En el lugar antaño conocido como Plazuela Vieja,
comienzo de la Corredera de San Pablo,
en la actual calle de las Angustias,
tuvo su casa fuerte, grande y con torreones, la
familia Enríquez,
cuyo jefe ostentaba el título de Almirante de
Castilla,
una de las primeras dignidades de España.
La calle de las Angustias tiene trazado curvo
porque sigue el trazado de la primitiva muralla
de Valladolid.
El palacio estaba en los terrenos que hoy ocupa,
en parte,
el Teatro Calderón de la Barca.
Hay muy pocos datos sobre este edificio.
Fue residencia de Fernando el Católico
y de su segunda esposa Germana de Foix.
Aquí el 3 de mayo de 1509 nació su hijo Juan,
que murió a los pocos días.
Aquí se alojaron alguna vez los hijos de los Reyes
Católicos.
Y aquí el segundo Almirante de Castilla, Fadrique
Enríquez,
combatió la rebelión comunera.
En homenaje a don Fadrique, se colocó sobre la
puerta del palacio
una inscripción grabada sobre lápida de mármol
negro,
que recordaba el apoyo del Almirante al Emperador
durante el levantamiento de los comuneros:
«Viva el Rey con gran victoria
Esta casa y tal vecino
Quede en ella por memoria
La fama, renombre y gloria
Que por él a España vino».
El 3 de septiembre de 1764 en este palacio murió
el hijo del Conde de Benavente, el Conde de Luna
Ignacio Pimentel.
El 13 de noviembre de 1844, nació en este lugar
el poeta y dramaturgo Leopoldo Cano y Masas,
como recuerda una placa en la fachada del Teatro.
Entre 1850 y 1856 fue la sede de la Diputación
Provincial.
En 1863 era propietario del palacio don Diego
Morales.
Éste lo vendió a la sociedad constructora del
Teatro Calderón,
y el 1 de junio de ese mismo año se inició el
derribo.
Sólo quedan del antiguo edificio
unos fragmentos de azulejos, rosetones y ataurines
que se conservan en el Museo Arqueológico.
Y un dibujo de la portada
realizado por Valentín Carderera y Solano en
1836,
en cuya parte inferior hay esbozos de los escudos
de la fachada.
(En 1836 y 1850 Carderera viajó por España con
sendas Comisiones
para averiguar el estado de conservación
y catalogar las obras de arte subsistentes tras
la Desamortización
y realizó numerosos apuntes de los lugares que
visitó).
Con la demolición, el Palacio del Almirante se
convertía
en uno más de los múltiples edificios fantasma
de la Valladolid desaparecida.
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