado el permanente acoso musulmán.
En consecuencia, devolvieron al rey la ciudad.


A finales de 1157 don Sancho convocó Cortes en Toledo
y ofreció Calatrava
al noble que estuviese dispuesto a defenderla.
Ninguno se sintió capaz de afrontar tal empresa.
Todos callaron.




Había acudido a la convocatoria Raimundo Sierra,
abad del monasterio cisterciense de Fitero
(el primer centro del Císter en la Península).
Estaba acompañado por un monje de su abadía,
el burgalés Diego Velázquez,
que había sido caballero
y era amigo del rey desde la infancia.
Raimundo lo había elegido como acompañante
para que le ayudase a obtener del rey
ciertos favores para su cenobio.


Diego instó a su abad a que se ofreciese a defender Calatrava
y Raimundo así lo hizo.
La iniciativa del abad
fue acogida con sorpresa y burlas por los nobles,
pero el rey, sin alternativa, la aceptó.


El 1 de enero de 1158, en Almazán,
Sancho III donó Calatrava a la Orden del Císter,
representada por el abad Raimundo,
al que nombró capitán general.
Un mes después, añadía a la donación
la aldea toledana de Ciruelos.




Era el primer paso hacia la creación
de la primera orden religioso-militar hispana.
El abad había actuado sin consentimiento del Císter
y ello le habría supuesto una sanción
de no haber mediado en su favor el rey.




El arzobispo de Toledo concedió bula de cruzada
a los que participasen en la defensa de la plaza fuerte.
Raimundo recorrió Navarra y Aragón;
Diego hizo su recluta por tierras castellanas;
entre ambos consiguieron reunir a unos 20.000 hombres,
una numerosa hueste con la que acudieron a Calatrava
para sustituir a los templarios.
Con algunos de esos hombres,
entre los que había monjes del monasterio de Fitero,
el abad formó su milicia, regida por la Regla de San Benito.
Junto a los soldados, acudieron también otras gentes
dispuestas a poblar y trabajar las tierras calatraveñas.


El Campo de Calatrava era un territorio de origen volcánico,
casi despoblado.


Comprendía gran parte de la actual provincia de Ciudad Real,
delimitado por los Montes de Toledo y Sierra Morena.
Allí se instalaron los hombres conducidos al Sur por Raimundo.


Diego Velázquez fue nombrado alcaide de la fortaleza.


La iglesia calatrava se levantó
sobre los cimientos puestos por los templarios,
que no llegaron a terminar la edificación.
El inconcluso ábside templario
es uno de los pocos testimonios constructivos
de la Orden del Temple en Castilla.


Fuera del recinto amurallado, en los arrabales,
hubo una mezquita sobre la que se construyó un santuario,
la Ermita de la Encarnación.


Pronto el nuevo rey, Alfonso VIII, hijo de Sancho,
recompensó los servicios de la Orden
con nuevas donaciones.


Raimundo rigió la nueva Orden, como abad y capitán general,
hasta su muerte el 15 de marzo de 1163 en Ciruelos.


Al morir el abad, se creó el cargo de Maestre
como máxima jerarquía de la Orden.


Los freires caballeros de Calatrava
eligieron como primer Maestre a don García,
que no era clérigo,
porque no querían que un monje asumiera el mando militar.


Los monjes residentes en Calatrava protestaron
y se trasladaron al convento de Ciruelos.
Diego Velázquez permaneció en Calatrava como prior.


***


La ciudad fue recuperada por los almohades en 1195,
tras su victoria sobre Alfonso VIII en la batalla de Alarcos.


La mantuvieron en su poder hasta 1212,
cuando el rey de Castilla la recobró
en el transcurso de la campaña
que culminó en la batalla de Las Navas de Tolosa.


En 1217, la sede maestral de la Orden de Calatrava
se trasladó al castillo de Dueñas, unos 60 kilómetros al sur,
que desde entonces será conocido como Calatrava la Nueva.


La antigua ciudad de Calatrava
pasó a ser llamada Calatrava la Vieja,
y quedó como cabeza de una encomienda
con sede en el que fue alcázar islámico.


Su definitivo abandono se produjo a principios del siglo XV,
momento en el que el comendador de Calatrava
trasladó su residencia a la vecina Carrión de Calatrava.


Todos los pueblos de la comarca (Campo de Calatrava)
pertenecían a la Orden,
hecho que muchas de estas poblaciones recuerdan
en la segunda parte de su nombre.


A comienzos del siglo XVI
la ciudad se encontraba prácticamente abandonada.

***


Hasta el río abandonó la vieja ciudad.


El Guadiana nace cerca de Ossa, cerca de las Lagunas.
Desaparece en las inmediaciones de Argamasilla.
Reaparece en los Ojos, entre Villarrubia y Daimiel.
Pasa por las Tablas.
Por Calatrava la Vieja. Por Alarcos.
Continúa hacia Extremadura.


El Guadiana, el río que aparece y desaparece.
El extraño y misterioso río Guadiana,
hoy encauzado artificialmente.


El río dejó de pasar por Calatrava.
Su cauce se convirtió en una extensión de terreno fangoso.
Pero, de vez en cuando, el río reaparece junto a la fortaleza.
El agua de las Tablas recuerda el recorrido del antiguo cauce,
y vuelve a convertirse en protección natural de la antigua ciudad.


Cuando reaparece el río,
la zona se llena inmediatamente de mosquitos.
Y, durante unas semanas,
la fortaleza vuelve a reflejarse en las aguas,
como antaño...

 

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